Me desperté muerto de hambre. Eché un pis y bajé a la cocina a buscar algo de alimento. Al abrir los ojos vi que era cierto, que no lo había soñado. Vivía allí. En el espejo del baño pude apreciar el mal aspecto que tenía. Mi labio estaba hinchado y en mi pecho quedaban algunas heridas de la noche anterior, aunque nada importante. Los pezones los tenía tan sensibles que no podía ni tocármelos.
Di los buenos días y abrí la nevera para buscar algo que llevarme a la boca.
—¡Alto ahí!
—Vaya, yo que pensaba que había tenido una pesadilla y que no eras real… —le contesté a Chadia.
—Pues pesadilla no sé pero parece que se hubiera peleado con alguien.
—Me caí de la cama.
—¿Y eso? —preguntó curiosa.
—Será que no estoy acostumbrado a dormir en camas tan grandes. ¿Puedo comer ya?
—Lo siento, señorito, pero las normas son las normas.
—¿Qué normas?
—Usted no puede buscar en la nevera. Ni siquiera debería estar en la cocina, ya se lo advertí. Pida lo que quiera y Naima se lo cocinará, creo que se lo dejé bien claro ayer —replicó la severa mujer.
—¿Y dónde está esa famosa Naima? —pregunté.
—Estoy aquí, en el fregadero —dijo otra voz.
—Vaya, por fin te conozco.
—¿Famosa? —preguntó.
—Sí, todo el mundo habla de ti, dicen que eres la mejor en la cocina.
—¿Quién habla de mí?
—Principalmente Chadia, pero los invitados de anoche quedaron muy contentos con la cena. Mi más sincera enhorabuena.
—Gracias —respondió.
—Por cierto ¿dónde está mi tío? —interrogué curioso.
—Se fue esta mañana muy temprano. Tenía un viaje de negocios —respondió la amable Naima.
—¿Un viaje de negocios?
—Sí.
—No me había dicho nada.
—Ha dejado esto para usted —volvió a entrar Chadia en la conversación. Sacó un sobre de su delantal y me lo entregó.
—Gracias —respondí.
Querido Khaló:
Espero que hayas dormido bien tu primer día en tu nuevo hogar. Tu llegada fue bastante agitada con la fiesta y todo lo demás. He tenido que marcharme a cerrar un negocio pero volveré mañana por la mañana a primera hora. Por cierto, he mandado algo de dinero a tus padres. Espero que esta vez tu padre no me lo devuelva. Se lo he enviado en pesetas para que el dirham le favorezca al cambiarlo. Hoy irá a almorzar Yusef, el señor de la barba blanca. Quedó encantado contigo y no ve el momento de que os volváis a reunir. Espero que le trates bien. No dudes deshacerte en detalles con él, no olvides que es un señor muy rico y poderoso. Hazle sentir como en su propia casa.
P.D.: A Yusef le encantan las cestas de frutas, así que pídele a Naima que te prepare una buena cantidad de frutas variadas para él. Créeme que te lo recompensará.
Te quiere
Mustafá.
—Pues sí, parece que estará fuera todo el día y volverá mañana por la mañana —repetí en voz alta.
—¿Desea hacer algo especial el señorito? —preguntó Chadia.
—Mi tío me ha dicho que viene Yusef a almorzar, así que no estaré solo, pero quiere que le preparen una buena cesta de frutas variadas —expliqué.
—No se preocupe, yo me encargo —dijo Naima—. ¿Y ahora, para desayunar?
—Tomaré un poco de esa tarta, tiene una pinta maravillosa. Ahora voy a darme un baño, ¿me la puedes subir a mi habitación cuando esté lista? —pregunté a Chadia.
—Por supuesto, enseguida se la subo.
—Ah, y un poco de zumo. Gracias.
—¿Quiere almorzar algo especial? —preguntó Naima.
—¿Qué tenías pensado?
—Langosta.
—¿Langosta? No la he comido nunca y no quiero darle una mala impresión a nuestro invitado. ¿Qué tal algo más fácil?
—¿Pollo?
—Perfecto, el pollo estará bien y no olvides la fruta, mi tío me ha suplicado que sea un buen anfitrión —le rogué.
—No se preocupe, todo estará en su punto, sé lo importante que es ese invitado.
Yusef llegó puntual, a las dos en punto. Traía una botella de vino para acompañar la comida. Nos sentamos y, cuando me fue a servir, le dije que no, que era practicante y no podía beber alcohol, que la religión me lo impedía.
