En los capítulos anteriores se han presentado tres advertencias que expresan mi creencia en que el totalitarismo cibernético tendrá a la larga un efecto negativo en la espiritualidad, la moralidad y los negocios. Desde mi punto de vista, la gente ha respetado demasiado los bits, lo que ha dado como resultado una progresiva degradación de sus propias cualidades como seres humanos.
Esta sección aborda otro peligro que puede derivarse de una fe excesiva en los bits. Recuerda que en el primer capítulo he hecho una distinción entre los ordenadores ideales y los ordenadores reales. Los ordenadores ideales se pueden experimentar cuando creas un pequeño programa. Parecen ofrecer posibilidades infinitas y una extraordinaria sensación de libertad. Los ordenadores reales se experimentan cuando tratamos con grandes programas. Pueden atraparnos en una maraña de códigos y convertirnos en esclavos de un legado previo, y no solo en asuntos de oscuras decisiones tecnológicas. Los ordenadores reales materializan nuestras filosofías a través del proceso de anclaje antes de que estemos preparados.
Evidentemente, las personas que utilizan metáforas extraídas de la informática cuando piensan en la realidad prefieren pensar en los ordenadores ideales y no en los reales. Por eso, los ingenieros de software cultural nos suelen ofrecer un mundo imaginario en el que cada expresión cultural es como un pequeño programa totalmente nuevo, con libertad para llegar a ser cualquier cosa.
Es una bonita idea, pero acarrea un efecto secundario lamentable. Si cada expresión cultural es un pequeño programa totalmente nuevo, entonces resulta que todos se encuentran alineados en la misma línea de partida. Cada uno se crea utilizando los mismos recursos que los demás.
Es lo que yo llamo una estructura global «plana». A los tecnólogos del software les hace pensar en un mundo feliz, porque en una estructura global plana cada pequeño programa nace nuevo, ofreciendo el aroma vivificante de la libertad del código pequeño.
Los especialistas en software saben que es inútil seguir creando pequeños programas eternamente. Para hacer algo útil, hay que aventurarse en el código grande. Pero al parecer ellos se imaginan que el dominio de la expresión pequeña y virginal seguirá siendo válido en las esferas de la cultura y, como explicaré más adelante, en la ciencia.
Esa es una de las razones por la cual los diseños de la web 2.0 favorecen tanto lo plano en la expresión cultural. Pero yo creo que lo plano, aplicado a los asuntos humanos, conduce a la insipidez y la falta de sentido. En el pensamiento científico hay problemas análogos relacionados con la creciente popularidad de lo plano. Aplicado a la ciencia, lo plano puede provocar confusión entre la metodología y la expresión.
Donde se examina cierta anomalía en las tendencias de la música popular.
¿Qué es lo que se ha puesto tan rancio en la cultura de internet que hace que una pila de retórica manida de mi viejo círculo de amigos se considere sacrosanta? ¿Por qué alguien más joven no puede tirar a la basura nuestras viejas ideas y cambiarlas por algo original? Deseo que las nuevas generaciones de la cultura digital me escandalicen y me dejen obsoleto, pero en cambio me veo atormentado por la repetición y el hastío.
Por ejemplo, el pináculo de los logros del movimiento del software abierto ha sido la creación de Linux, un derivado de UNIX, un viejo sistema operativo de los años setenta. De la misma manera, el bando menos tecnológico del movimiento de la cultura abierta celebra la creación de Wikipedia, que es una copia de algo que ya existía: una enciclopedia.
Lo que estoy diciendo es independiente de que las habituales afirmaciones de los entusiastas de la web 2.0 y lo wiki sean ciertas o no. Demos por hecho, por la salud de los argumentos, que Linux es tan estable y seguro como cualquier derivado histórico de UNIX y que Wikipedia es tan fiable como otras enciclopedias. No deja de ser extraño, sin embargo, que generaciones de jóvenes idealistas y llenos de energía valoren tanto su creación.
Imaginemos que en los años ochenta yo hubiera dicho: «Dentro de un cuarto de siglo, cuando la revolución digital haya hecho un gran progreso y los chips de los ordenadores sean millones de veces más veloces que en la actualidad, la humanidad por fin podrá escribir una nueva enciclopedia y desarrollar una nueva versión de UNIX». Habría resultado totalmente patético.
Los partidarios acérrimos en la colmena no captan la distinción entre la expresión de primer orden y la expresión derivada. La expresión de primer orden se da cuando alguien presenta un todo, una obra que integra su propia cosmovisión y su propia estética. Es algo genuinamente nuevo en el mundo. La expresión de segundo orden está compuesta de reacciones fragmentarias a la expresión de primer orden. Una película como Blade Runner es un ejemplo de expresión de primer orden, como la novela que la inspiró, pero una mezcla en la que una escena de la película aparece acompañada de la canción favorita del autor anónimo de la mezcla no está en el mismo nivel.
No digo que pueda crear un medidor para detectar con precisión dónde está el límite entre la expresión de primer orden y la de segundo. Sin embargo, sí afirmo que los diseños de la web 2.0 producen toneladas de la segunda y sofocan la primera.
