Maxon y yo nos miramos el uno al otro. Luego observamos a los rebeldes.
—Me ha oído bien. Soy un Illéa. De nacimiento. Y ella lo será por matrimonio, antes o después —dijo August, señalando a la chica con un gesto de la cabeza.
—Georgia Whitaker —se presentó—. Y, por supuesto, todos sabemos quién eres tú, America.
Me sonrió de nuevo, y le respondí con el mismo gesto. No estaba segura de si confiaba en ella, pero desde luego no la odiaba.
—Así que mi padre tenía razón. —Maxon suspiró. Me lo quedé mirando, confundida. ¿Sabía Maxon que había descendientes de Gregory Illéa por ahí?—. Ya me dijo que vendrías un día a reclamar la corona.
—Yo no quiero su corona —replicó August.
—Me parece bien, porque tengo intención de gobernar este país —respondió Maxon—. He sido criado para ello. Si crees que puedes presentarte aquí afirmando que eres el tataratataranieto de Gregory…
—¡Yo no quiero tu corona, Maxon! —repitió August, pasando a tutearle—. Destruir la monarquía es más bien el objetivo de los rebeldes sureños. Nuestros fines son otros. —August se acercó a la mesa y se sentó. Entonces, como si fuera él el anfitrión, nos indicó las sillas con la mano, invitándonos a tomar asiento.
Nos miramos y nos sentamos con él. Georgia hizo lo mismo. August se nos quedó mirando un momento, escrutándonos o intentando decidir por dónde empezar.
Maxon, quizá para recordarnos quién mandaba allí, rompió el hielo:
—¿Queréis un poco de té o café?
—¿Café? —respondió Georgia, como si se le hubiera activado un interruptor.
Maxon no pudo evitar sonreír al ver su entusiasmo, se giró y llamó a un guardia.
—¿Puede pedirle a una de las criadas que traiga café, por favor? Y que se asegure de que está bien cargado —dijo. Luego miró de nuevo a August—. No puedo ni imaginarme qué queréis de mí. Si habéis venido de noche, será que queréis mantener esta visita lo más en secreto posible. Decid lo que tengáis que decir. No puedo prometeros que os daré lo que pedís, pero escucharé.
August asintió y se acercó.
—Llevamos décadas buscando los diarios de Gregory. Sabemos de su existencia desde hace mucho tiempo, y últimamente hemos recibido confirmación de una fuente que no puedo revelar. —August me miró—. No fue por la presentación que hiciste en el Report, por si te lo preguntabas.
Suspiré aliviada. Nada más mencionar los diarios, ya había empezado a maldecirme en silencio por aquello. Ahora Maxon tendría una cosa más que añadir a las tonterías en mi haber.
—Nunca hemos deseado abolir la monarquía —le dijo a Maxon—. Aunque naciera de un modo tan corrupto, no tenemos ningún problema con tener un líder soberano, en particular si ese líder eres tú.
Maxon no se inmutó, pero yo noté que aquello le enorgullecía.
—Gracias.
—Lo que queremos son otras cosas, libertades específicas. Queremos cargos públicos nombrados democráticamente y el fin de las castas. —August dijo aquello como si fuera algo sencillo. Si hubiera visto cómo se habían cargado mi presentación en el Report, no lo habría dicho tan alegremente.
—Actúas como si yo ya fuera el rey —respondió Maxon, impotente—. Aunque fuera posible, yo no puedo daros lo que pedís.
—Pero ¿estás abierto a la idea?
Maxon levantó las manos y las dejó caer de nuevo sobre la mesa, echando el cuerpo adelante.
—Que lo esté o no es irrelevante ahora mismo. No soy el rey.
August suspiró y miró a Georgia. Parecían comunicarse sin palabras. Me impresionó su nivel de compenetración. Ahí estaban, en una situación muy tensa —en la que se habían metido sin garantías de poder salir otra vez— y sus sentimientos seguían ahí, bien tangibles.
—Y hablando de reyes —añadió Maxon—, ¿por qué no le explicas a America quién eres tú? Estoy seguro de que lo harás mejor que yo.
Sabía que aquello era una maniobra de Maxon para darse tiempo, para recuperar el control de la situación, pero no me importaba. Me moría por saberlo.
August esbozó una sonrisa que nada tenía de divertida.
