11 de enero
—¿Sabías que somos los únicos animales con tres especies distintas de piojos?
—No lo sabía —respondí mientras me rascaba la cabeza primero y el hombro después.
Damon estaba muy ocupado inspeccionando su suéter.
—Sí, hace unas semanas vi un especial sobre eso en Discovery Channel.
Habíamos reunido a todo el mundo en el pasillo para escuchar el mensaje del presidente, programado para las diez de la mañana. El pasillo acababa de empezar a calentarse. Al anochecer apagábamos la estufa de queroseno, ya que dejarla encendida toda la anoche habría sido demasiado peligroso.
Veintisiete personas nos apiñábamos en el pasillo, con Irena y Aleksandr custodiando a los cinco prisioneros retenidos en su apartamento. Que nosotros supiéramos, en nuestro edificio había treinta y cuatro almas, todas ellas en el sexto piso, y nueve muertos en el segundo.
Los Borodin se habían ofrecido a confinar en su dormitorio a la banda de Paul. Lauren hubiese querido que los tuviéramos en algún sitio más alejado de los niños, pero desplegarnos ya no era práctico ni seguro. Habíamos renunciado a custodiar la entrada y el hueco de la escalera, y únicamente vigilábamos nuestro extremo del pasillo protegido por la barricada.
Irena le dijo a Lauren que no se preocupara, que si la puerta de su dormitorio se movía, entonces se limitarían a disparar, y que, de todos modos, al cabo de uno o dos días los prisioneros estarían demasiado débiles para presentar mucha batalla.
—Los piojos de la cabeza y las ladillas no son tan malos —continuó Damon—, pero los del cuerpo… —se inclinó sobre su suéter, pilló algo entre dos dedos y lo alzó ante mí para que pudiera verlo—, ese sí que es un cabroncete. —Aplastó al piojo entre los dedos.
La esfera de las radios pirata hervía de especulaciones sobre lo que iba a decirnos el presidente: que estábamos en guerra, que habíamos sido invadidos, que habían sido los rusos, terroristas extranjeros, los chinos, terroristas de nuestro propio país, los iraníes. Cada uno tenía su propia teoría al respecto.
Todavía más siniestros eran los informes que corrían por la red de malla que hablaban de centenares o incluso miles de muertos dentro de Penn Station y el Javits, o los de que el cólera se había extendido a la estación Gran Central. Se especulaba sobre casos de tifus.
—Creo que aún no tengo ninguna ladilla —dijo Damon, mirándose la ingle—. Y supongo que si la tuviera tampoco sería nada del otro mundo. Llevo tiempo sin ejercitarme, pero todavía me acuerdo de lo que se sentía.
Rio y me miró. Yo sonreí y sacudí la cabeza.
Richard nos estaba mirando furioso.
—¿Podríais dejar de hablar de piojos? Estoy intentando escuchar.
Si el entorno físico estaba convirtiéndose en un estercolero, el entorno interpersonal estaba aún peor. Era claramente ponzoñoso.
—Ese tío no es más que otro charlatán sin cerebro —replicó Damon, encogiéndose de hombros.
El mensaje del presidente aún no había empezado, y estábamos escuchando cómo un comentarista especulaba acerca de lo que diría.
Miré a Richard e intenté calmar los ánimos.
—Solo estaba bromeando, quitando hierro al asunto…
—Estamos hartos de vuestros juegos —gruñó Richard—. Usarnos como cebo, espiarnos…
Se había filtrado que estábamos utilizando la red de malla de Damon para seguir sus movimientos y que habíamos planeado la trampa para la banda de Paul sin contarles qué estaba pasando.
Richard y Rory se habían puesto lívidos, pero Chuck estaba igual de furioso.
—¡Por una buena razón! —estalló—. Uno de vosotros es un espía que trabaja para ellos.
No iba a contenerse. Sabía que a la mañana siguiente nos habríamos marchado: otra cosa que no les contábamos a nuestros compañeros de piso.
—¿Un espía? ¿Para ellos? —se enfureció Rory—. ¿Quiénes son ellos? ¿Estás oyendo lo que dices?
Chuck lo señaló con un dedo acusatorio.
