Día 18

9 de enero

—Están viniendo.

Mi estómago gruñó.

En una parte enloquecida de mi mente, yo abrigaba la esperanza de que trajeran comida.

«Si tenemos que luchar, al menos que sea por una buena comida». Era una idea completamente desprovista de lógica, como la de girar el volante e incrustarte contra el tráfico que venía en sentido contrario cuando estás conduciendo. Normalmente yo no tenía ni idea de por qué pensamientos semejantes acudían a mi mente. Sencillamente acudían.

Esta vez sabía por qué: para no dejar espacio a la idea de que me estaban acosando, de que mi familia estaba siendo acosada.

El hambre se infiltraba en cada uno de mis pensamientos. Cada vez comía menos, esforzándome por hacer creer a Lauren que sí lo hacía, pero siempre guardando hasta la última migaja.

Cuando Luke y yo jugábamos en el pasillo, iba sacando mis regalos escondidos que él recibía con chillidos de excitación. Ver una sonrisa en su carita hacía que todo hubiera valido la pena.

—¿Estás prestando atención? —me preguntó Chuck—. Parece que son seis.

Asentí, viendo cómo un conjunto de puntos se desplazaba por la pantalla del portátil de Damon, y después me metí en la boca una cuenta de cristal de un cuenco decorativo de la encimera y empecé a chuparla.

Un viento frío entraba por la ventana abierta del dormitorio de Chuck. Las chicas y los niños habían salido por ella al tejado vecino para esconderse en un apartamento del edificio contiguo y Damon estaba ayudando a salir a Irena y Aleksandr. Desde ahí podríamos bajar por la escalera de incendios de la parte de atrás y volver a entrar a un piso de más abajo de nuestro edificio por las puertas exteriores que habíamos dejado entornadas.

Íbamos a atrapar a Paul y su banda. Los cazadores estaban a punto de convertirse en cazados.

Damon había ideado el plan, que había inclinado la balanza a la hora de decidir quedarnos en lugar de ir a buscar el todoterreno. Queríamos intentar bajarlo al suelo y huir, pero como no sabíamos cuándo vendrían Paul y su banda, decidimos quedarnos y luchar.

Una vez decidido, dijimos a toda la gente del pasillo y a los que estaban en cuarentena en el primer piso que íbamos a dar una fiesta de cumpleaños para Luke. Sería una fiesta privada, les dijimos, solo estaban invitados los de nuestro grupo y no estaríamos disponibles.

Si les pareció raro, nadie dijo nada, aunque sí hubo unas cuantas miradas resentidas por parte de quienes pensaban que íbamos a darnos un banquete y no los estábamos invitando.

Lo de decirle a todo el mundo que íbamos a dar una fiesta había sido idea de Chuck. Yo estaba seguro de que al final la cosa quedaría en nada, pero cuando faltaban unos segundos para las cinco de la tarde, justo cuando habíamos dicho que se suponía iba a empezar la fiesta de Luke, los puntos se cohesionaron súbitamente en el mapa de ubicación de la red de malla de Damon. Por lo visto alguien de nuestro piso estaba en comunicación con los que nos acechaban.

Paul y los suyos se nos acercaban.

—Cuando entren, dejarán por lo menos a un hombre de guardia en la entrada —dijo Tony.

Era el único de nosotros entrenado para el combate, así que estaba al mando de la misión.

—Que Irena y Aleksandr se encarguen de ese hombre —dijo—, y nosotros cuatro esperaremos hasta que los demás hayan llegado a este piso, y entonces los sorprenderemos por detrás.

»Vosotros dos manteneos atrás, ¿vale? —añadió, mirándonos a Chuck y a mí.

Nosotros dos estábamos casados y teníamos hijos, había insistido, así que él y Damon irían delante. Damon no había puesto ninguna objeción, pero estuvo muy callado todo el rato mientras planeábamos aquello.

Ya íbamos abrigados para estar fuera, y Tony fue directo hacia la ventana abierta y salió al tejado.

—¿Y si se separan? —pregunté.

Damon desapareció un instante para devolver el portátil a su estación de control en el pasillo. Volvió enseguida, abriendo su smartphone y pasándome las gafas de RA.

—Ahí es donde entras tú —dijo—. Estás acostumbrado a servirte de ellas para localizar las bolsas que enterrasteis, y ahora las bolsas son los malos.

Me puse las gafas y miré por la ventana hacia donde estaba señalando. En la oscuridad, seis puntitos rojos iban por la Novena Avenida en nuestra dirección. El edificio de enfrente nos ocultaba aquel tramo de la Novena Avenida, así que los puntos quedaban superpuestos allí donde estaban Paul y su banda como si yo pudiera ver a través del edificio.

