Capítulo 103

cho de la tarde de ese día de marzo, en un lugar de la ciudad.

Espera que el helado de macadamia no se haya derretido.

Paula ya está en la urbanización en la que viven Miriam y Mario. Antes ella también tenía su casa allí. Luego, su familia se mudó a otra zona de la ciudad, pero ella siguió conservando a muchos de los amigos de siempre y luchó por permanecer en el mismo colegio y, después, ir al mismo instituto que ellos. Sus mejores recuerdos son de allí y le encanta volver de vez en cuando y echar la vista atrás. Nada parece que haya cambiado en todos esos años. Sí, hay un supermercado nuevo, más tiendas y hasta van a abrir un centro comercial, pero la apariencia continúa siendo la misma.

La chica camina deprisa bajo la lluvia. En el trayecto en autobús ha pensado mucho en su situación actual, en la última semana de su vida. Hace ocho días todo era distinto: a Ángel solo lo conocía por Internet, Álex no existía y Mario era un amigo de la infancia. Ahora tiene a tres chicos enamorados de ella, está a punto de perder la virginidad y en una semana se irá a Disneyland-París. ¡Increíble! ¿Llegará un momento en el que las novedades se detengan y logre una mínima estabilidad? Eso espera, porque su resistencia física y mental se encuentra al borde del abismo.

Ya está frente a la puerta de los Parra. Las luces de la casa están encendidas. Llama al timbre y espera. Nadie abre. Estarán en la cocina. Llama una segunda vez y escucha unos pasos que se acercan y que luego se alejan. Paula no comprende qué pasa. Insiste llamando en una tercera ocasión. Pasan unos segundos y, por fin, Miriam le abre la puerta.

—¡Hola! —grita y se adelanta a darle dos besos.

—Hola. Ya empezaba a pensar que no queríais que entrara.

—Qué cosas tienes…

Diana y Cris aparecen también para recibir a su amiga. Ésta las observa con curiosidad. ¿No van demasiado arregladas? ¡Si hasta se han pintado como si fueran a salir de fiesta!

—Ah, ya estáis todas aquí. ¡Qué guapas! Si lo llego a saber, me habría arreglado un poco más.

Las chicas besan a su amiga. Cristina coge el helado y lo lleva a la cocina mientras Paula se quita el abrigo y busca un sitio donde dejar el paraguas.

—Estás perfecta, muy guapa, como siempre —dice Diana, que parece que se encuentra mejor que esta mañana.

—¡Qué va! Vosotras sí que estáis bien. Pero me podáis haber avisado de que os ibais a vestir así para no desentonar tanto.

—Qué tonta estás. Si pareces una modelo —comenta Miriam, que está además pendiente de otras cosas.

Aunque Paula no se ha pintado tanto como sus amigas ni se ha vestido para la ocasión, luce como si lo hubiera hecho. Lleva un jersey rosa oscuro, con pequeños filitos rojos y un pantalón vaquero blanco muy ajustado. Se ha puesto, además, unos pendientes de aros y se ha planchado el pelo.

—Ya, «una modelo», dice. ¿Y vosotras, qué?

—Nosotras nada. Por mucho que queramos, nunca seremos como tú —responde la mayor de las Sugus, que con la mirada le indica algo a Diana.

—Qué exagerada eres.

Entre piropos y sonrisas las chicas caminan hasta la puerta del salón. Cristina sale de la cocina y se reúne con ellas. Abren la puerta. Todo está oscuro. No se ve nada en aquella habitación. Paula nota cómo una de sus amigas la empuja ligeramente por detrás. Entonces se encienden las luces y…

—¡Sorpresa! ¡Felicidades!

Un gran grupo de chicos comienza a cantar el cumpleaños feliz ante la sorpresa de Paula, que se ha quedado boquiabierta. Uno a uno se van acercando y besando a la protagonista. Allí están antiguos amigos de la urbanización, compañeros de clase e incluso algunos de los de segundo de bachiller que solo conoce de vista. Todos se acercan y la felicitan cariñosamente. Las tres últimas en hacerlo son las Sugus.

—Pero si esto era mañana, ¿no? —pregunta Paula, que aún está recuperándose de la impresión de ver a todos aquellos chicos allí.

—Sí, pero mis padres, al final, se iban hoy y queríamos darte una sorpresa de verdad. Y creo que lo hemos conseguido, ¿no?

La música comienza a sonar y los invitados hambrientos comienzan a dar buena cuenta de los bocadillos, bebidas y canapés que las Sugus han preparado durante toda la tarde.

—¡Sí! ¡No me lo esperaba para nada! Gracias, chicas: sois las mejores.

Las cuatro se abrazan y hasta se les escapa alguna lagrimilla. Luego Miriam saca algo de su bolsillo envuelto en papel de regalo.

—Toma, es para ti. De parte de las tres.

Paula lo abre. Es una tarjeta, una de esas llaves por infrarrojos que tienen algunos hoteles.

—Es del hotel Atrium. Habitación 322. Espero que tu primera vez sea tan bonita como te mereces.

¡Es verdad! Si la fiesta es hoy, significa que hoy también… ¡Dios, no había pensado en eso todavía!

—Gracias, chicas. De verdad, sois las mejores. —Paula vuelve a abrazar a sus amigas, nerviosa.

—Espera. Falta esto —dice Diana, que le entrega una cajita envuelta también en papel de regalo—. No hace falta que la abras ahora. Son para que no tengamos Paulitas y Angelitos antes de tiempo.

Paula la coge y sale del salón, para guardar la cajita en el abrigo. Cuando regresa junto a sus amigas se da cuenta de que falta alguien.

—Oye, ¿y Ángel? ¿Lo habéis invitado, verdad?

—Sí, no te preocupes. Estará al llegar. Le enviamos un e-mail explicándole el cambio de planes —comenta Miriam.

—También invitamos a Álex, como nos dijiste —añade Cristina.

¡Ups! ¡Álex y Ángel juntos en el mismo espacio! Paula palidece. Cuando les pidió a sus amigas que invitaran al escritor no imaginaba todo lo que vendría después. Uff. Será, sin duda, una situación incómoda y muy tensa. Aunque pensándolo bien, quizá Álex no vaya, previendo un encuentro con su novio que pudiera hacerle daño. De momento, no está allí.

Sin embargo, las dudas de Paula tardan poco en resolverse. El timbre de la puerta suena y uno de los chicos de segundo de Bachillerato que pasaba por allí abre.

Un joven guapísimo que llama la atención de todas entra en la casa llevando consigo un saxofón en las manos.