sa misma mañana lluviosa de marzo, en otro lugar de la ciudad.
En la radio del coche comienza a sonar See you again, de Miley Cyrus. Paco la oye, gruñe y cambia la emisora.
—¡Hey, no la quites! Me gusta esa canción —se queja airosamente Erica, que asoma su cabecita entre los asientos delanteros.
El hombre refunfuña, pero le hace caso a su hija y vuelve a sintonizar la cadena de antes. Cuando esa pequeña quiere algo, es mejor no llevarle la contraria. Bastante tiene con soportar aquel tremendo tráfico. Coches entrando y saliendo, apareciendo de todas partes, saltándose las normas, con prisas. Es hora punta. Además, la lluvia impide que la circulación sea más fluida.
Mientras Erica trata de tararear la canción de Miley Cyrus y agita su cuerpecito al ritmo de la música en la parte de atrás del coche, Paula permanece en silencio en el asiento del copiloto. No ha dicho ni una palabra en todo el trayecto. De vez en cuando mira el reloj. Está segura de que una vez más llegará tarde al instituto, pero no le importa demasiado. Tiene otras cosas más importantes por las que preocuparse ahora mismo. Ha recibido otro SMS de Álex, de nuevo encantador. No le contestará, aunque le apetece muchísimo hacerlo. Es imposible olvidarse de lo que le está pasando: dos chicos, a cual mejor, enamorados de ella. Pero uno es su novio y el otro solo un amigo. Eso es lo que cuenta.
Su padre la mira de reojo. Apenas han hablado en los últimos días. Sigue enfadado. ¿Por qué? Ni él mismo lo sabe. La realidad es que su hija tiene novio, uno demasiado mayor, y al que ha conocido por Internet. ¿Cómo se puede fiar de él? Y encima, lo de anoche. ¿Quién sería aquel tipo que fue a visitarla? Paula no les ha contado nada, ni parece que vaya a hacerlo. ¿Le pone los cuernos al novio con el otro? Uff. No es fácil ser padre. Resopla y busca algo en uno de los bolsillos de la chaqueta que ni siquiera se ha quitado cuando ha subido al coche. Allí está.
Paula observa a su padre y se sorprende al ver que se está encendiendo un cigarrillo.
—Papá, ¿qué haces?
—¿No lo ves?
—El otro día ya te fumaste un cigarro, no habrás empezado a fumar, ¿verdad?
El hombre no responde. Abre un poco la ventanilla y expulsa el humo fuera del vehículo.
Erica, que se ha alarmado con las palabras de su hermana, vuelve a asomarse entre los asientos delanteros.
—¿Estás fumando, papá? —pregunta la niña con expresión de incredulidad. Nunca había visto a su padre hacerlo.
—Sí, sí, estoy fumando. ¿Qué pasa?
Erica no puede creérselo. No sabe mucho del tema, pero ha oído que eso es lo peor del mundo. Incluso que la gente se muere. Los ojos enseguida se le humedecen y le entran muchas ganas de llorar.
—Pero si tú no fumas. Lo dejaste —insiste Paula, a la que tantas y tantas veces sus padres le han advertido que no lo haga.
—Pues sí, he vuelto. ¿Algún problema?
—¿Y eso? Siempre me estáis diciendo que no fume, que es una tontería.
—También te hemos dicho muchas veces que nos cuentes las cosas importantes que te pasan. Y no lo haces.
—Sí que lo hago.
—Ya. Por eso nos hemos tenido que enterar por la televisión de que tenías novio. Y ese chico de anoche, ¿quién demonios era?
Paula no dice nada. Mira hacia delante y contempla cómo la lluvia cae con fuerza sobre el asfalto.
—Papá, yo no quiero que te mueras.
La vocecilla de Erica llega débil y llorosa desde el asiento trasero.
Paco frena en el semáforo en rojo y se gira. La pequeña tiene los ojitos rojos y sorbe por la nariz.
—Tranquila, cariño, no me voy a morir —trata de calmarla el hombre, apaciguando el tono de voz que antes había usado con su hija mayor.
—Estás fumando. Y, si fumas, te mueres. Lo he escuchado. Y yo no quiero que te mueras.
—No me va a pasar nada. Te lo prometo.
—No fumes.
El hombre suspira. Da una última calada al cigarro y lo arroja por la ventanilla. Luego vuelve a mirar a la pequeña y sonríe.
—¿Ves? Ya está. Ya no fumo.
Erica comprueba nerviosa que su padre no le miente y que no ha hecho ningún truco para quedarse con el cigarro. Parece que es verdad, que lo ha tirado por la ventanilla. Ya está más contenta. Se seca las lágrimas con la manga del jersey rosa que su madre le ha obligado a ponerse. Ella quería uno azul.
Paula abre la mochila y saca un pañuelo de papel. Se gira y se lo da a su hermana. La niña lo coge y se suena la nariz. Está más tranquila. Pero ahora tiene una nueva curiosidad.
—Paula, ¿tú te das besos con tu novio? —suelta de repente.
El padre es el primer sorprendido con la pregunta de Erica. Su hermana mayor también se ha quedado boquiabierta, no sabe qué decir. ¿Qué responde?
—Pues…
En ese momento, Paco sube el volumen de la radio. Ha empezado a sonar otro tema, también en inglés. Es mucho más estridente que el anterior y no sabe ni quién lo canta.
—Erica, ¿no te gusta esta canción?
La cabeza de la pequeña aparece una vez más en el hueco entre los asientos de delante.
Presta atención, pero no reconoce el Somebody told me, de The Killers.
—No. No me gusta.
—¿Que no te gusta? Pero si es muy bonita…
El hombre sube el sonido ante la mirada atónita de Paula, que cree que su padre se ha vuelto loco.
—¡No, no me gusta! ¡Quítala! —grita Erica disgustada.
—Pero si…
—¡Cámbiala! ¡Que no me gusta!
Paco busca otra emisora en la que pongan música. Parece que la pequeña ya se ha olvidado de la pregunta que le ha hecho a su hermana mayor. Menos mal. No quería oír la respuesta.
—¡Deja! ¡Deja esa!
El hombre no se lo puede creer. En otra cadena están emitiendo See you again, de Miley Cyrus. ¡No! ¡Otra vez!
Paula entonces no puede evitar una carcajada. Su padre la mira y también sonríe. Ella se da cuenta y le corresponde. Tregua.
Con la voz de Miley Cyrus en el coche, más relajados, continúan el camino hacia el instituto, donde una vez más Paula llegará tarde.