DIECISÉIS

El tiempo pasa deprisa, sin apenas darnos cuenta. Arrancamos las hojas del calendario con la certeza de que después del verano llega el otoño y luego el invierno. David y yo nos habíamos hecho inseparables. Aquella noche en la que se cruzaron nuestros destinos fue el comienzo de algo que nunca podré olvidar, a pesar de que hoy en día conozco el final de aquella historia. El tiempo que estuvimos juntos fuimos felices, creo. No sé si David llegó a estar realmente enamorado de mí en algún momento o si simplemente estaba conmigo para sentirse querido, le aterrorizaba la soledad, no soportaba estar solo. El primer día, cuando me quedé allí a dormir, me quedé también a vivir. Ahora que ha pasado el tiempo, que todo lo cura, puedo ser objetivo con aquella relación y, aunque fue algo precioso y que disfruté enormemente, hoy me doy cuenta de que tanto él como yo nos utilizábamos el uno al otro. Ambos queríamos que nos quisiesen y, como no encontrábamos a nadie que lo hiciera en la medida que lo necesitábamos, nos juramos amor eterno. Yo a él y él a mí. Yo necesitaba un hogar donde vivir y él alguien que le ayudase en su pastelería así que, vivir juntos y dejar la calle fueron uno. Incluso me ayudó a solicitar mis papeles para no ser ilegal. Le debo mucho y, aunque el final no fue como esperaba, siempre le llevaré en mi corazón. A veces me acuerdo de él, me pregunto qué será de su vida. Estoy seguro de que algún día, cuando reúna el valor suficiente, me presentaré en su pastelería para comprar una bamba de nata, y espero que se le alegren los ojos y salga a abrazarme y todo vuelva a ser como antes. No me sentiré tranquilo hasta que pueda decirle cuánto le quise y lo que supuso en mi vida. Puede que haya pasado el tiempo pero hay que ser agradecido y necesito contarle lo que aún llevo dentro.

—Hola cariño —le dije al entrar.

—Llegas tarde, ¿de dónde vienes? —preguntó David.

—Ayúdame, que vengo cargado.

—¿Qué es esto?

—Es que me he pasado a recoger el pedido de la harina.

—Genial, espera que te ayudo.

—Gracias.

—Vaya bíceps que se te están poniendo de levantar sacos —comentó David mientras me tocaba los brazos.

—¿Te gustan?

—¿Tú que crees?

—A mí me gustan tus labios, tan ricos… —le dije mientras los besaba con esmero.

—Me encanta como besas.

—Y a mí me encanta que te encante. ¿Qué son todas esas tartas? —pregunté.

—Es un encargo para mañana, me las ha pedido el restaurante de doña Milagros.

—¡Qué bien! Voy a ponerme el uniforme.

—¿Adonde vas?

—Al baño a cambiarme.

—¿Y por qué no lo haces aquí? ¿Te has vuelto tímido de repente?

Una de las cosas que más me gustaban de David era que es tan morboso como yo. Me quité la camiseta, se acercó y me dio un besito en cada pezón. Sus labios tenían la virtud de poner duras todas las partes de mi cuerpo. Me quité las zapatillas de deporte que llevaba y me di la vuelta para quitarme los vaqueros. Me los bajé muy despacio. Lo único que llevaba debajo era un suspensorio negro. Al agacharme le regalé una panorámica de mi culo, bien abierto. David no pudo evitar darme un tortazo. No sé qué tiene mi culo pero a él le encantaba. Era verlo y ponerse cachondo, dicho y hecho. Todavía no había terminado de bajarme el pantalón y ya estaba verraco perdido.

—Mira cómo me pones cabrón —me dijo agarrándose el enorme bulto que le había crecido.

—Yo tampoco me quedo atrás —le respondí dándome la vuelta para que apreciase mi erección.

—Me pasaría la vida follando contigo.

—¿Vas a follarme aquí?

—De esta no te salvas.

Me agarró del pelo y atrajo mi boca hacia la suya. Comenzamos a besarnos. Su barba de dos días me hacía cosquillas. Me gustaba sentir su roce. Sus labios mordisqueaban los míos. Dábamos vueltas enganchados y estábamos tan metidos en lo nuestro que nos caímos encima de las tartas. El frío de la nata sobre nuestros calientes cuerpos hizo que nos subiese un poco más la temperatura. Extendimos la crema pastelera por nuestro cuerpo. Luego, nuestras bocas intentaban limpiarla. Comenzó así una verdadera batalla campal donde los pasteles volaban y nuestros cuerpos eran dianas a las que apuntar. Objetivo: pringarnos. Entre risas nos embadurnamos con las tartas que mi novio había estado haciendo toda la noche. Mi piel café con leche pasó a ser blanca y la sensación de tener todo el cuerpo lleno de nata fue como cuando mi tío me embadurnó de barro. Cada caricia era blanca, cada beso también.

