7 de enero
Me picaba todo el cuerpo y sin poder dejar de moverme traté de encontrar una postura cómoda. Mis sueños habían sido inquietos, más duermevela que otra cosa. Me acosté cuando estaba a punto de amanecer. Exhausto, estrujé la almohada probando otro ángulo más entre las sábanas sucias.
Alguien o algo lloraba en mi sueño…
«Esto no es un sueño».
Abrí los ojos y vi a Lauren sentada en un sillón, junto a la cama, abrigada con una manta sintética floreada. Tenía las piernas cruzadas debajo del cuerpo y estaba apoyada en la cuna de Luke, donde él dormía profundamente. Iba apartándose de la cara mechones de pelo que luego inspeccionaba, uno por uno, a la tenue luz de las primeras horas del día.
Era ella quien lloraba, meciéndose atrás y adelante. Respirando hondo, intenté disipar de mi cerebro la neblina del sueño.
—Cariño, ¿estás bien? ¿Luke está bien?
Volviendo a ponerse bien los mechones de pelo que había estado inspeccionando, Lauren se secó las lágrimas de los ojos y sorbió aire por la nariz.
—Estamos bien. Estoy bien.
—¿Seguro? Anda, ven a la cama y háblame.
Lauren miró el suelo. Volví a inspirar profundamente.
—¿Estás enfadada porque anoche salí del edificio?
Lauren negó con la cabeza.
—Iba a decírtelo, pero…
—Sabía que planeabas salir.
—Entonces, ¿no estás disgustada por eso?
Volvió a negar con la cabeza.
—¿Te duele algo, no te encuentras bien?
Se encogió de hombros.
—¿Qué es, Lauren? Háblame…
—No me encuentro bien, y me duelen los dientes.
—¿Es el embarazo?
Mirando al techo, Lauren dijo que sí con la cabeza y empezó a sollozar de nuevo.
—Y tengo piojos. Los hay por todas partes.
De pronto todos los picores de la semana anterior cobraron un nuevo sentido. Me rasqué la nuca, con la sensación de tener todo el cuerpo lleno de invasores.
Sentándome en la cama, acabé de espabilarme con un estremecimiento.
—Luke también está lleno —dijo, llorando—. Mi pequeñín.
Me levanté de la cama y me senté junto a ella, abrazándola y mirando a Luke. Al menos él parecía tranquilo. Después de respirar profundamente unas cuantas veces, Lauren se calmó y se irguió en el sillón.
—Ya sé que no son más que piojos —suspiró—. Tampoco es el fin del mundo, me comporto como una tonta…
—No digas eso.
—Creo que antes nunca había tenido que estar un día entero sin ducharme, no que yo recuerde.
—Yo tampoco.
La besé.
—Y Luke y Ellarose tienen unos sarpullidos terribles.
Permanecimos sentados en silencio y observamos a Luke durante unos segundos.
Me volví hacia Lauren y la miré directamente a los ojos.
—¿Sabes cuál es el proyecto de hoy?
Lauren suspiró.
—¿Un nuevo sistema de poleas para subir agua? Ayer oí hablar de ello a Damon…
—No —reí yo—. El proyecto de hoy es un delicioso baño caliente para mi esposa.
—Tenemos cosas mucho más importantes que hacer —dijo ella, bajando la cabeza.
—No hay nada más importante que tú.
Le acaricié la mejilla con la punta de la nariz. Lauren rio.
—Hablo en serio. Dame una o dos horas y te tendré preparado un baño bien caliente.
—¿De verdad?
Se echó a llorar de nuevo, pero esta vez las lágrimas eran de felicidad.
—De verdad. Podrás estar en remojo todo el tiempo que quieras, relajarte, asear a Ellarose como es debido y meter dentro a Luke con su patito de goma. Cuando hayas acabado, utilizaremos el agua para lavar ropa. Será estupendo.
La abracé y ella me devolvió el abrazo, las lágrimas de felicidad todavía corriéndole por la cara.