—Es una historia interesante —respondió, con una decisión en la voz que dejaba claro que aquello tendría miga—. Como sabéis, Gregory tuvo tres hijos: Katherine, Spencer y Damon. A Katherine la casaron con un príncipe, Spencer murió y Damon fue quien heredó el trono. Entonces, cuando Justin, el hijo de Damon, murió, su primo Porter Schreave se convirtió en príncipe al casarse con la joven viuda de Justin, que había ganado la Selección apenas tres años antes. Y ahora los Schreave son la familia real. No debería quedar nadie de los Illéa. Pero estamos nosotros.
—¿Nosotros? —preguntó Maxon, con un tono calculado, como si esperara enterarse de la cantidad exacta.
August se limitó a asentir. El ruido de unos tacones anunció la llegada de la criada. Maxon se llevó un dedo a los labios, como si August fuera a decir algo más antes de que la doncella se fuera. La joven dejó la bandeja en la mesa y sirvió café para todos. Georgia cogió su taza inmediatamente y se la tendió para que la llenara. A mí no es que me gustara mucho el café —me parecía demasiado amargo—, pero sabía que me ayudaría a mantenerme despierta, así que acepté una taza.
Antes de que pudiera llevármela a los labios, Maxon me colocó el azucarero delante. Como si supiera que lo iba a necesitar.
—¿Decías? —dijo Maxon, que dio un sorbo a su café sin azúcar.
—Spencer no murió —respondió August—. Sabía lo que había hecho su padre para hacerse con el control del país, sabía que a su hermana prácticamente la habían vendido a un hombre que odiaba, y sabía que se esperaba lo mismo de él. No podía hacerlo, así que huyó.
—¿Y dónde fue? —pregunté. Era lo primero que decía.
—Se ocultó con familiares y amigos, y acabó formando un campamento en el norte con gente que pensaba como él. Allí hace más frío, es más húmedo, y es tan difícil orientarse que nadie se adentra en la región. Así que vivimos tranquilos la mayor parte del tiempo.
Georgia le dio un codazo, con un gesto de sorpresa en la cara.
—Supongo que acabo de daros las instrucciones necesarias para que nos invadáis —reaccionó August—. Solo quiero recordaros que nunca hemos matado a ninguno de vuestros oficiales o de vuestro personal, y que evitamos herirlos a toda costa. Lo único que hemos querido siempre es poner fin a las castas. Para hacerlo, necesitamos pruebas de que Gregory era el hombre que siempre nos dijeron que era. Ahora ya las tenemos, y America lo dejó entrever tan claramente que pensamos que podríamos explotarlo si quisiéramos. Pero no es eso lo que deseamos hacer. A menos que sea estrictamente necesario.
Maxon apuró su taza y la dejó sobre la mesa.
—A decir verdad, no sé qué se supone que tengo que hacer con esa información. Eres un descendiente directo de Gregory Illéa, pero no quieres la corona. Has venido a solicitar algo que solo el rey te puede dar, pero, sin embargo, pides audiencia conmigo y con una de las chicas de la Élite. Mi padre ni siquiera está aquí.
—Lo sabemos —dijo August—. Hemos escogido el momento.
Maxon resopló.
—Si no quieres la corona y solo pedís cosas que yo no puedo daros, ¿por qué habéis venido?
August y Georgia se miraron, quizá preparando la mayor petición de todas.
—Hemos venido a pedirte esas cosas porque sabemos que eres un hombre razonable. Te hemos observado toda la vida, y lo vemos en tus ojos. Lo veo en estos mismos momentos.
Intenté que no se me notara, pero me quedé observando la reacción de Maxon ante aquellas palabras.
—A ti tampoco te gustan las castas. No te gusta cómo dirige tu padre el país, con puño de hierro. No quieres combatir en guerras que sabes que no son más que una distracción. Más que nada en el mundo, lo que quieres es paz.
»Hemos supuesto que, una vez que seas rey, las cosas podrían cambiar. Y hemos esperado mucho para ello. Estamos dispuestos a aguardar más aún. Los rebeldes norteños están decididos a darte su palabra de no atacar nunca más el palacio y de contribuir en lo que podamos para detener o entorpecer los movimientos de los rebeldes sureños. Nosotros vemos muchas cosas que tú no puedes ver desde detrás de estos muros. Podríamos jurarte fidelidad, sin dudarlo, si nos muestras que estás dispuesto a trabajar con nosotros en pos de un futuro que por fin le dé ocasión al pueblo de Illéa de vivir su propia vida.
