Capítulo 26

sa tarde de marzo, en algún lugar de la ciudad.

Ángel mira por la ventana de uno de los pasillos del hospital.

Está anocheciendo. Algunas farolas ya dan luz en la incipiente oscuridad que ennegrece las calles.

Cae la noche de un domingo extraño. Muy extraño. Lo comenzó con Paula, desayunando. Enamorado: bromas, churros, besos, chocolates, risas… Y lo terminara con Katia. Durmiendo junto a ella, en la cama de al lado, vacía de pacientes. No está seguro, pero puede ser que la propia Alexia se haya encargado de hablar con los responsables del hospital para que nadie comparta habitación con su hermana pequeña.

Solo una vez más. Como el viernes, cuando acepto tomar aquella copa, que fueron dos, que luego pasaron a tres y de las que termino perdiendo la cuenta con el paso de las horas. Pero le dolió más perder la dignidad. Y, sobre todo, tener que mentir.

Ahora, enrolado en esa mentira, no puede volver atrás. Sería perjudicial para él y también para Paula, para la relación entre ambos.

Mira la luna. Es la misma luna de marzo que vio cuando beso por primera vez a aquella chica de dieciséis años; la misma luna de marzo que fue testigo del roce de labios entre él y la chica del pelo rosa entre fotografía y fotografía.

¿Cómo le pueden pasar tantas cosas en tan poco tiempo? Se abruma. Sus ojos se pierden en un horizonte de altos edificios y estrellas relucientes que acaban de salir a embellecer el firmamento. Es de noche en un domingo extraño.

Un hombre de porte elegante, ataviado con una bata blanca, camina hacia él. Es el doctor que se encarga de atender a Katia.

—Ah, está usted aquí —dice jovial.

—Sí. ¿Ya ha terminado de verla? ¿Está bien?

—Perfectamente. Le pondríamos dar ya el alta, pero prefiero que se quede aquí hasta mañana.

Así estaremos más seguros de que todo va correctamente.

—Muy bien. Y pasare esta noche con ella.

El médico asiente con una sonrisa.

—Si me permite un consejo…

—Dígame.

—Si usted es una persona discreta, y no quiere mucho jaleo con la prensa, no salga demasiado de la habitación.

—Los periodistas son unos entrometidos, ¿verdad? —ironiza el chico, sin dar a conocer su profesión.

—Mucho. Si usted supiera…

Ángel sonríe.

—Gracias, seguiré su consejo.

El doctor le da una palmadita en el hombro.

—Cuando quiera puede volver a la habitación. Creo que una chica le espera ansiosa.

El médico se despide cortes y se aleja del joven periodista, que toma el camino contrario hasta la habitación de Katia. Ángel da dos golpes suaves en la puerta y, tras el permiso de la chica, entra.

—¡Ya te echaba de menos! —exclama la cantante desde la cama.

—Si solo he estado media hora fuera…

El chico coge una silla y se sienta a su lado.

—Mucho tiempo —comenta esa actitud. No sabe por qué, pero cuando Katia adopta la postura de niña refunfuñona, le gusta. La ve siempre tan segura de sí misma, tan provista de medios para conseguir lo que desea, que cuando desenfunda su lado inocente, le enternece. ¿Y algo más?

—Sí, he visto anochecer desde uno de los pasillos.

—¡Muy bonito, y yo aquí con el doctor…!

—Es un buen hombre. Me ha recomendado que tenga cuidado con los periodistas.

—También me lo ha dicho a mí, pero creo que especialmente tengo que tener cuidado con uno. ¿Tú qué crees?

—Tal vez —contesta, acariciándose la barbilla—. Hay un tiempo de la competencia que hace preguntas terribles. Me parece que lo he visto de reojo por aquí.

—¿Te burlas de mi, señor periodista?

De nuevo la Katia niña, esa cría que simula que se enfada, que representa el papel de chica ingenua e inofensiva.

Ángel se divierte. No le contesta con palabras sino con una sonrisa.

Se levanta de la silla y se tumba en la otra cama sin tan siquiera deshacerla. Nota un gran cansancio por primera vez en el día. Mira hacia el techo y cierra los ojos con la nuca pegada a la almohada.

Katia se recuesta hacia el lado desde el que puede ver a su acompañante. Un hormigueo le recorre el cuerpo.

—Ángel, ¿está dormido?

—No, no me ha dado tiempo —bromea.

Sigue contemplándolo. Recuerda la versión que ella misma tiene hecha en su disco de I can’t take my eyes off of you: «No puedo apartar mis ojos de ti».

—¿Qué tal te va con tu chica?

Ángel vuelve a abrir los ojos tras oír aquello. S reclina hacia el lado desde el que puede ver a Katia. Sus miradas se encuentran.

—¿Con Paula?

—Sí. Es tu novia, ¿no?

—Algo así. Estamos empezando.

—Ésa es la mejor parte. Cuando se comienza con una historia todo es bonito, ilusionante.

Los ojos de Ángel se vuelven a cerrar. Cansancio. Sueño. Piensa en Paula, en que contradictorio es todo. Sale con una chica y resulta que pasa dos noches con otra.

—Sí, todo es… muy bonito…, al principio —balbucea—. Aunque también… difícil.

Los ojos de Katia parpadean lentamente. No aguantan más abiertos. Envidia a esa Paula. Como le gustaría estar en su lugar: cambiaría todo el éxito, todo los discos vendidos, todo los seguidores, por una vida junto a él.

