Capítulo 17

El fondo que pusieron para la sesión de fotos era de color azul claro liso. Mis doncellas me habían confeccionado un vestido precioso, con unas mangas cortas que apenas me cubrían la cicatriz. De momento, los vestidos sin mangas estaban vetados.

Aunque no tenía mal aspecto, desde luego Nicoletta me eclipsaba, y hasta Georgia estaba imponente con su vestido largo.

—Lady America —dijo la mujer que estaba al lado del cámara—. Recordamos a la princesa Nicoletta de cuando las mujeres de la familia real italiana vinieron de visita a palacio, pero… ¿quién es su otra invitada?

—Es Georgia, una amiga íntima —respondí, con voz dulce—. Una de las cosas que he aprendido hasta ahora en la Selección es que avanzar significa saber conjugar la vida de antes de la llegada al palacio con el futuro que se presenta ante nosotras. Hoy espero dar un paso más para combinar esos dos mundos.

Algunos de los que nos rodeaban mostraron su satisfacción, mientras las cámaras seguían tomando instantáneas de las tres.

—Excelente, señoritas —dijo el fotógrafo—. Ya pueden ir a disfrutar de la fiesta. Más tarde tomaremos alguna foto más.

—Será divertido —respondí, indicando a mis invitadas que me siguieran.

Maxon había dejado claro que, de todos los días, aquel sería el que debía estar más atenta. Esperaba poder resultar el mejor ejemplo de lo que debía ser una de las integrantes de la Élite, pero me suponía un gran esfuerzo intentar estar perfecta.

—Baja el tono, America, o van a empezar a salirte arcoíris de los ojos. —Me encantaba la idea de que, pese a lo reciente que era nuestra amistad, Georgia supiera entenderme más allá de las apariencias.

Me reí, igual que Nicoletta.

—Tiene razón. Es verdad que se te ve algo excitada.

Suspiré, con una sonrisa.

—Lo siento. Hoy es uno de esos días en que me juego mucho.

Georgia me pasó un brazo sobre el hombro mientras nos adentrábamos en el salón.

—Después de todo lo que habéis pasado Maxon y tú, dudo mucho de que te mande a casa por lo que pueda pasar en una fiesta de tarde.

—No me refería a eso exactamente. Pero tendremos que hablar de ello más tarde —dije, girándome hacia ellas—. Ahora mismo, me iría muy bien que nos relacionáramos con el resto de los invitados. Cuando el ambiente esté más tranquilo, tendremos que mantener una charla bastante seria.

Nicoletta se quedó mirando a Georgia, y luego me miró a mí.

—¿Y qué me dices de esta amiga que tienes que presentarme?

—Que tiene un gran valor para mí. Te lo prometo. Te lo explicaré más tarde.

Por su parte, Georgia y Nicoletta me hicieron brillar como nunca. Nicoletta era una princesa, y posiblemente eso la convertía en la mejor invitada de la sala. En los ojos de Kriss vi que lamentaba no haber pensado en ello. Por supuesto, ella no tenía contacto directo con la realeza italiana, como yo. La propia Nicoletta me había dado un número de contacto para cuando la necesitara.

Nadie sabía quién era Georgia, pero después de oír mi planteamiento —ideado por Maxon personalmente— sobre combinar mi pasado y mi futuro, todos pensaron que la idea era espectacular.

Las invitadas de Elise eran predecibles. Potentes, pero nada que no se pudiera esperar. Dos primas muy distantes de Nueva Asia, en representación de sus vínculos con los líderes de la nación, la acompañaban ataviadas con sus vestidos tradicionales. Kriss había elegido a una profesora de la universidad en la que trabajaba su padre, y a su madre. Por mi parte, temblaba pensando en el momento en que mi familia se enterara. Cuando mamá o May se dieran cuenta de que habían perdido una ocasión de estar allí, estaba segura de que no tardarían en escribirme una carta para decirme lo desilusionadas que estaban.

Celeste, cumpliendo lo prometido, trajo a dos famosas de gran renombre: Tessa Tamble —que supuestamente había actuado en el último cumpleaños de Celeste— estaba allí, con un vestido muy corto pero glamuroso. Su otra invitada era Kirstie Summer, otra cantante, conocida sobre todo por sus conciertos surrealistas, que llevaba un vestido que más bien parecía un disfraz. Supuse que sería uno de los atuendos que solía llevar en sus conciertos, o algún vestido experimental en piel pintada. En cualquier caso, me sorprendió que hubiera podido pasar por la puerta, tanto por su atuendo como por el olor a alcohol que desprendía y que se notaba a medio metro de distancia.

