sa tarde de marzo, en un lugar alejado de la ciudad.
La mochila es mucho menos pesada que el día anterior. Apenas son unos quince cuadernillos los que van dentro.
Hace diez minutos que Álex ha mirado su correo electrónico. Nada, sin señales de alguien que haya encontrado una de aquellas carpetas transparentes.
Pero desilusionarse más no sirve de nada. Tiene que terminar la tarea de repartir los que le faltan. Solo. Eso es quizá lo que le provoca mayor desazón. Paula no le ayudará esta vez.
Con la mochila colgada en la espalda abre la puerta de la casa.
—¿Te vas?
Irene aparece de alguna parte. Va vestida con un suéter blanco que le llega hasta los muslos, a los que no alcanza a cubrir un short vaquero desgastado. Calcetines celestes, sin zapatos. El pelo lo lleva recogido en dos coletas. Inocencia y sensualidad en una.
Álex la contempla de arriba abajo. Es realmente sexy.
—Sí, voy a hacer unas cosas. Vuelvo dentro de un rato.
—¿Vas a repartir los cuadernillos de tu libro?
El chico arquea las cejas.
—Te espío. ¿No te habías dado cuenta?
—Irene…
—Es una broma, tonto. Vi la mochila preparada. Ya te dije anoche que le echaría una ojeada a lo que escribes. Leí en la primera página el mensaje que le dejas a los que lo encuentran. Eres muy ingenioso.
Álex resopla. Por un momento pensó que verdaderamente su hermanastra lo espiaba, y no le hubiera extrañado.
—Gracias.
Los ojos de Álex recorren sin querer las largas piernas de Irene, aunque rápidamente vuelve a alzarlos con pudor.
Tres meses.
—¿Y está dando resultado?
—¿El qué? —pregunta confuso.
—Lo de los cuadernillos, hombre. Que si hay mucha gente que se haya puesto en contacto contigo.
—Pues no, solo una chica.
—No te preocupes. Es una buena idea: debes tener paciencia.
—Ya.
—Espera, me visto un poco y me voy contigo. Quiero ayudar.
—No, no te preocupes. Prefiero hacerlo solo.
La chica se muerde el labio. ¡Qué seco es a veces! Finge que no le molesta el rechazo y sonríe.
—Está bien. Si no quieres que te acompañe, no insisto.
—Vengo dentro de un rato. Hasta luego.
Álex sale de la casa y cierra la puerta sin mirar más a su hermanastra.
—¡Pásalo bien y no ligues con desconocidas! —grita Irene desde el interior.
¿Y ahora? Está sola. Camina descalza hasta el salón, entra y se tumba en el sillón. Cómo le gusta Álex. Aunque le trate de esa manera la mayoría de las veces. Acabará cayendo en sus brazos. Seguro.
Un equipo de música en una de las esquinas de la habitación llama su atención. Se levanta y se dirige hacia allí. No hay ningún CD puesto, pero al lado hay una torre con más de cien compactos. Elige uno de Coldplay: Yellow. Play. Sube el volumen. Más. Más. Está sola, puede escuchar la música todo lo alto que quiera.
Tras regresar al sillón, sentada con las manos apoyadas en la cara, se le ocurre algo. Sí, ¿por qué no? Ya lo había hecho otras veces cuando vivían juntos. Se incorpora y sale del salón. De puntillas, como para que nadie pudiese oírla, llega a la habitación de Álex.
Toc, toc.
Sonríe.
—¿Ves? He llamado, para que luego no me riñas.
Irene entra en el cuarto de su hermanastro. Todo está muy ordenado, como siempre. Hasta la cama está hecha. Le divierte la situación: antes ella misma se ha autoinculpado de espiarle, y era una broma. Ahora…
Recuerda cuando eran unos adolescentes y ella, en una de sus «visitas» clandestinas, descubrió la carta que una chica le había mandado a Álex por San Valentín. Lo llamaba «amor», «corazón», «cielo»… Le decía que lo quería mucho. ¡Menuda pija! ¡Qué sabría aquella tonta del amor…! Irene tomó «prestada» la carta y «sin querer» se le cayó en la chimenea. Nadie supo de aquello, ni de la cartita de San Valentín. Afortunadamente, Álex tenía buen gusto y no quiso nada con aquella chica.
Quizá pueda encontrar algo que le lleve a saber más de esa Paula.
Primero mira en los cajones del escritorio, uno por uno, con cuidado de no cambiar nada de lugar, luego revisa el armario, las estanterías, los cajones de la mesita de noche… Carpetas, cuadernos, archivadores.
Nada interesante. Y ningún rastro de Paula.
¿Y si mira en el portátil? Es arriesgado. Pero quien no arriesga, no gana.
Irene enciende el ordenador. Bien, no necesita contraseña de acceso a Windows. Una pantalla de pronto aparece en el escritorio: es el MSN de Álex, que tiene activada la opción para que se abra automáticamente cuando se reinicia el PC.
—«Alexescritor», qué poco original —murmura.
La chica rastrea entre los contactos de su hermanastro. Está segura de que allí encontrará lo que busca. Lee atentamente, uno por uno, los nicks de cada agregado. Tiene muchos en «no admitidos», posiblemente para que nadie le moleste cuando está escribiendo.
—¡La de cursiladas que pone la gente en estos sitios…! —comenta en voz baja, cabeceando de un lado para otro.
