Capítulo 8

El palacio se estaba transformando ante mis ojos. Casi de pronto, los pasillos aparecieron decorados con lujosos árboles de Navidad; las escaleras estaban cubiertas de guirnaldas y cambiaron los arreglos florales, en los que se pusieron hojas de acebo y muérdago. Lo curioso era que, si abría la ventana, en el exterior aún parecía que era verano. Me pregunté si en palacio también podrían fabricar la nieve. Quizá, si se lo pidiera a Maxon, lo conseguiría.

O quizá no.

Pasaron los días. Intenté no estar molesta por que Maxon estuviera haciendo exactamente lo que le había pedido, pero el espacio entre los dos se iba volviendo cada vez más frío. Me arrepentía de mi ataque de orgullo. Quizás aquello fuera algo inevitable. ¿Estaría yo destinada a decir algo fuera de lugar, a hacer una mala elección? Aunque Maxon fuera lo que yo quería, nunca conseguía mantener la compostura lo suficiente como para conseguir hacer de aquello una realidad.

Empezaba a cansarme de todo; era el mismo problema al que me enfrentaba desde el día en que Aspen apareció por la puerta del palacio. Y me dolía mi propia indecisión, sentirme tan confundida.

Había cogido la costumbre de pasearme por el palacio por las tardes. Desde que nos habían prohibido acceder al jardín, pasarse día tras día en la Sala de las Mujeres resultaba opresivo.

Durante uno de aquellos paseos sentí que había algo diferente. Era como si un interruptor invisible hubiera cambiado a todo el mundo en palacio. Los guardias estaban algo más rígidos; las doncellas caminaban algo más rápido. Hasta yo me sentía rara, como si no me aceptaran igual que antes. Antes de poder determinar lo que sentía, el rey asomó por una esquina, rodeado de un pequeño séquito.

Entonces lo entendí todo. En su ausencia, el palacio se había convertido en un lugar más cálido. Sin embargo, ahora que había vuelto, todos estábamos de nuevo sometidos a sus caprichos. No era de extrañar que los rebeldes norteños prefirieran a Maxon.

Cuando el rey se acercó, hice una reverencia. Sin dejar de caminar levantó una mano, y los hombres que le seguían se detuvieron. Él se acercó y se formó un espacio a nuestro alrededor que nos daba cierta intimidad.

—Lady America, veo que aún sigues aquí —dijo, con una sonrisa que estaba en franca contradicción con su tono.

—Sí, majestad.

—¿Y cómo has estado en mi ausencia?

—Callada —dije yo, y sonreí.

—Buena chica. —Echó a andar, pero entonces recordó algo y volvió atrás—. Me ha llamado la atención que, de las chicas que quedan, eres la única que recibe dinero por su participación. Elise renunció al suyo voluntariamente, casi al momento en que dejó de pagarse a las Doses y a las Treses.

Aquello no me sorprendía. Elise era una Cuatro, pero su familia era dueña de varios hoteles de lujo. No necesitaban el dinero como los tenderos de Carolina.

—Yo creo que deberíamos poner fin a eso —anunció sin más.

Me vine abajo.

—A menos, claro, que estés aquí por una paga, y no por amor a mi hijo —dijo, penetrándome con la mirada y desafiándome a que le llevara la contraria.

—Tiene razón —contesté, consciente del mal sabor de boca que me dejaban aquellas palabras—. Es justo.

Era evidente que le decepcionaba no encontrar mayor resistencia.

—Pues me ocuparé de eso inmediatamente.

Se alejó, y yo me quedé allí, intentando no sentir pena por mí misma. La verdad es que era justo. ¿Qué impresión daría que yo fuera la única a la que daban una paga? En cualquier caso, todo acabaría antes o después. Suspiré y volví a mi habitación. Lo mínimo que podía hacer era escribir a casa y advertirles de que no iban a recibir más dinero.

Abrí la puerta y, por primera vez, no hice ni caso a mis doncellas. Anne, Mary y Lucy estaban en un rincón, absortas en un vestido que parecían estar cosiendo, discutiendo sobre la evolución de la prenda.

—Lucy, dijiste que ibas a acabar este dobladillo anoche —dijo Anne—. Te fuiste pronto para hacerlo.

—Lo sé, lo sé. Me distraje con otra cosa. Lo haré ahora —se disculpó. Lucy ya era sensible de por sí, y los modos bruscos de Anne a veces la afectaban profundamente.

—Pues te has distraído muchísimo estos últimos días —insistió la otra.

Mary extendió las manos.

—Calmaos. Dadme ese vestido antes de que lo estropeéis.

—Lo siento —dijo Lucy—. Déjamelo ahora y lo acabaré.

—¿Qué es lo que te pasa? —preguntó Anne—. Últimamente estás desconocida.

Lucy la miró a los ojos, como paralizada. Cualquiera que fuera su secreto, no se atrevía a compartirlo con ellas.

Me aclaré la garganta.

Las tres se giraron y me hicieron una reverencia.

—No sé qué está pasando —dije al acercarme a ellas—, pero dudo mucho de que las doncellas de la reina discutan así. Además, estamos perdiendo el tiempo si hay trabajo que hacer.

Anne, aún enfadada, señaló a Lucy.

—Es que…

Hice que se callara con un pequeño gesto de la mano, y observé, algo sorprendida, que enseguida reaccionaba.

—Nada de discusiones. Lucy, ¿por qué no te llevas eso al taller y lo acabas? Así todas dispondremos de más espacio para pensar.