Es asombrosa la cháchara vertida en internet motivada por respuestas de aficionados a expresiones creadas originalmente dentro de la esfera de los antiguos medios y que ahora están siendo destruidas por la red. Los comentarios sobre series de televisión, películas importantes, lanzamientos musicales y videojuegos son los responsables de un tráfico de bits casi igual al de la pornografía. Sin duda no hay nada malo en ello, pero habida cuenta de que la red está matando a los antiguos medios, nos enfrentamos a una situación en la que la cultura se está comiendo efectivamente su propia provisión de semillas.
El material más original que existe gratis en la red abierta se parece, con demasiada frecuencia, al material más barato del mundo del copyright real, asediado y pasado de moda. Es un desfile interminable de noticias raras, estúpidos trucos de mascotas y vídeos caseros graciosos.
Ese es el tipo de material al que uno se ve remitido incesantemente por servicios de agregación como YouTube o Digg. (Eso y la interminable propaganda sobre los méritos de la cultura abierta. El lanzamiento estupidizante y aburrido de alguna versión de Linux normalmente se convierte en un titular a nivel mundial).
No estoy siendo esnob con respecto a ese material. De vez en cuando a mí también me gusta. Al fin y al cabo, solo las personas pueden hacer basura. Un pájaro no puede cantar basura, pero una persona sí. De modo que podemos enorgullecernos existencialmente por la basura. Lo único que estoy diciendo es que en el mundo predigital ya teníamos todas las clases de basura que se encuentra hoy en la red. Hacerse eco de ese material en el nuevo mundo «abierto» no tiene ningún mérito. El resultado acumulativo es que la cultura online está hoy obsesionada con el mundo tal como era antes del nacimiento de la red.
Según la mayoría de los cálculos, aproximadamente la mitad de los bits que recorren internet tienen su origen en la televisión, el cine u otros contenidos comerciales tradicionales, pero es difícil realizar una estimación precisa.
BitTorrent, una compañía que mantiene uno de los muchos protocolos para ofrecer ese tipo de contenido, ha afirmado en ocasiones que sus usuarios ocupan más de la mitad del ancho de banda de internet. (BitTorrent se utiliza para diversos contenidos, pero sobre todo para distribuir grandes archivos, como series de televisión y películas).
Originalmente, internet fue concebido durante la guerra fría para ser capaz de sobrevivir a un ataque nuclear. Se pueden destruir partes de la red sin destruir el conjunto, pero eso también significa que se pueden conocer partes de ella sin conocer el conjunto. La idea central recibe el nombre de «conmutación de paquetes».
Un paquete es una pequeña porción de un archivo que se pasa entre nodos en internet del mismo modo en que un testigo se pasa entre corredores en una carrera de relevos. El paquete tiene una dirección de destino. Si un nodo concreto no acusa recibo de un paquete, el nodo que intenta pasar el paquete puede intentarlo de nuevo en otra parte. La ruta no se especifica, solo el destino. Así es como internet puede sobrevivir hipotéticamente a un ataque. Los nodos siguen tratando de encontrar vecinos hasta que a la larga cada paquete llega a su destino.
En la práctica, internet, tal y como ha evolucionado, es un poco menos robusta de lo que da a entender este ejemplo. Pero la arquitectura de paquete sigue siendo el núcleo del diseño.
El carácter descentralizado de la arquitectura hace que sea prácticamente imposible rastrear el carácter de la información que circula. Cada paquete es una pequeña parte de un archivo, de modo que incluso mirando el contenido de los paquetes que circulan, a veces es difícil averiguar lo que habrá en todo el archivo cuando se recomponga en el destino.
En épocas más recientes, las ideologías relacionadas con la privacidad y el anonimato convergieron en una fascinación por los sistemas emergentes similares a algunas concepciones de la evolución biológica, con el fin de influir a los ingenieros para que reforzaran la opacidad del diseño de internet. Cada nueva capa de código ha favorecido la causa de la oscuridad deliberada.
Debido a la actual popularidad de las arquitecturas de nube, por ejemplo, se ha vuelto difícil saber a qué servidor se accede a veces al utilizar un software determinado. Eso puede suponer una molestia en determinadas circunstancias en las que la latencia —el tiempo que tardan los bits en viajar entre ordenadores— es de gran importancia.
El atractivo de la oscuridad deliberada es una cuestión antropológica interesante. Existen varias explicaciones al respecto con suficiente mérito. Una es el deseo de que internet cobre vida como un metaorganismo: muchos ingenieros esperan que se produzca esa eventualidad, y hacer que el funcionamiento de la red sea inescrutable permite que sea más fácil imaginar que está ocurriendo. También hay una fantasía revolucionaria: los ingenieros a veces pretenden que están atacando a un orden mediático corrupto y exigen la posibilidad de cubrir las huellas y el anonimato de todos los implicados para perfeccionar esa fantasía.
