La diosa Fortuna es puñetera y a mí tanta felicidad me extrañaba, no estaba acostumbrado. Toda mi puta vida habían estado pasandome cosas que me acababan jodiendo y, cuando alguien venía y me rescataba, como mi tío, resulta que es un cabrón y me muele a palos. Me escapo y, después de pasar las penurias que tuve que pasar de pegarme días sin comer, durmiendo en la calle, prostituyéndome por dos duros, viviendo la humillación constante y diaria de mano de desalmados que piensan que porque pagan tienen todo el derecho sobre ti, encuentro a una persona con la que era feliz. Pero todo vuelve a estropearse. Me sentía como el arbolito que, al crecer, tienen que ponerle una vara para que no se tuerza y crezca derecho. Yo era como un arbolito de esos, pero a mí alguien había olvidado ponerme la vara, por eso todo me salía torcido. No había solución, tal vez fuese cosa del destino. El tiempo que estuve con David, que fue bastante más de un año, fue maravilloso. Tanto que durante mucho tiempo no volví a recordar aquella triste canción de la infancia. Junto a él me sentía realizado. Tenía una casa, un trabajo, había comenzado a legalizar mi situación, tenía alguien que me quería por lo que yo era, tenía un novio, un hogar, una familia pero… desafortunadamente, todo llega a su fin y el nuestro estaba cerca, como si nuestra película, la que contaba lo felices que éramos, estuviese a punto de terminar. Cuando lo hiciese se encenderían las luces y la gente se iría de la sala pero nadie se preocuparía realmente de lo que había visto.
Un día, el fatídico día en que todo acabó, me despertaron unos golpes en la puerta. David estaba trabajando y yo debía hacer el turno de tarde. Me levanté con la sábana en la cintura para tapar mi desnudez. Cual sería mi sorpresa al encontrarme esperando al otro lado de la puerta, a la mismísima policía.
—¿Khaló Alí?
—Sí, soy yo.
—Queda arrestado por el asesinato de Mustafá Alí.
—¿Qué? ¿Asesinato?
—Tiene derecho a permanecer en silencio, cualquier cosa que diga podrá ser utilizada en su contra. Tiene derecho a un abogado. Si no puede permitirse uno, se le asignará uno de oficio —me decía mientras se metieron en mi casa, cerraron la puerta y me enseñaron brevemente la placa. Tan brevemente que, si me hubiesen enseñado el carné de la biblioteca municipal, me lo habría creído también.
—Pero no puede ser… ¿Mi tío está muerto?
—Vamos, no se haga el asombrado.
—No sabía nada, lo juro.
—Jura lo que quieras, pero hace tiempo que te estamos siguiendo la pista.
—¿A mí?
—Usted es el principal sospechoso.
—No puede ser, cuando yo me escapé él estaba vivo.
—¿Entonces por qué se escapó?
—Porque me daba unas palizas de muerte y me obligaba a prostituirme —grité.
—Morito no te exaltes, a mí me hablas relajadito, ¿vale? —dijo el agente Mulleras.
—Tienen que creerme, yo no le haría daño ni a una mosca.
—Sí, eso es lo que dicen todos. García, espóselo a esa silla —ordenó Mulleras.
Dicho y hecho. Aquellos dos policías me miraban con cara de vicio y odio. Estaba claro que no les apetecía nada tener que investigar aquel caso y menos mojarse el culo por un moro ilegal que estaba arreglando sus papeles. El agente García fue al coche patrulla a comunicar que me habían pescado. Yo me quedé solo, esposado a una silla, con un policía que no paraba de tocarse el paquete. De un tirón me arrancó las sábanas que tapaban mi cuerpo. Hizo algún comentario de sorpresa con respecto al tamaño de mi rabo, luego me preguntó si quería que compitiésemos y, para que le terminara de crecer, me obligó a comérselo entero. Era una polla enorme y gorda de más de veinte centímetros. La comisura de mis labios parecía que iba a rajarse. Aquel chuletón lleno de venas no paraba de crecer y, cuando empecé a sentir su glande juguetear con mi campanilla, noté que su mano me empezaba a masturbar.
—Tienes que creerme, yo no he matado a nadie —le decía sacándome su nabo de la boca.
—Me parece genial pero este no es momento para prestar declaración así que sigue chupando hasta que me corra —ordenó.
—Pero es que yo…
—¡Que chupes coño! —gritó.
