Capítulo 45

sa misma tarde de marzo, en algún lugar de la ciudad.

Está con los pies apoyados sobre la mesa de cristal, sin zapatos. Sus calcetines blancos con puntitos naranjas apenas se mueven. Ningún gesto. Ninguna expresividad en sus aniñadas facciones.

De vez en cuando, a Katia le entran ganas de llorar. A duras penas consigue reprimirlas. Aprieta los puños y los dientes. Busca algo que le invite a sonreír, una mínima ilusión que la anime. Pero es inevitable no pensar en él.

Su mirada distraída se pierde al fondo del pasillo, en su habitación, allí donde tuvo la oportunidad de abrazarlo, de basarlo, incluso de hacer el amor con él. Sin embargo, fue honrada. ¿Honrada o tonta? ¡Qué más da! Paró antes de que sucediese lo que tanto deseaba. Él no estaba en condiciones de hacerlo. No así. Pero ¿qué habría pasado si se hubiesen acostado juntos? Seguramente nada. Es posible que estuviera en la misma situación que ahora: intentando olvidarse de Ángel.

Su boca libera suspiros de desesperación. Otra vez esa angustia, esa estúpida agonía. De nuevo se le humedecen los ojos, el pecho se le comprime y siente que se quiere morir.

Toquetea el mando a distancia sin objetivo alguno. Ni siquiera presta atención a los canales que van pasando sin orden ni pausa.

No ha comido, ¿para qué? No tiene hambre, solo un nudo en el estómago. Tampoco ha cogido el teléfono en toda la mañana. Ha perdido la cuenta de las llamadas perdidas que se han ido acumulando y de los mensajes que le han dejado en el contestador automático del móvil. Curiosos, cotillas, chismosos, interesados, seudoamigos… Decenas de personas que querían saber cómo se encontraba después del accidente, o eso decían. Alguno incluso solicitaba una entrevista, aunque fuera telefónica. ¡Qué pesados! Estúpidos periodistas…

Es el precio de la fama. Si de ella dependiera, mandaba la fama bien lejos. Claro que no podría tener su Audi rosa o su lujoso ático pero, al fin y al cabo, son solo cosas materiales. El dinero no le da la felicidad. ¿Cómo va a ser feliz si no posee lo que verdaderamente necesita y quiere?

Ángel…

Con las manos en la cara, mira entre sus dedos la pantalla de plasma. En uno de los canales están tratando la noticia del torneo de golf benéfico al que ella no ha acudido. Esta vez no Cambia de sintonía. En la noticia aparecen, uno tras otro, primeros planos de famosos con la mejor de sus sonrisas.

Escucha lo que dicen: «… Diferentes personalidades del mundo del deporte, la canción, el cine y la televisión han puesto su granito de arena a favor de una buena causa. Alguno incluso ha aprovechado para hacer un poco de ejercicio…».

En ese momento, en la imagen aparece un conocido presentador de radio golpeando con estilo la bola desde el tie. Pero los ojos de la chica de pelo rosa van más allá, justo detrás, entre los periodistas y fotógrafos que cubren la noticia. ¡No puede ser!

Katia se arrodilla y se coloca junto a la televisión. ¿Ése no es…?

En ese mismo instante, en esa tarde de marzo, en otro lugar de la ciudad.

«… Diferentes personalidades del mundo del deporte, la canción, el cine y la televisión han puesto su granito de arena a favor de una buena causa. Alguno incluso ha aprovechado para hacer un poco de ejercicio…».

—¡Mira, mira! ¡Está en la tele!

Los gritos de la pequeña Erica sobresaltan a su madre, que está recogiendo la mesa.

—¿Qué pasa, mi vida? —pregunta alertada Mercedes.

—¡Paula! ¡Es Paula! ¡Está ahí! ¡En la tele! ¡Mira, mira!

—Pero ¿cómo va a estar Paula en las noticias? —señala ya más tranquila, al comprobar que solo se trata de una de las ocurrencias de la niña.

—¡Que sí! ¡Que sí! ¡Mira, mira!