Lucy recogió enseguida la prenda, tan aliviada al disponer de una excusa para salir de allí que prácticamente lo hizo a la carrera. Anne se la quedó mirando con un mohín. Mary parecía preocupada, pero enseguida se buscó otra tarea, sin mediar palabra.

Tardé dos minutos más en darme cuenta de que el mal ambiente de la habitación no me permitiría concentrarme. Cogí un poco de papel y pluma y volví otra vez a la planta baja. Me preguntaba si habría hecho lo correcto echando a Lucy de allí. A lo mejor les hubiera ido bien poder discutir lo que fuera que les estaba pasando. Tal vez ahora que me había metido en medio no tendrían tantas ganas de ayudarme. La verdad es que era la primera vez que les daba órdenes.

Hice una pausa frente a la Sala de las Mujeres. Pero tampoco parecía que fuera el lugar más indicado. Seguí por el pasillo principal hasta que encontré un rincón tranquilo en un banco. Me pareció un buen lugar. Me acerqué a la biblioteca y cogí un libro donde apoyarme y volví a mi rincón, donde prácticamente quedaba tapada por una gran planta que había al lado. El ventanal que tenía delante daba al jardín. Por un instante, el palacio me pareció mucho más pequeño. Me quedé mirando los pájaros que revoloteaban frente a la ventana e intenté pensar en el modo más suave de decirles a mis padres que ya no les llegarían más cheques.

—Maxon, ¿no podríamos tener una cita de verdad? ¿Fuera de palacio? —dijo una voz que identifiqué inmediatamente como la de Kriss.

Tal vez la Sala de las Mujeres no estuviera tan concurrida.

Por el tono de la respuesta de Maxon supe que estaba sonriendo:

—Ojalá pudiéramos, cariño, pero, aunque las cosas estuvieran más tranquilas, sería difícil.

—Querría verte en algún lugar donde no fueras el príncipe —se lamentó con dulzura.

—Bueno, pero es que soy el príncipe allá donde vaya.

—Ya sabes lo que quiero decir.

—Lo sé. Lo siento, eso no puedo dártelo. Y creo que también estaría bien verte en algún lugar donde no fueras parte de la Élite. Pero así es mi vida —dijo, poniéndose algo triste—. ¿Lo lamentarías? Esto sería así para el resto de tu vida. Unas paredes preciosas, pero paredes al fin y al cabo. Mi madre apenas sale de palacio una o dos veces al año —prosiguió. A través de las gruesas hojas de la planta, vi como pasaban de largo, completamente ajenos a mi presencia—. Y si crees que ahora la opinión pública influye en tu vida, piensa que sería mucho peor si fueras la única chica a la que miran. Sé que tus sentimientos por mí son profundos. Lo siento cada día. Pero ¿y la vida que supone estar conmigo? ¿La deseas?

Debían de haberse parado en algún punto del pasillo, porque la voz de Maxon no perdía intensidad.

—Maxon Schreave —replicó Kriss—, lo dices como si estar aquí fuera un sacrificio para mí. Cada día doy gracias por haber sido elegida. A veces intento imaginarme cómo sería la vida si no nos hubiéramos conocido nunca… Y preferiría perderte ahora mismo a haber pasado toda una vida sin vivir esto.

La voz se le estaba volviendo pastosa. No me pareció que estuviera llorando, pero no le faltaba mucho.

—Necesito que sepas que te querría aun sin estas ropas fastuosas y estos salones espléndidos. Te amaría aunque fuera sin corona, Maxon. Te quiero a ti.

Él se quedó sin habla. Me imaginé que estaría abrazándola o limpiándole las lágrimas, que, a esas alturas, seguro que ya habría derramado.

—No puedes imaginarte lo que significa para mí oír eso. Me alegro por fin de oír que alguien piensa que soy yo lo que importa —confesó en voz baja.

—Lo eres, Maxon.

Se produjo otro silencio entre ellos.

—Maxon…

—¿Sí?

—Yo… creo que no quiero esperar más.

Aunque sabía que lo lamentaría, al oír aquellas palabras dejé el papel y la pluma allí mismo, me quité los zapatos y, en silencio, me escabullí hasta llegar al otro extremo del pasillo. Cuando me giré a mirar, vi a Maxon de espaldas. La mano de Kriss se deslizaba suavemente por su cogote. La melena de ella cayó hacia un lado al besarse y, por primera vez, parecía que a Kriss le iba realmente bien. El beso era mucho mejor que el primero que había dado Maxon, eso desde luego.

Me oculté tras la esquina. Un segundo más tarde, oí una risita tonta. Maxon soltó un suspiro entre triunfal y aliviado. Volví a dirigirme a mi rincón a paso ligero, inclinándome hacia la ventana, por si acaso.

—¿Cuándo podemos repetir? —preguntó ella en voz baja.

—Hmm. ¿Qué tal en el tiempo que se tarda en llegar desde aquí a tu habitación?

La risa de Kriss se fue perdiendo a medida que avanzaban por el pasillo. Yo me quedé allí sentada un minuto y luego cogí el papel y la pluma. Ahora sí que las palabras me salían sin esfuerzo.

Mamá y papá:

Estos días tenemos tanto que hacer que no me extenderé. Con el fin de demostrar mi devoción por Maxon y que no sigo aquí por los lujos que supone estar en la Élite, he renunciado a la prestación monetaria por participar en La Selección. Soy consciente de que os lo digo sin tiempo para reaccionar, pero estoy segura de que, con todo lo que nos han dado hasta ahora, no os faltará gran cosa.

Espero no decepcionaros demasiado con esta noticia. Os echo de menos y deseo que podamos vernos pronto.

Os quiero a todos,

AMERICA