Prólogo

Subiéndome las gafas de visión nocturna, me detuve y parpadeé, escrutando la oscuridad con unos ojos ahora desprovistos de ayuda. La noche era negra como la pez y silenciosa; me sentía desconectado de todo. Solo, contemplando el vacío, me convertí en una mota de existencia que flotaba en el universo. Al principio la sensación fue aterradora y me dio vueltas la cabeza, pero no tardó en volverse reconfortante.

«A lo mejor la muerte es esto. Estar solo, en paz, flotando, flotando, sin miedo…».

Volví a ponerme las gafas de visión nocturna. Copos de nieve de un verde espectral aparecieron de la nada para caer suavemente a mi alrededor.

Aquella mañana los retortijones del hambre habían sido tan intensos que poco faltó para que me impulsaran a salir fuera de día. Fue Chuck quien me retuvo, hablando conmigo y calmándome. No era por mí, había argumentado yo, era por Luke, por Lauren, por Ellarose, por cualquier razón que me permitiera, igual que a un adicto, ir en busca de mi dosis.

Solté una carcajada.

«Soy adicto a la comida».

Los copos de nieve que caían eran hipnóticos. Cerré los ojos y respiré hondo.

«¿Qué es real? ¿Qué es la realidad, en todo caso?». Me parecía estar teniendo alucinaciones, mi mente era incapaz de encontrar apoyo firme en algo antes de patinar. «Contrólate. Luke cuenta contigo. Lauren cuenta contigo».

Abrí los ojos, me obligué a volver al aquí y el ahora y pulsé el móvil que llevaba en el bolsillo para poner en pantalla la realidad aumentada. Un campo de puntitos rojos se desplegó en la distancia. Inspirando profundamente una vez más, fui poniendo cautelosamente un pie delante del otro y proseguí mi camino por la calle Veinticuatro, yendo hacia el cúmulo de puntos de la Sexta Avenida.