19 de enero
—¿Estás seguro de que quieres hacer esto?
Damon asintió.
Encaramado en la estructura del parking, el suelo parecía mucho más lejos que cuando tenías los pies firmemente plantados en él. Chuck habría hecho mejor papel que yo allí arriba, pero con la mano rota no podía trepar, ni tampoco conducir. Damon y yo habíamos tardado media hora solo en quitar la nieve y el hielo del todoterreno.
Tony estaba bajando al suelo después de haber trepado a la valla publicitaria con el cable de la polea. Era el único lo suficientemente fuerte para conseguirlo, ya que los veinticinco metros de cable tenían que pesar más de cincuenta kilos.
Sujetándolo lo más cerca que pudo de la pared de la valla, a unos seis metros enfrente de nosotros, minimizaría la fuerza que intentaría arrancarla de la fachada del edificio, que formaba un ángulo de noventa grados con la plataforma del parking. La valla sobresalía de ella, así que el balanceo se llevaría a cabo en un espacio sin obstáculos. De nuevo en el suelo, Tony me hizo el signo del pulgar hacia arriba, y yo se lo devolví y le hice una seña con la cabeza a Damon.
Poniendo el cambio de marchas en punto muerto, Damon accionó el interruptor de la polea. El todoterreno se inclinó hacia delante.
—¡Despacio! —grité justo cuando Damon pisaba el freno y paraba la polea.
—¿Por qué no dejas puesto el freno de mano y permites que la polea se encargue de hacer el trabajo?
—Buena idea —respondió Damon.
Llevaba un casco de motorista que habíamos encontrado en el garaje. Con la larga bufanda alrededor del cuello y echada a la espalda, le daba un aspecto ligeramente cómico.
—La iré moviendo hacia delante centímetro a centímetro.
Sobre el papel, aquello había parecido arriesgado pero factible. En la práctica —bajar poco a poco un todoterreno que pesaba tres toneladas y media desde una plataforma metálica situada a quince metros del suelo para que se balanceara de una valla publicitaria— era una insensatez. Después de subir y hacerme una idea de lo que iba a suponer todo aquello, le dije a Damon que era una locura e insistí en que volviéramos.
Pero no había nada a lo cual volver. No teníamos elección, ya no.
Damon accionó el interruptor de la polea un instante y retrocedió, mirándome para asegurarse de que estábamos bien.
—¡A los neumáticos delanteros les queda un palmo para salirse del suelo! —chillé.
Damon asintió y volvió a accionar el interruptor.
El día anterior había sido bastante ajetreado. Subimos agua suficiente para lavarnos y afeitarnos. Lauren le había cortado el pelo a todo el mundo mientras Susie y Chuck recorrían los apartamentos en busca de ropa limpia. Cuando llegáramos a la barricada de los militares teníamos que parecer pulcros trabajadores de los servicios de emergencias, no nativos atrapados.
Tony salió de noche para recuperar todas las bolsas de comida que pudo. Después las había dejado caer al lado del parking, enterrándolas debajo de la nieve, en lugar de llevarlas al edificio. Ir cargados con un montón de comida habría incrementado las probabilidades de que nos atacaran durante el trayecto. Al igual que los animales, ciertas personas sabían intuitivamente qué llevabas encima. Transportar las últimas reservas de diésel ya había sido bastante peligroso.
Con un golpe sordo, los neumáticos delanteros del todoterreno se salieron del borde de la plataforma. El todoterreno se deslizó unos cuantos centímetros hacia delante y se detuvo. Damon me miró y sonrió.
—¿Estás bien? —pregunté, sacudiendo la cabeza. El corazón me retumbaba en el pecho.
Damon estaba asombrosamente tranquilo, para estar enfrentándose a la muerte.
—Perfectamente —respondió.
Sonreía, pero la mano que mantenía cerca del interruptor de la polea le temblaba. Volvió a accionarla y a detenerla para que el todoterreno avanzara unos cuantos centímetros más.
El camino hasta allí había sido de lo más surrealista.
La última vez que alguno de nosotros se había atrevido a ir más allá de la calle Veinticuatro, al otro lado de nuestra puerta trasera, fue cuando Chuck y yo decidimos ir a echarle un vistazo al todoterreno, casi una semana y media antes. Por aquel entonces Nueva York era un erial helado, lleno de basura y desperdicios humanos, pero desde ese momento se había transformado en una auténtica zona de guerra.