En cualquier caso, el resultado es que ahora debemos evaluar internet como si fuera parte de la naturaleza, en lugar de hacerlo desde dentro, como si estuviéramos examinando las cuentas de una empresa financiera. Debemos explorarla como si fuera un territorio desconocido, aunque la hayamos diseñado.
Los medios para llevar a cabo las exploraciones no son exhaustivos. Dejando de lado los aspectos éticos y legales, es posible «olfatear» paquetes que atraviesan una pieza de hardware que contiene un nodo de la red, por ejemplo. Pero la información disponible para cualquier observador está limitada a los nodos que son objeto de observación.
Recuerdo perfectamente el nacimiento del movimiento del software libre, que precedió e inspiró la variante de la cultura abierta. Empezó como un acto de rabia hace más de un cuarto de siglo.
Imagínate a la pareja de jóvenes nerds más increíblemente desaliñados, peludos y excéntricos del planeta. Tenían veintipocos años. La escena tuvo lugar en un piso hippy totalmente desordenado de Cambridge, Massachusetts, en las proximidades del MIT. Yo era uno de aquellos jóvenes; el otro era Richard Stallman.
Stallman estaba consternado hasta las lágrimas. Había volcado sus energías en un celebrado proyecto para crear un tipo de ordenador radicalmente nuevo llamado máquina LISP. Pero no se trataba solo de un ordenador normal que funcionaba con LISP, un lenguaje de programación apreciado por los investigadores de inteligencia artificial[12]. Era en cambio una máquina modelada de principio a fin de acuerdo con LISP, lo que reflejaba una opinión radical acerca de las posibilidades de la computación en todos los niveles, desde la arquitectura básica a la interfaz de usuario. Durante un breve período de tiempo, todos los departamentos de informática de vanguardia tuvieron uno de esos aparatos del tamaño de un frigorífico.
Con el tiempo, una empresa llamada Symbolics se convirtió en el principal vendedor de máquinas LISP. Stallman se percató de que toda una subcultura experimental de informática se arriesgaba a irse al garete si a una empresa pequeña como Symbolics le iba mal; y, por supuesto, enseguida pasó por todo.
De modo que Stallman ideó un plan. Nunca jamás ni un código informático ni la cultura que se había desarrollado con él volvería a quedar atrapado tras un muro de comercio y legalidad. Desarrollaría entonces una versión libre de una herramienta de software en auge, aunque bastante insulsa: el sistema operativo UNIX. Ese simple acto echaría por tierra la idea de que los abogados y las empresas podían controlar la cultura del software.
Con el tiempo, un joven programador de la siguiente generación llamado Linus Torvalds siguió los pasos de Stallman e hizo algo parecido, pero empleando los famosos chips Intel. En 1991, esa iniciativa dio lugar a Linux, la base de un movimiento de software libre enormemente extendido.
Pero volvamos a aquel piso mugriento de soltero cerca del MIT. Cuando Stallman me contó su plan, me intrigó pero también me puso triste. Yo pensaba que el código era más importante de lo que jamás sería la política. Si un código motivado por la política iba a equivaler a repeticiones interminables de un material relativamente insulso como UNIX y no a proyectos audaces como la máquina LISP, ¿de qué servía? ¿Tendrían los simples humanos suficiente energía para respaldar los dos tipos de idealismo?
Veinticinco años después, parece evidente que mis inquietudes estaban justificadas. Los movimientos de software abierto que defienden la sabiduría de la multitud se han vuelto influyentes, pero no han promovido la creatividad radical que adoro en la informática. Más bien han sido un obstáculo. Algunas de las mentes más jóvenes y brillantes han quedado atrapadas en una estructura intelectual de los años setenta porque están hipnotizadas y se les ha hecho aceptar viejos diseños de software como si fueran parte de la naturaleza. Linux es una copia extraordinariamente pulida de una antigualla: más brillante que el original quizá, pero aun así definida por él.
No estoy en contra del código abierto. A menudo abogo por él en determinados diseños. Pero el dogma políticamente correcto que sostiene que el código abierto es el mejor camino hacia la creatividad y la innovación no está respaldado por los hechos.
¿Cómo puedes saber lo que resulta poco convincente y derivado, poco original, en la experiencia de otra persona? ¿Cómo puedes saber si lo captas? Tal vez se esté produciendo algo asombroso y tú no sabes cómo percibirlo. Ese problema es bastante delicado en lo referente al código informático, pero es todavía más complejo cuando se trata de la música.
La idea de la crítica musical no me agrada, ya que, al fin y al cabo, soy un músico activo. Hay algo reduccionista y degradante en el hecho de tener expectativas en algo tan espiritual como la música. Nadie sabe exactamente lo que es la música. ¿Acaso no es un don absoluto? Si la magia aparece, estupendo, pero si no es así, ¿de qué sirve quejarse?
Sin embargo, a veces hay que como mínimo acercarse al pensamiento crítico. Si contemplas directamente el misterio de la música, puede que te conviertas en una estatua de sal, pero al menos deberías examinar los alrededores para saber adónde no hay que mirar.
