Capítulo 96

añana de un día de marzo, en un lugar de la ciudad.

Se ha puesto la camiseta al revés. Menos mal que su madre se ha dado cuenta y la ha avisado a tiempo. Y no solo eso: desayunando, deprisa y corriendo porque llegaba tarde al instituto, ha tirado con el brazo medio vaso de Cola Cao sobre la mesa.

Paula está muy tensa y también cansada. No ha dormido en toda la noche. Su cabeza es un hervidero: Mario, Álex y Ángel son los protagonistas de sus pensamientos, tres chicos que están enamorados de ella, dos pasándolo mal y uno al que le está ocultando demasiadas cosas. Por eso es imposible centrarse en otras cosas, aunque sean tan importantes como el examen de Matemáticas que tiene a primera hora. Si es que le dejan hacerlo porque en esos momentos suena el timbre del instituto y ella corre por el pasillo con la mochila dando tumbos en su espalda.

Es una situación frecuente, pero esta vez tiene más relevancia porque, si no logra entrar en clase, no hace la prueba y entonces suspenderá el trimestre.

El profesor de Matemáticas se asoma por el umbral de la puerta para comprobar que nadie está fuera y la ve.

—Buenos días, señorita García. Ya la echaba de menos.

El hombre se mete en la clase, pero no cierra la puerta. Paula hace el último esfuerzo y entra en el aula trastabillándose.

—Buenos días… profesor… Perdone el retraso —dice jadeando, tratando de recuperar el aliento perdido.

—Siéntese. Es la última como siempre. Espero que eso no sea un indicativo de su nota en el examen.

Paula no está en condiciones de responder al comentario irónico del profesor y no le contesta. Al menos, le deja hacer el examen. Es suficiente. Mientras se quita la chaqueta, ante la mirada atenta de los chicos de la clase, se dirige a su sitio.

El resto está ya sentado, también las otras Sugus, que la saludan con la mano desde sus asientos. Cris y Miriam sonríen. Diana, sin embargo, está más seria. Paula se da cuenta de que las ojeras de ayer permanecen en sus ojos. No tiene buen aspecto: seguro que esta noche también se la ha pasado estudiando.

—Buenos días, dormilona —le susurra Miriam—. Suerte.

—Suerte para ti también —responde en voz baja.

De la mochila de las Supernenas saca un bolígrafo, un lápiz y una goma. El paraguas, que no ha tenido que usar todavía hoy, lo deja a un lado de la mesa y la chaqueta la cuelga en el respaldo de la silla. Instintivamente, mira hacia el rincón opuesto del aula donde se sienta Mario. Pero ¿dónde está? En su lugar habitual no hay nadie.

Paula lo busca con la mirada por toda la clase. A veces los profesores tienen la costumbre, o el capricho, de cambiar antes de un examen a algunos alumnos de sitio. Pero en esta ocasión no es así. La chica no ve a Mario porque no ha ido.

El profesor de Matemáticas saca de su carpeta los folios del examen y comienza a repartirlos. Al mismo tiempo, advierte a sus alumnos que no pueden hablar desde ese mismo instante.

—¿Y tu hermano? —le pregunta Paula a Miriam.

—No viene. Se ha puesto malo.

—¿Que se ha puesto malo? ¿Qué le pasa?

A Miriam no le da tiempo a responder porque se da cuenta de que el profesor las está observando. Con un gesto con la mano le indica a su amiga que se lo cuenta más tarde.

Paula no puede creer que Mario no haya ido al examen. Después de tanto esfuerzo va a suspender el trimestre, él, que precisamente es el más preparado de toda la clase y que la ha ayudado tanto estos dos días.

Suspira. Solo espera que su ausencia no tenga nada que ver con lo que sucedió ayer. Si ella está afectada, imagina cómo debe de estar su amigo. No entiende cómo no se dio cuenta antes de sus sentimientos. Durante la noche ha recordado anécdotas con él en los días en los que solo eran unos niños. Por aquel entonces eran inseparables compañeros de juegos, de bromas, de experiencias Hasta que empezaron a ir al instituto y, en ese momento, comenzaron a distanciarse. Quizá fue culpa de ella, que no le prestó la atención adecuada al chico que había vivido a su lado gran parte de su infancia. ¡Qué tonta ha sido!