—¡Nicoletta! —dijo la reina Amberly, acercándose a nosotras—. Qué alegría volver a verte.

Se besaron en las mejillas.

—La alegría es mía. Me hizo mucha ilusión recibir la invitación de America. En nuestra última visita nos lo pasamos de maravilla.

—Me alegro —respondió la reina—. Pero me temo que hoy va a ser algo más tranquilo.

—Eso no lo sé —respondió Nicoletta, señalando hacia el rincón donde estaban Kirstie y Tessa, hablando en voz alta—. Apuesto a que esas dos me van a proporcionar más de una anécdota que explicar cuando vuelva a casa.

Todas nos reímos, aunque noté cierta ansiedad en los ojos de la reina.

—Supongo que debería ir a presentarme.

—Hay que echarle voluntad —bromeé.

Ella sonrió.

—Por favor, poneos cómodas y disfrutad de la fiesta. America, espero que conozcas a gente nueva, pero, por favor, dedícales tiempo a tus amigas.

Asentí. La reina se fue a conocer a las invitadas de Celeste. Tessa no tenía mal aspecto, pero Kirstie estaba toqueteando los canapés de una mesa, olisqueándolos uno tras otro. Decidí que no comería nada que hubiera estado cerca de ella.

Paseé la mirada por el salón. Todo el mundo parecía ocupado, comiendo o hablando, así que decidí que aquella era una buena ocasión.

—Seguidme —dije, dirigiéndome a una mesita en la parte de atrás.

Nos sentamos, y una criada nos trajo té. Cuando estuvimos solas, no esperé más y entré en materia.

—Georgia, en primer lugar, quería disculparme por lo de Micah.

—Siempre quiso ser un héroe —respondió ella, meneando la cabeza—. Todos aceptamos la posibilidad de… acabar así. Pero creo que estaba orgulloso.

—Aun así, lo siento mucho. ¿Hay algo que pueda hacer?

—No. Ya nos hemos ocupado de todo. Créeme, él no habría elegido otro final.

Pensé en aquel chico con cara de ratón. No había dudado en salir a dar la cara por mí, por todos nosotros. La valentía a veces se esconde en lugares insospechados.

Entonces pasé al tema que nos ocupaba.

—Como ves, Nicoletta es la princesa de Italia. Nos visitó hace unas semanas —dije, mirándolas a ambas—. En aquella ocasión me dejó claro que Italia querría ser aliada de Illéa si cambiaban ciertas cosas.

—¡America! —protestó Nicoletta en voz baja.

Levanté una mano.

—Confía en mí. Georgia es amiga mía, pero no la conozco de Carolina. Es una de los líderes de los rebeldes norteños.

Nicoletta, sentada en su silla, se puso rígida de repente. Georgia asintió con timidez, confirmando lo que acababa de decir.

—Vino en nuestra ayuda hace poco. Y perdió a un ser querido al hacerlo —expliqué.

Nicoletta apoyó una mano sobre la de Georgia.

—Lo siento —dijo, y se giró hacia mí, intrigada sobre el motivo de todo aquello.

—Lo que digamos aquí debe quedar entre nosotras, pero he pensado que quizá podríamos hablar de cosas que podrían beneficiarnos a todas —añadí.

—¿Estáis pensando en derrocar al rey? —preguntó Nicoletta.

—No —la tranquilizó Georgia—. Lo que esperamos es alinearnos con Maxon, y trabajar por la eliminación de las castas. Quizá durante su reinado. Parece mucho más compasivo respecto a su pueblo.

—Lo es —confirmé yo.

—Entonces, ¿por qué atacáis el palacio? ¿Y toda esa gente? —replicó Nicoletta.

Negué con la cabeza.

—No son como los rebeldes sureños. Ellos no matan a nadie. A veces aplican la justicia como consideran…

—Hemos sacado a madres solteras de la cárcel, cosas así —explicó Georgia.

—Han entrado en palacio, pero nunca con la intención de matar —apunté yo.

Nicoletta soltó un suspiro.

—Eso no me preocupa demasiado, pero no tengo claro por qué quieres que los conozca.

—Yo tampoco —confesó Georgia.