Lo mismo ocurre con el difícil proyecto de evaluar la cultura musical en la época de internet. Yo entré en la era de internet con unas expectativas altísimas. Esperaba con ansiedad una oportunidad de sorprenderme y vivir sensaciones nuevas e intensas, de introducirme en selvas estéticas exuberantes, y de despertarme cada mañana en un mundo enriquecido hasta en el más mínimo detalle gracias a que mi mente había sido energizada por los estímulos imprevisibles del arte.
Unas expectativas tan extravagantes pueden parecer poco razonables en retrospectiva, pero hace veinticinco años no era así. Había muchos motivos para tener expectativas elevadas sobre el arte —sobre todo en la música— que surgiría de internet.
Piensa en el poder de la música de unas cuantas figuras del último siglo. La disonancia y los ritmos extraños produjeron disturbios en el estreno de La consagración de la primavera, de Stravinski. Músicos de jazz como Louis Armstrong, James P. Johnson, Charlie Parker y Thelonius Monk subieron la vara de la inteligencia musical al tiempo que promovieron la justicia social. Un cambio cultural global evolucionó junto con las grabaciones de los Beatles. La música pop del siglo XX transformó las actitudes sexuales a nivel mundial. Uno se queda sin aliento al tratar de resumir el poder de la música.
Es fácil olvidar el papel que ha desempeñado la tecnología en la producción de las oleadas más influyentes de la cultura musical. La consagración de la primavera de Stravinski, compuesta en 1912, habría sido mucho más difícil de interpretar, al menos con el tempo adecuado y la afinación correcta, con los instrumentos existentes décadas antes. El rock and roll —el blues eléctrico— fue hasta cierto punto un experimento exitoso en cuanto a su capacidad para ver lo que podía hacer un pequeño número de músicos en un salón de baile con ayuda de la amplificación. Las grabaciones de los Beatles fueron en parte una rápida misión de reconocimiento de las posibilidades de la grabación en varias pistas, las mezclas en estéreo, los sintetizadores y los efectos especiales sonoros como la compresión y la velocidad de reproducción variable.
El cambio de las condiciones económicas también ha estimulado la creación de música nueva en el pasado. Con el capitalismo apareció un nuevo tipo de músico. Desvinculados ya del rey, del burdel, el desfile militar, la Iglesia, el platillo de limosnas del músico callejero, o las demás fuentes antiguas y tradicionales de mecenazgo musical, los músicos tuvieron la oportunidad de diversificarse, de innovar y de convertirse en emprendedores. Por ejemplo, George Gershwin ganó algo de dinero con la venta de partituras musicales, bandas de sonido de películas y rollos de pianola, así como con las actuaciones tradicionales.
De modo que parecía totalmente razonable tener las expectativas más elevadas para la música en internet. Creímos que se produciría una explosión de riqueza y de posibilidades de enriquecimiento, que conduciría a la aparición de súper-Gershwins. Una nueva especie de músico se sentiría motivada a crear una música radicalmente nueva para ser interpretada en mundos virtuales, o en los márgenes de los libros electrónicos, o como acompañamiento de la lubricación de robots industriales. Aunque todavía no estaba claro qué modelos comerciales se implantarían, el resultado sería sin duda más flexible, más abierto, más esperanzador que lo que había surgido antes en la economía renqueante de lo físico.
Cuando nació la red, a principios de los noventa, existía un lugar común según el cual la nueva generación de adolescentes, criados durante los años del gobierno conservador de Reagan, había resultado extraordinariamente apática. Los miembros de la «generación X» eran descritos como vacíos y pasivos. El antropólogo Steve Barnett los comparó con el agotamiento de modelos, un fenómeno según el cual una cultura se queda sin variaciones de los motivos tradicionales y se vuelve menos creativa.
En el incipiente mundo de la cultura digital de aquel entonces, solía razonarse que estábamos entrando en un paréntesis de calma y transición antes de una tormenta creativa… o que ya estábamos en el ojo de una tormenta. Pero la triste verdad es que no estábamos pasando por un paréntesis de calma momentáneo antes de una tormenta. Nos habíamos sumido en cambio en una somnolencia persistente, y he llegado a creer que lograremos escapar solo cuando matemos a la colmena.
Aquí sigue una afirmación que desearía no tener que hacer, y que preferiría que fuera equivocada: la música popular creada en el mundo industrializado en la década transcurrida desde finales de los noventa hasta finales de la primera década del siglo XXI no tiene un estilo definido; es decir, un estilo que proporcione una identidad a los jóvenes que crecieron con ella. El proceso de reinvención de la vida a través de la música parece haberse detenido.
Lo que antaño parecía novedoso —el desarrollo y aceptación de una cultura pop escasamente original por parte de los jóvenes a mediados de los noventa (los miembros de la generación X)— se ha vuelto tan común que ya ni siquiera reparamos en ello. Nos hemos olvidado lo fresca que puede ser la cultura pop.
¿Dónde está la música nueva? Todo es retro, retro, retro.
