—Cuando tu padre y yo éramos pequeños, siempre íbamos juntos a la playa —me contaba mi tío.
—¿Sí? —preguntaba yo, sin mucha curiosidad.
—Nos encantaba jugar en la orilla y hacer castillos de arena.
—¿Castillos de arena? ¿Te crees que soy un niño? —le respondí susceptible.
—No hombre, no te lo tomes así…
Mustafá era el hermano pequeño de mi padre. Tendría unos treinta y pico años, no lo sé, nunca se lo pregunté. Vestía de forma europea, vivía en España en una zona costera de la que no viene al caso decir el nombre. Mi tío tenía negocios, o eso decía. Se veía que era un hombre de bastante nivel adquisitivo. Ya podía habernos echado una mano y, tal vez así, Ahmed no se habría ido a vivir a la otra punta del país. Cuando conocí a Mustafá yo tenía diecisiete años recién cumplidos y hacía al menos dos que no veía a mi hermano, pero mantenía la esperanza de que algún día volvería a cruzarse en mi camino. ¡Qué equivocado estaba!
Cuando llegamos a la zona que a mi recién estrenado pariente le pareció bien, extendimos las toallas en el suelo. Era una especie de calita que estaba rodeada por piedras y a la que era muy difícil acceder. Aun así no protesté, porque los invitados están para satisfacerles y si hay algo que se cuida en mi cultura es ser un buen anfitrión. Es una obligación desvivirse por satisfacer a la persona que tenemos como invitada. Comenzamos a quitarnos la ropa y, observando a Mustafá, advertí lo diferentes que éramos. Ambos éramos marroquíes, pero él no conservaba ni el acento. Se quedó únicamente en un speedo rojo que resaltaba su piel morena. Se veía que se cuidaba mucho. Probablemente fuese al gimnasio porque tenía un cuerpo perfectamente definido, aunque sin exagerar, cada cosa en su sitio. Además tenía dos tatuajes, uno en el brazo y otro en la espalda. Eran como unos tribales y, al preguntarle el significado de aquellos dibujos, se encogió de hombros y, con una divertida mueca, me dio a entender que simplemente eran trazos que le habían gustado. Las costumbres europeas son muy extrañas. Tumbados al sol, yo con mi pantalón por la rodilla y él con su escueto slip acuático charlamos sobre lo divino y lo humano y, aunque al principio no me apeteció nada entretener a mi tío mientras mis padres trabajaban, tengo que admitir que no fue tan duro como pensaba. Al contrario. Por primera vez, alguien me hablaba como si fuese un adulto. Alguien se preocupaba por fin por lo que yo pensaba o quería. A alguien le interesaba y a mí esa actitud me fascinó. Nunca nadie me había prestado tanta atención. Me contó cosas suyas y de mi padre, de cuando ambos eran pequeños. Me recordó a lo bien que me lo pasaba junto a Ahmed.
—No estés triste —me dijo.
—¿Qué?
—Sé que echas de menos a tu hermano, pero es normal.
—Tú no lo entenderías —le contesté.
—Créeme, entiendo más de lo que te crees —me dijo guiñándome un ojo.
—¿Por qué te fuiste de Marruecos?
—Este no era mi sitio.
—¿Y cómo lo supiste?
—Me sentía diferente a todos los demás, no encajaba.
—A mí a veces también me pasa —le contesté.
—Pues tal vez, deberías plantearte si este es el sitio al que perteneces. O mejor dicho, si este es el sitio al que quieres pertenecer.
—Sí, tal vez lo haga —respondí.
—Anda, vamos al agua.
El mar estaba helado pero el calor que hacía fuera incitaba a sumergirse a chapotear un rato. Jugábamos a hacernos ahogadillas, hacíamos carreras para ver quién nadaba más rápido. Pasábamos por debajo de las piernas del otro buceando… Mientras chapoteábamos, otro hombre empezó a rondar la orilla de la cala. Nos había clavado su mirada y no pretendía largarse. Con una mano se tocaba el paquete. Yo me asusté, no sabía qué quería. Pensé que iba a robarnos o algo así. Se había dado cuenta de que mi tío tenía pasta y quería saquearnos. Un segundo después, desapareció entre las rocas.
—¿Has visto a ese? —le pregunté.
—Sí.
—Seguro que quería robarte —le dije.
—No lo sé, voy a echar un vistazo. No te muevas de aquí —me ordenó.
—Ten cuidado.