—¿Por qué no descansas un poco? Voy a hablar con Damon para ver qué tal va todo.
Mientras ella volvía a acostarse, acurrucándose bajo las mantas, abrí la puerta de nuestra habitación y salí, cerrando sin hacer ruido una vez que estuve fuera.
En la sala principal, entre nuestro dormitorio y el que ocupaba Chuck, Tony roncaba estrepitosamente en el sofá, cubierto por un montón de mantas. Siempre se hacía cargo del turno de guardia nocturno y había estado en la puerta a mi vuelta, antes de amanecer. Las persianas estaban bajadas, manteniendo la sala en penumbra, y no lo desperté.
En el pasillo, casi todos se habían ido ya para efectuar sus trayectos cotidianos a las estaciones de emergencia, donde harían cola para la comida y el agua. Reinaba el silencio.
Rory estaba inclinado sobre uno de los barriles de agua, junto al ascensor del pasillo, llenando una botella. Lo saludé con una inclinación de cabeza y me miró sin decir nada, pero después me susurró los buenos días antes de volverse para bajar las escaleras. Dos personas dormían aún bajo un montón de mantas en el otro extremo del pasillo.
Detrás de la barricada de cajas que marcaba el nuestro, Damon dormía profundamente, así que pasé por encima de él sin hacer ruido y llamé a la puerta de los Borodin para ver qué tal estaban.
Irena abrió la puerta en cuestión de segundos. Aleksandr dormía en su sillón y ella estaba preparando té. Me preguntó si necesitaba algo, me dijo que se encontraban perfectamente y luego se interesó por Lauren. Mencioné los piojos y ella asintió, diciéndome que prepararía un ungüento para ella y que tendríamos menos molestias si los hombres se afeitaban la cabeza.
Era interesante que nadie mendigara de los Borodin. Disponían de un suministro aparentemente inacabable de té y galletas duras, pero habían dejado claro que ellos no molestarían a nadie y todavía más claro que no querían que nadie los molestara. Pese a eso, yo solía pillar a Irena llevándole una galleta a uno de los niños del pasillo, o a Luke, quien era lo bastante listo para mantener oculto un secreto incluso a mí. Diez minutos y casi otras tantas galletas después, volví a llenar la taza de té y salí al pasillo.
Damon estaba despierto pero parecía aturdido.
—¿Estás bien? —le pregunté.
—No —me respondió con voz pastosa—. Tengo un dolor de cabeza terrible, me duelen las articulaciones… Me encuentro mal.
Retrocedí involuntariamente un paso.
«¿Tendrá la gripe aviar? Puede que nos equivocáramos».
Damon se rio.
—No te culpo. Ve por las mascarillas. Aunque solo se trate de un resfriado normal y corriente, no es momento de correr riesgos.
Mirándome con los ojos velados por el sueño, empezó a rascarse la cabeza.
«¿Debería mencionarle los piojos?».
—¿Quieres que te traiga un poco de agua, que busque una aspirina?
Damon asintió y volvió a dejarse caer en el sofá, sin dejar de rascarse.
—¿Y unos huevos con beicon? —bromeé.
—Tal vez mañana —dijo él, riendo débilmente bajo las mantas.
De regreso al apartamento de Chuck, pasé por encima de donde estaba Tony, que seguía roncando, y le toqué el hombro.
—Damon no se encuentra bien y Lauren tampoco —le susurré apremiante cuando despertó de sopetón y me miró—. Mantén cerrada la puerta y, si sales, ponte una mascarilla.
Frotándose los ojos, Tony asintió. Fui al cuarto de baño, cogí unas cuantas mascarillas, aspirina y una botella de agua de nuestro alijo, y después fui y le susurré la misma advertencia a Susie, que dormía con Chuck.
Cuando volví a salir con mascarilla, Damon ya estaba sentado frente a su ordenador. Eché un poco de agua en una taza que había junto al portátil y Damon aceptó las aspirinas que le ofrecí, tragándoselas con el agua. Se puso la mascarilla.