—¿Vas a ser más o menos musulmán por tomarte una copa de vino? —preguntó.
—No sé, no creo que esté bien.
—Vaya, no pensé que fueses a rechazar un vino tan caro.
—No si es…
—Tu tío no habría tenido inconveniente en darle fin a esta botella, pero no te preocupes, lo entiendo perfectamente. Al fin y al cabo no eres más que un niño asustado que piensa que beberse una copa de vino es pecado —contestó picaramente Yusef.
—No soy un niño pequeño.
—¿Entonces a qué tienes miedo?
—Es que nunca bebí, ¿y si me emborracho? —sugerí.
—Tranquilo, con una copa mientras almuerzas no te pasará nada.
Primero fue una, luego otra y más tarde otra, hasta que perdí la cuenta. No sabía ni cuantas copas de vino me había tomado. Intentaba mantener la calma porque no quería dejar a mi tío en mal lugar pero tampoco quería que este hombre se sintiese incómodo. Como Mustafá me dijo que lo tratase lo mejor que pudiese… El tema del vino me dejó un poco incómodo. No me gusta que me obliguen a hacer cosas que no me apetecen, pero bueno, supongo que un sacrificio de vez en cuando tampoco es nada. Con el tiempo me daría cuenta que los sacrificios no se valoran y que lo que un día haces por buena voluntad, para algunos debe convertirse en una costumbre. Sé que no es justo pero la gente es egoísta y sólo concibe su propio beneficio.
Yusef me preguntó si podía comerse el pollo con las manos. Yo acepté, me recordó a cuando vivía en casa. A mi padre también le gustaba comérselo así.
—Así nos sentiremos más cómodos —dijo.
Dicho y hecho, ambos empezamos a comer con las manos. Naima era una excelente cocinera y había preparado un pollo con una salsa deliciosa. Yo cogía el muslo e intentaba darle pequeños mordisquitos. A pesar de que me costaba, intentaba no perder las formas, pero el vino ya se me había subido a la cabeza y en mi cara se dibujaba una estúpida sonrisa. Pretendía no mancharme ni resultar vulgar comiendo de esa forma, por eso lo hacía con toda la delicadeza que mi borrachera me permitía.
Yusef comía de forma sugerente. Su barba nunca se manchó, y eso que comía con las manos y el pollo era muy pringoso. Lamía sus dedos de forma sensual y, cuando lo hacía, me miraba de una forma penetrante que no tardó en hacer efecto, provocándome un calor desorbitado. En parte también por culpa del vino, para qué vamos a negarlo. Dicen que beber te hace perder la vergüenza, y es cierto porque al rato tenía mis ojos clavados en su boca y en la sugerente forma en que se estaba comiendo la carne. Sacaba la lengua y la pasaba por sus dedos pringosos de salsa. Luego los introducía en su boca y los chupaba sin hacer ruido. No sé por qué pero empecé a empalmarme. Creo que el vino, aunque era bastante caro, o eso dijo mi invitado, en el fondo era bastante peleón, o mejor dicho, me estaba poniendo peleón a mí. Mis ojos en su boca. Los suyos en la mía. Mi rabo creciendo por momentos y mi lengua relamiendo mi propio hocico. Había caído en las redes de aquel hombre. La noche anterior, cuando le conocí, noté que me hablaba muy acaramelado, como si quisiese conquistarme y, de alguna forma, acababa de hacerlo. En ese momento no existían más hombres que él y, si mi tío se había ido dejándome a solas con aquel señor mayor de barba blanca, tampoco pensé que pudiera importarle demasiado. Una vez más me dejé llevar, no tuve remordimientos ni me importó ponerle los cuernos a mi tío. Durante un segundo me preocupó qué pasaría si se enterase, pero el morbo de lo prohibido fue mucho más fuerte y, aunque aquel hombre no me había llamado la atención especialmente, esa mirada y esa forma de lamerse los dedos me habían puesto muy verraco.
—¿No crees que hace mucho calor? —preguntó Yusef.
—Pero eso debe de ser por el vino —respondí mientras secaba mi frente y mi cuello.
—¿Y esto? —preguntó poniendo su pie sobre mi creciente erección.
—Eso también —contesté riéndome a carcajadas.
—Vaya, no sabía que el vino provocase ese efecto, pero a mí me ha pasado igual —me indicó poniéndose de pie para que pudiese ver su bulto.
—Pues sí, parece que es contagioso —dije con la risa tonta.
