Capítulo 30

sa misma mañana de marzo, en un lugar alejado de la ciudad.

El canto alocado de un pájaro que revolotea cerca de la ventana de la habitación anuncia una nueva jornada soleada. En todo el mes de marzo no ha caído ni una sola gota de lluvia.

Álex abre la ventana y recibe en su pecho desnudo la brisa de la mañana. Inspira el aire frío y lo suelta despacio. Repite la acción un par de veces más. Ésa es la mejor manera de despejarse.

Camina descalzo hasta el armario y, tras rebuscar en cajones y perchas, elige la ropa con la que se va a vestir. Sobre su esbelto torso deja caer un fino jersey beis que enseguida se remanga. A continuación, se sienta en la cama y se pone unos vaqueros negros y unos calcetines del mismo color. Debajo de una silla tiene unas botas marrones de cordones con las que se calza. Duda si coger la cazadora. «Sí, por si acaso». Aunque nunca tiene frío.

Pasa por el baño para peinarse un poco y echarse sobre el cuello y las muñecas una esencia de Loewe. Se mira en el espejo sin demasiado interés. Mañana tendrá que afeitarse.

Y regresa a su cuarto. Desconecta el ordenador portátil del enchufe de la pared y lo introduce en un maletín negro. En uno de los bolsillos mete el móvil que ha dejado cargando toda la noche.

¿Listo? No. Queda lo más importante. Encima de la silla, bajo la que estaban las botas que ahora lleva puestas, están los sobres que anoche dejó preparados para enviar a las discográficas y cantantes elegidos para su locura. Dentro, cuadernillos de Tras la pared con una extraña petición. ¿Alguien se animaría a escribirle una canción para su historia? Probablemente, no. Pero sigue pensando que no pierde nada por intentarlo.

Baja trotando por la escalera, cargado con el maletín, la cazadora y los sobres.

Desayunará fuera.

Una bocanada de aire frío le golpea cuando abre la puerta de la casa. Oye el silbido del viento y también al pajarillo madrugador de antes, que tal vez esté buscando una hembra con la que pasar el día. Pero no es lo único que Álex escucha. El ruido del motor de un coche indica que no está solo. La ventanilla de un Ford Focus negro se abre e Irene asoma la cabeza sonriente.

—Buenos días, hermanito. —Los ojos del chico fulminan a su hermanastra—. Perdona, quería decir Alejandro.

Lo ha hecho a propósito.

—Buenos días. Con que me llames Álex me vale.

—A sus órdenes, Álex —dice divertida—. No sabía que estabas levantado.

En realidad sí lo sabía. Estaba en el coche cuando Álex se ha asomado a la ventana. Sabía que no tardaría mucho tiempo en salir de casa y lo ha esperado.

—Pues ya ves que te equivocabas.

Irene mira curiosa el montón de sobres que lleva bajo el brazo ¿Para quién serán?

—Veo que vas cargado. ¿Quieres que te lleve a alguna parte?

—No —contesta rotundo, sin pensar.

—Vamos, hombre. No seas cabezota. Tengo tiempo hasta que empiece el curso. Me iba más temprano para desayunar antes.

No quiere decirle nada a su hermanastra de que tenía la misma intención.

—No hace falta. Cogeré el autobús —insiste.

Pensándolo bien no estaría mal que lo llevara. Llegaría antes y se ahorraría la espera en la parada.

—¡Qué terco eres! Si no me cuesta ningún trabajo…

Álex cabecea y termina cediendo.

—Vale, pero con que me dejes cerca del metro me sirve.

—¡Ay chico, mira que eres…!, ¿eh? Entra, anda.

El joven se acerca hasta el coche por fin y trata de abrir la puerta del copiloto sin éxito; parece atascada.

Irene lo observa con su permanente sonrisa en la boca. Se baja y acude junto a su hermanastro. Álex no la puede ver bien hasta que ella no da la vuelta al Ford Focus y llega a su lado. Irene se ha puesto un vestido más propio de una Noche Vieja que de un primer día de clase, un vestido negro, corto y espectacularmente escotado, tanto que casi puede intuir la copa de su sujetador oscuro.

—¡Qué frío! —exclama la chica agitando los brazos. Llevaba un rato dentro del coche sin la chaqueta—. Es que a veces se atasca. Espera.

Haciéndose hueco entre el vehículo y su hermanastro, rozando sus piernas con el vaquero de él, Irene sujeta con fuerza la puerta y, de un golpe seco, la abre. En el impulso, la chica aprovecha para juntar aún más su cuerpo con el de Álex, que, atónito, ni se mueve.

Voilá, ya puedes pasar.

La joven regresa al asiento del conductor y se pone el cinturón de seguridad. No le ha pasado desapercibido el comportamiento de su hermanastro. Sonríe: poco a poco va hilando su red. Álex, por su parte, no sabe si arrepentirse o no de la oferta de su hermana. Quizá hubiera sido mejor coger el autobús. Aun que de una cosa esta seguro: de momento, no va a necesitar la cazadora.