Me tomé un respiro y proseguí:

—Los rebeldes sureños están volviéndose cada vez más agresivos. En los últimos meses, sus ataques han ido en aumento, no solo al palacio, sino por todo el país. Son implacables. Me preocupa, igual que a Maxon, que estén a punto de hacer algún movimiento del que no nos podamos recuperar. La idea de ir matando a gente de cada una de las castas a las que pertenecen las chicas de la Élite es bastante… drástica, y todos tememos que esos ataques crezcan.

—Ya lo han hecho —dijo Georgia, más para mí que para Nicoletta—. Cuando me invitaste, me alegré, porque al menos así podría darte más noticias. Los rebeldes sureños han pasado a atacar a los Treses.

Me llevé una mano a la boca. No me lo podía creer.

—¿Estás segura?

—Del todo —confirmó Georgia—. Ayer cambiaron de número.

Tras un momento de silencio, Nicoletta reaccionó, preocupada:

—¿Por qué lo hacen?

Georgia se giró hacia ella.

—Para asustar a la Élite y que abandonen; para asustar a la familia real en general. Deben de pensar que, si pueden evitar que la Selección llegue a su fin y consiguen aislar a Maxon, solo necesitarán librarse de él para tomar el control.

—Y eso es lo realmente preocupante. Si alcanzan el poder, Maxon no podrá ofreceros nada. Los rebeldes sureños solo oprimirían aún más al pueblo.

—Así pues, ¿qué propones? —preguntó Nicoletta.

Intenté moverme con cuidado ante el peligroso terreno que se abría ante mí:

—Georgia y los otros norteños tienen más posibilidades de detener a los rebeldes sureños que ninguno de los que estamos en palacio. Pueden ver más fácilmente sus movimientos y tienen ocasión de plantarles cara…, pero les falta entrenamiento y armas.

Ambas se quedaron esperando. No entendían qué quería decir.

—Maxon no puede pasarles dinero de palacio para ayudarlos a comprar armas —añadí, bajando la voz.

—Ya veo —dijo por fin Nicoletta.

—Queda claro que esas armas solo se usarían para detener a los sureños. Nunca contra un miembro del Gobierno o del Ejército —dije yo, mirando a Georgia.

—Eso no sería problema —respondió, y en sus ojos vi que lo decía de corazón.

Confiaba en ella. Si hubiera querido, podría haberme descubierto cuando me encontró en el bosque, o podía no haber salido en nuestra ayuda en el callejón. Pero ella nunca había querido hacerme daño.

Nicoletta movía los dedos de una mano sobre sus labios, pensando. Le estábamos pidiendo demasiado, pero no sabía qué otra cosa hacer.

—Si alguien se enterara… —dijo.

—Tienes razón. Eso lo he pensado. —Si el rey se enterara, desde luego no le bastaría con azotarme en público.

—Ojalá pudiéramos asegurarnos de no dejar rastro. —Nicoletta seguía jugueteando con los dedos.

—Al menos tendría que ser en efectivo —propuso Georgia—. Así sería más difícil seguirle el rastro.

Nicoletta asintió y posó una mano sobre la mesa.

—Dije que, si podía hacer algo por ti, lo haría. Nos iría bien tener un aliado poderoso. Si tu país cae, me temo que lo único que conseguiríamos es otro enemigo.

La miré con una sonrisa triste. Ella se giró hacia Georgia.

—Puedo conseguir el dinero hoy mismo, pero habría que cambiarlo.

—Nosotros podemos encargarnos —dijo Georgia con una sonrisa.

Mirando por encima de su hombro vi que se acercaba un fotógrafo. Cogí mi taza de té y susurré:

—¡Cámara!

—Y siempre he considerado que America era una dama. Creo que a veces se nos olvidan esas cosas porque vemos a las Cincos como intérpretes o cantantes, y a las Seis como amas de casa. Pero fijaos en la reina Amberly. Es mucho más que una Cuatro —observó Georgia.

Nicoletta y yo asentimos.

—Es una mujer increíble —dije—. Para mí es un privilegio vivir bajo el mismo techo que ella.

—¡A lo mejor acabas quedándote! —respondió Nicoletta, guiñándome el ojo.

—¡Sonrían, señoritas! —nos pidió el fotógrafo, y las tres le mostramos nuestras mejores sonrisas, esperando que ocultaran nuestro peligroso secreto.