Capítulo 40

sa misma mañana de marzo, en un lugar cercano a la ciudad.

Aquel martes es soleado, incluso hace calor. Demasiado calor. Eso puede indicar dos cosas: o que la primavera se ha adelantado unos días o que, en breve, el tiempo cambiará. Esa misma semana sabrán la respuesta.

Ángel paga al taxista. Abre la puerta y sale del vehículo con una pequeña mochila gris colgada del hombro izquierdo y agachando la cabeza. Paula se despide del conductor y también abandona el coche. Están en la afueras de la ciudad. Ante ellos aparece una enorme extensión, repleta de árboles de distintas especies.

—¿Dónde estamos? —pregunta la chica, que mira a su alrededor tratando de averiguar qué es aquel sitio.

—¿De verdad no sabes qué es esto?

—Pues no.

—Vale. Ven conmigo.

Ángel sonríe. Coge de la mano a Paula y la conduce hasta el comienzo de un empinado camino formado por ladrillos de color rojizo. En silencio, suben la cuesta. La chica está cada vez más expectante. ¿Dónde la ha llevado?

Un minuto más tarde ya están en la cima del sendero. Desde allí, Paula contempla mucho mejor el paisaje. Hay árboles y caminos por todas partes, y hasta alguna pequeña charca, en la que diferentes ánades disfrutan nadando alegremente de un lado para otro. Pero lo que más llama su atención son unas porciones de hierba de un verde más claro, situadas en varios lugares del terreno. En cada una hay colocada una bandera con un número.

—¡Es un campo de golf! —exclama.

—Muy bien. ¡Premio para la guapa señorita del jersey amarillo que lleva mi abrigo!

Ángel le ha cedido amablemente su abrigo para que no pase frío. Con las prisas, ni siquiera ha podido coger sus cosas de clase. En el taxi le ha mandado un SMS a Diana para que se ocupe de todo.

—Tonto. —Paula trata de golpearle con el codo, sin fuerza. Ángel la esquiva. Luego la abraza y la besa.

—Pues sí. Te he traído a un campo de golf. ¿A que no te lo esperabas?

—Claro que no. Pero yo no sé jugar al go…

—Lo imaginaba.

—¿Entonces?

—Hoy vas a ser mi ayudante y mi cadi.

—¿Tu qué?

—Mi cadi.

—No sé qué es, cariño. Yo…, es que no entiendo mucho de esto.

Ángel suelta una carcajada. Paula se molesta y refunfuña. El enfado dura pocos segundos, los que tarda él en acercar sus labios a los de ella.

—Te explico: el cadi es el que lleva los palos del jugador. Por fin sabe a qué se refiere. Lo ha visto alguna vez en la tele: son esos señores con gorra que llevan una bolsa pesada y que caminan detrás de los golfistas de hoyo a hoyo.

—¿Voy a tener que cargar con tus palos?

Ángel vuelve a reír, aunque en esta ocasión con menos vehemencia para que ella no se moleste.

—No, amor. Los palos los llevaré yo. No te preocupes.

—Menos mal —dice, resoplando—. ¿Y cómo puedo ayudar?

El joven mira su reloj y busca algo con la mirada.

—Vamos allí. Te lo explico por el camino —indica Ángel, señalando con el dedo un bonito edificio blanco situado en uno de los costados del terreno. Es la Casa Club.

De la mano, la pareja baja por el sendero hacia la entrada del campo.

—Hoy se disputa aquí un torneo benéfico —empieza a contar Ángel—. Vienen personajes famosos, actores, cantantes… Y me ha tocado a mí cubrirlo.

—Ah, ¡qué guay!

—Sí ayer me acredité. Y, como no podíamos mandar fotógrafo, te he acreditado a ti como mi ayudante.

La chica se detiene y lo mira con sorpresa. Ángel, sin dejar de sonreír, también se para.

—¡Qué dices! No puedes hablar en serio…

—Por supuesto que sí. Serás mi fotógrafa. No te preocupes solo incluiremos una foto de esto en el número de este mes. De todas las que harás, alguna saldrá bien.

—¡Madre mía!

—Y como el dueño del campo es amigo de mi jefe, cuando terminemos el reportaje nos dejarán ir a jugar unas bolas y vendrás como mi cadi, aunque realmente el que llevará los palos seré yo. Hace un día precioso. Pasearemos, comeremos por aquí y disfrutaremos de la naturaleza. ¿Qué te parece?