Mercedes deja los platos sobre la mesa y se acerca hasta la pequeña que, sentada en el suelo, señala constantemente la pantalla del televisor. En las imágenes aparece una joven actriz que protagoniza un anuncio de chicles con un palo de golf en las manos. ¿Cómo se llama? ¡Ah, sí! Andrea Alfaro.

—Cariño, esa es la chica de los chicles.

—¡Ya lo sé! Pero no digo ésa.

—Solo he visto a esa chica.

—¡Te digo que era Paula! ¡Y llevaba una cámara de fotos!

—¿Una cámara?

—¡Sí!

—Sería alguien que se le parecería, princesa.

—¡Que no! ¡Que no! ¡Que era Paula!

La madre sonríe y, tras darle un par de palmaditas en la cabeza a su hija, la besa en la mejilla.

—¿Por qué no cambias de canal y buscas dibujos animados?

—Pero mamá…

Mercedes sonríe a la cría una vez más. Se da la vuelta, recoge los platos sucios que había dejado sobre la mesa y se mete en la cocina.

¡Dibujos animados! Erica está completamente indignada. Y palmaditas en la cabeza. ¡Como si fuera un perrito!

La niña se levanta. Está que echa humo y pone cara de enfado, esa cara que a su padre no le gusta porque dice que parece que se está comiendo un limón.

¿¡Cómo puede no creerla!? ¡Qué falta de respeto! ¡A ella, que ya tiene cinco años! Enfadada, muy enfadada, apaga la televisión.

Se marcha a su habitación dando grandes zapatazos en cada de los escalones que pisa hasta llegar a ella. ¡Que la oigan bien!

Resulta que Paula sale por la tele, es famosa… ¡y no la creen!

¡Dibujos animados!

En ese mismo instante de esa tarde de marzo, en otro lugar de la ciudad.

¡Ángel! ¿Era él?

Sí, sin duda. Y está en el torneo de golf benéfico al que ella estaba invitada. Pero ¿qué hace ahí? Seguramente lo habrán mandado de su Revista para cubrir el evento.

Katia se maldice a sí misma por no haber asistido al acto.

Aunque, pensándolo bien, es mejor así. Si se hubieran encontrado se habría sentido peor. ¿Peor? Si ya está mal. Fatal. ¿A quién quiere engañar? Y todo es por él. Por ese periodista que ha parecido en su vida y del que se ha enamorado locamente.

Mira su reloj: son las cuatro menos diez. En llegar tardaría por lo menos una hora y cuarto. Eso suponiendo que no haya demasiado tráfico. El campo de golf está a las afueras, justo en el otro extremo de la ciudad.

Quizá Ángel ya se ha marchado. Claro, es lo más lógico porque el reportaje de las noticias era grabado.

¿Y si continúa allí? El torneo dura varias horas. ¿Lo llama? Coge el móvil y busca su número. «Ángel». Pulsa la tecla de llamada, pero rápidamente cuelga sin ni siquiera dejar que suene el primer «bip».

No, no puede hacerlo. Lo agobiaría y no quiere meter más la pata. Un momento. ¿En qué está pensando? Se había comprometido a olvidarlo, a no caer más en la tentación de ir tras él. Tiene novia. Es imposible que empiecen nada juntos. Además, ninguna señal indica que le guste. Sí, fue al hospital en cuanto se enteró de su accidente, pero lo hizo porque es un gran chico. Exclusivamente por eso. Vale, luego pasó la noche con ella. Otra muestra de su bondad y de su amistad. Nada más.

Y lo besó. Recuerda aquellos labios cálidos, dulces, irresistibles.

La chica del pelo rosa se pone las manos en la cara. Tiene ganas de gritar, de llorar, de que se la trague la tierra. Pero, sobre todo, tiene ganas de verlo. ¿Una última vez? Lo ve y se olvida de él para siempre.

¿Arriesga? ¡Uff! ¿Qué hace?

Ella no es así: no suele dudar ni mucho menos ir detrás de un tío. Pero Ángel no es un tío cualquiera. Es el chico perfecto, su chico perfecto. ¿Y si está renunciando al amor de su vida? ¿Y si están hechos el uno para el otro?

