5 de enero
—Ha perdido mucha sangre.
—¿Se pondrá bien? —Susie intentaba hablar con tranquilidad, pero las lágrimas le corrían por las mejillas.
Chuck llevaba todo el día perdiendo el conocimiento y volviendo en sí, y cuando despertaba apenas era consciente de quién era. Lo habíamos acostado en la cama de su habitación después de haberlo arrastrado hasta nuestro edificio.
—Creo que sí —respondió Pam mientras le tomaba el pulso—. Sus latidos son fuertes y regulares, lo cual es bueno. Necesita dormir y beber mucho líquido…
Titubeó.
—¿Qué más? —pregunté yo.
—Y necesita comer lo más posible.
Nadie dijo nada.
—Gracias, Pam. Nos aseguraremos de que lo haga.
Dejando a Susie con Chuck, acompañé a Pam fuera del apartamento y más allá de la barricada en nuestro extremo del pasillo.
El pasillo había estado desierto todo el día. Durante los últimos tres días, desde que habíamos dejado claro lo apurada que era la situación alimentaria, todos salían temprano por la mañana para ir a hacer cola a las estaciones de emergencia donde repartían comida y agua. La Cruz Roja daba un paquete de comida a cada persona de la cola, con las calorías necesarias para un día. Pasados tres, los otros grupos del piso, tanto el del pasillo, como el de Rory y el de Richard, habían hecho acopio de reservas sobreviviendo con raciones de hambre, mientras que a nosotros ya apenas nos quedaba nada.
Con qué rapidez habían cambiado las tornas.
Susie estaba preparando un revuelto de arroz para la cena, utilizando prácticamente nuestras últimas reservas de comida, y después de que Chuck les hubiera dejado bien claro que no íbamos a compartir nuestras provisiones con ellos, nadie del piso estaba de humor para compartir las suyas con nosotros.
Habíamos centrado nuestras esperanzas en recuperar la comida que almacenábamos fuera, pero habíamos perdido lo recogido en la pelea del día anterior. Entre cuidar de los niños y atender a Chuck, con Damon llevando la red de malla y Tony encargándose de la seguridad, nadie de nuestro grupo disponía de las cuatro o cinco horas necesarias para hacer cola y conseguir comida.
Lo que nadie me había contado nunca del hambre era lo dolorosa que es. Me estaba asegurando de que Lauren y Luke recibieran la mayor parte de las raciones que me correspondían, así que decir que estaba famélico no es ninguna exageración. A veces el hambre no era más que una molestia, pero a menudo era un intenso dolor que me abrasaba las tripas, impidiéndome concentrarme. La noche era lo peor. La falta de alimentos también se estaba traduciendo en una falta de sueño.
Con un suspiro, me dejé caer en una silla junto a Damon. El chico estaba siempre pegado al portátil, que mantenía encendido continuamente como centro de control de la red de malla. Parecía que para sobrevivir no necesitaba otra cosa que un aporte constante de café, que también estaba a punto de acabarse.
—¿Así que la gente sacó el móvil y tomó fotos?
—Probablemente eso nos salvó la vida —respondí yo, sacudiendo la cabeza—. Tú nos la salvaste, Damon.
Cuando Chuck recibió el golpe en la cabeza, dejé caer mis dos bolsas sobre la nieve y me acerqué a él a gatas para tratar de ayudarlo, agarrándolo por una pierna mientras se apoderaban de su mochila.
Hurgando en los bolsillos de Chuck, intenté sacar su arma, pero se había caído en la nieve. El tipo que le había golpeado con el palo volvió sobre sus pasos para atizarme también a mí y me hice un ovillo en la nieve, protegiéndome con las manos.
En ese preciso instante, alguien le había gritado que se detuviera, alzando el móvil para sacar una foto. El hombre, que se cernía sobre mí blandiendo el palo, titubeó, y entonces otra persona le gritó que parara y le sacó una foto con su móvil. Viéndose objeto de tanta atención, el atacante dejó caer el palo y se apresuró a recoger parte de la comida.
Tanteando en la nieve a mi alrededor, encontré el arma enterrada debajo de Chuck, me la metí en el bolsillo y envié un mensaje de texto diciendo que necesitábamos ayuda. Tony y Damon llegaron en cuestión de minutos.