Paula sigue inmóvil. No aparte sus ojos de los suyos. ¡Ella fotógrafa!

—Lo del paseo, la comida y todo eso está genial. Pero lo de que yo haga las fotos me parece ¡una locura!

Ángel abre la cremallera de la pequeña mochila gris que lleva colgada. De ella saca una cámara fotográfica. Quita el protector del objetivo y mira por él un par de veces. Paula lo observa atentamente y algo inquieta. No está demasiado puesta en el tema, pero la cámara parece muy cara.

—Amor, de verdad que yo…

—Toma, hazme una de prueba. —La chica duda. No quiere cogerla.

—¿Y si la rompo?

—¡Qué la vas a romper! Toma. Tienes que darle aquí para hacer la foto.

Paula agarra con fuerza la cámara para evitar cualquier posibilidad de que se le caiga al suelo. Ángel se aleja unos pasos.

—¿Es digital? —pregunta mientras examina los distintos botoncitos del aparato.

—No, es de las antiguas, de las que han usado los profesionales toda la vida, con carrete. ¡Venga, ya estoy preparado! ¡Dispara!

Resopla. No está segura de hacerlo bien. Se pone la mirilla en el ojo derecho y cierra el izquierdo. Ve a Ángel, sonriente. Ella también sonríe. ¡Qué guapo es! Podría haber sido modelo si hubiese querido.

Toquetea la máquina hasta que por fin averigua cómo funciona el zoom. Aproxima y aleja la imagen una cuantas veces. Su chico, enfrente, no desespera, aunque comienza a dar pequeños golpecitos en el suelo con el tacón del zapato derecho.

—¿Todo bien? ¿Algún problema?

—Sí, uno. ¡Que no soy fotógrafa profesional! —un «clic» suena mientras Ángel grita.

—¡Ups! Creo que te he sacado con la boca abierta. —El chico regresa junto a ella. No parece molesto y no lo está. Le divierte la situación, al contrario que a Paula, que se puesto colorada.

—No te preocupes, si es solo una de prueba para que sepas cómo funciona la cámara. Nada más.

—Soy una torpe, perdona. No sé hacer nada bien.

—Hay algo en lo que eres mejor.

Ángel pone sus dos manos en la cintura de Paula, se inclina un poco y la besa cerrando los ojos. La chica se estremece cuando siente sus cálidas manos palpando su piel bajo el jersey amarillo. Las siente primero en la espalda, luego le rozan el abdomen; casi tocan el borde de su sujetador, pero él se detiene justo en el límite. Sabe hasta dónde debe llegar. Sin embargo, el corazón de Paula late muy deprisa.

Un par de minutos después, se separan.

—Uff. Sin duda. En esto no tienes rival.

—Ni tú, cariño —dice la chica, aún sobresaltada por el momento pasional.

—Venga, vamos. Si no, no habrá cantantes a los que fotografiar, que algunos le dan a la primera bola y se marchan.

De la mano, caminan hasta la Casa Club. Paula no las tiene todas consigo. La idea de ser ella la que tome las fotos no le entusiasma. Está convencida de que meterá la pata y no será capaz de hacer ni una sola fotografía decente. Sin embargo, no va a quejase más.

—Espérame aquí. Voy dentro a buscar las acreditaciones —dice Ángel una vez que están en la puerta del edifico. Sin decir nada, obedece.

Ve un pequeño banco vacío y se sienta en él. Piensa en todo lo que le está pasando últimamente. Es como un cuento. No, como una novela, una de esas románticas para adolescentes. Y ella es la protagonista. Se siente afortunada.

Mientras mira a ningún sitio y recuerda los últimos episodios de su historia, una chica se sienta a su lado. Lleva un curioso gorrito rosa y unas botas y una chaqueta del mismo color. Todo perfectamente conjuntado.

Paula la observa de reojo. La chica se da cuenta y gira sonriente. Entonces la reconoce. ¡Es esa joven actriz que sale ahora en un anuncio de chicles! ¿Cómo se llama? No lo recuerda. ¡Qué cabeza!

—Hola —le saluda la actriz amablemente.

