Día 36

27 de enero

La claridad en el horizonte se burlaba de mí. No tardarían en dar las diez. Estábamos en el porche delantero de la cabaña de Chuck, viendo parpadear las luces de Washington a lo lejos. Solo unos días antes aquellas luces brillaban como un halo de salvación, pero ahora se habían convertido en un símbolo de aflicción.

—No me lo puedo creer —murmuró Susie, mirando las luces.

Le tendí el móvil.

—Mira las fotos.

Susie sacudió la cabeza.

—Las he visto, pero no puedo creer que esto haya pasado realmente.

Luke seguía levantado, jugando al lado de la hoguera que habíamos encendido. Metía un palo en las llamas.

—Luke —lo llamó Lauren, levantándose—. No…

La cogí del brazo suavemente para que siguiera sentada.

—Luke necesita aprender por sí mismo. Déjalo. Puede que no siempre estemos aquí para protegerlo.

Lauren iba a abrir la boca para discrepar y ya se disponía a apartarme, pero se paró y miró a Luke. Volvió a sentarse, sin dejar de observarlo atentamente pero sin decir nada.

La noche anterior me había perdido intentando encontrar el camino montaña arriba en la oscuridad, a pesar de que llevaba linterna. Todo me parecía igual, y había acabado hecho un ovillo en el suelo, amontonando hojas a mi alrededor para que me aislaran del frío, dispuesto a esperar hasta que saliera el sol. Había vuelto a llover, pero no sé muy bien cómo me había quedado dormido y, cuando desperté, apenas era capaz de moverme. Tenía los brazos y las piernas entumecidos de frío.

Cuando entré dando traspiés en el campamento improvisado del bosque al amanecer, Susie estuvo a punto de pegarme un tiro. Habían estado esperando un convoy de rescate, helicópteros y comida caliente, pero lo único que llegó fui yo, delirando y medio muerto de frío. Agotado y peligrosamente cercano a la hipotermia, hablaba de chinos y farfullaba cosas ininteligibles.

Volvimos a la cabaña y encendimos la estufa de leña. Después me pusieron delante, tumbado en un sofá y cubierto con unas cuantas mantas. Susie me dejó dormir hasta última hora de la tarde. Lo primero que hice en cuanto desperté fue hablar con Lauren para decirle lo mucho que la quería, y después estuve un buen rato jugando con Luke en el sofá, intentando imaginar cómo sería su vida a partir de entonces.

Todos querían saber qué había sucedido, pero les pedí que me dejaran un rato a solas para procesar la información, para encontrar la mejor manera de explicarles que no había ayuda en camino, que dependíamos de nuestros propios recursos. Que quizá ya no vivíamos en Estados Unidos.

Al final, les pedí que salieran a la terraza y les mostré las fotos de mi móvil. Me hicieron muchas preguntas, pero yo no tenía respuestas.

—¿Así que, simplemente, dejaron que te fueras? —me preguntó Chuck.

Las heridas no terminaban de curársele y haber pasado fuera dos días, en el bosque, había empeorado todavía más las cosas. Susie no había conseguido sacarle del brazo todos los perdigones y la mano parecía que le dolía más. Llevaba el brazo en cabestrillo.

—Sí, eso hicieron.

—¿Así que viste a nuestros militares, a nuestra policía allí? ¿Y nadie hacía nada?

Recordé mi llegada a Washington. Todo lo que había visto adquirió un nuevo significado en cuanto vi el campamento del Ejército chino. Lo reviví todo mentalmente, intentando extraer detalles de cosas que había visto pero quizá no había entendido.

—Nuestra policía estaba allí. Desde luego quienes dirigían el torrente de refugiados eran americanos. Vi algunos militares en la carretera, pero creo que eran chinos.

—¿Viste algún combate?

Negué con la cabeza.

—Todo el mundo parecía abatido, como si la cosa ya hubiera acabado.

—Así que no había edificios bombardeados. ¿Todo estaba intacto?

Asentí, tratando de recordar todo lo que había visto.

—¿Cómo pudieron rendirse sin ninguna clase de resistencia? —exclamó Chuck, furioso.