Ninguno le llama la atención especialmente hasta que, al final, escrito en múltiples colorines, aparece uno significativo: «Paula. Mariposas bailan en mi pecho. TQ. Gracias por todo». Está admitida, pero desconectada.
¿Será esa la Paula con la que sueña Álex? Necesita comprobarlo. La suerte le vuelve a sonreír. Es MSN Plus y, además, su hermanastro guarda las conversaciones en el PC.
Irene abre el archivo que pertenece a aquella dirección. Solo hay una charla entre ellos. Fue el viernes por la noche. ¡Se conocieron hace nada! Y quedaron ayer por la mañana para que Paula le ayudara en algo. ¿Tendría que ver con los cuadernillos? Eso cree. Casi está segura.
La chica relee el texto dos veces. Una tercera. Ya no tiene dudas. Por la manera en la que se comportó su hermanastro, esa Paula es su rival. Y por su forma de escribir parece jovencita, calcula que tendrá entre dieciséis o diecisiete años. Una bebé a su lado.
—Así que a mi hermanito le gustan las adolescentes.
Sonríe maliciosa, y continúa su investigación.
En la ventanita del MSN, Paula no tiene una foto personal sino un osito de peluche con un corazoncito. Le gustaría verla, saber el aspecto que tiene. Quizá le pasó alguna fotografía por e-mail.
Irene, esperanzada, busca entre los documentos de imágenes de Álex, pero en esta ocasión no encuentra nada.
«Conociéndole, seguro que es un bombón», deduce.
Irene imagina cómo es Paula: alta, muy guapa de cara, pelo largo, ojos claros o color miel, pero, en todo caso, muy atrayentes. Y seguro que tiene un cuerpo perfecto. Su hermanastro no se merece menos. Posiblemente, harían buena pareja. Aunque nadie es mejor pareja para Álex que ella misma.
Examina de nuevo el nick. Aquella chica quiere a alguien y le da las gracias por algo. ¿No será a él? No, no puede ser: se conocen desde hace muy poco tiempo y los jóvenes de hoy en día dicen «te quiero» con mucha facilidad. Sin embargo, lo de las mariposas es indicativo de que está enamorada o que está empezando a sentir algo fuerte por alguien.
Podría ser otro chico. Mejor. Así aquella niña no sufriría cuando se entere de que ella es la nueva pareja de Álex.
A Irene le fascina tanta seguridad en sus posibilidades. No siempre había sido así, pero ahora las cosas han cambiado. Sabe lo que quiere y va a pelear por ello. Está en el sitio y en el momento adecuado y posee armas suficientes para seducir a su presa. Nos e le va a escapar.
De repente, un sonido en el PC anuncia que uno de los contactos acaba de conectarse. Qué error más tonto. Debería de haberse asegurado de que estaba en «no conectado» vaya, y es Paula, además. ¡Menuda coincidencia! ¿Y ahora qué?
Irene se muerde las uñas. La curiosidad la mata. Pero ¿qué le dice?
Durante un par de minutos, reflexiona.
Si le habla, podría meter la pata y ser descubierta. Además, tarde o temprano Álex y Paula se verán y comentarán algo de la conversación. ¿Qué puede hacer?
Otros tres minutos en silencio. La chica tampoco dice nada.
—Mucho interés no tiene precisamente —comenta, acercando su cabeza un poco más a la pantalla del portátil.
Irene mira al pequeño reloj del ordenador. Se está empezando a hacer tarde y lo menos que desea es que su hermanastro la descubra allí. Eso sería catastrófico ya que entonces él nunca más confiaría en ella.
Y cuando está a punto de cerrar el MSN, una lucecita naranja indica que Paula le ha escrito algo.
«Mierda. ¡Qué oportuna…!», piensa Irene.
Nerviosa, abre la página de la conversación.
—Hola, ¿muy ocupado? ¿O simplemente no quieres hablar conmigo?
La frase está en letras rosas y adornada con tres iconos. El último, el que cierra la pregunta, es una tortuguita con un gorro de vaquero que guiña un ojo.
Aquello es como deshojar una margarita. ¿Le contesta o no le contesta? Tiene ganas de seguir jugando con la situación que se le ha presentado, pero, finalmente, la razón le vence. No puede arriesgar tanto.
Irene resopla y cierra el MSN sin escribir nada. Luego apaga el PC y de puntillas sale de la habitación de Álex.
Esa tarde de marzo, en un lugar de la ciudad.
¡Qué raro…! No le ha contestado y ha salido del MSN sin más.
Paula espera unos minutos. Quizá Álex se ha desconectado por un problema en su ordenador, pero, pasado un tiempo, comprende que no es así. Se resigna.
Qué día más tonto… Por una parte, Ángel no puede quedar con ella: está demasiado ocupado trabajando y cubriendo la noticia del accidente de Katia. Y por otra, Álex primero no le dice nada en el MSN y luego se desconecta sin contestarle. ¡Qué pena…! Cuando lo vio conectado le entraron unas ganas tremendas de hablar con él.
No le va a quedar más remedio que ponerse a estudiar Matemáticas. ¡Uff, las odia!
Mañana ha quedado con Mario para estudiar en su casa. A ver qué le sale de todo aquello. Espera aprobar el examen y, además, acercarse un poco más a su amigo. Lo que Paula no sabe es todo lo que esas tardes van a dar de sí.