La música está por todas partes, pero escondida, como indican las pequeñas protuberancias blancas del estilo de los perros de pradera que asoman de las orejas de todo el mundo. Estoy acostumbrado a ver a la gente poniendo caras como si estuvieran teniendo sexo y emitiendo gemidos cuando escuchan música con auriculares, de modo que he tardado un tiempo en habituarme a las caras de piedra de esos oyentes que veo en las cafeterías con esa suerte de brotes en las orejas.
Puede que dentro de una banda retro de indie que no hubiera desentonado ni en la época de mi adolescencia lata un corazón exótico, una energía que yo no oigo. Por supuesto, no puedo saber cuáles son mis límites. Por supuesto, no puedo ser consciente de lo que no soy capaz de oír.
Sin embargo, he probado a hacer un experimento. Cuando estoy en presencia de jóvenes de la «generación Facebook» y se escucha algo de música —seguramente seleccionada por un algoritmo basado en inteligencia artificial o en las preferencias de la multitud, como ocurre en la actualidad—, les hago una sencilla pregunta: «¿Podéis decirme de qué década es la música que está sonando?». Incluso los oyentes que no cultivan una afición especial por la música pueden salir bastante bien parados de la pregunta, pero solo cuando se trata de música de ciertas décadas.
Por ejemplo, todo el mundo sabe que el gangsta rap no existía en los años sesenta. Y que el heavy metal no existía en los cuarenta. Seguro que de vez en cuando hay un tema que suena como si fuera de una época anterior. Quizá un tema de una Big Band grabado en los años noventa se puede confundir con una grabación más antigua, por ejemplo.
Pero una década siempre supuso un período muy largo en el desarrollo del estilo musical durante el primer siglo de las grabaciones sonoras. En una década se pasa de las grabaciones de blues primigenio de Robert Johnson a las grabaciones de jazz tremendamente modernas de Charlie Parker. En una década se pasa del reino de las Big Bands al reino del rock and roll. Aproximadamente una década separa el último disco de los Beatles de los primeros discos importantes de hip-hop. En todos esos ejemplos, es inconcebible que la última propuesta pudiera haber aparecido en la época de la anterior. No se me ocurre una década en el primer siglo de grabaciones musicales que no implicara una evolución sonora extrema, evidente para oyentes de toda clase.
No estamos hablando solo de los aspectos superficiales de la música, sino de la mismísima idea que define la música, y de cómo encaja en la vida. ¿Transmite clasicismo y seguridad como Frank Sinatra, o te ayuda a colocarte como el stoner rock? ¿Está pensada para la pista de baile o para una habitación de residencia de estudiantes?
Han aparecido nuevos estilos musicales, por supuesto, pero son nuevos solo en base a tecnicismos. Por ejemplo, hay una nomenclatura compleja para aludir a estilos similares de ritmo electrónico (que incluyen todas las posibles combinaciones de términos como dub, house, trance, etc.), y si aprendes los detalles de la nomenclatura, puedes fechar y situar un tema aproximadamente. Se trata más de un ejercicio para nerds que de un ejercicio musical… y soy consciente de que al decir esto estoy emitiendo un juicio que tal vez no tengo derecho a hacer. Pero ¿de veras hay alguien que no esté de acuerdo?
A menudo, en una conversación, me enfrento a una secuencia como la que sigue: alguien de veintipocos años me dice que no sé de lo que hablo, y luego desafío a esa persona a que me ponga un tipo de música característica de finales de la primera década del siglo XXI como opuesta a una música de finales de los noventa. Le pido entonces que se la ponga a sus amigos. Hasta el momento, mi teoría funciona: incluso los verdaderos fans no parecen capaces de decir si un tema de indie rock o una remezcla dance es de 1998 o de 2008, por ejemplo.
Obviamente, no estoy afirmando que no haya habido música nueva en el mundo. Y tampoco estoy afirmando que toda la música retro sea decepcionante. Hay músicos retro estupendos que tratan los estilos viejos de música pop como un nuevo tipo de música clásica, y que lo hacen maravillosamente.
Lo que estoy diciendo es que esa clase de obras son más nostálgicas que ambiciosas. Como las experiencias humanas genuinas son siempre únicas, la música pop de una nueva época que carece de novedad me hace sospechar que también carece de autenticidad.
Por supuesto, hoy hay músicos creativos y originales trabajando. (Espero que en mis mejores días se me pueda contar entre ellos). Sin duda hay maravillas musicales ocultas por todo el mundo. Pero esta es la primera vez desde la electrificación en que la cultura juvenil dominante del mundo industrializado se ha cubierto a sí misma sobre todo con estilos nostálgicos.
Dudo acerca de si debo compartir mis observaciones por miedo a estropearle a alguien su experiencia online, que podría llegar a ser una buena experiencia. Si disfrutas de la música del mundo online tal como es, no me hagas caso. Pero considerando el cuadro completo, me temo que tengo razón. ¿Y eso qué importa? Algunos de mis colegas de la revolución digital dicen que deberíamos tener más paciencia. Sin duda, con el tiempo suficiente, la cultura se reinventará a sí misma. Pero ¿cuánta paciencia debemos tener? Yo no estoy dispuesto a cerrar los ojos ante una época oscura.
