Día 53

13 de febrero

Yo solo quería dormir.

—¿Estás seguro? —me preguntó Lauren. Quería que saliera y fuese a comprobar las trampas para ardillas con ella—. Luke va a venir.

Había habido un tiempo en que yo hubiese cuestionado la prudencia de llevar a nuestro hijo de dos años a dar un paseo para encontrar roedores atrapados, pero ahora me limité a darme la vuelta en la cama, apartándome de Lauren. Me resultaba difícil mirarla.

—No —respondí tras una pausa—. Estoy realmente cansado.

Esperé a que se fuera.

—Llevas días durmiendo. ¿Estás seguro? ¿Sabes qué día es mañana?

No tenía ni idea. Me tapé la cabeza con la sábana, intentando protegerme del sol que entraba por las ventanas.

—Por favor, solo estoy cansado, ¿vale?

Lauren se quedó plantada allí un buen rato. Supuse que quería decirme qué día era, pero al final oí sus pasos alejándose y los escalones que crujían mientras bajaba. Me rebullí en la cama, intentando encontrar una postura cómoda, pero los piojos habían vuelto a infestarlo todo. Si me estaba quieto el tiempo suficiente, el sueño acabaría viniendo a mí y dejaría de notarlos.

Quería dejar de notarlo todo.

Yo era un solucionador, alguien que reparaba cosas, que resolvía problemas. Dime qué te preocupa y encontraré una solución. Pero aquello no había forma de arreglarlo porque no había forma de que encontrara una salida de aquel laberinto. Me había planteado caminar hacia el sur, caminar hacia el norte, buscar una bicicleta o hablar con alguien que pasara por la carretera, pero cualquier opción estaba cargada de peligro e incertidumbre.

Así que dormía.

Solo me levantaba para comer, pero me había hartado de comer «verduras del bosque», como las llamaba Susie. Estábamos comiendo hierba; en ocasiones, cada varios días, un siluro. Teníamos que comérnoslo todo en uno o dos días antes de que se echara a perder. Susie estaba intentando salar los que no podíamos comernos inmediatamente, con no demasiado buen resultado.

Las ardillas eran mejores, pero costaba cazarlas. Habíamos atrapado unas cuantas, pero eran listas y habían aprendido a mantenerse alejadas de las trampas.

No éramos los únicos que estaban luchando por sobrevivir.

De todas maneras, daba igual. Cualquier cosa que encontraba para comer la guardaba para Lauren. Mientras que mi vientre estaba cada vez más hundido, el suyo seguía hinchándose. El bulto del embarazo era claramente visible bajo su ropa.

Yo intentaba acordarme de qué día, de qué semana era. «¿Qué día es mañana?». ¿Por qué me lo había preguntado? El último de nuestros móviles se había quedado sin batería y, sin reloj, el tiempo empezó a perder todo su significado.

«Veintidós semanas. Está embarazada de alrededor de veintidós semanas. Es la mitad del embarazo. ¿Y después qué? ¿Qué haremos cuando se ponga de parto? Ella tenía razón. Tendría que haber abortado». Pero ya era demasiado tarde.

Otro pensamiento me asaltó: «San Valentín, mañana es San Valentín».

Me puse de lado, apreté los párpados, me encogí en posición fetal y me dormí.