Capítulo 13

sa misma mañana de marzo, en otro punto de la ciudad.

No sabe qué hacer. Ángel lleva un rato dando vueltas, pensando. ¿Qué le dice a Paula?

Aún le duele la cabeza y el estómago. Siente vergüenza de sí mismo. ¿Cómo es posible que se comportara de esa manera? Se emborrachó, perdió la noción de la realidad, el control. Ni tan siquiera sabía si entre él y Katia había ocurrido algo. ¿Dos días con Paula y ya le ha sido infiel?

Está desquiciado. Querría desaparecer ahora mismo.

Cuando ha llegado a casa, ha puesto el móvil a recargar. Un aviso tras otro, le han ido apareciendo en la pantalla las diferentes llamadas perdidas. De Paula hay unas cuantas. Ha metido la pata hasta el fondo.

Y ahora vienen las excusas, las mentiras, los perdones. Porque Paula no podía enterarse de lo que había pasado. Si llegara a saberlo…

Se pregunta si los besos que soñó habrán sido reales. Si tal vez Katia aprovechó la oportunidad de que él no sabía lo que hacía. En todo caso, el único culpable era él mismo.

¿Qué hacer? ¿Qué decir?

«Paula fui a la redacción, entré en el baño y me quedé encerrado porque la limpiadora no se dio cuenta de que estaba dentro. El móvil se quedaría sin batería».

Suena a cuento chino.

«Se me cayó el teléfono en un cubo de agua y hoy, por arte de magia, de nuevo funciona».

Poco convincente también.

Mentirle le parecía horrible, pero peor era perderla. Y estaba seguro de que, si le contaba la verdad, tal vez lo perdonara, pero no volvería a confiar en él.

¿Por qué tuvo que aceptar el ir a tomar nada? ¿Por qué bebió? Katia… Ésa era quizá la respuesta que no quería ver ni creer.

¿Por Katia?

Pero él estaba con Paula. La quería. Sí. Su corazón es de ella. Y será bonito construir una historia juntos. Complementados. Unidos. Pero para ello tenía que salir de ésta.

Mira el reloj. Sigue siendo muy temprano. Tiene ganas de oír su voz, pero tampoco es plan despertarla después de haberle dado plantón la noche anterior.

Además, aún no sabe qué decirle.

¿Un mensaje? Eso sería más ruin aún. Hay que dar la cara. Mintiendo, pero al menos dar la cara.

El teléfono de Ángel suena. No es Paula, es Katia. El chico duda si cogerlo. No lo hace. Para. Unos segundos más tarde vuelve a sonar.

—Hola, Katia —responde, finalmente, con seriedad.

—Hola, Ángel. ¿Qué tal te encuentras?

La voz de la cantante suena apagada, tristona. El chico no lo sabe, pero mientras habla con él, Katia juguetea con un interruptor. La luz del salón se enciende y se apaga reiteradamente. Está nerviosa, intranquila. No ha parado ni un segundo de pensar en él desde que se marchó.

—Pues me duele la cabeza. Debe ser por la resaca. Se puede decir que he estado mejor.

—Lo siento. Espero que te mejores.

—Gracias.

Un silencio frío se abre entre los dos. Ángel está a punto de despedirse y colgar, pero la chica habla antes.

—Ángel…, quiero que sepas que no pasó nada entre nosotros.

—Mira, Katia…

—De verdad, créeme. Pudo pasar. Habíamos bebido los dos, estábamos solos en mi apartamento… Pero no ocurrió nada.

Ángel quiere saber si los besos que soñó fueron reales, pero prefiere no preguntar nada.

—Está bien. Mejor así. De todas maneras no estoy orgulloso de mi comportamiento.

—Vamos, no te tortures. Se nos fue la mano un poco, pero ya está. No hay que darle tanta importancia.

—Bueno.

La chica del pelo rosa continúa maniobrando con el interruptor. Está tensa. Ve a Ángel distinto. Por un momento se piensa lo peor. No quiere perderlo.

—Ángel…, me apetece mucho ser tu amiga.

El joven periodista no dice nada. En su cabeza reina la confusión. No tiene ganas de seguir con aquella conversación pero, por otro lado, tampoco él quiere perderla.

—Katia, no sé qué decirte. Deja que descanse, que me recupere un poco. Esta tarde o mañana te llamaré. ¿Vale?