—No quiero oírte decir ni una palabra. Tú eres el único que ha estado cerca del apartamento de Paul, y esos mensajes de aquí para allí…
—Ya te lo he explicado. Me detuve a examinar un poco de basura cerca de ese apartamento. No sabía que nos encontrábamos bajo vigilancia.
—Canalla. Mucho meterte con Anonymous y los hackers, y te vi allí abajo hablando con Stan antes de que empezara todo esto…
—¿Quieres saber quién es muy amigo de Stan? —Rory señaló a Richard—. Habla con él.
—A mí no me metas en esto —dijo Richard, sacudiendo la cabeza.
—¿Por qué no? —pregunté yo.
Richard rio.
—Apuesto a que utilizas ese sistema para seguirle los pasos a Lauren, ¿verdad que sí?
No me pude contener.
—Calla —le dije.
Lauren estaba sentada a mi lado. Apartó su mano de la mía y miró al techo.
—¿Qué hay de tu nuevo amigo? —continuó Richard, señalando a Damon—. ¿Qué sabes de él? Llega aquí por casualidad como caído del cielo y nadie sabe quién es. Si alguien es…
Chuck se levantó del asiento.
—Este chico te ha salvado el culo; ha salvado un montón de vidas. Sin nosotros ahora estaríais en la calle, puede que muriéndoos en Penn Station, o Paul os lo habría robado todo. ¿No crees que deberías mostrar un poco de gratitud?
—Oh, ¿deberíamos estarte agradecidos? El que está cuidando de la gente soy yo. —Agitó la mano en dirección a la familia china, encogida detrás de él—. Mientras, tú te haces fuerte en tu palacio. Sabemos que dispones de una reserva de alimentos secreta. ¿Y quién os ha nombrado policías del edificio? ¿Por qué no nos dais ningún arma para que podamos protegernos a nosotros mismos?
Aquel tema se había convertido en una seria causa de fricción. Desde el primer momento habíamos mantenido las armas en nuestro poder, y cuando Chuck empezó a sospechar de nuestros vecinos, se negó categóricamente a permitir que nadie más tuviera un arma.
Los hijos de la joven madre refugiada, Vicky, que estaban en el sofá del centro del pasillo, se echaron a llorar.
—Te diré por qué somos la policía —dijo Chuck con una sonrisa—. ¡Porque tenemos las armas!
Rory rio.
—Así que la piel de oveja ha caído por fin. Los que tienen las armas dictan las reglas. Un paranoico, eso es lo que eres…
—Ahora vas a ver lo que es paranoia —lo amenazó Chuck.
—¿Podríais parar de una vez, por favor? —Susie lo agarró del brazo, obligándolo a volver a sentarse—. Bastantes peleas hay ahí fuera para que encima nosotros empeoremos la situación. Este edificio es nuestro hogar y, os guste o no, estamos juntos, así que os sugiero que aprendáis a sacarle el máximo provecho, chicos.
Ellarose se había echado a llorar. Susie le lanzó una mirada de reproche a Chuck y se la llevó a su apartamento, hablándole dulcemente todo el tiempo. Chuck volvió a sentarse, con los hombros caídos, y la tensión en el pasillo disminuyó levemente.
En el silencio, el locutor de radio habló de pronto.
—«Dentro de unos instantes el presidente se dirigirá a la nación. Por favor, que todo el mundo preste atención. Empezaremos dentro de un momento».
Inquietos y asustados, los niños sentados en el sofá del centro del pasillo gimoteaban.
Miré a la familia china acurrucada en el rincón, detrás de Richard. No le habían dirigido la palabra a ninguno de nosotros en tres semanas excepto a él. Si estaban flacos a su llegada, ahora se los veía esqueléticos. Me devolvieron la mirada con la misma expresión vacía que yo había empezado a ver en muchos de los refugiados. Hasta ese momento daba por sentado que lo que les daba miedo era la situación, pero de pronto lo vi de otro modo completamente distinto. Siempre había considerado a los de nuestro grupo los abastecedores, los protectores, pero para ellos éramos quienes tenían las armas, las máquinas, la información: el poder. Aquel era nuestro espacio, nuestra casa, y les escondíamos cosas, seguíamos sus movimientos y los observábamos. Nos habíamos convertido en su fuente de temor.
