Capítulo 97

sa misma mañana de marzo, en un lugar de la ciudad.

—¿Qué te dio el segundo? —pregunta Miriam, que ha sido de las primeras en salir del examen.

—Tres —responde un chico bajito que está a su lado.

—¿Tres? A mí me dio siete —indica, desilusionada. Aquel pequeñajo suele sacar buenas notas.

—Y a mí cinco con cinco —se lamenta Cris.

Diana es la siguiente en aparecer. Está muy seria. Miriam se acerca a ella y trata de consolarla.

—Menuda cara. ¿No te ha salido bien, verdad? No te preocupes, era muy difícil.

—Bueno, no sé. Suspenderé como siempre —dice, sin demasiado interés.

—¿Qué te dio el resultado del segundo?

—Tres.

—¿Tres? Como a… este —Miriam, señala al chico bajito del que ni siquiera recuerda el nombre.

—Casualidad.

—¿Y el tercero? —insiste la mayor de las Sugus.

—Mmm. Creo que dos con cinco —responde Diana.

—¡A mí me dio eso! —exclama Cris.

—Sí, da eso —certifica el chico.

—¡Joder! ¡A mí ocho! —grita Miriam, desesperada, segura ya de que va a suspender.

La puerta del primero B se abre de nuevo. Paula sale resoplando.

—¿Cómo te ha salido? —le pregunta Cris.

—Ni idea. Era complicado.

—¿A que sí? —interviene Miriam—. ¿El primero os dio doce?

—No, veintiuno —comenta Cristina.

El resto asiente. Sí, el primer problema da veintiuno.

—Uff. Pues un cero voy a sacar.

—No será para tanto. Algún puntillo tendrás por haber puesto el nombre bien —bromea Cris, un poco más aliviada después de comprobar que dos de los ejercicios los ha hecho bien.

Miriam la atraviesa con la mirada y levanta el dedo corazón de la mano derecha.

El timbre suena anunciando el final de la clase.

—Oye, Miriam, ¿qué le ha pasado a Mario? —pregunta Paula, que no se ha olvidado de su amigo en todo el examen.

—Se ha levantado enfermo. Decía que le dolía mucho la cabeza y además tosía bastante.

—Ah.

Diana escucha la conversación en silencio.

—Pero, si quieres que te diga la verdad, me parece que se lo ha inventado. Y como es él, mis padres se lo han tragado.

—¿Y por qué tu hermano iba a hacer algo así? —pregunta Cristina, que no se cree la versión de su amiga.

—No lo sé. Tal vez no había estudiado demasiado y no quería suspender. Quizá, si habla con el profesor de Matemáticas, se lo haga otro día. Mis padres le harán un justificante.

—No me creo que Mario haga eso —insiste Cris.

—Pues créetelo. Soy una experta en hacerme la enferma. Y la tos sonaba muy falsa.

Paula no dice nada. Prefiere no hacerlo. Si es cierto que Mario miente y no está realmente enfermo, cree saber la causa por la que no ha ido a hacer el examen: ella.

El timbre vuelve a sonar. La siguiente clase comienza enseguida.

—Voy al baño —dice Diana—. ¿Vienes conmigo, Paula?

—Pero si ya ha sonado…

—Anda, acompáñame, que no aguanto. No tardamos nada.

—Está bien, voy contigo.

Las dos chicas se despiden de sus amigas y se dirigen al pasillo en el que está el cuarto de baño.

—Paula, ¿te puedo preguntar una cosa?

—Sí, claro.

—Ayer… ¿Mario te dijo algo cuando yo me fui?

—¿Algo sobre qué?

Diana y Paula entran en el baño. Una junto a la otra se sitúan delante del espejo y se arreglan el pelo.

—Sobre… sus sentimientos.

Paula se gira hacia Diana y la mira a los ojos sorprendida.

—¿Hasta dónde sabes tú? ¿Qué te ha contado Mario?

—Bueno, no sé mucho. Solo que…

—Diana, ¿tú sabías que yo le gustaba a Mario?

—Sí —responde en voz baja, tras pensarlo un instante.

—¿Y por qué no me habías dicho nada? Somos amigas.

—Porque era un secreto. Y no era yo la indicada para contarte eso. Tenía que ser él quien te lo dijera.

Paula resopla, abre el grifo del agua fría y se echa un poco en la cara. Diana lo sabía y debería habérselo contado todo.

—De todas formas, no entiendo por qué dejaste que creyéramos que eras tú la que le gustabas.

—Porque yo me enteré ayer. Antes no sabía nada.

—¿El miércoles? Pero el miércoles fue cuando te fuiste de la casa de Mario llorando. ¿No? ¿No tendrá esto relación con lo que te pasó?

Diana no responde y se encierra en uno de los baños individuales. Paula la sigue y la espera fuera, apoyada contra la pared.

—¿Te gusta Mario, verdad, Diana?

Pero no hay ninguna respuesta desde el otro lado de la puerta.

Aquel momento no es sencillo para ninguna por el sufrimiento de ambas.

Paula, ante el silencio de su amiga, no insiste.

Un par de minutos después, Diana sale del baño. Está sonriendo, pero tiene los ojos completamente rojos.

—Di… Diana.

Y aquella chica, que tan fuerte se había mostrado siempre delante de todos, se derrumba completamente ante su mejor amiga. Lágrimas que ya no ocultan un sentimiento que ha terminado por explotar.