—¿No crees que deberíamos ir a ponernos cómodos?
—¿Cómo? ¿Qué quieres decir?
—Pues que podríamos subir a tu habitación —sugirió.
—No, no estaría bien.
—¿Por qué?
—No creo que a mi tío le gustase.
—¿Pero quién te crees que ha organizado esta comida?
Las palabras de aquel hombre se clavaron en lo más profundo de mi cuerpo. Me sentí como un desecho. Mi tío me había regalado al primero que se lo había pedido. Me sentí tan molesto que accedí. Tal vez como venganza porque pensaba que, si Mustafá me quería tanto como decía, se sentiría celoso de lo que yo iba a disfrutar con este extraño. Pensé que se lo comerían los remordimientos. Creí que era una venganza… pero me equivoqué y es que, tal y como me había demostrado mi tío la noche anterior, era una caja de sorpresas. Caí en la trampa que me habían puesto. Pensaba que yo era el cazador y en realidad era el cazado, pero le habían dado la vuelta a la tortilla de forma que pareciese yo el instigador de todo.
Cuando llegamos a mi habitación ya estaba arreglada. La cama estaba hecha, el suelo limpio, la ropa recogida y, sobre una mesita, una cesta llena de frutas. Todo estaba planeado, hasta ese momento no me había dado cuenta pero todos eran cómplices de un engaño que yo desconocía. Entendí las amargas palabras de Chadia, porque yo no era el primero al que habían sometido a ese engaño y, según me dijo, tampoco sería el último. La cuestión es cuanto podría aguantar. O mejor, qué cosas podría aguantar y cuales no. Eso no lo sabría hasta que no me fuesen sucediendo.
Yusef cerró la puerta de la alcoba de golpe y, agarrándome fuertemente del torso, me besó en la boca, largo y pausado. Su barba me hacía cosquillas en la cara, pero era una sensación agradable, como cuando me restregaba con mi padre para sentir algo. Piel contra piel. Cerré los ojos y lo veía, como si fuese él quien iba a tomarme realmente. No tuve miedo y con su lengua el deseo apareció de nuevo, poco a poco.
—Besas muy bien —me dijo Yusef.
—Gracias, tú también.
—Seguro que eso se lo dices a todos.
—¿A todos? ¿Te crees que me acuesto con todo el mundo?
—No, seguro que no, sólo con los que te ordena tu tío —reprochó.
—Pero ¿cómo te atreves?
—Vamos, no te enfades, que no me gusta verte así —me dijo mientras me iba desnudando lentamente.
—Una cosa tienes que tener muy clara, si estamos aquí haciendo esto es porque yo quiero hacerlo. Nadie me ha mandado nada y mucho menos mi tío.
—Lo siento, no quería ofenderte, es que soy un bocazas. ¿Me perdonas?
Beso en la boca, lengua, camiseta fuera. Besos, más besos, muchos más por todo el cuerpo. Lamió mi nuez, mi cuello, mis orejas y mis pezones. Desabrochó el pantalón y lo bajó de golpe. Besó todo el largo de mis piernas pero mi polla, que estaba armada de valor, ni la tocó. Pasó su suave mano por mi espalda y acarició mi culo. Uno de los dedos hizo amago de entrar en la cueva del placer, pero sólo amago.
—¿Qué te ha pasado? —preguntó.
—¿Qué?
—En la cara y en los pezones… Tienes marcas por todo el cuerpo. ¿Te has peleado con alguien? —interrogó.
—Me caí de la cama, no estoy acostumbrado a una cama tan grande —respondí.
—Esa es la peor excusa que he oído nunca. Se ve que tienes todo el cuerpo dolorido, así que no te preocupes, te trataré con cariño.
—Gracias —le respondí, y agaché la cabeza.