—Vale —contesta no muy convencida, pero lo acepta. No le queda más remedio—. Te esperaré. Un beso.

—Un beso.

Mientras Katia deja el interruptor bajado, apagando la luz del salón, Ángel se sienta preocupado, pensando una buena razón para explicarle a Paula por qué no la llamó la noche anterior.

Diez y pocos minutos de la mañana de ese sábado de marzo, en otro punto de la ciudad.

Álex dialoga animadamente con el señor Mendizábal. Ya lo tiene todo listo. No puede negar que está nervioso, pero no por lo que va a hacer sino porque no está seguro de que Paula acuda a la cita. Quizá se eche atrás.

Sin embargo, todas las dudas le quedan disipadas cuando ella aparece delante de la puerta de cristal.

Mira a un lado y a otro despistada, hasta que Álex sale a su encuentro.

—Hola. Me alegro de verte —indica el joven mientras se le acerca.

Está muy guapa. Se ha cogido el pelo con una coleta, lo que da cierto toque infantil. Sonríe mostrando su blanquísima dentadura. Dos besos.

—Hola. Yo también. Perdona por el retraso.

Está muy guapo. Y sigue luciendo esa maravillosa sonrisa que recordaba del otro día cuando se encontraron en la cafetería. Pese al frescor de la mañana, viste en manga corta.

—No te preocupes. Mientras te esperaba he estado preparándolo todo para irnos cuanto antes.

—Me tienes en ascuas. ¿Aún no me vas a decir a qué quieres que te ayude?

—Enseguida lo sabrás. Pasa.

Álex deja entrar delante a Paula en el establecimiento. Es una reprografía. El ruido de las máquinas fotocopiadoras inunda el local.

Un hombre que ronda los sesenta años se aproxima a la pareja.

—Señor Mendizábal, le presento a mi amiga Paula.

Ambos intercambian sonrisas y curiosas miradas.

—Encantada, señor.

—Lo mismo digo, jovencita. Este muchacho tiene buen gusto para las chicas. Parece que es tan buen músico como conquistador.

El hombre suelta una gran carcajada. Paula enrojece velozmente. También Álex parece avergonzado.

—No exagere, Agustín. Que usted, en nada de tiempo, me ha superado.

—El alumno nunca podrá superar al maestro.

¿Alumno? ¿Maestro? ¿Quién es quién? La chica no se entera de lo que están hablando. Sabe que Álex toca el saxo, pero…

—¿Usted le da clases a Álex? —pregunta ella, un poco desconcertada y queriendo caer simpática.

—¡¿Bromeas?! —exclama sorprendido Agustín Mendizábal—. Este chico es el mejor músico que he conocido en mi vida. Por eso le pedí que nos diera clase a mis amigos vejestorios y a mí.

—Vuelve a exagerar. Sus amigos y usted están muy adelantados para el poco tiempo que llevamos. Y lo que me divierto yo en las clases…

Paula está sorprendida. Así que el chico guapo de la sonrisa perfecta no recibe clases sino que las da. Increíble.

—Jovencita, imagino que Álex ya te habrá impresionado con su saxo —dice el señor Mendizábal, con media sonrisa picarona.

—Pues… no. Aún no he tenido la oportunidad de escucharlo —responde Paula, que todavía está colorada—. Nos conocemos desde hace poco tiempo. Pero tal como usted lo describe, tiene que hacerlo muy bien.

La joven termina su frase con una mirada de admiración al chico. Profesor de saxofón siendo tan joven. Debe de ser un genio.

—Me vais a poner rojo. Dejadlo ya.

—Es verdad. Basta de piropos, que al final se los creerá y nos subirá el precio de las clases —señala el hombre, riéndose, de nuevo. Entonces se agacha para recoger algo tras el mostrador y desaparece de la vista de los jóvenes—. Bueno, aquí está lo que me pediste.

El señor Mendizábal coloca sobre el mostrador dos mochilas llenas de finos cuadernillos plastificados. Paula no puede calcular a ojo cuántos habrá en cada una. Unos treinta tal vez, quizá alguno más. A simple vista, todos parecen iguales.

—Pues muchas gracias, Agustín. ¿Cuánto le debo?

Álex saca su cartera para pagar.

—Pero ¿estás de broma, muchacho? Esto va por mi cuenta.

El joven insiste en pagar todos los juegos de fotocopias que le han hecho, pero es inútil tratar de convencer a aquel hombre.

