El día siguiente fue como cumplir otra sentencia de arresto domiciliario. De vez en cuando oía crujir el suelo y giraba la cabeza, pensando que papá aparecería saliendo del garaje, con pintura en el pelo, como siempre. Pero saber que aquello no iba a ocurrir no era tan duro cuando oía la voz de May o cuando me llegaba el olor de los polvos de talco de Astra. La casa estaba llena, y aquello de momento me bastaba, me reconfortaba.
Decidí que Lucy no debía llevar su uniforme mientras estuviera en casa, y pese a sus protestas conseguí que se pusiera algo de mi antigua ropa, que me quedaba demasiado pequeña, pero que aún era grande para May. Como mamá estaba ocupada cocinando y sirviendo a todo el mundo, y yo había decidido cambiar de imagen y ponerme algo más sencillo para moverme por casa, la tarea principal de Lucy consistía en jugar con May y Gerad, algo que hizo con mucho gusto.
Todos estábamos reunidos en el salón, ocupados con nuestras cosas. Yo tenía un libro en las manos y Kota estaba absorto mirando la televisión. Me recordaba a Celeste. Sonreí, segura de que eso sería exactamente lo que ella estaría haciendo en aquel momento.
Lucy, May y Gerad estaban jugando a las cartas en el suelo, y cada uno de ellos se reía cuando ganaba una ronda. Kenna estaba sentada en el sofá, apoyada en James, y la pequeña Astra, en sus brazos, estaba apurando un biberón. A James se le veía agotado, pero también inmensamente orgulloso con su esposa y su preciosa hija.
Era casi como si no hubiera cambiado nada. Entonces, por el rabillo del ojo vi a Aspen vestido de uniforme, vigilando, y recordé que, en realidad, nada volvería a ser lo mismo.
Oí a mi madre sorbiéndose la nariz antes de verla aparecer por el pasillo. Me giré y la vi acercándose a nosotros con un puñado de sobres en la mano.
—¿Cómo te encuentras, mamá? —le pregunté.
—Estoy bien. Es que no puedo creer que nos haya dejado. —Tragó saliva, haciendo un esfuerzo por no volver a llorar.
Era raro. Muchas veces había dudado de su devoción hacia mi padre. Nunca les había sorprendido profesándose las muestras de afecto que sí veía en otras parejas. Incluso Aspen, en nuestros encuentros furtivos, me había dado muchas más muestras de cariño de las que yo le había visto a ella con papá.
Era evidente que ahora le preocupaba tener que criar a May y Gerad sola, o los problemas de dinero que pudieran tener. Su marido había muerto, y no había nada que pudiera arreglar aquello.
—Kota, ¿podrías apagar la tele un momento? Y Lucy, cariño, ¿puedes llevarte a May y Gerad a la habitación de America? Tenemos que hablar de algo —dijo en voz baja.
—Por supuesto, señora —respondió Lucy, y se giró hacia May y Gerad—. Vamos, chicos.
May no parecía muy contenta al verse excluida de lo que fuera que estuviera pasando, pero decidió no oponerse. No podría decir si era por lo triste que estaba mamá o por devoción a Lucy, pero en cualquier caso me alegré.
Cuando se hubieron ido, mamá se dirigió al resto de nosotros:
—Ya sabéis que papá estaba delicado. Supongo que él ya sabía que no le quedaba mucho tiempo, porque hace tres años se sentó a escribiros estas cartas, a todos vosotros —dijo, bajando la mirada hacia los sobres que llevaba en las manos.
»Hizo que le prometiera que, si le ocurría algo, os las daría. También hay para May y Gerad, pero no creo que tengan edad suficiente. No he leído las cartas. Son para vosotros, así que… he pensado que sería un buen momento para leerlas. Esta es la de Kenna —dijo, entregándole una carta—. Kota. —Mi hermano se irguió y cogió la suya. Mamá se acercó a mí—. Y America.
Cogí mi carta, sin saber muy bien si quería abrirla o no. Eran las últimas palabras de mi padre, el adiós que pensaba que me había perdido. Pasé la mano por encima de mi nombre, escrito en el sobre, imaginándome a mi padre pasando la pluma por encima. El punto de la «i» de mi nombre era una especie de garabato. Sonreí, intentando adivinar qué le habría impulsado a hacerlo, aunque en realidad no importaba. Quizá sabía que necesitaría sonreír.