Maxon no parecía saber qué decir, así que hablé yo.
—¿Y qué es lo que quieren los rebeldes sureños? ¿Matarnos a todos?
August hizo un movimiento con la cabeza que no era ni de negación ni de asentimiento.
—En parte será eso, estoy seguro, pero solo para no tener oposición. Hay demasiada población oprimida. Ellos son un grupo emergente que ha decidido que podrían ser los que dirigieran el país. America, tú eres una Cinco; sé que has conocido a mucha gente que odia la monarquía.
Maxon me miró con discreción. Yo asentí levemente.
—Claro que sí. Porque cuando estás en lo más bajo, tu única opción es culpar a los de arriba. En este caso tienen un buen motivo para hacerlo: al fin y al cabo, fue un Uno quien los sentenció a una vida sin esperanza. Los líderes de los rebeldes sureños han convencido a sus discípulos de que el modo de recuperar lo que consideran que es suyo es arrebatárselo a la monarquía. Pero ha habido gente que se ha escindido de los rebeldes sureños y se ha alineado con nosotros. Y sé que, si los sureños consiguen el poder, no tienen ninguna intención de compartir la riqueza. ¿Quién lo ha hecho a lo largo de la historia?
—Quieren arrasar Illéa, tomar el poder, hacer un puñado de promesas y dejar a todo el mundo en el lugar exacto en que están ahora. Estoy seguro de que, para la mayoría de la gente, las cosas empeorarán. Los Seises y los Sietes no mejorarán, salvo por unos cuantos elegidos que los rebeldes manipularán para poder escenificar su maniobra. A los Doses y a los Treses se les arrebatará todo. Eso hará que mucha gente se sienta vengada, pero no arreglará nada.
—Si no hay estrellas del pop que publiquen esas canciones que aletargan los sentidos, no hay músicos de acompañamiento, ni empleados de discográficas, ni vendedores en las tiendas de discos. Quitando de en medio a una persona que esté en lo más alto se destruye a miles que se sitúan en una posición inferior.
August hizo una breve pausa. En su rostro podía verse lo preocupado que estaba.
—Será otra vez igual que con Gregory, solo que peor. Los sureños están dispuestos a derramar cuanta sangre sea necesaria, y las posibilidades de que el país vuelva a levantarse en su contra son mínimas. Será la misma opresión de siempre, con un nuevo nombre…, y tu pueblo sufrirá como nunca antes —dijo, mirando a Maxon a los ojos. Parecía que entre ellos había cierto entendimiento, algo que quizá fuera propio de los nacidos para gobernar.
—Lo único que necesitamos es una señal. Entonces haremos todo lo que podamos para cambiar las cosas, de forma justa y pacífica. Tu pueblo merece una oportunidad.
Maxon posó la mirada en la mesa. No podía imaginarme lo que estaría pensando.
—¿Qué tipo de señal? —preguntó, vacilante—. ¿Dinero?
—No —respondió August, casi riéndose—. Disponemos de muchos más fondos de lo que puedes imaginarte.
—¿Y cómo es posible?
—Donaciones —respondió él, sin más.
Maxon asintió, pero a mí aquello me sorprendió. «Donaciones» significaba que había gente —a saber cuánta— que los apoyaba. ¿Qué dimensiones tendrían las fuerzas rebeldes norteñas, contando a todas esas personas que les daban apoyo? ¿Qué proporción del país estaba pidiendo exactamente lo que aquellos dos habían venido a exigir?
—Si no es dinero, ¿qué es lo que queréis? —preguntó Maxon por fin.
August hizo un gesto con la cabeza en dirección a mí.
—Escógela a ella.
Hundí la cara en las manos, segura de cuál sería la reacción de Maxon.
Se produjo un largo silencio antes de que perdiera la compostura:
—¡No voy a aceptar que nadie me diga con quién puedo y con quién no puedo casarme! ¡No os permitiré que juguéis con mi vida!
Levanté la cabeza justo a tiempo para ver cómo August se ponía en pie.
—La casa real lleva años jugando con la vida de los demás. Madura, Maxon. Eres el príncipe. ¿Quieres tu maldita corona? Pues quédatela. Pero es un privilegio que comporta una serie de responsabilidades.