Paula mira a su alrededor. ¿Es a ella? Sí, claro. No hay nadie más alrededor. No se lo puede creer. Está sentada al lado de una famosa y encima le está hablando. ¿Pero cómo se llama?

—Hola —responde tímidamente.

—¿Vienes al torneo?

—Bueno, algo así.

—No tengo ni idea de golf —confiesa la actriz sin dejar de sonreír—. Seguro ni le doy a la bola.

—Pues ya somos dos.

¡Qué simpática! Y eso que dicen que todos los famosos se lo tienen creído. Al menos esta chica no parece ser así. Entonces a Paula se le ocurre algo. Sí, estaría bien para empezar.

—Oye, ¿te puedo hacer una foto? Es para mi revista. Soy la fotógrafa.

La actriz la mira un poco desconcertada. ¿No es demasiado joven para eso? Sin embargo, en un momento recupera su sonrisa.

—Claro. Encantada.

La chica se pone de pie, se asegura de que el gorrito está recto y se sitúa delante de la Casa Club. Paula agarra la cámara con fuerza. Espera no meter la pata. Juega con el zoom hasta que cree que tiene el encuadre perfecto. Es increíble: ¡está haciéndole una foto con una cámara profesional a una estrella de la tele!

La actriz no deja de sonreír. Tiene la espalda apoyada en la pared del edificio, las piernas ligeramente abiertas y los dedos pulgares de ambas manos metidos en los bolsillos. ¡Qué bien lo hace! Clic.

—Ya está. Muchas gracias.

—¿Quieres que hagamos otra? —Pregunta la chica vestida de rosa.

—Vale.

—Espera. Si quieres me pongo junto a ese árbol —dice señalando un abedul.

—Perfecto.

Ahora la pose es diferente. Se inclina levemente hacia delante con una mano sobre la rodilla y la otra apoyada en el árbol. Sin duda, se desenvuelve perfectamente delante de la cámara Paula enfoca, ahora mucho más tranquila. Se siente una fotógrafa de verdad. Clic.

—Ya. Gracias de nuevo.

Las dos regresan al banco. Se sientan juntas, una al lado de la otra, como si fueran viejas amigas. Animadamente, conversan sobre la fotografía y su experiencia en el mundo del golf. Minutos más tarde, un hombre muy bien vestido y que lleva gorrita de Nike sale de la Casa Club y se acerca hasta ellas. Va cargado con una pesada bolsa repleta de palos.

—Vamos. Ya tengo los pases —le dice a la joven actriz.

—Bueno, pues nada. ¿No me puedo librar de jugar? Con que esté aquí ya vale, ¿no?

—No seas así. Pero si enseguida le cogerás el truco… Por lo menos juega un par de hoyos.

La chica se levanta del banco, suspira y se encoge de hombros. Luego mira a Paula y le sonríe.

—Pues allá vamos. Te veré en alguno de los hoyos. Encantada.

Paula también se pone de pie.

—Lo mismo digo. Y muchas gracias por las fotos.

La actriz se despide agitando la mano y desaparece con su acompañante por una de las laderas del campo. La chica se sienta de nuevo. Trata de serenarse, pero es imposible. Está emocionada, tanto que ni se da cuenta de que Ángel ha vuelto.

—Ya tengo las acreditaciones. Luego vendré a buscar los palos.

—Ah, muy bien, amor.

—Toma.

El chico le entrega una tarjeta plastificada con un cordoncito que contiene su nombre. Paula la coge y se la cuelga. Se siente importante.

—Cariño, ¿sabes lo que me ha pasado?

—Si no me lo dices, no —bromea Ángel mientras se cuelga también su acreditación.

Paula le saca la lengua y a continuación le cuenta su encuentro con la actriz del gorrito rosa. El chico sonríe cuando termina.

—Entonces, ¿estás orgulloso de mí?

—Mucho. Aunque se te ha olvidado un pequeño detalle.

—¿Un pequeño detalle? ¿Cuál? —pregunta, arqueando las cejas.

—Que somos una revista de música, no de cine ni de televisión.

Paula chasquea los dedos. ¡Qué fallo!

Pero aunque aquellas fotos no le sirvan de nada a la revista, nadie le quita el gran rato que ha pasado con aquella actriz de la que aún no recuerda su nombre.