—Por todos los días que te quedas más tiempo con nosotros, lo que nos aguantas y lo bien que nos tratas. No pienso aceptar ni un euro tuyo.

—Muchas gracias, señor Mendizábal —termina por responder Álex mientras se guarda la cartera en un bolsillo trasero de su pantalón vaquero.

El muchacho coge las dos mochilas con las carpetas y se cuelga una de cada hombro.

—Pasadlo bien y espero volver a verte, jovencita. A ti te espero el lunes, como siempre.

Los jóvenes se despiden de Agustín Mendizábal y salen de la reprografía.

Paula está desconcertada. ¿Para qué querrá tantas copias de lo mismo? ¿Qué serán aquellas folios?

Ya en la calle, Álex señala un banco a Paula para que se sienten.

—Te voy a explicar todo. Seguramente te parezca una tontería, pero se me ocurrió y al menos voy a ver qué pasa.

En el banco da el sol. Paula parece más rubia y a Álex se le nota más el bronceado de sus brazos. El chico deja las dos mochilas en el suelo junto a él y saca dos de los cuadernillos. Uno se lo da a Paula y otro se lo queda.

—«Tras la pared» —lee en voz baja la chica.

—Sí. Tras la pared es el título del libro que estoy escribiendo.

—¿Eres escritor? —pregunta ella sorprendida.

—Dejémoslo en que soy alguien que escribe. O intenta hacerlo para ser escritor me falta mucho.

Paula abre con curiosidad aquel delgado dosier. Son las primeras catorce páginas del libro que Álex está escribiendo.

—¿De qué va?

—De un escritor que se obsesiona con una chica mucho más joven que él.

—¿Cuánto más joven?

—El tiene veinticinco y ella catorce.

Paula arquea las cejas. Ángel tiene veintidós y ella dieciséis. Casi diecisiete.

—¿Y tú, cuántos años tienes? —pregunta la chica sin apartar los ojos del cuaderno.

—¿Yo? Pues… veintidós.

Como Ángel. Qué casualidad. Aunque Álex parece un par de años o tres más joven.

—Yo, dieciséis. El sábado que viene cumplo diecisiete.

Es cierto. Ahora, al decirlo, se da cuenta de que tan solo queda una semana para su cumpleaños. ¿Lo celebrará? No ha pensado en nada.

—Imaginé que andarías por esa edad —contesta el joven sonriendo.

Cada vez que Álex sonríe, Paula siente un cosquilleo en su interior. No se explica por qué y tampoco quiere descubrirlo. Simplemente le gusta su sonrisa, desde el primer momento en que lo vio en aquel Starbucks.

—Bueno, ¿y para qué has hecho tantas copias del principio de tu libro? ¿Las vas a mandar a las editoriales?

—No. Al menos no de momento.

—¿Entonces?

—Pensarás que soy tonto… o que estoy un poco loco. O tal vez que soy demasiado romántico…

—Quizá ya lo piense —dice riendo ella.

Álex se sonroja. A lo mejor no ha sido buena idea contar con Paula para aquello. Por un instante cree que está haciendo el ridículo, pero ya no puede dar marcha atrás. Ella le va a ayudar con su plan.

—Es normal —contesta él tratando de mostrarse sereno—. Mira, abre el cuaderno por la primera página y léela.

Paula obedece y, mientras lee, escucha la voz de Álex:

Hola, querida lectora o querido lector. Espero que esté teniendo un buen día. ¿Sorprendido? Yo lo estaría. No me extenderé mucho para no hacerle perder tiempo. Esto que acaba de encontrar es el comienzo de Tras la Pared, una novela que en estos momentos se está escribiendo. Cada día coloco un trocito en www.fotolog.com/tras_la_pared. Es la historia de Julián, un escritor en cuya vida se cruza una chica de catorce años.

¿Qué es lo que busco o pretendo con este adelanto de catorce páginas? Que lo lea. Y, si le gusta, puede seguir la historia en la dirección que he puesto arriba. Como ya he dicho, cada día escribiré un fragmento.

También le pido que, una vez que haya leído este dosier, si así lo ha decidido, deje la carpetita encontrada en otro lugar visible para que otras personas puedan leerlo. Una especie de boca en boca.