Los guardias se habían ido acercando cautelosamente, alertados por el tono de Maxon y la actitud agresiva de August. Desde luego, a aquella distancia seguro que lo oían todo.
Maxon también se puso en pie, frente a August.
—No vais a tomar decisiones sobre mi vida. Y punto.
Sin inmutarse, August dio un paso atrás y se cruzó de brazos.
—¡Muy bien! Tenemos otra opción, si esta no funciona.
—¿Quién?
August puso la mirada en el cielo.
—Sí, claro, te lo voy a decir. Después de ver cómo has reaccionado…
—Suéltalo.
—Que sea esta o la otra importa poco. Lo único que necesitamos saber es que escoges una pareja que esté en sintonía con este plan.
—Me llamo America —repliqué yo, airada, poniéndome de pie y mirándole a los ojos—, no «esta». No soy ningún juguete ni una pieza más de vuestra revolución de pacotilla. Se os llena la boca diciendo que todo el mundo en Illéa debería tener la ocasión de vivir su vida. ¿Y yo qué? ¿Y mi futuro? ¿Es que eso no cuenta?
Los miré a los ojos, a la espera de una respuesta, pero se mantuvieron en silencio. Observé que los guardias nos rodeaban, dispuestos a reaccionar en cualquier momento.
—Yo estoy a favor de acabar con las castas —proseguí, bajando la voz—, pero no soy el juguete de nadie. Si buscáis un monigote, ahí arriba hay una chica tan enamorada de él que haría lo que le pidierais si eso implicaba que iba a conseguir que se le declarara. Y las otras dos…, sea por sentido del deber, sea por ambición, también se prestarían. Id a buscar a una de ellas.
Me giré, sin esperar a que respondieran, y me marché de allí, enfadada, todo lo rápido que me permitían la bata y las zapatillas.
—¡America! ¡Espera! —dijo Georgia. Me alcanzó cuando yo ya había atravesado la puerta—. Espera un minuto.
—¿Qué?
—Lo sentimos. Pensábamos que estabais enamorados. No éramos conscientes de que estábamos pidiendo algo a lo que se opondría. Estábamos seguros de que podríamos contar con él.
—No lo entendéis. Está harto de que le manipulen y le digan lo que tiene que hacer. No tenéis ni idea de todo por lo que ha pasado. —Sentí las lágrimas en los ojos; parpadeé para limpiármelos, fijando la vista en los dibujos de la chaqueta de Georgia.
—Sabemos más de lo que tú te crees —respondió ella—. Quizá no todo, pero sí mucho. Hemos estado siguiendo la Selección muy de cerca, y parece que vosotros dos os lleváis muy bien. Se le ve muy contento cuando está contigo. Y, además…, sabemos que rescataste a tus doncellas.
Tardé un segundo en darme cuenta de lo que quería decir. ¿Quién se lo habría contado?
—Y vimos lo que hiciste por Marlee. Vimos cómo peleaste. Y luego tu presentación, hace unos días. —Se detuvo y soltó una carcajada—. Desde luego le echaste valor. No nos iría nada mal una chica valiente.
—No intentaba hacerme la heroína —repliqué sacudiendo la cabeza—. La mayor parte del tiempo no me siento para nada valiente.
—¿Y qué? Lo importante no es cómo te sientas con respecto a tu carácter. Lo importante es lo que hagas con él. Tú, más que las demás, actúas intentando hacer lo correcto antes de pensar lo que significará para ti. Maxon tiene estupendas candidatas esperándole, pero ninguna de ellas se mancharía las manos para mejorar las cosas. No son como tú.
—En gran parte han sido gestos egoístas. Marlee era importante para mí, y también lo son mis doncellas.
Georgia dio un paso adelante.
—Pero ¿a que esas acciones tuvieron consecuencias?
—Sí.
—Y probablemente sabías que las tendrían. Pero actuaste en defensa de quienes no se podían defender. Eso es especial, America.
No estaba acostumbrada a aquel tipo de elogios. Sí a que mi padre me dijera que cantaba muy bien o a que Aspen me dijera que era la chica más guapa que había visto nunca, pero… ¿aquello? No sabía cómo reaccionar.
—La verdad es que, con algunas cosas de las que has hecho, cuesta creer que el rey te haya permitido quedarte. Todo aquello del Report… —Soltó un silbido.