Pero entonces me fijé mejor. Aquella manchita había sido añadida más tarde. La tinta de mi nombre estaba más clara, pero aquel garabato era más oscuro, más fresco que el resto.
Di la vuelta al sobre. El sello había sido abierto y pegado de nuevo. Eché la vista hacia Kenna y Kota, que estaban absortos en la lectura de sus cartas, lo que quería decir que hasta aquel momento no tenían ni idea de su existencia. Eso significaba que, o mamá mentía y había leído mi carta, o papá había vuelto a abrir la suya una vez cerrada.
No necesitaba más para decidirme a descubrir qué me había dejado papá. Separé con cuidado el sello y abrí el sobre.
Había una carta en un papel viejo y una nota corta y rápida en un papel blanco más brillante. Quería leer la nota corta, pero tenía miedo de no entenderla si no leía antes la carta. La saqué y leí las palabras de papá a la luz de la ventana.
America:
Cariño mío, me cuesta incluso empezar esta carta, pues siento que tengo tanto que contarte… Aunque quiero a todos mis hijos por igual, tú ocupas un lugar especial en mi corazón. Kenna y May se apoyan en tu madre, Kota es muy independiente y Gerad es bastante introvertido, pero tú siempre te has apoyado en mí. Cuando te pelabas las rodillas jugando o los niños más grandes se metían contigo, siempre buscabas mis brazos. Para mí es una satisfacción enorme saber que, al menos para uno de mis hijos, he sido una referencia.
Pero aunque no me quisieras como me quieres, sin duda seguiría estando increíblemente orgulloso de ti. Te has convertido en una gran intérprete, y la música de tu violín o la melodía de tu voz cuando cantas por casa son los sonidos más preciosos y encantadores del mundo. Desearía tener un mejor escenario, America. Te mereces mucho más que una tarima en un rincón en alguna fiesta pretenciosa. No pierdo la esperanza de que un día tengas suerte y te conviertas en una revelación. Creo que Kota también puede conseguirlo. Tiene talento en lo que hace. Pero sé que él luchará por ello, y no sé si tú tienes ese instinto batallador. Nunca has sido muy guerrera, como otras personas de castas inferiores. Y ese es otro motivo por el que te quiero.
Eres buena, America. Te sorprendería saber lo poco que hay de eso en el mundo. No digo que seas perfecta; he vivido algunos de tus arranques de genio, y sé que no es así. Pero eres amable y no soportas las injusticias. A veces luchas por un reparto justo incluso en casa, sin conformarte con ser la segunda de la lista solo por ser más joven. Y luchas para que May y Gerad también obtengan lo que les corresponde. Eres buena y sospecho que ves cosas en este mundo que nadie más ve, ni siquiera yo. Y desearía poder contarte todo lo que yo veo.
Mientras les escribía estas cartas a tus hermanos, he sentido la necesidad de darles instrucciones. Veo en todos ellos, incluso en el pequeño Gerad, detalles de sus personalidades que podrían hacerles la vida más difícil cada año si no hacen el esfuerzo de enfrentarse a las cosas duras de la vida. Pero no creo que a ti sea necesario advertirte.
Siento que no dejarás que el mundo te empuje a vivir una vida que no desees. Quizá me equivoque, así que déjame al menos decirte una cosa: lucha, America. Puede que no quieras luchar por cosas por las que la mayoría lucharía, como el dinero o la fama, pero lucha igualmente. Sea lo que sea lo que desees, America, búscalo con todas tus fuerzas.
Si puedes hacerlo, si consigues evitar que el miedo te haga conformarte con segundas opciones, sé que como padre no podría pedir más. Vive tu vida. Sé todo lo feliz que puedas, libérate de las cosas que no importan, y lucha.
Te quiero, tesoro. Tanto que no sé cómo decirlo. Quizá podría pintarlo, pero el lienzo no me cabría en este sobre. Y tampoco te haría justicia. Te quiero más allá de lo que puedan expresar la pintura, las melodías, las palabras. Y espero que siempre lo sepas, aunque no esté a tu lado para decírtelo.