No sé si tendrá éxito, pero fue una idea romántica que tuve y no pude, ni quise, frenarla. Yo sólo quiero saber si realmente valgo para esto. Y cuanta más gente opine, mucho mejor.

Así que le ruego que no se quede con Tras la Pared, y, por favor, tras leerlo y anotar la dirección indicada, déjelo en algún lugar donde más personas puedan verlo.

No es un juego. Bueno, realmente sí lo es. Pero, más que un juego, es el intento de cumplir un sueño: el de ser escritor. Y usted está formando parte de ello y puede cambiar la vida de una persona.

También le dejo la posibilidad de comunicarse conmigo a través de traslapared@hotmail.com. Así podré saber si esta locura está teniendo éxito.

Y nada más, querida lectora, querido lector. Espero no defraudarle en las siguientes páginas y que, de una u otra manera, este proyecto llegue a su meta.

Muchísimas gracias por su respeto, amabilidad y especialmente por su tiempo.

Se despide atentamente,

El Autor.

Paula no sale de su asombro. Aquella idea es…

—Si he entendido bien, lo que pretendes es dejar estos cuadernillos por la calle y que la gente los encuentre.

—Así es, pero no en cualquier sitio. Tenemos que buscar lugares en los que las personas que los encuentren realmente crean en esto. Como un golpe del destino. Como si fuera el cuadernillo el que encontrara a la persona indicada, y no al revés.

A Álex se le iluminan los ojos al hablar. La chica lo mira embelesada. No había oído una idea tan romántica jamás. Quizá aquello no sirviera de nada, pero qué bonito intento de cumplir un sueño. ¡Y ella estaba formando parte de eso!

—Y quieres que yo te ayude a buscar esos sitios…

—Pues sí. Si tú quieres, claro.

—¡Por supuesto! Pienso que estás fatal de la cabeza. —Y suelta una carcajada—. Pero me encanta la idea que has tenido. Será muy divertido.

Álex esboza una tímida sonrisa. Por lo menos piensa que va a ser divertido. No está mal. Loco, pero divertido. Y lo será. Con ella aún más.

De una de las mochilas saca diez cuadernillos y los mete en la otra. Después se la coloca en la espalda. La menos pesada se la da a Paula.

—Para ti —dice, entregándole la mochila más ligera a la chica.

—¡Hey! No hacía falta que me quitaras ninguno… Estoy fuerte —indica, mientras se remanga y enseña el bíceps del brazo derecho.

El muchacho la mira divertido y la ayuda a colocarse la mochila en la espalda. Con un pequeño saltito se la acomoda mejor.

—Podemos irnos.

—Un momento —interviene Álex—. Aquí es donde ha comenzado todo, así que aquí dejaremos el primero.

Y, esperando que nadie lo vea, haciéndose el despistado, deja caer el fino dosier sobre el banco en el que han estado sentados.

—¿Nadie nos puede ver? —pregunta la chica al observar la estrategia de Álex.

—Mejor que no. Perdería de alguna manera la magia. O quizá nos devolverían el cuaderno como a quien se le ha olvidado o caído algo…

—Vale. Sigo pensando que estás fatal de la cabeza…, pero me gusta todo esto. El próximo me toca a mí.

Paula no sabe por qué, pero está muy ilusionada. Se siente como si volviera a la infancia. Es como una yincana, como ir a la caza del tesoro, solo que ellos son los que esconden el cofre, no los que lo buscan.

Los dos chicos caminan pausadamente, uno al lado del otro. Miran a izquierda y derecha constantemente. Buscan un lugar donde ella entregará al destino la copia número dos del comienzo de Tras la pared. El sol continúa tallando en aquella mañana de marzo.

De repente Paula sale corriendo. Álex la sigue sin correr, pero caminando deprisa.

—¿Qué te parece aquí? —pregunta ella refiriéndose a un gran árbol que da sombra en una pequeña plaza.

Álex lo observa con atención. Es viejo, robusto. El tiempo lo ha mermado, pero conserva algo de imperial. Está como desubicado, rodeado de delgados y jóvenes árboles que le escoltan. La sensación es que no pertenece al lugar en el que se encuentra enraizado.

—Me gusta —contesta alegre.

Paula está satisfecha con su hallazgo. Espera a que pasen de largo un par de personas y, cuando cree que no la ve nadie, se agacha nerviosa y deposita el cuadernillo en las faldas del viejo árbol. Rápidamente, coge a Álex del brazo y continua andando como si nada hubiese pasado. Una sonrisa ilumina la cara de la joven por completo.