—La cabeza bien alta, no tienes nada de que avergonzarte. Nunca tienes que bajar la cabeza ante nada ni ante nadie y además, eres tan guapo…
Una vez más, su lengua penetró mi boca sin pedir permiso. De nuevo el cosquilleo. Yo estaba totalmente desnudo y él todavía no se había quitado ninguna prenda y, cuando fui a desabrocharle la camisa, me apartó las manos y me pidió que me tumbase en la cama. Obedecí sin rechistar. Yusef cogió una naranja y con ella me recorrió la espalda, muy suavemente. Mi cabeza, mi cara… Me estaba masajeando con aquella fruta y, al pasarla por mi boca, no pude evitar morderla. Su olor exótico y ácido me embriagaba. Clavé los dientes en aquella dura cáscara y sentí cómo el jugo cítrico de su interior resbalaba por la comisura de mis labios. Mi invitado me la apartó de la cara y me la exprimió por los hombros y la espalda. Al caer el chorro sobre mi piel, ésta se erizó. Con la piel de gallina permanecí tumbado mientras su lengua empezó a limpiarme el zumo. En la curva donde acaba la espalda pude sentirla chapoteando. Estaba claro que el arma secreta de Yusef era su lengua, la utilizaba de una forma muy placentera, se notaba que no era la primera vez que lo hacía. Le gustaba jugar a eso, de ahí el encargo de la cesta. Poco a poco me di cuenta de que todo estaba planeado. A pesar de todas las pruebas, me costaba asumirlo, ver la realidad. Mi tío no haría algo así, a mí no.
Después exprimió el resto de la naranja sobre mi culo. Al sentir aquel líquido en la entrada de mi ano, sentí un pequeño escozor que alivió rápidamente una lengua maestra. Cuando ya tenía los ojos en blanco del placer, cesó de repente. Tomó una fresa y la mordió. El resto me lo puso en la boca para que la comiese yo y así lo hice. Un plátano fue su siguiente sorpresa. Lo peló muy despacio y, cuando tenía la piel abierta, lo metió en su boca y lo lamió, igual que lo había hecho con la naranja. Lo pasó por la línea que dibujaba la columna en mi espalda. Sentí cómo aquel plátano blandengue iba dejando restos sobre mi piel. Yusef los fue recogiendo. Daba pequeños besitos cubiertos de tropezones frutales. Leves mordisquitos y verdaderos calambres con su lengua. Estampó en mi ojete el trozo de plátano que aún tenía en la mano. Intentó penetrarme con él pero claro, lo único que consiguió fue que se aplastase contra la entrada. Con los dedos introdujo el resto. Lo hizo muy despacio, con su dedo gordo untaba la entrada de mi agujero de aquella crema de banana. Una vez más, con su lengua limpió la zona, dejándola reluciente. Aquella masa húmeda y caliente buscaba en mi interior todos los pedazos que previamente había desperdigado. Con los dientes me sostenía las arruguitas que formaban la entrada para así tener menos impedimentos a la hora de clavar su lengua y poder excavar con ella. Mi cadera empezó a culear sola, como si tuviese vida propia. Pensaba que lo próximo sería follarme pero, en vez de eso, cogió un racimo de uvas y me dio una para que la comiese. Una vez más le hice caso. Luego buscó en aquel racimo la más pequeña y me la introdujo muy suavemente en el culo. Sentí cómo aquella bolita redonda cubierta de piel y rellena de pepitas había quedado justo en la entrada del recto y luego, poniendo la boca donde mi espalda deja de serlo, me obligó a que empujase. La uva salió disparada, penetrando en su garganta. Luego otra vez, y otra, y otra más. Cada vez elegía uvas más grandes. Las primeras me las introducía con su dedo gordo, que era grande y áspero, lo que me ponía muy caliente, luego me las iba introduciendo con dos dedos y así, poco a poco, me iba dilatando. Aquel hombre había dicho toda la verdad, porque casi sin tocarme me estaba llevando al mismo cielo y tengo que decir que, tal y como prometió, me estaba cuidando muchísimo. Si al intentar expulsar alguna de esas frutas hacía demasiada fuerza y se reventaba, rápidamente limpiaba mi zona anal con su boca para que no quedase ningún resto que nos impidiese seguir jugando. Cuando se cansó de comer las uvas de una a una, decidió aumentar la dosis. Primero fueron dos, luego tres y así hasta que disparaba uvas como una metralleta.
—Si aprietas de esta forma cuando estés follando con un hombre le volverás loco de placer —me dijo.