—¿Los malos se mantienen alejados? —pregunté.
Damon hizo aparecer unos cuantos mapas.
—De momento.
No dije nada, sintiéndome un poco avergonzado por lo que me disponía a pedirle.
—¿Te encuentras lo bastante bien para ayudarme con una cosa?
Damon se desperezó y suspiró.
—Claro. ¿Qué necesitas?
—Un baño.
—¿Puedo pasar?
—Ajá —me respondió una voz que apenas pude oír.
Abriendo la puerta del cuarto de baño, sonreí al ver a mi esposa recostada bajo una capa de burbujas en un baño humeante.
Irena me había dado un ungüento y un peine de púas finas, y me instruyó sobre la técnica más eficaz para quitar los piojos del pelo: debías asegurarte de que partías de las raíces y había que trabajar deprisa con movimientos de delante hacia atrás.
Preparar el baño había requerido mucho más tiempo que la una o dos horas que había prometido yo. Para empezar, los barriles de agua derretida en el pasillo del ascensor estaban casi vacíos. Me disgusté bastante, y Damon no dijo nada cuando bajé hecho una furia a la calle con él, dispuesto a llenar más cubos con nieve y llevarlos arriba.
Nada más salir por la puerta de atrás comprendí por qué los barriles de arriba estaban vacíos. La nieve de fuera estaba sucia y cubierta por una gruesa capa de hielo sucio. Toda la nieve cercana a las entradas delantera y trasera había sido recogida con palas, y tratar de encontrar nieve limpia no era tarea fácil.
Para mi propósito no hacía falta agua potable, solo la suficiente para un baño, así que empecé a llenar barriles que Damon se encargaba de llevar adentro.
Con el aire fresco el chico había empezado a encontrarse mejor, pero trabajar con mascarilla resultaba bastante cansado.
Aquella mañana Richard montaba guardia en el vestíbulo, pero contarle que estaba preparando un baño para Lauren me habría hecho sentir bastante incómodo. Me limité a decirle que estábamos volviendo a llenar los barriles de agua de arriba sin dar más explicaciones. Él veía que estábamos metidos en algo más, pero se limitó a observarnos subir una carga tras otra sin abrir la boca.
Al hacer mi promesa, yo no había sido consciente de todo lo que iba a implicar.
La bañera de Chuck era de tamaño medio, pero no tardé en descubrir que hacían falta doscientos litros de agua para llenarla. Derretir la nieve convirtiéndola en agua reducía diez veces su volumen, así que llenar la bañera implicaba subir doce cargas de nieve en el bidón de doscientos litros que habíamos enganchado al sistema de poleas montado en el hueco de la escalera.
Damon calentaba el agua en nuestro antiguo apartamento. Ponía uno de los barriles metálicos de doscientos litros sobre la llama de un artilugio en el que había estado trabajando y que alimentaba con el combustible que habíamos sacado de la caldera del sótano.
Tardamos siete horas en subir nieve suficiente, derretirla y calentar el agua, pero ver a Lauren entre las burbujas, con una sonrisa iluminándole la cara, hizo que hubiera valido la pena.
—Enseguida estoy —dijo ella al verme entrar en el cuarto de baño.
Hacía calor, y los espejos estaban completamente empañados. El cuarto de baño estaba iluminado por velas.
Lo que había empezado siendo una idea solo para Lauren se había metamorfoseado en un plan a gran escala para que todo nuestro grupo pudiera disfrutar de una buena sesión de aseo. Nos habíamos ido lavando las manos y la cara, aseándonos con esponja, pero en los once días transcurridos desde que cortaron el agua, ninguno de nosotros se había bañado como es debido.
—Tómate tu tiempo, pequeña —dije, agitando el peine y el ungüento que me había dado Irena—. Y tengo un obsequio especial para ti.