Una biblioteca es el siguiente objetivo. ¡Qué mejor sitio para dejar el adelanto de un libro! La pareja entra. Paula vigila mientras el chico esconde uno de los ejemplares bajo la alfombra de la entrada. No lo cubre totalmente, deja la mitad al descubierto. Nadie los ha visto.

Ahora están en una juguetería. Mientras Álex conversa con la encargada para entretenerla, Paula sitúa un cuadernillo detrás de un pingüino gigante de peluche.

Visitan una tienda de discos antiguos. Dentro del vinilo Abbey Road de los Beatles, la chica, por indicación de Álex, introduce otro de los dosieres plastificados.

Los siguientes emplazamientos en los que dejan un cuadernillo de Tras la pared son debajo de un cojín en forma de corazón en una tienda de regalos, en el columpio de un parquecito, al lado de unas rosas en la entrada de una floristería, en la puerta de un colegio y en el portal de una casa de época. También eligen las escaleras mecánicas de unos grandes almacenes, una tienda de golosinas, los pies de una estatua y el asiento de un descapotable aparcado que impresiona a Paula.

Cogen el metro. En la estación sueltan alguno, dentro del vagón dos o tres más, bajo los asientos… Hasta en una máquina de Coca Cola. Y en un fotomatón.

Empieza a hacer un poco de calor. Es más de mediodía. La pareja lleva caminando casi dos horas.

—¿Quieres que entremos en aquel Starbucks? —pregunta Álex.

La chica asiente. Recuerda entonces la primera vez que se vieron. ¡Qué coincidencia! Ella llegó allí de rebote, mientras esperaba a Ángel. Él, antes de sus clases. Se encontraron debajo de la mesa cuando él fue a ofrecerle un pañuelo porque ella se había manchado de caramelo. Qué vergüenza pasó… Y luego, Perdona si te llamo amor. Lo que es el destino. Dos personas leyendo el mismo libro, en el mismo lugar, al mismo tiempo…

Paula y Álex piden sus bebidas. En esta ocasión algo fresquito para saciar la sed y mojar los labios. Suben a la planta alta de la cafetería y se sientan. Hablan animadamente de la experiencia: si aquel tío les miraba como si supiera que iban a esconder algo, de aquella señora que no se iba nunca, de si seguro que en determinado sitio el que lo encuentre lo leerá…

Sonríen. Paula se siente parte del cuento de Álex, un cuento no escrito, pero que está viviendo. Es guapo. Muy guapo. Y tiene esa sonrisa…

—¿Me esperas un momento?

—¿A dónde vas? ¿A esconder algún cuadernillo?

—No, al baño. Ya sabes…, cada mes, las chicas… —insinúa Paula tranquilamente, pero haciendo enrojecer a Álex.

Mete su mano en el bolso y esconde lo que necesita bajo la manga. Sin querer, lo deja abierto.

—Te espero aquí —dice el chico, que se maldice por la pregunta anterior.

Paula sonríe y entra en el baño.

Álex absorbe su bebida por la cañita de plástico. Está muy feliz. ¿Qué más puede pedir? Está intentando cumplir un sueño y ella es su ayudante. Pero ¿qué siente realmente por ella? No es momento de planteárselo. Ahora toca disfrutar de este día, de estos momentos de juego. Su locura podría ser el principio de algo.

¿Quién sabe?

Sin esperarlo, una música sale del bolso abierto de Paula, acompañada de un sonido vibrador. Está excesivamente alta. Toda la gente que se encuentra en la cafetería mira hacia él. El teléfono, por el impulso de las vibraciones, se sale del bolso. El tema de The Corrs suena con más fuerza aún.

Álex no sabe qué hacer. Se oye incluso un shhhh desde alguna mesa. No quiere, pero tiene que contestar.

—¿Sí…?

—¿Paula? —pregunta la otra persona, que sin duda no esperaba oír una voz masculina.

—No, soy un amigo. Ella está en el… Ahora no está. ¿Quién la llama?

—Otro amigo. Ya la llamaré.

—Pero si viene ense…

Pero a Álex no le da tiempo a decir nada más porque Ángel acaba de colgar.

