A las pocas horas, Aspen llamó a mi puerta. Mis doncellas hicieron una reverencia y salieron, conscientes de que, fuera lo que fuera lo que nos dijéramos, sería privado. Era curioso ver el nivel de compenetración que había entre nosotras, casi tenía la sensación de que era algo natural.
—¿Cómo te encuentras?
—No estoy mal —reconocí—. El brazo me molesta un poco y aún me duele la cabeza, pero, por lo demás, estoy bien.
—No debería haberte dejado ir —dijo él, meneando la cabeza.
Di una palmadita sobre la cama, a mi lado.
—Ven, siéntate.
Dudó un momento, pero yo tenía claro que ya no tenía que esconderse. Maxon y mis doncellas sabían que nos comunicábamos, y había sido él quien nos había sacado de palacio la noche anterior. ¿Qué peligro había? Aspen debió de pensar lo mismo, porque enseguida se sentó, aunque dejó una distancia de cortesía, por si acaso.
—Yo era parte de ello, Aspen. No podía mantenerme al margen. Y estoy bien. Gracias a ti. Anoche me salvaste.
—Si hubiera llegado un momento más tarde, o si Maxon no te hubiera hecho saltar aquel muro, ahora mismo estarías prisionera en algún lugar. Casi dejé que murieras. Casi dejé que muriera Maxon —dijo, con la mirada en el suelo y meneando la cabeza—. ¿Sabes lo que nos habría pasado a Avery y a mí si no hubierais regresado? ¿Sabes lo que…? —Hizo una pausa, como si se aguantara las lágrimas—. ¿Sabes lo que me habría pasado si no te hubiéramos encontrado?
Aspen me miró a los ojos. Aquella mirada me llegó bien adentro. El dolor que reflejaban sus ojos era evidente.
—Pero lo hiciste. Me encontraste, me protegiste y fuiste a buscar ayuda. Estuviste increíble. —Le puse la mano en la espalda, pasándola arriba y abajo, intentando reconfortarle.
—Me estoy dando cuenta, Mer, de que, pase lo que pase…, siempre estaremos unidos por un hilo invisible. Siempre serás importante para mí.
Le pasé la mano por el brazo y apoyé la cabeza en su hombro.
—Sé qué quieres decir.
Nos quedamos así un rato, y supuse que Aspen estaría haciendo lo mismo que yo. Estaría pensando en cuando, de niños, nos evitábamos el uno al otro; y en cuando no podíamos dejar de mirarnos; en los mil encuentros furtivos en la casa del árbol… En todo aquello que hacía de nosotros lo que éramos.
—America, necesito decirte algo —dijo. Levanté la cabeza. Aspen se giró hacia mí, agarrándome suavemente por los brazos—. Cuando te dije que siempre te querría, era de verdad. Y yo…, yo…
No conseguía encontrar las palabras, cosa que agradecí. Sí, me sentía unida a él, pero ya no éramos la pareja de la casa del árbol.
Soltó una risita fatigada.
—Supongo que necesito dormir un poco. Me siento un poco confuso.
—Los dos lo necesitamos. Y hay mucho en lo que pensar.
Asintió.
—Mira, Mer, no podemos hacer eso otra vez. No le digas a Maxon que le ayudaré en algo tan arriesgado, y no me pidas que te lleve a ningún sitio de tapadillo.
—En todo caso, no estoy segura de que sirviera de mucho. No creo que Maxon quiera volver a hacerlo.
—Bien. —Recogió su gorra, se la colocó en la cabeza y se puso en pie. Me cogió la mano y me la besó—. Milady… —bromeó para despedirse.
Sonreí y le apreté la mano un poco. Él me devolvió el gesto. Al sentir el tacto de su mano sobre la mía, me di cuenta de que muy pronto tendría que decirle adiós. Debía separarme de él.
Lo miré a los ojos y sentí la presión de las lágrimas que amenazaban con asomar. «¿Cómo te digo adiós?».
Aspen me pasó el pulgar por el dorso de la mano y me la colocó sobre el regazo. Se agachó y me besó en el pelo.