Tumbados en el suelo hicimos un fantástico sesenta y nueve. A él le fascinaba la idea de que nos pudiésemos comer la polla los dos a la vez. Como ya he dicho en alguna ocasión el olor y el sabor de este hombre me volvían absolutamente loco y encendía dentro de mí un fuego interno que era muy difícil de apagar. Sentir ese mismo sabor, camuflado por el dulce del pastel me hizo disfrutar aún más de aquella mamada. Chupaba como si me fuese la vida en ello. Como un diabético que necesita su dosis de insulina para seguir viviendo, eso era su rabo para mí. Hay gente que se engancha al poppers o a cualquier otra droga, yo estaba totalmente enganchado al nabo de mi novio. Necesitaba mi dosis diaria porque estar con el mono era brutal. David lo sabía y trataba de administrarme el tratamiento todos los días y había veces en las que incluso me lo daba más de un vez.

Me obligó a colocarme a cuatro patas y con su propio pulgar me introdujo toda la nata que mi recto fue capaz de albergar para después, con su lengua, volver a extraerla y saborearla. Su lengua buscaba y rebuscaba entre mis entrañas aquel dulce sabor del que me había impregnado. La textura de aquella delicia era espesa y sentir cómo la despegaba de las paredes de mi ojete me llevó al cielo.

—Fóllame, fóllame por favor —me oí gritarle, porque ya no podía aguantar más.

—Ahora verás lo que es bueno.

Yo seguía tumbado en el suelo, con mi manga pastelera a punto de derramarse. David me subió las piernas hasta que las apoyó en la mesa que tenía detrás. Mi columna estaba totalmente doblada, por un segundo creí que iba a romperse. Se sentó encima de mis cachetes y me metió aquella dulce herramienta, con crema y todo. Estando en aquella postura una antigua idea volvió a mi cabeza. Abrí la boca todo lo que pude y mi amante me ayudó a que llegase a chupármela. Sólo fue la punta pero sentir tu propia polla danzando en tu boca mientras tienes la de tu novio clavada en el culo es un placer que todo el mundo debería experimentar. Dicen que el que no conoce algo no puede sufrir por ello. Yo, después de conocerlo, no puedo vivir sin ello. La nata de la que estaba impregnado aquel enorme bizcocho que entraba y salía de mi culo dificultaba un poco la tarea así que él lo hacía muy despacio. Tanto, que apunto estuve de desesperarme. Necesitaba fuerza, necesitaba caña y David lo veía en mis ojos, así que comenzó a dármela. Con una mano golpeaba mis cachetes, con la otra me sobaba los huevos o jugaba con sus pezones. Yo, mientras tanto, seguía regalándome aquella autofelación que me estaba llevando al éxtasis puro y duro. No sabía qué me gustaba más, si estar chupándome mi propio nardo o que él me estuviese clavando el suyo de esa forma. Es difícil de explicar porque son sensaciones complementarias.

Con el paso del tiempo, sólo con mirarnos a los ojos sabíamos cuándo nos íbamos a correr, así que, en el momento preciso, me metió su polla también en la boca. Mi espalda rota y mi boca llena. Dos enormes miembros dulces como el merengue restregándose uno contra otro mientras mi lengua los enroscaba cual prisioneros de guerra. David comenzó a gritar, yo también. Abrí la boca y aquella marea blanca se derramó sobre mí. Mi cara y mi boca llenas de la leche que ambos habíamos expulsado. Una vez nos corrimos, volví a tumbarme en el suelo para descansar la espalda. Con mi lengua intentaba rescatar aquellos chorros.

—No seas egoísta, hay que compartir —me dijo David mientras se tumbaba encima de mí y comenzaba a besarme y lamerme la cara—, yo también quiero leche.

Mi lengua se hizo suya y a punto estuvimos de hacernos un nudo. Saborear su leche y su saliva junto a la mía, tan sólo ese pequeño instante, valió la pena, tanto como para volver a estar toda la noche haciendo las tartas que nos habíamos follado.