El chico se queda pensativo unos segundos antes de meter de nuevo el móvil en el bolso. Ha visto el nombre de quien ha hecho aquella llamada. ¿Quién será ese Ángel? Tal vez el novio de Paula. Pero no, se ha presentado como un amigo. Sin embargo, ¿por qué ha colgado de esa manera?

Paula regresa del baño. Álex observa su caminar resuelto, alegre, juvenil. Es una chica increíble. Tarde o temprano tendrá que plantearse qué siente de verdad por ella.

La chica se sienta sonriente frente a él.

—Te han llamado por teléfono. No iba a cogerlo, pero tienes la música demasiado alta y todo el mundo miraba. No me ha quedado más remedio que contestar… Perdona.

La joven se alarma. ¡Sus padres! Reza para que no hayan sido ellos. A toda prisa saca el móvil del bolso y busca en «llamadas recibidas».

—Siento si he hecho mal… —insiste Álex, al verla tan preocupada.

Paula respira hondo. No han sido sus padres, ha llamado Ángel. Entonces cae en la cuenta de que en las últimas horas no ha pensado en él. Por fin se ha dignado a dar señales de vida. Siente la tentación de llamarlo, pero no es el momento. Tampoco quizá es lo que deba hacer después del plantón de anoche. Se debate entre estar enfadada, aliviada, molesta o alegre. Definitivamente, cree que no es buena idea llamarlo. Ya volverá a hacerlo él.

Con tranquilidad vuelve a guardar el teléfono móvil en el bolso y sonríe a su acompañante como si nada.

—¿Está todo bien? —quiere saber él.

—Muy bien —responde ella.

Pero Álex no la cree. Detecta cierto malestar, quizá no con él o tal vez con el chico de la llamada.

—Casi he terminado, ¿nos vamos? —propone Paula buscando cambiar de tema. No quiere pensar en Ángel.

—Sí, yo también he acabado.

La joven da un último sorbo y se seca los labios con una servilleta de papel.

—¿Dejamos aquí otro de los cuadernillos?

—Sí, es buena idea.

La pareja se levanta y, sobre la mesa en la que han estado tomando sus bebidas, abandonan a su suerte otro de los cuadernillos de Tras la pared.

En ese mismo momento, ese día de marzo, en otro lugar de la ciudad.

En el apartamento suena el estribillo de She will be loved, de Los Maroon 5.

Ángel está desconcertado. Camina nervioso de un lado a otro de la habitación. Sinceramente, no sabe lo que pensar. ¿Quién es ese tipo que le ha cogido el teléfono? Ha dicho que era un amigo de Paula. Pero ¿desde cuándo los amigos cogen el teléfono de sus amigas? Parecía un chico joven. Tenía hasta la voz bonita.

Está nervioso. ¿Celoso? No, él no es celoso. O eso es lo que dice. Además, ¿qué razones tiene para estarlo? Ninguna.

Le duele la cabeza. La resaca continúa, y eso no le deja reflexionar con soltura.

En cierta manera le está bien empleado que Paula lo deje por otro.

¿Pero qué dice? Eso no puede ser. Si sólo metió la pata anoche, y solo llevan saliendo dos días…

Tal vez Paula le haya estado ocultando algo todo ese tiempo. Una pareja, un lío, un medio novio, un amante. Quizá él es solo uno más.

Tiene que tranquilizarse. No sabe ni lo que dice. ¿Un amante? Está hablando de una chica de dieciséis años… ¿Desde cuándo las adolescentes tienen amantes?

Ángel se sienta, cruza las piernas, pone la mano derecha en la barbilla, descruza las piernas… Coge una revista y la ojea pasando las páginas rápidamente. Pronto se cansa de ella y la suelta.

¿Quién era ése?

No puede hacer una montaña de un grano de arena. Posiblemente era un amigo de clase. Sí, eso. Habrán quedado para estudiar. ¿Un sábado? Es que es sábado. Y los sábados por la mañana no se estudia.

Pasan unos minutos.

¿A qué espera Paula para llamar? ¿Estará enfadada? Tiene derecho a estar molesta por lo del día anterior. Pero ¿quién era ése? No ha tardado mucho en buscarse a alguien que la consuele…

Pasan más minutos.

Paula no da señales. ¿No le va a llamar?

Ángel coge el móvil. Busca el número de Paula. No, no es buena idea que la llame. No le toca a él. Además, ¿y si aparece de nuevo el chico de antes?

Ya llamará ella.

Sí, lo hará.