La nieve estaba pisoteada y oscura, cubierta de detritus. Edificios quemados enmarcaban el desfiladero de la Novena Avenida mientras bajábamos hacia allí, alzándose sobre la destrucción de las ventanas hechas añicos y los restos de los contenedores lanzados desde el aire. La temperatura había subido por encima de cero grados y los cadáveres asomaban de la nieve que se derretía, amontonados con el resto de la basura.
—¡Medio metro y llegarás a los neumáticos traseros!
El todoterreno se deslizó hacia delante una fracción más y se detuvo con los neumáticos traseros a escasos centímetros del borde de la plataforma metálica y el morro suspendido en el aire. Los bajos del Land Rover tenían adosado un metro de chapa blindada que sobresalía de los neumáticos traseros, así que incluso cuando estos hubieran abandonado la plataforma permanecería en esa posición hasta que el último centímetro del parachoques quedara en el aire.
Al menos, ese era el plan.
Jaurías cada vez más grandes de perros y gatos abandonados se habían unido a las ratas que infestaban los montones de basura de las calles. Chuck disparó a los primeros que vimos mordisqueando cadáveres humanos, pero necesitábamos ahorrar la munición y los disparos atraían la atención. De todos modos, los animales se dispersaban apenas veían gente, intuyendo que corrían tanto peligro de ser comidos como los cadáveres.
Formábamos un grupo variopinto. Yo volvía a llevar el abrigo de mujer que había cogido en el hospital. Hasta ese momento habíamos salido en solitario o de dos en dos como mucho, pero ahora todos necesitábamos prendas de abrigo y no podíamos ser puntillosos. Avanzábamos cautelosamente, manteniendo la vista baja y las armas preparadas.
Había sido un trayecto largo del que todavía no me había recuperado. Trepar al parking había acabado con las pocas fuerzas que me quedaban, pero la adrenalina que me corría por las venas me mantenía atento.
Damon volvió a accionar el interruptor de la polea. Los neumáticos traseros salieron de la plataforma, y las tres toneladas y media de todoterreno quedaron apoyadas en el extremo trasero de su armazón con un potente impacto que hizo temblar toda la estructura del parking. Se deslizó hacia delante cosa de medio metro y se detuvo.
El todoterreno había quedado mirando hacia el suelo en un ángulo de treinta grados. Damon, suspendido en el espacio, estaba a unos dos metros y medio del borde de la estructura del parking, en el asiento del conductor. El morro con la polea se encontraba a tres metros escasos de la valla publicitaria.
—¡Listo! —le grité a Damon—. ¿Quieres decir algo para la posteridad?
—Dame un momento.
—¿Esas son tus últimas palabras?
Damon me sonrió, y le devolví la sonrisa.
Desde el suelo, Lauren y Susie miraban hacia arriba. Parecían diminutas. Luke parecía todavía más pequeño. Un grupito de unos doce espectadores harapientos se había congregado ya y vi más gente acercándose. Tony y Chuck se pusieron a gritarles apuntándolos con sus armas, diciéndoles que retrocedieran, que no teníamos comida.
—El tiempo no es más que una ilusión —dijo Damon, y accionó el interruptor de la polea.
«Un chico de lo más extraño».
Uno de los extremos del parachoques salió de la plataforma antes que el otro, haciendo que el todoterreno girara rápidamente. El otro lado quedó libre con un súbito bamboleo, impulsando el todoterreno en arco hacia abajo, pero también lateralmente, hacia la fachada del edificio donde estaba encajada la plataforma de la valla publicitaria.
Yo no había tenido en cuenta ese movimiento al hacer mis cálculos en una servilleta de papel, y probablemente fue lo que salvó la maniobra al transferir al edificio una gran parte de la fuerza de empuje inicial. El metal chirrió y la plataforma de la valla se dobló bajo la súbita tensión mientras el todoterreno giraba en un gran arco por debajo de ella.
¡Bang! Una sujeción metálica de la plataforma se soltó de la pared acompañando toda una lluvia de ladrillos y, un instante después, ¡bang!, una segunda sujeción se desprendió cuando el todoterreno llegó al punto más bajo del arco que describía.
Damon había estado accionando la polea en dirección a la plataforma, para minimizar la fuerza del balanceo, pero cuando el todoterreno volvió hacia mí, con el morro ya casi en la plataforma, invirtió la acción de la misma y empezó a bajar el vehículo.