—No te preocupes, como no me robe el bañador…
Salió del mar y desapareció siguiendo el mismo camino que había tomado aquel extraño Desde mi posición vi marcharse un minúsculo traje de baño rojo del que sobresalían gran cantidad de pelos por la entrepierna. Yo me quedé allí, nadando solo.
Mustafá era muy guapo, una mezcla perfecta entre mi padre y Ahmed, entre distinción y brutalidad, elegancia y masculinidad. Era algo extraño. Tenía unos ojos negros que enamoraban a cualquiera y una boca de labios carnosos… Su dentadura era perfecta, excepto por un pequeño piquito que le faltaba a una de sus paletas, que le daba un aire macarra muy sensual. Sus pectorales y su abdomen estaban esculpidos en bronce. Su cuerpo era moreno y peludo, aunque no excesivamente. Tenía el vello muy largo, se notaba que nunca se había depilado; y una nariz enorme que me daba muchísimo morbo. Muerto de frío salí del agua. Había pasado un buen rato y mi tío aún no había regresado. Empecé a plantearme la posibilidad de que el extraño aquel le hubiese hecho algo, así que decidí salir en su busca.
El camino era algo peligroso y empinado pero allí, entre las rocas, se escondía otra pequeña calita, diminuta más bien, en la que encontré a aquellos dos hombres. De lejos sólo les veía forcejear y oía gritos. Al acercarme me di cuenta de que ni forcejeaban ni gritaban… estaban tumbados en la arena, besándose y revolcándose. Se estaban comiendo la boca el uno al otro. Nunca hubiese imaginado que a mi tío le iban los hombres así que me escondí tras una piedra y me quedé contemplando el numerito. Las dos lenguas se entrelazaban, se mordisqueaban los labios, el cuello, las orejas… Aquel extraño bajó el bañador a mi tío y empezó a comerle el rabo. Sólo de recordar aquella escena me pongo cachondo otra vez. Antes de que le bajase el slip, el glande ya sobresalía de la tela. Le había crecido tanto el rabo que se le había escapado.
Su polla tenía un tamaño más que considerable. Se veía que la cosa era de familia porque también tenía un cabezón gordo y unas buenas venas. Me encanta ese tipo de polla, no puedo evitarlo. La cara de mi tío indicaba que estaba en éxtasis: tenía los ojos cerrados, la respiración entrecortada y gemía aceleradamente. Sin yo esperarlo, abrió los ojos y su mirada se cruzó con la mía. Me pilló escondido. Yo me agaché todo lo que pude y, aunque en ese momento me hubiese gustado hacerme pequeñito y que me tragase la tierra, no era precisamente ese el estado de mi órgano. Imaginaba la mirada de mi tío traspasando aquella piedra con la intención de fulminarme. En realidad mi tío ni se inmutó, siguió montándoselo con aquel tío sabiendo que yo les estaba mirando. Estaba claro que me había visto pero no parecía importarle, así que opté por seguir espiando. El tío desconocido tenía la polla muy pequeña, tanto que Mustafá no se molestó ni en tocársela siquiera. Lo que hizo fue darle la vuelta, ponerlo a cuatro patas y escupirse en la mano. Yo no entendía muy bien qué pretendía hacer pero, cuando se untó su propio escupitajo en el capullo y vi que intentaba metérsela en el culo me quedé loco. No sabía que eso se pudiera hacer pero, viendo a aquel macho árabe ensartando al otro moro cual pinchito y recordando lo que yo disfrutaba tocándome el ojete frente al espejo, tuve claro que yo también quería experimentarlo. Mi polla se puso más dura que nunca, creí que iba a reventar. Mi tío, sin embargo, empujó y le clavó la muletilla de un solo estacazo mientras el otro se revolvía entre gritos, no sé si de dolor o de placer. Mustafá lo había puesto a cuatro patas. Un brazo se lo agarraba hacia atrás para que no pudiese escapar y la cabeza la tenía contra la arena. Mi tío era el macho dominante y se lo estaba demostrando con sus embestidas, que hacían chocar sus pelotas con las del extraño. El sonido me fascinó: eran como pequeñas palmadas, como si alguien estuviese aplaudiendo lo maravilloso de aquella faena. El sudor de mi tío caía sobre la espalda del bastardo.
No sé cuánto rato pudo estar follándoselo pero a mí se me hizo interminable. Sentía una envidia terrible del sodomizado y me hubiese encantado estar en su lugar.
—¡Me voy a correr, me voy a correr! —gritó el desconocido.