Incluso los entusiastas de internet aparentemente más radicales parecen siempre acudir en masa a las referencias retro. La «cultura fresca y radical» que se celebra hoy en el mundo online es una mezcolanza trivial de la cultura anterior a la red.
Echa un vistazo a uno de los grandes blogs culturales como Boing Boing, o la retahíla interminable de mezclas que aparecen en YouTube. Es como si la cultura se hubiera congelado justo antes de volverse digitalmente abierta y lo único que pudiéramos hacer ahora fuera saquear el pasado como recicladores rebuscando en un vertedero.
Es lamentable. Se suponía que el punto de todas las tecnologías multimedia era precisamente que se nos ocurriera una expresión cultural nueva y fascinante. No, más que eso; teníamos que inventar formas mejores de expresión básicas: no solo películas, sino mundos virtuales interactivos; no solo juegos, sino simulaciones con profundidad moral y estética. Por ese motivo criticaba la antigua forma de hacer las cosas.
Afortunadamente, hay personas ahí afuera comprometidas con nuevas clases de expresión como las que mis amigos y yo anhelábamos cuando nació la red. Will Wright, creador de The Sims y Spore, sin duda está creando formas nuevas de medios. Spore es un ejemplo de la nueva clase de expresión que yo esperaba, la clase de triunfo que hace que todas las molestias de la era digital valgan la pena.
El jugador de Spore dirige la evolución de formas de vida alienígenas. Wright ha planteado —no con palabras, sino a través de la creación de una experiencia de juego— cómo sería ser un dios que, pese a no replantearse el universo continuamente en todos los detalles, retoca de vez en cuando un universo que se autoperpetúa.
Spore aborda un antiguo enigma sobre la causalidad y las divinidades que era mucho más difícil de expresar antes de la llegada de los ordenadores. Demuestra que la simulación digital puede explorar ideas en forma de experiencias directas, lo que era imposible con las formas artísticas anteriores.
Wright ofrece a la colmena una forma de jugar con su propuesta, pero no crea a partir del modelo de la colmena. Él depende de un extenso staff remunerado que trabaja full time para lanzar sus creaciones al mercado. El modelo de negocio que lo permite es el único que ha demostrado funcionar hasta la fecha: un modelo cerrado. Hay que pagar dinero de verdad por los juegos de Wright.
La obra de Wright es algo nuevo, pero su vida pertenece al siglo anterior. El nuevo siglo todavía no está listo para desarrollar su propia cultura. Cuando se presentó Spore, el movimiento de la cultura abierta se ofendió por la inclusión de un software de gestión de derechos digitales, lo que significaba que los usuarios no podían hacer copias sin restricción. Como castigo por su pecado, Spore fue vapuleado por multitudes de trolls en las reseñas de Amazon y en otros sitios similares, lo que echó por tierra su imagen pública. Los críticos también minimizaron lo que debería haber sido una presentación espectacular, ya que las propuestas anteriores de Wright, como The Sims, habían alcanzado la cima del éxito en el mundo de los videojuegos.
Otros ejemplos son el iPhone, las películas de Pixar y el resto de los éxitos de la cultura digital en los que la innovación está en el resultado, en vez de en la ideología de la creación. En todos esos casos se trata de expresiones personales. Cierto, a menudo grupos grandes de colaboradores, pero siempre hay una visión personal como eje: un Will Wright, un Steve Jobs o un Brad Bird concibiendo el proyecto y dirigiendo a un equipo de personas que cobran un sueldo.
Una hipótesis relaciona la anomalía de la música popular con las características de las redes de información uniformes que han eliminado los contextos locales en favor de los globales.
Es fácil olvidar que la propia idea de expresión digital conlleva un trade-off con connotaciones metafísicas. Una pintura al óleo física no puede llegar a expresar una imagen creada en otro medio; es imposible hacer que una pintura al óleo parezca un dibujo a tinta, por ejemplo, o al revés. Pero una imagen digital de suficiente resolución puede captar cualquier tipo de imagen perceptible… o al menos es lo que uno pensará si cree demasiado en los bits.
Naturalmente, en realidad no es así. Una imagen digital de una pintura al óleo siempre será una representación, no un objeto real. Un cuadro real es un misterio insondable, como cualquier objeto real. Una pintura al óleo cambia con el tiempo; aparecen grietas en su superficie. Tiene textura, olor, un sentido de presencia e historia.
Otra forma de plantearlo es reconocer que no existe un objeto digital que no esté especializado. Las representaciones digitales pueden ser muy buenas, pero nunca se terminan de predecir todas las formas posibles que esa representación necesitaría. Por ejemplo, podrías definir un nuevo estándar similar a MIDI para representar pinturas al óleo que incluyera olores, grietas, etc., pero siempre habrá algo que te dejes en el tintero, como el peso o la tensión del lienzo.