—Se enfadó muchísimo —dije, sin poder evitar reírme.
—¡No sé cómo saliste viva!
—Pues por los pelos, desde luego. Y la mayoría de los días tengo la sensación de estar a solo unos segundos de la expulsión.
—Pero a Maxon le gustas, ¿no? Él te protege…
Me encogí de hombros.
—Hay días en que me siento muy segura, y otros en los que no tengo ni idea. Hoy no es un buen día. Ni tampoco lo fue ayer. Ni anteayer, a decir verdad.
Ella asintió.
—Bueno, en todo caso, nosotros te apoyamos.
—A mí y a alguien más —la corregí.
—Es cierto —respondió, pero no me dio ninguna pista sobre su otra favorita.
—¿A qué vino aquella reverencia en el bosque? ¿Querías burlarte de mí?
Ella sonrió.
—Sé que puede que no lo parezca, por el modo en que actuamos en ocasiones, pero en realidad nos importa la familia real. Si los perdemos, los rebeldes sureños ganarán. Y si se hacen con el control…, bueno, ya has oído a August. —Meneó la cabeza—. En cualquier caso, estaba segura de que tenía delante a mi futura reina, así que pensé que lo mínimo era una reverencia.
Su razonamiento era tan tonto que me hizo reír de nuevo.
—No sabes lo agradable que es hablar con una chica con la que no estoy compitiendo.
—¿Ya te cansas, eh? —preguntó, con un gesto de complicidad.
—Al reducirse el grupo, la cosa ha ido a peor. Quiero decir que sabía que sería así, pero… es como si ya no se tratara de ser la elegida de Maxon, sino de asegurarse que no se decanta por las otras chicas. No sé si eso tiene mucho sentido.
—Sí que lo tiene —dijo, asintiendo—. Pero, oye, cuando te presentaste, ya lo sabías.
Chasqueé la lengua.
—En realidad, no. La verdad es que me… animaron a que me presentara. Yo no quería ser princesa.
—¿De verdad?
—De verdad.
—Pues el hecho de que no quieras la corona probablemente te convierte en la mejor persona para llevarla —contestó con una sonrisa.
Me la quedé mirando. Aquellos ojos enormes me convencieron de que no tenía ninguna duda de lo que estaba diciendo. Habría querido hacerle más preguntas, pero Maxon y August salieron del Gran Salón, con aspecto de estar sorprendentemente tranquilos. Un único guardia los seguía a cierta distancia. August miraba a Georgia como si se arrepintiera de haber pasado lejos de ella aunque solo fuera un minuto. Quizás aquel fuera el único motivo por el que habían venido los dos.
—¿Estás bien, America? —preguntó Maxon.
—Sí —respondí, de nuevo incapaz de mirarle a los ojos.
—Deberías ir a prepararte para comenzar el día —sugirió—. Los guardias han jurado mantener el secreto, y me gustaría que tú también lo hicieras.
—Por supuesto.
Parecía molesto con la frialdad de mi respuesta, pero ¿cómo se suponía que tenía que actuar?
—Señor Illéa, ha sido un placer. Volveremos a hablar pronto —se despidió Maxon, que le tendió la mano.
August se la estrechó enseguida.
—Si necesita cualquier cosa, no dude en pedírnosla. Estamos de su lado, alteza.
—Gracias.
—Vámonos, Georgia. Algunos de estos guardias tienen pinta de ser de gatillo fácil.
Ella soltó una risita.
—Nos vemos, America.
Asentí, segura de que no volvería a verla, lo cual me entristecía. Ella pasó por delante de Maxon y cogió a August de la mano. Salieron por la puerta principal de palacio seguidos por un guardia. Maxon y yo nos quedamos solos en el vestíbulo.
Él me miró a los ojos. Murmuré algo, señalé hacia arriba y me puse en marcha. Su reacción cuando le pidieron que me escogiera a mí no había hecho más que acrecentar el dolor que me habían causado sus palabras del día anterior en la biblioteca. Pensé que después de lo del refugio habíamos llegado a cierto nivel de entendimiento. Sin embargo, al parecer, todo se había vuelto aún más complicado que al principio, cuando intentaba decidir si Maxon me gustaba lo suficiente o no.
No sabía qué significaba aquello para nosotros. O si aún valía la pena preocuparse de ese «nosotros».