La reacción del sodomizador fue acelerar sus embestidas, tanto que las palmadas empezaron a escucharse más fuerte y con otro ritmo. Su respiración se convirtió en un gruñido. De repente, de la pollita de aquel hombre, a la que no le había prestado ni la más mínima caricia, empezó a salir un chorro de leche a borbotones. Me pareció muy curioso que alguien pudiese correrse sin tocarse. Mi tío, sin correrse, sacó la polla de aquel sucio culo y le obligó a limpiársela con la boca.
—Espero que no te de asco de lo que es tuyo, así que come —le bufó— quiero ver mi polla impecable.
El otro, sin replicar, empezó a relamer el cipote gigante hasta que dejarlo reluciente. Cuando Mustafá se cansó, lo apartó y le ordenó que se fuese. Ahora era el gran momento, yo no sabía qué iba a pasar. Agachándome intenté salir de mi escondite pero una mano se posó en mi hombro.
—Veamos qué tenemos aquí —gritó mi tío—. ¿Dónde crees que vas?
—Lo siento mucho —le contesté saliendo de mi escondite.
—¿Se puede saber qué hacías espiándome?
—Es que pensé que te había hecho algo —le dije.
—Claro que me lo ha hecho ¿o no has visto la follada que le he pegado?
Bajé la cabeza sin contestar. Al ponerme en pie, mi abultado bañador convertido en tienda de campaña fue una causa más para que mi tío me riñese.
—¿Qué es esto?
—Es que me he…
—¿Te has puesto cachondo? —me preguntó de forma agresiva y desafiante.
—Si es que yo…
—No me lo puedo creer…
—Lo siento.
—¿Cómo que lo sientes? Esto no va a volver a ocurrir.
—Claro que no —le dije obediente.
—Que sea la última vez que ves cómo me follo a un tipo, te pones cachondo y no eres capaz ni de cascarte una paja, que mira cómo estas, imbécil, que te va a reventar la polla.
Yo me quedé atónito, sobre todo porque nada más decir esto tenía ya el bañador por los tobillos y la polla insertada en la garganta de mi tío. Nunca me habían tocado la polla y, mucho menos, me la habían comido. Primero fue un pequeño reconocimiento, se metió media en la boca y saboreó el glande, que estaba pringoso de tanto líquido preseminal. Tenía el rabo bien lubricado con su saliva y mis líquidos. Entraba y salía de su boca en toda su extensión y con facilidad. Me sostenía los cojones y los apretaba obligándome a penetrarlo más profundamente para que no me los arrancase de golpe. Luego la sacaba de su boca y con la punta de la lengua acariciaba mi glande, urgaba en la raja por la que meaba e intentaba rescatar de ahí todos mis jugos. Mi nácaro se estaba poniendo morado y estaba tan duro que parecía que se había convertido en piedra.
—Creo que me estoy meando —le dije asustado a mi tío.
—¡Méate! —ordenó.
—Como sigas así es lo que vas a conseguir —le advertí.
Mustafá empezó a chupar con más y más fuerza. Mordisqueaba mi glande muy delicadamente para luego lamerlo y envolverlo con su lengua como si de una bufanda se tratase. Sentí que mis huevos subían y que algo recorría interiormente cada centímetro de mi polla.
—¡Me meo, me meo! —grité.
Mi tío abrió su boca y se puso muy cerca para poder recoger todo lo que de allí saliese pero, en vez de mearme, lo que hice fue correrme por primera vez. Un chorretón salió disparado y cayó justo sobre su nariz, resbalando por su labio superior y cayendo en su boca. Después tres chorros más salpicando su cara. Por la comisura de sus labios, resbalaba todo aquello que había llevado dentro tantísimo tiempo. Tan intenso fue mi primer orgasmo que a punto estuve de desmayarme pero, justo cuando parecía que me iba a desvanecer, la boca de aquel hombre secuestró la mía y nuestras lenguas se encontraron en un duelo a muerte por ver quién saboreaba primero los restos de aquel naufragio. Sentir mi propia leche surcando el mar de mi boca fue una sensación extraña, pero sentirla jugueteando entre nuestras lenguas me llevó al cielo. Ese día me di cuenta de que eso era lo que quería hacer toda mi vida. Había disfrutado tanto con aquella experiencia que lo tenía claro. Quería estar con hombres todo el rato. Era maricón y esto nunca más supuso para mí ningún tipo de problema o trauma. Me acepté.