La definición de un objeto digital siempre se basa en asumir cuáles de sus aspectos resultarán importantes. Si le pides algo que sobrepasa esas expectativas, resultará una nada insulsa y muda. Si no has especificado el peso de una pintura digital en la definición original, no será simplemente ingrávido; será menos que ingrávido.
Por otra parte, un objeto físico será plenamente intenso y plenamente real hagas lo que hagas con él. Reaccionará a cualquier experimento que se le ocurra a un científico. Lo que hace que algo sea plenamente real es que resulta imposible representarlo del todo.
Una imagen digital, o cualquier otro fragmento digital, es un compromiso útil. Capta una cantidad limitada de realidad dentro de un sistema estandarizado que suprime cualquiera de las cualidades únicas de la fuente original. Ninguna imagen digital se diferencia realmente de otra; se pueden adaptar y mezclar.
Eso no significa que la cultura digital esté condenada a ser anémica. Solo significa que los medios digitales tienen que ser utilizados con especial cuidado.
Los ordenadores pueden tomar tus ideas y arrojártelas de nuevo de una forma más rígida, lo que te obliga a vivir con esa rigidez a menos que opongas una resistencia considerable.
Un buen ejemplo a tener en cuenta es la nota musical simple, de la que he hablado en el capítulo 1. Las personas han tocado notas musicales durante mucho tiempo. Uno de los objetos más antiguos tallados a mano por el hombre es una flauta que al parecer fue fabricada por hombres de Neanderthal hace alrededor de 75.000 años. La flauta suena más o menos afinada. Por consiguiente, es posible que quien tocara esa antigua flauta tuviera cierta noción de sonidos discretos. De modo que la idea de nota se remonta muy atrás en el tiempo.
Pero como he señalado antes, en el proceso de creación musical nunca hasta principios de los ochenta, cuando apareció MIDI, fue obligatoria una idea única y precisa de nota. Sin duda, antes de ese momento se usaron distintas ideas relacionadas de notas para escribir música, para enseñarla y analizarla, pero el fenómeno de la música era mayor que el concepto de nota.
Una transformación similar se halla presente en la arquitectura neoclásica. Los edificios clásicos originales se adornaban con colores llamativos y ornamentos, y sus estatuas se pintaban para que parecieran más naturales. Pero cuando los arquitectos y escultores intentaron recrear ese estilo mucho después de que la pintura y los ornamentos hubieran desaparecido, se inventaron un nuevo cliché: los juzgados y la estatuaria hechos de piedra apagada.
Con la invención de MIDI, se formalizó un efecto neoclásico en la música. Por primera vez costaba esfuerzo no sucumbir a la reinvención neoclásica, incluso a la de la música recién inventada por uno mismo. Ese es uno de los peligros que plantean las herramientas de software.
A mí me parece que la mejor música de la era de la red es la música «antisoftware». El último estilo genuinamente nuevo probablemente fue el hip-hop. Lo cual es bastante triste si tenemos en cuenta que el hip-hop ha visto pasar a tres generaciones de artistas. Los orígenes del hip-hop son anteriores a la red, como ocurre con el resto de estilos actuales.
Pero el hip-hop ha estado vivo durante la era de la red, o al menos no ha quedado tan estancado como las repeticiones interminables de géneros del pop, el rock y el folk. Dentro de la cultura hip-hop, lo que se escucha habitualmente es que se ha «apropiado» de la tecnología digital, pero yo no lo veo así. El hip-hop está encerrado dentro de las herramientas digitales tanto como el resto de nosotros. Pero al menos aporrea con fuerza las paredes de su prisión.
Fuera del hip-hop, la música digital generalmente resulta estéril y anodina. Escucha una buena cantidad de la música que viene del mundo de los ordenadores universitarios, del mundo de la música chillout generada con laptos, o la música ambient, y sabrás a lo que me refiero. La producción digital normalmente tiene un ritmo demasiado regular porque sale de un generador de loops o un secuenciador. Y como utiliza samples, se oye una microestructura sonora idéntica una y otra vez, lo que hace que parezca que el mundo no está del todo vivo.
Sin embargo, el hip-hop superó ese problema de una forma sorprendente. Resulta que se puede dar la vuelta a ese mismo déficit y usarlo para expresar ira con una increíble intensidad. Un sample repetido una y otra vez expresa estancamiento y frustración, lo mismo que el ritmo regular. La rigidez inherente al software se convierte en una metáfora de la vida moderna alienada en un entorno de pobreza urbana. Un sample digital del rap furioso no equivale al grafiti, sino a la pared.
Si tienen que salir del antiguo mundo de los sellos discográficos y la concesión de licencias musicales, la ideología de la colmena priva a los músicos y otros creadores de la capacidad para influir en el contexto dentro del que se presenta su forma de expresión. Se trata de una de las desconexiones más graves entre lo que me gusta cuando hago música y la forma en que está siendo transformada por el movimiento de la mente colmena. He estado yendo y viniendo con nuevos empresarios musicales muy ideologizados que querían que colocara mi música en Creative Commons o en algún otro proyecto de la colmena.