Con todo mi cariño,
PAPÁ
No estaba segura de en qué punto había empezado a llorar, pero me había costado leer la última parte de la carta. Deseaba con todas mis fuerzas haber tenido la ocasión de decirle que le quería tanto como él a mí. Y por un minuto sentí una sensación cálida y plácida.
Levanté la vista y vi que Kenna también estaba llorando, haciendo esfuerzos por acabar su carta. Kota parecía confuso, repasando su carta una y otra vez.
Aparté la mirada y saqué la nota, con la esperanza de que no fuera tan sentida como la carta. No estaba segura de poder aguantar más.
America:
Lo siento. Cuando te visitamos, fui a tu habitación y encontré el diario de Illéa. No me dijiste que estaba allí; simplemente me lo imaginé. Si esto te causa algún problema, la culpa es mía. Y estoy seguro de que habrá repercusiones, por ser quien soy yo y por habérselo dicho a quien se lo he dicho. Odio haberte traicionado de este modo, pero cree en mí cuando te digo que lo he hecho con la esperanza de un futuro mejor para ti y para todos los demás.
La Estrella del Norte será la guía que marca el sendero. Que la bondad, el honor y la verdad sean siempre tus compañeros.
Te quiero,
SHALOM
Me quedé allí unos minutos, intentando descifrar qué significaba aquello. ¿Repercusiones? ¿A quién se lo había dicho? ¿Y qué era aquel poema?
Las palabras de August vinieron a mi mente: no se habían enterado de la existencia de los diarios a través del Report; sabían más de lo que contenían de lo que les había dicho yo…
«Quien soy yo… A quién se lo he dicho… La Estrella del Norte…».
Me quedé mirando la firma de papá y recordé cómo firmaba las cartas que me había enviado a palacio. Siempre me había parecido que escribía las «íes» de un modo raro. Eran estrellas de ocho puntas: estrellas del norte.
El garabato sobre la «i» de mi nombre. ¿Quería que también significara algo para mí? ¿O es que ya significaba algo porque habíamos hablado con August y Georgia?
¡August y Georgia! La brújula de August: ocho puntas. Los dibujos de la chaqueta de Georgia no eran flores. Ambos eran estrellas, diferentes, pero estrellas. Y el chico que le tocó a Kriss el Día de las Sentencias: lo que llevaba en el cuello no era una cruz.
Así era como se identificaban entre ellos.
Mi padre era un rebelde norteño.
Tenía la sensación de haber visto la estrella en otros lugares. Quizás en el mercado, o incluso en el palacio. ¿La habría tenido ante mis ojos durante años sin darme cuenta?
Levanté la mirada, sin poder reaccionar; Aspen estaba allí, con los ojos llenos de preguntas que no podía formular.
Mi padre era un rebelde. Un libro de historia medio destruido escondido en su habitación, amigos que no conocía de nada en su funeral…, una hija a la que había puesto de nombre America. Si hubiera prestado atención a las señales, lo habría deducido años atrás.
—¿Ya está? —preguntó Kota, ofendido—. ¿Qué demonios se supone que tengo que hacer con esto?
Aparté la mirada de Aspen y me giré hacia Kota.
—¿Qué pasa? —preguntó mamá, que volvía con un poco de té.
—La carta de papá. Me ha dejado esta casa. ¿Qué se supone que voy a hacer con este basurero? —dijo, poniéndose en pie, con la carta en la mano.
—Kota, papá escribió eso antes de que te fueras de casa —explicó Kenna, aún conmovida—. Quiso que no te faltara de nada.
—Bueno, pues entonces fracasó, ¿no? ¿O no hemos pasado hambre? Y desde luego esta casa no iba a cambiarme la vida. Ya me encargué yo de hacerlo por mi cuenta. —Kota tiró al suelo los papeles, que cayeron planeando desordenadamente. Se pasó los dedos por el cabello y soltó un bufido.
—¿Tenemos algo de alcohol? Aspen, ponme una copa —ordenó, sin mirarlo siquiera.