—«Compatriotas —dijo la voz grave del presidente, y Damon se inclinó hacia la radio para subir el volumen mientras Susie y Ellarose volvían con nosotros—. Es con una gran tristeza como me dirijo a vosotros ahora, en la que quizá sea la hora más oscura de esta gran nación. Sé que muchos de los que me escucháis estáis asustados y hambrientos, que tenéis frío y os halláis a oscuras, preguntándoos qué está pasando, y siento que hayamos tardado tanto tiempo en poder llegar hasta vosotros».
En la pausa que siguió a aquellas palabras, la bombilla del pasillo parpadeó cuando el generador empezó a hacer ruidos. Chuck saltó de su asiento para ir a ver qué le pasaba.
—«Las comunicaciones fueron barridas casi por completo en lo que nos hemos acostumbrado a describir como el “evento”, algo que ahora comprendemos que es un ciberataque coordinado contra las infraestructuras de este país y la red mundial de internet».
—Dinos algo que no sepamos —murmuró Damon. El generador volvió a cobrar vida con un ronroneo y la luz regresó al pasillo. Chuck vino y se colocó junto a Susie, poniéndole la mano en el hombro.
—«Seguimos sin conocer el alcance del ataque, ni la extensión de la violación de nuestras fronteras territoriales por intrusos desconocidos. Ahora os hablo no desde Washington, sino desde una ubicación que seguirá siendo secreta hasta que hayamos logrado comprender mejor a nuestros adversarios».
Eso llenó el pasillo de murmullos ahogados.
—«Si bien la totalidad de Estados Unidos, de hecho el mundo entero, se ha visto afectado por este evento iniciado por atacantes desconocidos, no todas las zonas soportan los mismos efectos. Los fallos en el suministro eléctrico solo fueron temporales al oeste del Misisipí, y el suministro ha sido restaurado en casi todo el Sur, pero Nueva Inglaterra y Nueva York han sufrido considerablemente porque una sucesión de tremendas tormentas invernales ha empeorado terriblemente su situación».
Saber que no todo el país se hallaba en el mismo estado que nosotros siempre era un consuelo.
—«Nuestro Ejército fue puesto en DEFCON 2 durante el evento, el grado más alto de nuestra historia, pero ahora hemos bajado a DEFCON 4. Esta es la razón, como muchos de vosotros os habréis preguntado quizá, por la que nuestros militares no han sido capaces de ayudar con un despliegue más local, ya que hemos mantenido los ojos vueltos hacia nuestros atacantes».
—Te lo dije —susurró Chuck—. Nosotros estamos muriendo dentro mientras ellos custodian las malditas cercas.
—«Lo único que puedo deciros, tras semanas de investigaciones, es que por lo visto la mayoría si no todos los ataques tienen su origen en organizaciones relacionadas con o controladas por el Ejército de Liberación del Pueblo Chino».
Aquello provocó un estallido de susurros nerviosos. Todos los presentes clavamos los ojos en la familia china del final del pasillo, pero apartamos la mirada en cuanto nos dimos cuenta de lo que estábamos haciendo.
—«Ahora tenemos cuatro grupos de portaaviones de combate en el mar de China, aguardando los resultados de la confrontación en la ONU y la OTAN. No retrocederemos, y tampoco dejaremos que nuestros ciudadanos sufran por más tiempo. Tengo buenas noticias: he aprobado un decreto urgente para que la ciudad de Nueva York y la Costa Este vuelvan a disponer de electricidad y del resto de servicios públicos dentro de los próximos días, cueste lo que cueste».
Vítores de alegría.
El presidente hizo una pausa.
—«Pero lamento tener que informar a los ciudadanos de Nueva York de que, a corto plazo, el CDC ha solicitado, y se lo he concedido, mantener en cuarentena temporalmente la isla de Manhattan, debido a la serie incontrolable de brotes infecciosos transmitidos por el agua. Dicha cuarentena no durará más de uno o dos días, e imploro a los neoyorquinos que no salgan de sus casas y permanezcan calientes y a salvo. Estaremos con vosotros lo antes posible. Que Dios os bendiga a todos».
La radio calló.