—Tómatelo con calma. Volveré mañana para ver cómo estás.
Tras el leve tirón de oreja en la cena, Maxon sabía que estaría esperándole. Me senté frente al espejo, deseando que el tiempo pasara más rápido. Mary me estaba cepillando el cabello, tarareando algo casi inaudible. Me pareció reconocer la melodía: era algo que había tocado una vez en la boda de alguien. Cuando supe que me habían escogido para la Selección, deseaba desesperadamente volver a mi vida anterior. Echaba de menos mi mundo, lleno de la música que tanto me gustaba.
Sin embargo, lo cierto era que aquello no habría podido conservarlo de ningún modo. Cualquiera que fuera el camino que tomara mi vida, la música no sería más que un recurso para agasajar a mis invitados o un entretenimiento que me distrajera los fines de semana.
Me miré al espejo y me di cuenta de que aquello no me dolía especialmente. Al menos no tanto como pensaba. Se me abrían numerosas posibilidades, independientemente de cómo se desarrollara la Selección.
Yo era más que lo que decía mi casta.
Maxon llamó suavemente a la puerta y me distrajo de mis pensamientos. Mary fue a abrir.
—Buenas noches —la saludó al entrar, y la chica respondió con una reverencia.
Sus ojos se cruzaron con los míos por un momento, y una vez más me pregunté si sería consciente de mis sentimientos, si para él aquello era tan real como lo era para mí.
—Alteza —dijo Mary, despidiéndose.
Estaba a punto de salir de la habitación cuando Maxon levantó una mano.
—Perdona, ¿me puedes decir tu nombre?
Ella se lo quedó mirando un momento, me miró a mí y luego volvió a mirar a Maxon.
—Soy Mary, alteza.
—Mary. Y Anne. Nos vimos anoche. —La saludó con un gesto de la cabeza—. ¿Y tú?
—Lucy. —La voz le salió como un hilillo, pero era evidente que estaba contenta de que la tuvieran en cuenta.
—Excelente. Anne, Mary y Lucy. Es un placer conoceros formalmente. Estoy seguro de que Anne os ha puesto al día de lo de anoche, para que podáis atender a Lady America de la mejor manera posible. Quiero daros las gracias por vuestra dedicación y discreción.
Miró a una tras otra con intensidad.
—Soy consciente de que os he puesto en una situación comprometida. Si alguien os hace alguna pregunta sobre lo sucedido, podéis enviármelo directamente a mí. Fue decisión mía, y no debéis cargar con ninguna consecuencia.
—Gracias, alteza —respondió Lucy.
Siempre había tenido la convicción de que mis doncellas sentían una profunda devoción por Maxon, pero esa noche me pareció que aquello iba más allá del sentido del deber. En el pasado me había parecido que su mayor lealtad era hacia el rey, pero ahora me preguntaba si aquello sería cierto. Cada vez más, veía pequeños detalles que me hacían pensar que la gente prefería al príncipe.
A lo mejor no era yo la única que pensaba que los métodos del rey Clarkson eran salvajes, y que su modo de actuar era cruel. Quizá los rebeldes no eran los únicos que preferían a Maxon. A lo mejor había más gente que buscaba algo más.
Mis doncellas hicieron una reverencia y se fueron. Maxon se quedó de pie a mi lado.
—¿De qué iba eso? Lo de aprenderse los nombres, quiero decir.
Él suspiró.
—Anoche, cuando el soldado Leger dijo el nombre de Anne y yo no sabía a quién se refería…, me resultó violento. ¿No debería conocer a la gente que cuida de ti mejor que un guardia cualquiera?
Pero es que Aspen no era un guardia cualquiera.
—Lo cierto es que las doncellas siempre cotillean sobre los guardias. No me extrañaría que ellos hicieran lo mismo.
—Aun así, están contigo todos los días. Debería haberme aprendido sus nombres hace meses.
Sonreí y me puse en pie, aunque a él no parecía que le hiciera gracia que me moviera.
—Estoy bien, Maxon —insistí, aceptando la mano que me tendía.