Le estaba costando mucho creerlo. No era que no me creyese, pero no lograba entender cómo la cosa podía haber terminado tan deprisa. Yo mismo seguía sin ser capaz de creerlo.

—Si los chinos inutilizaron los sistemas de comunicaciones y de armamento de los militares, les habrá sido muy difícil oponer resistencia. —Yo también había pensado en ello—. Habremos sido unos cavernícolas plantando cara a un ejército moderno.

—¿Así que Washington parecía normal? —preguntó Lauren, haciéndole carantoñas a Luke y estirando el cuello para que le dejara ver algo—. ¿Fuiste al Capitolio?

—No. Como os he dicho, estaba asustado. Creo que nos estaban canalizando hacia un campo de concentración. Llegué a pensar que no conseguiría volver de allí.

—¿Pero había gente, ciudadanos de este país, yendo tranquilamente por ahí a pie o en coche? —preguntó Chuck.

Les había descrito a las personas que vi en las calles, algunas de las cuales iban andando tranquilamente como si no hubiera pasado nada. Les hablé de los vaqueros que me habían llevado hasta allí en su camioneta.

Susie suspiró.

—Cuesta creerlo, pero supongo que la vida sigue.

—La vida siguió en la Francia ocupada durante la guerra —dije con tristeza—. París también se rindió sin ofrecer resistencia. Ni bombas ni combates, simplemente libre un día y ocupada al siguiente. La gente continuó saliendo a la calle y comprando pan, bebiendo vino…

—Tuvo que suceder mientras estábamos en Nueva York —dijo Lauren—. Ha pasado más de un mes desde que quedamos aislados. Eso explica la extraña falta de información y el modo en que han ido las cosas.

Lo explicaba todo.

Ya no había nieve, pero seguía siendo invierno, así que no se oían grillos ni ruido de insectos en el oscuro bosque. El silencio era ensordecedor.

Suspiré.

—De todos modos, es mejor que hayamos salido de Nueva York. Parece que dejarán que se pudra.

—¡Bastardos! —gritó Chuck, levantándose de la silla en la que lo habíamos acomodado y agitando el puño bueno hacia la pincelada de claridad que brillaba en el horizonte—. No voy a rendirme sin luchar.

—Cálmate, cariño —le dijo Susie, levantándose también para abrazarlo—. De momento nada de pelear.

—Sobrevivimos a duras penas. —Me reí—. ¿Cómo vamos a pelear?

Chuck miró el horizonte.

—La gente lo ha hecho otras veces. Los movimientos clandestinos, la Resistencia…

Lauren miró a Susie.

—Me parece que ya es suficiente por hoy, ¿no crees?

Susie estuvo de acuerdo.

—Creo que deberíamos dormir un poco.

Chuck bajó la cabeza y se volvió hacia la puerta.

—Avísame cuando te vayas a la cama, Mike, y bajaré a montar guardia.

Lauren se inclinó sobre mí para besarme.

—Siento haberme perdido tu cumpleaños —murmuré.

—Que hayas vuelto sano y salvo ha sido el mejor regalo que me han hecho jamás.

—Tenía tantas ganas de…

—Lo sé, Mike, pero lo que importa es que ahora estamos juntos. —Besó a Luke y se levantó, acunándolo en sus brazos. Estaba dormido.

Permanecí sentado en silencio. Cuando miré el marco de la puerta, vi que alguien había clavado allí la mezuzá de los Borodin.

—¿Quién ha sido? —pregunté, señalándola.

—Yo —dijo Lauren.

—Un poco tarde, ¿no crees?

—Nunca es demasiado tarde, Mike.

Suspiré y volví a contemplar el horizonte.

—Me quedaré un rato aquí abajo —le dije a Lauren—. ¿Te parece bien?

—Ven pronto a la cama.

—Lo haré.

Me quedé contemplando el resplandor de Washington en la lejanía, absorto en un rápido repaso mental de las imágenes de mi trayecto hasta allí y del viaje de regreso. Para los demás, solo había estado fuera dos días, pero a mí me parecían años, una eternidad, y el mundo había cambiado.

Permanecí sentado en silencio cosa de una hora, hirviendo de ira. Finalmente me levanté, le volví la espalda a Washington y entré en la cabaña.