—Espero no verlas hablar más hasta que salgan al patio y se fumen el cigarrillo —señala el profesor de Matemáticas, que le entrega el examen boca abajo.

Paula ni siquiera le responde que no fuma, ni tiene intención de hacerlo nunca. Está preocupada por Mario. El examen se halla sobre la mesa, pero ella solo piensa en su amigo. Quiere verlo, pedirle perdón por todo el tiempo que le ha dejado de lado, por esos últimos años perdidos en los que se alejaron el uno del otro.

—El folio en blanco que les he entregado es para que lo usen de borrador, aunque también lo recogeré. Tienen cincuenta y cinco minutos para disfrutar de la magia y el poder de las Matemáticas. Luego, el que disfrutará corrigiendo seré yo. Pueden darle la vuelta a la hoja.

Como si de un equipo sincronizado se tratase, todos giran el folio al mismo tiempo; todos menos una chica, que en su asiento sigue preguntándose si no es ella la responsable de que su amigo no esté haciendo ahora el examen con ellos.

Esa mañana de marzo, en otro lugar de la ciudad.

—Ya te vale, ponerte malo precisamente hoy.

La madre de Mario mira el reloj. En un par de horas ella y su marido deben coger un avión. Se van hasta el domingo, pero no contaban con este imprevisto.

—¿Y qué quieres que haga? —responde el chico, tapándose la cabeza con una manta.

—¿Te sigue doliendo la cabeza? —pregunta resignada.

—Sí. Me duele. —Y tose.

La mujer resopla. No parece que sea demasiado grave, pero si Mario ha dicho que no se encuentra bien para ir a clase, seguro que tiene motivos para ello. Nunca miente con esas cosas. No es como Miriam.

Su marido también entra en la habitación. Se está haciendo el nudo de la corbata. Tiene un congreso fuera de la ciudad, un viaje de trabajo, pero con mucho tiempo libre, y por eso su mujer lo acompaña. Ni recuerda el tiempo que hace que no disfrutan de un fin de semana para ellos solos.

—¿Cómo estás? —le pregunta a su hijo, que sigue escondido bajo la manta.

—Dice que le duele la cabeza y tiene un poco de tos —se anticipa la mujer.

—Vaya, qué mala pata.

—Me tendré que quedar aquí.

—¿Qué? ¿Tan mal está?

Mario aparta la manta.

—No estoy tan mal. Podéis iros los dos tranquilos.

—No te voy a dejar aquí solo si estás enfermo.

El chico empieza a sentirse culpable. A su madre le hacía mucha ilusión ese viaje. Cuando ha decidido esta noche que no iría al instituto hoy, no recordaba que sus padres se iban por mañana.

—Mamá, que no estoy tan mal. De verdad, no te preocupes, os podéis ir.

—Mario, no voy a dejarte solo en casa estando enfermo. Pero mira la mala cara que tienes.

—Es de no dormir, pero no estoy enfermo.

—¿No? ¿Y entonces por qué toses y te duele la cabeza?

El chico suspira. Uff.

—Hoy tenía un examen y no me lo sabía.

—¿¡Qué!? —exclaman al unísono el hombre y la mujer.

—Eso, que como no me lo sabía y no quería suspender, pues he fingido que estaba enfermo. Perdón.

—Pero… ¿tú crees que esto…?

Su madre indignada no sabe qué decir. Su padre, sin embargo, sale del dormitorio terminando de anudarse la corbata con una sonrisilla. No está bien lo que ha hecho su hijo, pero al final su mujer podrá irse de viaje con él.

—Lo siento, mamá.

—Cuando regrese del viaje, hablaremos de esto.

—Vale. Asumo las consecuencias. No lo volveré a hacer.

La mujer agita la cabeza de un lado a otro y se marcha de la habitación.

Mario se vuelve a meter bajo la manta. Se siente mal por mentirle a su madre, pero no puede contarle la verdad. Ella jamás imaginaría que su hijo se ha pasado toda la noche llorando por amor y jamás creería que le han faltado fuerzas esa mañana para enfrentarse a la realidad. Y es que el dolor del desamor es más fuerte que suspender un estúpido examen de Matemáticas.