—Anoche recibiste un balazo, si mal no recuerdo. Lo normal es que me preocupe.
—No fue un balazo. Solo fue un rasguño.
—En cualquier caso, no olvidaré fácilmente el sonido de tus gritos ahogados mientras Anne te cosía. Ven, deberías estar descansando.
Maxon me llevó hasta la cama, y yo me metí entre las sábanas. Me tapó bien y luego se tumbó sobre la colcha, de cara a mí. Esperaba que me contara todo lo ocurrido, o que me explicara lo que iba a pasar. Pero no dijo nada. Se quedó allí, pasándome los dedos por entre el cabello y acariciándome la mejilla de vez en cuando.
Era como si en aquel momento no existiera nada más que nosotros.
—Si te hubiera pasado algo…
—Pero no pasó.
Maxon levantó la vista. Su voz adoptó un tono serio.
—¡Claro que sí! Llegaste a palacio sangrando. Casi te perdemos por la calle.
—Mira, no me arrepiento de haber tomado esa decisión —dije, intentando tranquilizarle—. Quería ir, oír todo aquello por mí misma. Además, no podía dejarte ir sin mí.
—No puedo creer lo poco preparados que fuimos, saliendo en un camión de palacio sin más guardias. Y hay rebeldes caminando por las calles. ¿Desde cuándo no se ocultan? ¿De dónde sacan esas armas? Estoy desconcertado y no sé qué hacer. Amo a mi país, y noto que lo pierdo cada día, poco a poco. Casi te pierdo a ti, y yo…
Maxon se detuvo en seco. La frustración daba paso a otro sentimiento. Me acarició la mejilla con la mano.
—Anoche dijiste algo… sobre el amor.
Bajé la mirada.
—Lo recuerdo —dije, intentando no ruborizarme.
—Es curioso que uno pueda pensar que ha dicho algo que en realidad no ha dicho nunca.
Solté una risita nerviosa, con la sensación de que las palabras estaban por fin a punto de llegar, pero no fue así.
—También es curioso que se pueda pensar que se ha oído algo, cuando no se ha oído.
De repente, su tono se volvió más serio.
—Ya sé qué quieres decir. —Tragué saliva y me quedé mirando su mano, que abandonó mi mejilla para ir a cruzarse con la mía—. Quizás habrá gente a quien le cueste confesar algo así. Que tenga miedo de no poder llegar al final.
Suspiró.
—O quizás haya a quien le cueste decirlo, porque le preocupe que la otra persona no quiera llegar al final… o que quizá no haya dejado atrás una historia pasada.
—Eso no es… —repliqué, negando con la cabeza.
—Está bien.
Después de todo lo que nos habíamos dicho en el refugio, de todo lo que nos habíamos confesado, de todo lo que se había ido afianzando en mi corazón, aquellas palabras daban mucho miedo. Porque una vez que salieran de nuestras bocas, no podríamos borrarlas.
No entendía del todo por qué dudaba tanto, pero sí entendía por qué yo lo hacía. Si acababa con Kriss después de desnudar mi corazón ante él, estaría disgustada con Maxon, pero, sobre todo, me odiaría a mí misma. Me aterraba arriesgarme hasta ese punto.
El silencio me estaba incomodando. Llegó a un punto en que se hizo insoportable y tuve que hablar.
—¿Quieres que sigamos hablando de esto cuando me encuentre mejor?
—Por supuesto —dijo él, suspirando—. He sido un desconsiderado, perdona.
—No, no. Es que hay otra cosa que te quiero consultar —respondí. Había cosas en las que pensar que eran más importantes que nosotros mismos.
—Adelante.
—He tenido una idea sobre los invitados que querría traer a la fiesta, pero necesito que me des tu aprobación.
Él me miró, confundido.
—Y quiero que sepas todo lo que tengo pensado hablar con ellos. Podríamos estar infringiendo varias leyes, así que no lo haré si me dices que no lo haga.
Intrigado, Maxon levantó la cabeza y se apoyó en un brazo, dispuesto a escucharme:
—Cuéntamelo todo.