Lauren sonrió y sumergió la cabeza y el pelo en el agua. Al hacerlo su cuerpo sobresalió del agua, exponiendo el vientre y el pequeño pero inconfundible abultamiento de un bebé. Recordé lo que había leído en los libros sobre el desarrollo del feto cuando tuvimos a Luke.
«Catorce semanas: del tamaño aproximado de una naranja, con brazos y piernas y ojos; una persona en miniatura que depende por completo de mí».
Lauren salió del agua y se enjugó los ojos, sonriéndome. Yo llevaba semanas sin ver desnuda a mi esposa, y aunque había estado pensando en el bebé, ver allí a Lauren, mojada y calentita, hizo que sintiera cómo algo se agitaba y gruñía dentro de mí.
—¿Piensas darme ese regalo vestido? —Me sonreía seductora.
Se inclinó sobre un estante que había junto a la bañera y encendió el móvil. Los acordes jazzísticos de una canción de Barry White llenaron el aire.
—No, señora.
Me apresuré a desabrocharme el cinturón, que llevaba tres agujeros más apretado que cuando empezó todo aquello. Me quité el suéter primero y los calcetines y los vaqueros después, llevándomelos por un momento a la nariz antes de ponerlos en la encimera. «Uf, esta ropa apesta». De pie, semidesnudo en el vapor del baño, aspirando el aroma a lavanda del jabón y las burbujas, de pronto noté mi propio olor. «Soy yo quien apesta».
Extendiendo la mano hacia atrás, cerré la puerta del baño, acabé de quitarme la ropa y me metí en la bañera detrás de Lauren. La sensación del agua caliente envolviéndome fue indescriptible. Dejé escapar un gemido de placer justo cuando la voz de barítono de Barry empezaba a hablarnos de todo ese amor del que él nunca tendría suficiente.
—Agradable, ¿eh? —murmuró Lauren, recostándose contra mi pecho.
—¡Oh sí!
Cogí el peine y el ungüento y empecé a aplicarlo en el pelo mojado de Lauren y a peinárselo atento a cualquier pequeña criatura que pudiese capturar con el peine. Lauren se mantuvo completamente inmóvil mientras yo trabajaba. Nunca había imaginado que buscar piojos pudiera ser sexy. Una imagen de monos en un bosque de alguna parte, despiojando el pelaje de un ser querido, me vino de pronto a la cabeza y me reí.
—¿Por qué te ríes?
—Por nada. Es solo que te quiero.
Lauren suspiró y se pegó a mí.
—Mike, estoy muy orgullosa de ti. —De un solo movimiento, giró sobre sí misma dentro de la bañera y me besó—. Te quiero.
Le agarré las nalgas y me la puse encima. Estaba excitado. Lauren sonrió y me mordisqueó el labio. Justo entonces llamaron ruidosamente a la puerta.
«No puede ser…».
—¿Qué pasa? —gemí. Lauren me rozó el cuello con los labios—. ¿Podríais esperar un momento, por favor?
—De verdad que siento molestaros —dijo Damon—, pero es bastante urgente.
—Dime.
Lauren me lamió el pecho.
—Acaban de anunciar que hay un brote de cólera en Penn Station.
«¿Cólera?». Parecía serio, pero…
—¿Qué esperas que haga yo? Salgo dentro de unos minutos.
—Ya, pero el verdadero problema es que Richard está abajo con una pistola y se niega a dejar entrar en el edificio a ninguna de las veintitantas personas que acaban de volver de allí. Creo que en cualquier momento va a disparar contra alguien.
Lauren se irguió de golpe en la bañera. Cerré los ojos y respiré hondo.
«Dios me odia».
—Vale —repuse con la voz trémula—. Enseguida estoy contigo. —Levantándome para salir de la bañera, le dije a Lauren—: ¿Acabaremos esto después?
Ella asintió, pero extendió la mano hacia el móvil para apagar a Barry y salió de la bañera conmigo.
—Te acompaño.
Por un instante me permití el placer de contemplarla desnuda, saliendo mojada de la bañera.
—No olvides ponerte mascarilla.