—Los puntos en una pantalla están bien, pero con estas gafas serás capaz de ver a través de los muros para saber dónde se encuentran en cada momento.

—¿Y si uno de ellos no tiene un smartphone en la red de malla?

Damon reflexionó unos momentos.

—Haremos una comprobación visual desde el tejado.

Acabé de salir al tejado, con lo que acabé hundido casi hasta la cintura en la nieve, y ayudé a salir a Damon. Fuera estaba completamente oscuro, pero todavía no era de noche y el cielo estaba despejado. Nos agazapamos y miramos abajo hacia la calle Veinticuatro, esperando a que los hombres aparecieran.

En cuanto lo hicieron levanté el pulgar: cada punto de realidad aumentada se correspondía exactamente con uno de los hombres que estaban doblando la esquina.

Los vimos subir por nuestra calle y me di cuenta de que estaba conteniendo la respiración. Tuve que hacer un esfuerzo para inhalar. Por primera vez en días olvidé que estaba hambriento.

El grupo llegó a la entrada trasera de nuestro edificio, a unos treinta metros de donde estábamos, y pude verles las caras. Paul se sacó algo del bolsillo, unas llaves, y después se acercó a la cerradura para abrir la puerta.

—He dejado libre de servicio a Manuel —susurró Tony—. No hay nadie vigilando el hueco de la escalera.

Tan pronto como los hombres entraron en el edificio, nos levantamos de nuestro escondite en la nieve y bajamos a toda prisa por la escalera de incendios. Yo respiraba pesadamente y el corazón me palpitaba en el pecho. Sin apenas mirarme los pies, contemplaba los puntos rojos a través de la pared de nuestro edificio.

—Uno lleva una escopeta —susurró Tony en voz baja—. ¿Todavía puedes verlos? ¿Dónde están?

—Siguen en el vestíbulo.

Nuestro plan era pasar de la escalera de incendios a la nuestra en el tercer piso. Entonces los puntos empezaron a moverse.

—No, espera, están subiendo.

Tal como había predicho Tony, uno de los puntos se quedó atrás para vigilar la entrada. Para entonces ya habíamos llegado al tercer piso y, mientras el resto de la banda subía hacia nuestra escalera de incendios, me detuve para enviar un mensaje de texto con la ubicación del centinela a Aleksandr e Irena, que estaban escondidos en el segundo piso.

—¿Han pasado por la cuarentena del primer piso?

Estábamos todos preocupados por Vicky y sus hijos.

Negué con la cabeza. Mientras miraba directamente hacia la pared que tenía delante, los puntos rojos se hicieron más grandes, como si se arrastraran a través de la pared para acabar deteniéndose justo enfrente de nosotros. Toda la pared de ladrillo brillaba con un resplandor rojizo.

—Los tenemos justo delante —susurré.

Todos contuvimos la respiración.

La pared roja que palpitaba ante mí cambió y empezó a desplazarse hacia arriba, para volver a convertirse en una serie de puntos rojos independientes encima de mi cabeza.

—No se han detenido en ningún otro sitio. Parece como si supieran exactamente adónde van.

Chuck y Tony asintieron, y a una señal mía empezamos a seguirlos, guiándonos por su movimiento ascendente en el hueco de la escalera de incendios. El quinto piso era lo más arriba que podíamos llegar por fuera, así que esperamos.

—Describe lo que estás viendo —me susurró Tony.

—Parece como si estuvieran en la puerta del sexto piso, esperando fuera.

—Actuarán muy deprisa —dijo Tony—, probablemente enviando a uno o dos hacia el apartamento de Richard mientras el resto va al de Chuck. Tan pronto como abran esa puerta tendrás que decírnoslo, y entonces entraremos por aquí.

El viento silbaba mientras esperábamos. Chuck apartó nerviosamente la escasa nieve que se había acumulado desde que habíamos limpiado aquel sitio unas horas antes. Yo miraba pared arriba, observando los puntos rojos, hasta que los vi moverse, cruzar la puerta y dispersarse por el pasillo.

—¡Ya!

Chuck abrió la puerta. Tony entró el primero, seguido de Damon, con Chuck y yo en último lugar.

—Uno ha ido hacia el apartamento de Richard —dije mientras subíamos hacia el rellano del sexto piso—. Parece que los demás están esperando delante de la puerta de Chuck.