Yo no respondí pero me preocupé de aprender aquella lección para, posteriormente, poder utilizarla a mi antojo. Yusef buscó en la cesta para ver qué más frutas habían seleccionado para él. Cogió una pera y, sin quitarle la piel ni nada, la lamió con el mismo entusiasmo que la noche anterior Mustafá me había lamido a mí los dedos de los pies. Su enorme lengua babosa recorría aquella piel verdosa de un extremo a otro. La lubricó bien con su saliva y luego me penetró con ella, muy despacio, tanto que incluso yo hubiese deseado que acelerase el proceso, pero se veía que era un maestro en las artes amatorias y quería hacerme disfrutar al máximo. Hubo un momento en que me la introdujo, con tanto entusiasmo que pensé que la pera se me iba a colar dentro pero, poniendo en práctica lo que acababa de aprender, empujé y salió muy lentamente. Mi culo estaba abierto. Abierto y rosado, casi rojo. Era un rojo de placer, colores del deseo. En el espejo del fondo podía ver cómo entraban y salían aquellos manjares de mi cuerpo. Tengo que reconocer que me costó un poco expulsar aquella pera. Mi culo parecía que iba a salirse hacia fuera. El agujero comenzó a abrirse. La carne viva y, de repente, aquella cosa verde comenzó a asomar. Así hasta que salió del todo. Mi culo estaba totalmente dilatado, tanto que parecía que por ahí se iba a salir todo lo que lo rellenaba.
—Veo que tienes buenas tragaderas —observó mi jardinero.
—¿Te gustan?
—Me encantan. Tu tío tiene que estar muy contento con ellas —dijo mientras con sus manos acariciaba los cachetes de mi culo. Introdujo un dedo, tal vez dos, los movió dentro, para un lado y para otro. Jugó con mis paredes interiores produciéndome una cantidad de sensaciones que no conocía. Cuando se cansó, sacó los dedos, que resultaron ser tres, y los olió. Los pasó por su nariz como el que está catando una copa de vino. Luego los pasó por la mía para posteriormente obligarme a lamerlos. Aquel sabor afrutado me volvió loco. Nunca había probado un culo que supiese a frutas y mucho menos podía imaginarme que sería el mío.
—No sabía que te gustase tanto la fruta —me comentó.
—Más de lo que te crees —le respondí.
—Entonces, tal vez, tengo alguna fruta para ti.
Se desabrochó el pantalón y sacó una polla no muy grande, pero bastante aceptable. Cogió unos higos y, reventándolos en sus manos, los restregó a lo largo de su rabo. Aquellas migajas rositas con pinta de semilla que ahora cubrían su cipote tenían una pinta irresistible así que me lancé a comérmelas. Abrí la boca y me tragué el nardo de un solo golpe. Con mi lengua intentaba limpiar, a la par que saborear, toda la superficie. Apenas se le marcaban las venas, excepto una, que era enorme y adquiría un tono verdoso casi morado. La recorrí tantas veces con la lengua, que a punto estuvo de desaparecer de aquel mapa del placer. El glande era bastante gordo y grande y sobresalía bastante de aquel tronco. El viejo estaba bastante cachondo, tanto que no aguantó mucho tiempo mi mamada y me obligó a tumbarme de nuevo para correrse en mi culo. El primer chorro traspasó las barreras de mi esfínter. El segundo y el tercero dieron de lleno pero ya no tuvieron tanta fuerza. En seguida sentí cómo chorreaban hacia abajo, embadurnando también mis huevos con aquella leche. Yusef tomó aire, peló un plátano y se lanzó de lleno a comerme el ojete. Intentaba introducir aquel plátano en mi culo y luego pasaba la lengua recogiendo con ella todo lo que encontraba a su paso. Una y otra vez, así hasta que consideró que estaba bien limpio. Yo empujaba hacia fuera tal y como había hecho con la pera, para que toda aquella leche fuese expulsada y él pudiese disfrutarla. Mientras, su lengua traspasaba mi cuerpo, mi cadera brincaba, obligando a aquella fiera húmeda a adentrarse más y más en mi interior. Y así fue como, después de taladrarme el culo con aquel disparo lechoso, me lo dejó totalmente limpio con la ayuda de un plátano. La idea de que mi amante se estuviese tragando su propia leche me puso más cachondo todavía.
Cuando Yusef acabó, se vistió sin más y me volvió a besar en los labios. Sus labios sabían a leche, a culo, a fruta… Abrió la cartera y, sobre la mesita, al lado de la cesta, depositó una cantidad de billetes.
—¿Qué haces? —le pregunté.
—¿Te parece poco? —quiso saber, e inmediatamente sacó algunos billetes más y los depositó junto a los otros.
—¿Que qué haces?
—Es lo acordado.
—¿Acordado? ¿Por quién?
—Pero… ¿en serio no sabías nada? Pensé que estabas jugando a hacerte el inocente.
—No sé de qué me estas hablando —le contesté.
—Creo que no deberías ser tan ingenuo.
—¿A qué te refieres?
—¿No te parece mucha casualidad que estando tu tío de viaje haya venido yo a almorzar?