Para entonces la gente ya se había dispersado y llevamos a Chuck de regreso al apartamento, acarreándolo como un saco de patatas. La herida de la cabeza le sangraba profusamente.
—No habrá sido la primera vez, porque las redes sociales son un auténtico salvavidas. Por cierto, tengo imágenes del tipo que os atacó en la calle.
—¿De verdad?
La red de malla era asombrosa, pero hasta ese momento había sido lenta y estaba conectada solo al azar.
—A unos hackers del East Village se les ocurrió una manera de cargar el software de la red de malla utilizando medios inalámbricos, y ahora sí que se ha vuelto realmente vírica. Ya cuenta con decenas de miles de integrantes.
El día anterior no había ninguna entrada sobre nuestro incidente. Me levanté y miré la pantalla.
—¿Lo reconoces?
Las imágenes eran poco nítidas pero reconocibles.
Un hombretón con chaqueta a cuadros rojos y blancos y gorrito de lana amenazaba a una figura acurrucada patéticamente en la nieve. En la imagen yo tenía la cabeza vuelta, con una mano en alto para intentar desviar el golpe inminente, pero el rostro del hombre quedaba bien a la vista.
Damon hizo zoom sobre él.
—No cabe duda de que somos nosotros.
En ese momento no había podido fijarme en el aspecto de nuestro atacante. «¿Dónde lo he visto antes?».
—¡Eh! Es uno de los tíos del garaje de abajo.
Recordaba haber visto a ese hombre rondando junto al palé cuando Chuck y yo lo estábamos descargando. Había estado hablando con Rory.
—¿Estás seguro?
Volví a mirarlo más atentamente. «No cabe duda de que es el tipo con el que estuvo hablando Rory aquel día».
—Completamente.
Damon sacudió la cabeza.
—Los muy bastardos andan detrás de nosotros. Cargaré un mapa de red y veré si puedo filtrar a ese tipo, por si acaso alguno de esos nodos lleva a Stan o Paul.
—¿Rory aún no ha vuelto de la cola de la comida?
Damon siguió tecleando unos segundos antes de responder.
—Todavía no, ¿por qué lo preguntas?
—Por nada en particular —dije, porque no quería dar pie a más rumores.
Damon me miró raro, y después se encogió de hombros y siguió trabajando.
—¿Puedes añadir un texto de alerta si alguno de esos tipos se acerca a cien metros de cualquiera de nosotros?
—Será complicado conseguirlo en tiempo real, con todos los retrasos, pero… sí, más o menos.
Me estremecí, y tuve que rascarme un súbito picor.
Una corriente de aire frío soplaba en el pasillo, incluso con la estufa de queroseno al máximo. La temperatura había vuelto a bajar bruscamente. Yo no había salido, pero con toda la nieve derretida el día anterior, el súbito descenso bajo cero había convertido las calles en una pista de patinaje o, para ser exactos, en algo más parecido a una carrera de obstáculos helados.
—Bueno, ¿qué más?
—He conectado con esos hackers del East Village, y ya han codificado una especie de Twitter de malla y abierto otras estaciones base como la mía. La gente está creando patrullas de barrio, organizando centros de trueque, estaciones de recarga, sitios para denunciar delitos. La comunicación es la clave de la civilización.
—Hackers, ¿eh? —dije con cierto recelo.
Damon sacudió la cabeza sin dejar de teclear en su portátil, y de pronto paró para rascarse la cabeza y mirarme.
—Me refiero al significado original del término «hacker»: manejo de códigos, creación, no abuso. Los hackers han acabado teniendo muy mala prensa. Ellos no tienen nada que ver con esto.
—Esos tipos de Anonymous admitieron haber atacado a las empresas de distribución, y al principio la mitad de este jaleo consistió precisamente en eso.
Damon volvió a rascarse la cabeza.
—Esto no lo hicieron ellos.
«Parece muy seguro de sí mismo».
—Aquí dentro hace un frío que pela —me quejé, volviendo a rascarme y estremeciéndome con otra ráfaga de aire helado.
—La ventana del final del pasillo todavía está abierta de cuando ayer se puso a hacer calor —respondió Damon, absorto, introduciendo códigos en su portátil—. ¿Por qué no la cierras?
Asentí y me levanté. Me preguntaba hasta qué punto estaba Damon implicado en Anonymous.