Respirando pesadamente, nos agrupamos detrás de la puerta que daba al pasillo. Todos tenían un arma en la mano excepto yo, que rebusqué en mi bolsillo para empuñar la mía.

—En cuanto parezca que van a entrar en el apartamento de Chuck, avísanos —dijo Tony—. Damon irá por el tipo del apartamento de Richard y nosotros tres sorprenderemos a los cuatro que estarán dentro del apartamento de Chuck. ¿Lo habéis entendido?

Asentí como los demás, pero mantuve la vista clavada en los puntos rojos que aguardaban a mi derecha. Eran grandes y se confundían entre sí. «¿Eso de ahí son tres personas o cuatro?». Pero entonces oí a los atacantes irrumpir gritando en el apartamento de Chuck. No tuve que decir nada. Tony abrió la puerta sin hacer ruido y accedimos al pasillo.

Me quedé rezagado, asustado, pero después me obligué a salir, a tiempo para oír a Chuck.

—¿Nos buscabais, gilipollas? —chilló Chuck—. ¡Tirad las armas!

Corrí hacia la puerta de Chuck, quitándome las gafas de RA y levantando el arma. Tres hombres estaban inmóviles con las manos levantadas, mirándonos estúpidamente. Reconocí a uno: el que había atacado a Chuck. Uno a uno fueron tirando al suelo las armas.

Tony pasó corriendo junto a mí para ir a ver cómo le había ido a Damon.

—¡Todo despejado! —gritó pasados unos segundos.

—¿Tienes a Paul? —gritó Chuck.

—¡No, pero tenemos a Stan!

Ninguno de los hombres que había delante de nosotros era Paul. «¿Ha conseguido bajar las escaleras de algún modo sin que lo viéramos?».

—¿Dónde está el sexto? —preguntó Damon, apareciendo detrás de mí.

Señaló las gafas de RA que yo tenía en la mano. Tardé un segundo en comprender lo que quería decirme, pero luego me apresuré a ponérmelas.

Tres puntos rojos flotaron ante mí cuando miré a los tres tipos inmóviles en nuestra habitación, y al volverme vi acercarse el punto del hombre al que habían capturado en el pasillo. Mirando hacia abajo a la izquierda distinguí otro punto que se nos aproximaba. Seguramente Irena y Aleksandr traían al hombre que habían capturado abajo.

«Eso son cinco. ¿Dónde está el sexto?».

—Solo cuento cinco —dije, después de haberlo comprobado otra vez.

—¡Maldición! —chilló Chuck—. Atadlos. Está aquí, en alguna parte.

Condujimos a mi apartamento a los cuatro hombres que habíamos capturado, los metimos en mi pequeño dormitorio y los atamos. A esas alturas Irena y Aleksandr ya habían llegado, empujando al tipo al que le habían tendido la emboscada abajo.

—¿Dónde está Paul? —preguntó Chuck a los hombres arracimados en el suelo.

Stan y otros tres se limitaron a fruncir el ceño, pero el que había atacado a Chuck no era tan valiente desarmado.

—Se ha quedado fuera —respondió, claramente asustado. Por lo visto sabía que lo habíamos reconocido—. No me matéis, por favor.

—Un poco tarde para ruegos —rezongó Chuck—. ¿Por qué se ha quedado Paul atrás?

—Ha dicho que se aseguraría de que nadie nos siguiera. Se ha escondido en la puerta del otro lado de la entrada.

Chuck soltó un taco, frotándose la nuca con el 38.

—¿Por qué habéis vuelto? —le preguntó a Stan.

El hombre se encogió de hombros.

—Paul dice que todavía tenéis montones de cosas: comida, equipo…

—¿Y os habéis arriesgado a volver por eso?

Stan se miró los pies.

—Y por el portátil. Ha dicho que contiene fotos de todos nosotros. —Miró a Chuck a los ojos—. Haciéndole cosas, ya sabes, a la gente…

Damon golpeó la pared.

—Mierda. —Miró hacia el pasillo y hundió los hombros—. Se ha llevado el portátil.

Tony y Chuck pasaron junto a Damon, saliendo para buscar a Paul en el edificio, pero yo sabía que no iban a encontrarlo. Tenía la impresión de que se mantendría también fuera de la red.

—¿Qué vamos a hacer con ellos? —le pregunté a Chuck.

—Eso déjamelo a mí, Mi-kay-yal —respondió Irena, empujando a Stan con el viejo rifle—. Tenemos alguna experiencia del gulag.

—Encantado de estar en el otro bando —añadió Aleksandr con una sonrisa.