Me giré y vi mil emociones pasando por el rostro de Aspen: irritación, simpatía, orgullo, resignación. Se dirigió a la cocina.
—¡Alto ahí! —exclamé yo.
Aspen se detuvo.
Kota se giró hacia mí, molesto.
—Es su trabajo, America.
—No, no lo es —le espeté—. Puede que se te haya olvidado, pero ahora Aspen es un Dos. Más bien tendrías que ser tú quien le pusieras una copa a él. No solo por su estatus, sino por todo lo que está haciendo por nosotros.
Una sonrisa burlona asomó en el rostro de Kota.
—Ya… ¿Y eso lo sabe Maxon? ¿Sabe que la cosa aún sigue? —preguntó, señalándonos con un dedo acusador. Sentí que mi corazón dejaba de latir—. ¿Qué crees que haría? Ya azotó a una de las chicas, y mucha gente dice que aún tuvo suerte, considerando lo que había hecho. —Kota apoyó las manos en las caderas, satisfecho, mirándonos.
Yo no podía hablar. Aspen tampoco lo hizo. No sabía si nuestro silencio nos ayudaba o nos condenaba. Fue mamá quien por fin rompió el silencio:
—¿Es eso cierto?
Tenía que pensar; tenía que encontrar la forma de explicar aquello. O de negarlo, porque en realidad no era cierto…, ya no.
—Aspen, ve a ver qué hace Lucy —dije.
Él se puso en marcha, pero Kota se opuso:
—¡No, él se queda!
—¡He dicho que él se va! —grité, perdiendo los nervios—. ¡Y ahora siéntate!
El tono de mi voz sorprendió a todo el mundo. Mamá se sentó inmediatamente, asombrada. Aspen fue al pasillo. Kota también tomó asiento, poco a poco y a regañadientes.
Intenté concentrarme.
—Sí, antes de la Selección, yo salía con Aspen. Teníamos pensado decírselo a todo el mundo cuando hubiéramos ahorrado suficiente dinero para casarnos. Antes de marcharme, cortamos, y luego conocí a Maxon. Maxon es importante para mí, y aunque Aspen pasa mucho tiempo cerca, no hay nada entre nosotros. —«Ya no», añadí mentalmente. Entonces me giré hacia Kota—. Si te crees, aunque solo sea por un segundo, que puedes tergiversar mi pasado y convertirlo en algo con lo que hacerme chantaje, piénsatelo dos veces. Una vez me preguntaste si le había hablado a Maxon de ti, y lo hice. Sabe exactamente lo desalmado e ingrato que eres.
Kota apretó los labios, dispuesto a replicar. Pero me adelanté.
—Y deberías saber que me adora —añadí con decisión—. Si te crees que te va a creer a ti antes que a mí, puede que te sorprenda lo rápido que puedo conseguir que te den con una vara en las manos. ¿Quieres ponerme a prueba?
Él apretó los puños, debatiéndose. Si le lastimaban las manos, sería el fin de su carrera profesional.
—Muy bien —dije—. Y si te oigo decir una palabra desagradable más sobre papá, puede que lo haga de todos modos. Has tenido una suerte increíble de tener un padre que te quisiera tanto. Te dejó la casa. Podía haberse desdicho después de que te fueras, pero no lo hizo. Aún tenía esperanzas puestas en ti, que es más de lo que puedo decir yo.
Salí de allí a toda prisa, me dirigí a mi habitación y cerré de un portazo. Se me había olvidado que Gerad, May, Lucy y Aspen estarían allí esperándome.
—¿Salías con Aspen? —me preguntó May.
Solté un soplido.
—Hablabas bastante alto —aclaró Aspen.
Miré a Lucy. Había lágrimas en sus ojos. No quería hacerle guardar otro secreto, y estaba claro que le dolía pensar en ello. Era tan honesta y leal que no podía pedirle que escogiera entre yo y la familia a la que había jurado servir.
—Se lo diré a Maxon cuando volvamos —le dije a Aspen—. Pensé que estaba protegiéndote, que me estaba protegiendo a mí, pero lo único que he hecho es mentir. Y si Kota lo sabe, puede que lo sepa más gente. Quiero ser yo quien se lo diga.