sa mañana de marzo, en un sitio alejado de la ciudad.
Vivir lejos del centro de la ciudad tiene inconvenientes: debes desplazarte para compra cualquier cosa, no tienes nada a mano y a veces te sientes aislado del mundo. Pero también se cuenta con muchas ventajas. Una de ellas es que el aire es más puro; otra, que no hay aglomeraciones de gente, y otra es que un domingo por la mañana puedes salir a hacer footing sin tener que preocuparte de coches, semáforos o borrachos que regresan de la resaca de la noche anterior.
Hace pocos minutos que ha amanecido. El sol vuelve a brillar un día más en aquel mes de marzo. El invierno parece que terminó hace siglos. Los árboles se despiertan húmedos y brillantes del rocío caído y agitados por una leve corriente de aire frío. Pero a ella no la detiene una simple brisilla matinal.
Irene abre la puerta de la casa, después de atarse con fuerza los sordones de sus Nike rosas, y comienza a correr. Lleva unas mayas negras muy ajustadas y una sudadera blanca con capucha, bajo la cual esconde una camiseta sin mangas, también negra, de la misma marca que el calzado.
La música de su MP3, oculto en uno de sus bolsillos, la acompaña, aunque hubiera preferido otra compañía.
Así que Paula…
Unos minutos antes.
¡Qué bien he dormido! No sabe si por la cama, por el cansancio del viaje o por saber que a pocos metros está su hermanastro, que incluso tal vez, con menos ropa que ella. Aunque ese detalle también le provoca otro tipo de sensación.
Nunca lo ha confesado, ni siquiera a sus mejores amigas, pero Irene piensa que Álex es el chico de su vida. Los caprichos del destino le han dado la oportunidad de conocerlo muy bien de cerca, de vivir con él mucho tiempo, a pesar de las condiciones poco adecuadas. ¡Hermanastros! En cierta manera, un lío con Álex es algo parecido a cometer incesto. Muchos lo considerarían como tal. Pero por otra parte no son de la misma sangre, y ella hace tiempo que abandonó cualquier complejo y prejuicio por ese «pequeño» detalle.
Este curso, esa visita temporal de tres meses, es justo lo que necesitaba: tiene tres meses para seducir a su hermanastro.
Semidesnuda, se mira en el espejo que hay en la habitación que va a ser la suya en las próximas semanas. Sí, sin duda armas tiene.
Echará de menos el gimnasio, pero va a vivir en un sitio ideal para hacer deporte al aire libre. Nada mejor que proponerse ponerse a correr todas las mañanas antes de ponerse a funcionar. ¿Empieza hoy? Por supuesto. Está descansada, pletórica. Los domingos son perfectos para empezar algo. Todo el mundo habla de iniciar nuevas experiencias el lunes, con el comienzo de la semana. Ella no. Ganarles un día a los demás, a los que dudan, y dudan y no terminan nunca de hacer las cosas, le hace sentirse fuerte, distinta. En realidad, el curso de liderazgo que va a tomar debería darlo ella.
¿Querría Álex correr con ella? Probablemente no. No, seguro, pero por preguntar no pierde nada. Ataviada solo con las mayas negras ajustadas y un sujetador deportivo camina hasta el cuarto de su hermanastro. Con sigilo abre la puerta y entra en la habitación.
No está del todo oscuro ya que una leve luz entra por la ventana. Ve lo suficiente para contemplar la espalda desnuda de Álex, que duerme boca abajo. La ropa de la cama del chico solo le tapa hasta la cintura. Está más musculoso que la última vez que lo vio sin ropa. Más perfecto si cabe aún.
Y es que, ¿qué chica se podría resistirse a vivir bajo el mismo techo que Álex sin colarse por él?
¿Tendrá novia? No parece, pero le da igual. Confía en ella misma. Tres meses.
Álex se gira y se coloca de lado. Irene avanza hasta la cama y despacio se tumba en el espacio que Álex ha dejado libre. Tiene la espalda y la nuca de su hermanastro a pocos centímetros. Siente la tentación de abrazarlo, pero lo que hace es soplar en su cuello. El joven se estremece y se da la vuelta. Aún duerme.
Ahora los ojos cerrados de Álex están enfrente de los de Irene. Sus bocas muy cerca, tanto como sus cuerpos. La joven acerca aún más sus labios a los de él. Y sopla. Levanta, dulce.
Álex vuelve a estremecerse, pero esta vez sí se despierta. Tiene delante una chica, cerca, muy cerca. Y enseguida, enlaza sus sueños de esa noche con la realidad.
—Paula… —murmura.
—¿Paula? ¿Quién es Paula?
No es la voz de Paula. ¿Quién…?
—¡Irene! —grita, mientras se aleja de su hermanastra—. ¿Qué haces en mi cama?
—Dormir contigo —bromea la chica.
—¿Cuánto llevas aquí?
—Un par de… minutos.
La chica salé de la cama. A pesar de que la luz es escasa, Álex puede ver el cuerpo modelado de su hermanastra, apenas cubierto en su busto y vestido con aquellas mayas ceñidas.
—¿Qué…, qué quieres? —tartamudea sorprendido.
—Voy a correr un rato. ¿Te vienes?
Una sonrisa invade el rostro de la joven, satisfecha por la impresión causada.
—¿A correr?
—Sí. Voy a aprovechar este magnífico lugar para correr por las mañanas para conservar la figura. ¿O es que crees que esto se mantiene solo? —dice, pasando su mano por el abdomen y muslos.
—No, no voy. Es domingo y muy temprano. Es lo que menos me apetece.
—Muy bien, como quieras. Hasta luego hermanito.
Y sale de la habitación sonriendo, convencida de sus posibilidades.
Minutos después.
El sol cada vez hace más notoria su presencia. Será un día caluroso, dentro de lo que cabe en el mes de marzo.
Mientras corre, Irene piensa. «Paula», ese es el nombre de su rival.
Se pregunta cómo será. ¿Guapa? Sí, seguro que Álex no se había fijado en cualquiera. Pero le da lo mismo cómo sea. Tiene un objetivo claro, y no hay chica que pueda cruzar en su camino.
Motivada por su poder mental, acelera el paso. En su MP3 suena Ilusionas mi corazón, de esa cantante de pelo rosa que está de moda.