—Muy difícil —suspira somnolienta por el efecto de las pastillas que se ha tomado. Espera que el vuelva a hablar, pero solo recibe silencio.

Sin añadir tampoco nada más, se deja llevar por el letargo de sus parpados que se cierran definitivamente. Y sin darse cuenta, casi al mismo tiempo, Ángel y Katia se duermen con sus rostros uno enfrente del otro unidos por Morfeo.

Esa misma noche, en otro lugar de la cuidad.

Aburrida. Es lo único que se le ocurre para definir la tarde del domingo.

Paula echa de menos a Ángel. No ha querido molestarle con tontas llamadas. Estará trabajando, seguramente atento por si Katia sale de la habitación del hospital o por si dan a conocer alguna noticia acerca de la salud de la cantante.

A lo largo del día ya han informado de que solo ha sido un susto, que se repondrá perfectamente y que pronto volverá a los escenarios. ¡Menos mal!

Es un alivio saber que está ilesa del accidente. Con lo que le gustan sus canciones. ¡Pobre chica!, parece tan pequeñita, tan frágil… Sin embargo, transmite como nadie cuando actúa. Sus ojos, su voz, sus gestos… emocionan.

Y también se han quedado con las ganas de hablar con Álex. ¡Qué tonta, ni siquiera le pidió su móvil!

Aquel chico es distinto. Nunca había conocido a alguien tan romántico. ¿A qué persona se le podría ocurrir repartir al azar su propia novela en forma de cuadernillo? ¿Estará teniendo suerte? ¿Le habrá contestado alguien? No se ha conectado en toda la tarde.

¿Se volverán a ver? Extraño domingo. Empezó viendo por la ventana de su dormitorio a Ángel hablándole desde el teléfono móvil ¡Dios! Luego caricias y besos en el parque de los cien escalones. Porque está convencida que son cien y no noventa y nueve. ¡Qué tonto…! Y después el desayuno con la broma del chocolate: el mejor desayuno de su vida…

Pero luego, nada más. Vacío. Se pone el pijama. No tardará mucho en irse a dormir. Antes enciende el PC para ver si Ángel está conectado.

O quizá esté Álex.

Ninguno de los dos. Una luz naranjita sobresale en esos momentos en la barra de herramientas interior del ordenado. Es Miriam.

—Hola, feísima.

—Holi, atontada.

—¿Qué haces?

—Pues me iba ya a la cama, miraba el correo antes —miente Paula—. ¿Y tú?

—Tonteaba un poco con unos, pero ya me aburrí.

—Ah.

—¿Te pasa algo? —pregunta Miriam—. Te noto seria. Que no escribas con iconos es mala señal.

—Estoy bien, solo que me he aburrido mucho esta tarde.

—¿Y tu angelito?

—Cubriendo la noticia del accidente de Katia.

—¡Es verdad! ¡Qué fuerte!, ¿eh?

—Sí, mucho, pero está bien. Aunque, por eso, Ángel se ha pasado todo el día en el hospital.

Paula se levanta de la silla. No le apetece hablar más. Va a despedirse de su amiga.

—Oye, ¡has hablado últimamente con mi hermano!

—Con Mario Sí, ayer mismo, cuando os avisé por si mi madre llamaba a vuestra casa.

—¿Y no le notaste raro?

La chica vuelve asentarse.

—Sí, un poco. Tenía un nick extraño el otro día.

—¿Un nick extraño?

—Sí, se quejaba de algo, no recuerdo muy bien de qué. Me preocupó.

—No me di cuenta.

—¿Ha tenido problemas con alguna chica? ¿Algún desengaño amoroso?

Miriam piensa por un momento. No. Definitivamente, no.

—Que yo sepa no, ¡pero tengo una teoría!

—Cual —pregunta expectante Paula, que se balancea en su asiento.

—Creo que le gusta una de las Sugus.

¡Vaya, así que era eso! Si, encaja con lo que ella piensa.

—Tiene sentido.

—Creo que es Diana —señala Miriam bastante convencida.

—El otro día le hable de un comentario que hizo ella sobre él y se hizo el duro. ¿Y si se ha enamorado?

—Puede ser.

—¡Madre mía!

—¿Te imaginas a Diana de cuñada?

—¡Calla, loca! —carcajada silenciosa en la habitación de Paula. Pero realmente le preocupa su amigo.

—He quedado con el esta semana para estudiar en vuestra casa. Intentaré sacarle alguna información.

—Veo que el salir con un periodista te afecta, ¿eh? —icono Sonriendo y guiñando un ojo.

—¡Qué capulla…! Me preocupa tu hermano.

—Lo sé. Pues espero que te enteres de lo que le pasa y me lo cuentes. A mí no me dice nada nunca.

—Porque siempre te estás metiendo con el pobre —explica Paula y añade un lacasito amarillo sacando la lengua.

—Eso no justifica nada, listilla, aprendiz de periodista —responde Miriam con el mismo icono.

Paula contesta con un lacasito levantando su dedo corazón y Miriam con otro haciendo el gesto surfista. Y tras varios insultos «cariñosos», besos y «te quiero», se despiden, ¿no?

¿Periodista? No es mala idea, aunque nunca se lo había planteado. Quizá. Al menos tendría enchufe, ¿no?