sa misma tarde de marzo, en otro lugar de la ciudad.
—¿Hacemos un descanso? —pregunta Paula, estirando los brazos y echándose hacia atrás.
La camisa se le ajusta demasiado al pecho y el sujetador se trasparenta. Mario casualmente se da cuenta, pero enseguida mira hacia otra parte avergonzado. Diana ha observado la escena protesta en voz baja.
Llevan una hora y pico inmersos en un confuso mundo de letras y números, hablando de derivadas, parábolas, funciones y tangentes. Paula, más o menos, va comprendiéndolo. Necesita más prácticas, hacer más ejercicios, pero gracias a Mario ahora lo ve todo más fácil. Sin embargo, para Diana no está resultando tan sencillo. Tiene muchas lagunas elementales porque no dispone de una buena base. Lo intenta, escucha detenidamente, pero sobre todo lo que está consiguiendo es desesperar a Mario que una y otra vez sopla y resopla por la incapacidad matemática de su amiga. Incluso en más de una ocasión se han enzarzado en una discusión ante la mirada divertida de Paula.
—Vale. Una pausa nos vendrá bien para despejarnos. Estoy un poco saturado —reconoce Mario.
—¿Eso es por mí? ¿Te saturo yo?
—Yo no he dicho eso.
Pero lo piensas. Te estoy tocando las narices, por no decir otra cosa.
—Venga ya, Diana. No seas así —interviene Paula.
—Bah, si yo sé que soy muy torpe, que no sirvo para esto.
—Lo estás haciendo bien. Ya verás como aprobamos los tres, ¡a que sí!, ¿Mario?
El chico mira hacia otro lado cuando su amiga busca en él respuesta afirmativa. Diana refunfuña y se cruza de brazos.
—Voy abajo a por algo de beber. ¿Qué os apetece?
—Cianuro —contesta Diana.
—De eso no me queda. ¿Coca Cola?
—Dos Coca Colas, una para ella y otra para mí, gracias —indica Paula, sonriendo y sentándose al lado de su amiga.
El chico hace que lo apunta en una libreta imaginaria y sale de la habitación.
Cuando se marcha, Paula le da un beso en la mejilla a Diana.
—¿Qué te pasa? Estás muy tensa.
La chica suspira y niega con la cabeza.
—¿No lo ves?
—¿El qué?
—Pues que no doy ni una. Soy una negada para estudiar.
—Exageras.
—¿Que exagero? Pero si llevamos una hora aquí y no me he enterado de casi nada…
—Bueno, no es fácil. Esto de las derivadas tiene lo suyo.
—Pues tú te enteras de todo a la primera.
—¡Qué va! Me cuesta mucho. El único que sabe es Mario —dice sonriente y a continuación golpea a su amiga con el codo—. Venga, reconoce de una vez que te gusta.
—¿Mario?
—¡Claro!
—Ya estamos otra vez con lo mismo.
—Si es que es muy evidente, Diana. Si no, ¿qué haces aquí?
—Pues lo mismo que tú: estudiar. Por esas, te podría hacer yo la misma pregunta, ¿no?
—Vale, hazla.
—¿Que haga qué?
—Pues la misma pregunta. Pregúntame qué hago aquí y si a mí me gusta Mario.
—Qué capulla…
Paula se echa a reír. Y continúa insistiendo.
—Sin ser feo, no es demasiado guapo. Pero Mario tiene algo, ¿verdad? Lo conozco desde pequeño y ha mejorado mucho con los años. Se ha convertido en un chaval muy interesante. ¿No crees?
«Si, es muy interesante. Muy mono. ¡Y me gusta!, pero él no siente nada por mí y no quiero quedar en ridículo».
—Pss. Si tú lo dices…
—Yo lo digo y tú lo piensas —afirma Paula.
—Bueno, no está mal del todo. Pero los hay mucho mejores —señaló Diana, intentando mostrar indiferencia.
—Claro. Pero Mario…, no sé, creo que es un chico con el que daría gusto salir.
—¿Y por qué no sales tú con él? Os lleváis muy bien, ¿no? Si tanto, te gusta tíratelo.
En las palabras de Diana se transluce ironía. Se está empezando a hartar de aquella conversación.
—¡Qué bestia!
—¿Por qué? Follar es algo que hacen todas las parejas, ¿no? Si saliera con él, terminaríais haciéndolo.
—Yo tengo novio, Diana —responde sin dejar de sonreír.
—Pues cambia de novio.
—No quiero cambiar de novio. Además, yo a Mario no le gusto. Le gustas tú.
Diana siente un escalofrío al oír lo que dice Paula: «Le gustas tú».
—Eso no es cierto.
—Sí que lo es. Volvéis a casa juntos todos los días; el chico no duerme por las noches; va más despistado de lo normal en el instituto, incluso ni hace los deberes, algo impropio de él; no deja de mirar hacia nuestra esquina y ahora, además, os peleáis como dos enamorados. ¿Qué más pruebas quieres?
—Ninguna.
—¿Ninguna?
—No. Porque es que aunque yo le gustase, que no es así, él a mí no —miente.
Paula resopla. Se da por vencida. Pero Diana no la engaña, Está convencida de que siente algo por Mario.
—Vale. Lo que tú digas.
—¿Por qué no me puedes creer?
—Da igual. Dejémoslo.
Las dos chicas se quedan en silencio. Paula mira el reloj. Son casi las seis y media.
—Dentro de poco me tengo que ir.
—¿Y eso?
—He quedado.
—¿Con Ángel?
—No, con Álex. Dice que tiene que contarme algo.
Diana arquea las cejas.
—¿Que te tiene que contar algo?
—Eso me ha dicho por SMS. No tengo ni idea de qué será.
—Pues que se ha enamorado de ti.
—¡Qué dices! ¡Estás loca! ¿Cómo se va a enamorar de mí?
—¿Por qué no? Todos lo hacen. Eres la tía con más éxito que conozco. Será otro más para tu lista.
—No tengo listas.
—Ya.
Diana se levanta. Se estira y se dirige hacia la puerta. No sabe el motivo, pero Paula le incomoda.
—¿Adónde vas?
—Al baño. Ahora vengo.
Mario aparece en esos instantes. Casi chocan. Lleva tres latas de Coca Cola abrazadas contra su pecho.
—¡Cuidado!
—Perdona, aunque tú tampoco has mirado por dónde ibas.
—Bueno, perdóname tú también.
—No pasa nada —dice el chico, mientras pone las latas sobre el escritorio—. ¿Ya te vas?
—Todavía no. Voy al baño. Me tendrás que aguantar un poco más.
—Se hará lo que se pueda. Y no tardes, que nos queda bastante que estudiar.
La chica no responde y sale de la habitación. Desde el pasillo los observa sin que ellos se den cuenta. Mario le lanza la Coca cola a Paula y esta la coge al vuelo. Luego, se sientan uno al lado del otro en la cama y beben a la vez. Ambos hablan, se miran, ríen.
«Capullos. ¿De qué se ríen? ¿Y no están demasiado juntos?». Diana no lo soporta más. Deja de mirarlos y camina hacia el cuarto de baño. ¡Uff! Lo odia. Y a ella también. Odia a esos dos.
Aunque los quiere. A él mucho. Demasiado. No puede controlarlo. Y eso está empezando a agobiarle.