Sin saber de dónde, Katia va rescatando sus antiguas fuerzas, perdidas en las últimas batallas. Se levanta del suelo, donde lleva sentada desde que Ángel apareció en las noticias, con bríos renovados. Sí, tiene que ir. Se muere por verlo… una última vez.

De nuevo, coge el teléfono y marca un número. Una operadora la atiende amablemente en una conversación rápida y concisa. Cuelga.

En cinco minutos llegará un taxi que le llevará al campo de golf en el que aún permanece el chico al que ama.

Esa misma tarde de marzo, en un lugar de la ciudad.

Después de comer se ha tomado un café solo bien cargado. Ha pasado media hora y, sentado en la cama de su habitación, contempla cómo el humo que sale de la taza sube hacia el techo. Se ha servido otro café. Esta vez no va a quedarse dormido. Sería imperdonable y de tontos. Y, aunque él no se considera precisamente un chico demasiado listo, no va a cometer el mismo error dos veces seguidas. Mario sopla y da un pequeño sorbo. Mueve la cabeza de un lado para otro con los ojos cerrados y la nariz arrugada. Está muy amargo. Debería haberle echado más azúcar. Da igual, lo importante es permanecer despierto hasta que llegue Paula. Luego, estando con ella, es imposible que se duerma. ¿Cómo aba a hacerlo?

Son algo más de las cuatro de la tarde. No queda ni una hora para que, esta vez sí, se produzca la «cita» que tanto tiempo lleva esperando.

Curiosamente, no está tan nervioso como el día anterior, pero sí ansioso, deseoso. ¿Se atreverá a confesarle a Paula su amor?

Quizá. Depende de si se da la ocasión. No quiere cometer más fallos. La próxima vez que le diga que la quiere, será la definitiva. Cara o cruz: la moneda no caerá más de canto.

—Toc, toc. Hola, ¿se puede?

La voz de Miriam, asomada en la puerta, irrumpe en el dormitorio.

—Pasa.

La chica entra en el cuarto y deja la puerta encajada.

—Solo venía para comprobar que no te habías quedado dormido —señala jocosa.

—Pues no, ya ves que estoy completamente despierto.

Miriam observa la taza que su hermano sostiene entre las manos y aspira el aroma del café caliente.

—¿Otro?

—Sí, otro.

—Veo que esta vez has tomado precauciones —dice y suelta una carcajada a continuación.

—Miriam, no me toques las narices, anda.

—Vale, vale. Tranquilo, hombre.

—¿Has venido a hablar de algo o solo a molestar?

Miriam se rasca la nariz, dubitativa. Puede que la pregunta que le va a hacer sea para ambas cosas.

—Otra vez has acompañado a Diana después de clase, ¿no?

Es cierto: al sonar el timbre, él y Diana se han vuelto a encontrar en la puerta del instituto y han caminado juntos todo el trayecto hasta separarse en el mismo punto que el día anterior.

—Sí, ¿por?

—¿Te gusta?

—¿Diana?

—Pues claro, ¿quién va a ser?

Mario está a punto de responder con el nombre de su verdadero amor, pero consigue contenerse.

—Claro que no. No me gusta.

Su hermana lo examina detenidamente. Claramente, está mintiendo. Se le nota que está enamorado.

—Ya, ya…

—Te lo digo de verdad.

—Si tú lo dices… ¡Con lo que me gustaría tener a una de las Sugus de cuñada!

El chico no dice nada. Ojalá el deseo de Miriam se cumpla, aunque con otra protagonista distinta a la que ella piensa.

—Mejor preocúpate tú de encontrar un buen novio, que últimamente no te comes una rosca —responde él con sonrisa maliciosa.

—¡Imbécil! ¡Porque yo no quiero! —exclama ofendida—. ¡Bah!, paso de ti.

Miriam sale de la habitación dando un pequeño portazo. Mario sopla otra vez en su taza de café.

Está satisfecho de haber hecho enfadar a su hermana. Sin embargo, le asalta una duda. ¿Por qué últimamente aparece tanto en su vida Diana?