Justo a tiempo, ya que la plataforma se desprendió completamente de la pared y la valla publicitaria cayó al mismo tiempo que el todoterreno, girando como una peonza, hacia la nieve.
El todoterreno aterrizó ruidosamente sobre el parachoques posterior y dio una vuelta de campana. Afortunadamente, quedó posado sobre las ruedas y no sobre el techo. La plataforma de la valla se desplomó al mismo tiempo, con el extremo del cable de la polea hundiéndose en la nieve a un metro y medio del todoterreno, pero el otro extremo permaneció flojamente atado al edificio.
Después se hizo el silencio.
—¡Ha sido impresionante…! —chilló Damon, asomando la cabeza por la ventanilla para mirarme, mientras agitaba el puño.
La plataforma tembló y rechinó.
—¡Mike, baja! —me gritó Chuck. La multitud de espectadores harapientos no paraba de crecer—. ¡Tenemos que largarnos!
Con una temblorosa exhalación, me di cuenta de que había contenido la respiración durante la proeza de Damon. Saliendo de mi aturdimiento, caminé por la plataforma metálica hacia la escalerilla posterior y bajé. Cuando llegué abajo, Susie y Lauren ya se habían abrochado los cinturones de seguridad en los asientos de atrás con los niños y Tony estaba metiendo en el maletero las últimas bolsas de comida y los bidones de diésel. Damon, encaramado al techo del todoterreno, iba hacia la plataforma incrustada en la nieve para desatar el cable de la polea.
Corrí por la nieve, dando resbalones, y llegué al todoterreno justo cuando Damon se metía dentro. Chuck mantenía abierta la puerta del lado derecho para que yo entrara y salté al interior, cerrándola a mis espaldas. La polea zumbó, enrollando el cable en el morro del todoterreno.
Tony iba al volante. Había conducido vehículos pesados en Iraq. Dando gas al motor, se volvió a mirarnos.
—¿Listos para irnos?
—Listos —respondió Chuck.
Contuve el aliento.
Los espectadores habían empezado a agruparse alrededor del todoterreno y Tony lo hizo avanzar bruscamente, dispersando a los que teníamos delante, y luego condujo despacio por la nieve. Algunos se pusieron a golpear las ventanillas con las manos, suplicándonos que nos detuviéramos, que los lleváramos con ellos, que les diéramos cualquier cosa de comer.
En cuanto salimos a la calle Gansevoort, el único obstáculo para quedar libres era el gigantesco montículo de nieve acumulado a lo largo de la autopista del West Side. Era más alto que un adulto, pero con la parte central allanada por la gente que iba a pie. Tony pisó el acelerador.
—Mi pequeño lo conseguirá —le murmuró Chuck en voz baja a Tony, instándolo a seguir—. ¡Agarraos bien!
Con un crujido, el todoterreno impactó en el montículo de nieve y empezó a subir por él, dando botes y haciéndonos sentir como si estuviéramos a punto de caer hacia atrás. Por fin el morro coronó el montículo y se inclinó hacia delante. Resbalamos cuesta abajo por el otro lado, nos detuvimos en el carril norte, sobre la calzada libre de nieve.
Marcha atrás, Tony hizo girar el todoterreno y enfiló hacia el norte, hacia el puente George Washington. Nos reuniríamos con el sargento Williams en la esquina sureste del Centro Javits, desde donde nos acompañaría hasta la barricada militar.
—Poneos los trajes NBQ —me oí decirles a todos.
Luke estaba sentado a mi lado, sujeto únicamente por el cinturón de seguridad. Parecía asustado. Bajando la vista hacia sus preciosos ojos azules, le desabroché el cinturón y me lo senté en el regazo.
—¿Quieres jugar al escondite?
Se suponía que los trabajadores de los servicios de emergencia no iban con niños. Luke me miró, sonriendo. ¿Cómo voy a meterlo en una bolsa? Me rebelaba contra la idea, pero Lauren me lo cogió del regazo, besándolo, besándome.
—Ponte el traje y yo me ocuparé de Luke.
La miré con el ceño fruncido.
—Les he hecho una cuna, tonto. Ahora ponte el traje.
Quitándome el cinturón de seguridad, me contorsioné para ponerme el traje amarillo.
El puente George Washington asomó en la lejanía.