Yo seguí sus órdenes y comencé a chupar de nuevo, tal y como me había ordenado. Dos de sus dedos me obligaron a levantarme puesto que estaban escarbando en mi culo. Sus dedos eran anchos y robustos y con ellos me abría en canal, preparándome para aquel mastodonte hecho artilugio sexual. Sacó los dedos de mi culo y los olió. Inspiró fuertemente, luego me obligó a chuparlos. Yo lo hice con deleite. Luego escupió en mi culo y me introdujo su porra. La de policía, no la de carne y hueso, hasta la mitad, más o menos. Entró de golpe y sin problemas. La porra no era especialmente ancha pero su textura estriada me hizo poner los ojos en blanco. Me hubiese gustado tener un espejo cerca para ver cómo aquel bastardo me follaba con su porra mientras me tenía esposado a la silla. Con una mano se estaba pajeando y con la otra me tiraba de los huevos hacia abajo. El morbo de aquella situación, pronto me hizo culear, tanto que no dudó en sustituir un arma por la otra, calzándome así sus veintitantos centímetros de un solo golpe. Noté un crujido interno. Me acababa de partir el culo en dos. Durante un segundo me quedé paralizado por el dolor. Cuando el poli vio que la mueca de dolor desaparecía de mi cara comenzó a bombear, primero muy despacio, para que aquel agujero se acostumbrase a su nuevo habitante, y después con toda su potencia. Por un momento sentí que iba a reventar. Empujaba tan fuerte que, al golpear sus pelotas contra las mías, casi me hacía daño. Eran estocadas secas y constantes. Sentía el agujero de mi culo tan abierto como hacía unos segundos había tenido mi boca. Parecía que aquella polla iba a reventar la membrana de la que estaban formadas sus paredes. Tuve miedo de que me desgarrase, porque la violencia de aquel hombre y el tamaño de aquel nardo no eran humanos. De repente salió de mí con la misma fuerza con la que había entrado. Pensé que iba a correrse pero lo que hizo fue volver a clavármela hasta lo más profundo de mi ser. Volví a sentir cómo aquella polla jugaba con mi campanilla. Me la metió tan fuerte que pensé que me iba a llegar hasta la garganta. Repitió la jugada varias veces. Mientras me follaba me insultaba: ¿Te gusta, moro de mierda? ¿Te gusta que te follen? ¿Te gusta mi polla cabrón? ¿Te gusta cómo te estoy jodiendo, mariconazo? Aquellos insultos me sabían a gloria, igual que aquel rabo, que me estaba destrozando por detrás. Seamos sinceros, mientras alguien te está follando de esa forma tan maravillosa no se te ocurre protestar, y mucho menos acordarte del pobre cornudo de tu novio.
Me volvió a sacar el rabo del culo y me lo enchufó en la boca.
¡Traga cabrón, traga! —me gritaba mientras varios chorros espesos saltaban a lo más profundo de mi garganta. Su leche era espesa y amarga. Dicen que el sabor varía según lo que hayas comido. No tengo ni idea, sólo sé que tragué sin rechistar—. Quiero que me dejes bien secos los cojones —me gritaba.
Yo seguía chupando y tragando todo lo que salía de aquel agujero como si mi boca fuese una enorme aspiradora. Luego se dio la vuelta y me estampó su enorme culo peludo en la boca.
¡Come! —me ordenó. Aquella gruta olía a culo sudado pero obedecí sus órdenes suponiendo que, tal vez así, me dejarían en libertad—. Cómo me gusta que me coman el culo. Así, clávame más la lengua. Dame más lengua —decía—. Mójamelo bien, lubrícame bien el ojete, que ahora tienes que follármelo con tu enorme rabo. Así, así… más lengua.
Yo rajaba aquel conducto con mi lengua pero el hombre era insaciable, acababa de correrse y quería más. Mi polla estaba dura y dispuesta. Bien era cierto que prefería ser pasivo en todas mis relaciones pero, cuando tienes pareja, tienes que ser tolerante y compartir. La tolerancia es sinónimo de concesiones y las concesiones sinónimo de versatilidad, así que más de una vez me había follado yo a David, aunque ambos preferíamos lo contrario. Lo que quiero decir es que, aunque lo había hecho alguna vez, no era mi fuerte, entre otras cosas porque, no sé por qué razón, como activo tardaba muy poco en correrme y a mí me gusta mucho más disfrutar y practicar polvos largos. Cuando se cansó me obligó a sentarme de nuevo en la silla y él lo hizo sobre mi polla. Se sentó de una vez, nada de bajar despacio. Se la clavó de golpe, se notaba que no era la primera vez. Aquella gruta intentaba estrecharse cada vez que mi porra se deslizaba por ella para secuestrarla allí dentro, para siempre.
—La porra, la porra… méteme también la porra.
Una vez más, accedí a sus órdenes y, además de mi porra, le metí también la suya. Aquellas dos varas se rozaban dentro de aquella gruta gozando de una estrecha cercanía. Aquel hombre gritaba como si le estuviesen haciendo el harakiri pero, en realidad, los gritos eran por lo mucho que estaba disfrutando. Tanto fue así que con un par más de embestidas volvió a correrse. Fue increíble ver cómo aquella polla volvía a soltar un lechazo enorme que cayó sobre el suelo del apartamento que compartía con mi novio. Se levantó y, tirando su porra al suelo, comenzó a comerme el rabo. La forma de lamer de ese hombre era fantástica para hacer que te corrieses en un segundo y así fue. Le eché toda mi leche en su boca y él la tragó de la misma forma que lo hice yo. Luego, sin soltarme las esposas, me arrojó al suelo para que le ayudase a lamer su segunda corrida. Cuando se estaba vistiendo volvió a llamar a la puerta el agente García. Acababa de regalarle a ese hombre dos maravillosos orgasmos pero no fue suficiente para que me explicasen nada del asesinato de mi tío, sino que me llevaron preso sin más, no dejándome tiempo suficiente para avisar a David, ni casi para vestirme.