Siempre he deseado una cosa sencilla, y la colmena se niega a dármela. Deseo dos cosas, fomentar la reutilización de mi música e interactuar con la persona que espera agregar mi música en una obra agregada. Probablemente ni siquiera exija la capacidad de vetar sus planes, pero al menos quiero tener la posibilidad de contactarme con ella.
Hay parcelas de la vida en las que estoy dispuesto a omitir el deseo de establecer contacto a cambio de dinero, pero si el foco es el arte, quiero que haya interacción. Para mí, el propósito central de crear música es conectarme con otras personas. ¿Por qué iba a tener que renunciar a ello?
Pero no, esa opción no cuenta con apoyo actualmente, y su sola idea provoca rechazo. Creative Commons, por citar alguno, te pide que elijas entre una gran variedad de opciones de licencia. Por ejemplo, puedes exigir atribución —o no— cuando tu música es remezclada en un producto compuesto.
Entiendo que el objetivo es ofrecer una gran cantidad de contenidos libres, sobre todo contenidos que se puedan mezclar, pero Creative Commons podría brindar una alternativa como la siguiente: escríbeme y cuéntame lo que quieres hacer con mi música. Si me gusta la idea, puedes hacerlo de inmediato. Si no me gusta lo que quieres hacer, todavía está en tu mano hacerlo, pero tendrás que esperar seis meses. O, tal vez, tendrás que aguantar seis rounds de discusiones sobre el tema, pero luego podrás hacer lo que te venga en gana. O siempre tendrías que incluir una nota, con mis razones incluidas, en tu creación dejando en claro que no me gusta tu idea.
¿Por qué los nuevos esquemas que compiten con la regulación musical tradicional veneran lo remoto? No existe ninguna barrera tecnológica significativa que impida involucrar a los músicos en la faceta contextual de la expresión, solo se trata de una barrera ideológica.
La respuesta que suelo escuchar es que nada me impide colaborar con alguien a quien encuentre por otro medio, de modo que ¿qué más da que haya terceros a los que no conozco utilizando fragmentos digitales de mi música de forma autónoma?
Para que el arte tenga sentido, todo artista intenta prever o incluso sacudir el contexto en el que será percibida su obra. No se trata forzosamente de una cuestión de ego generalizado, o de promoción manipuladora, sino de un simple deseo de significado.
Un escritor como yo podría optar por publicar un libro en papel, no solo porque hoy por hoy es la única forma decente de cobrar algún dinero, sino también porque el lector dispone del libro entero en el acto, y puede leerlo como un todo.
Cuando encuentras un videoclip o una foto o un escrito que se ha distribuido al estilo de la web 2.0, casi nunca tienes acceso a la historia o al lugar en el que fue percibido como significativo por la persona anónima que lo dejó en la red. Una canción puede haber resultado tierna, o valiente, o redentora en su contexto, pero por lo general esas cualidades se perderán.
Incluso si el vídeo de una canción se ve un millón de veces, se convierte en un simple punto en un vómito de canciones parecidas cuando se lo priva de su contexto motivador. La popularidad numérica no está en correlación con la intensidad de contacto en la nube.
Si una multitud difusa de personas anónimas está haciendo mezclas ramplonas con mi música grabada, cuando yo mismo presento mi música, el contexto encaja en una distribución estadística de otras presentaciones en la que también encaja la mía. Deja de ser una expresión de mi vida.
En esas circunstancias, es absurdo pensar que existe alguna conexión entre mis remezcladores y yo, o entre los que perciben las mezclas y yo. La empatía —la conexión— se ve sustituida por la estadística de la colmena.
Donde critico las redes globales planas por considerarlas diseños pobres para las comunidades científicas o técnicas. En cambio, celebro la encapsulación jerárquica en la evolución natural y el pensamiento humano.
Existen principios profundos que se aplican mucho más allá de la cultura y las artes. Si uno muele demasiado fino cualquier estructura de información, puede perder las conexiones de las partes con sus contextos locales tal como son experimentadas por los humanos que las originaron, lo que hace que toda la estructura pierda significado. Los mismos errores que han banalizado la cultura digital reciente serían desastrosos si se aplicaran a las ciencias, por ejemplo. Y sin embargo, existe cierta motivación en ese sentido.
De hecho, incluso existe una tendencia a pensar en la naturaleza como si fuera una mente colmena, lo cual no es. Por ejemplo, la naturaleza no podría maximizar el significado de los genes sin las especies.
Hay un sistema local para cada especie dentro del cual se pone a prueba la creatividad. Si toda la vida existiera en una sustancia global indiferenciada, habría poca evolución, ya que el proceso de evolución no podría formular preguntas coherentes y diferenciadas.
Hasta ahora las ilusiones de la mente colmena no han tenido tanta influencia en la ciencia como en la música, pero existe un punto de confluencia natural de Silicon Valley y las comunidades científicas, de modo que la ciencia no ha escapado del todo a su efecto.
El totalitarismo cibernético presenta dos tendencias principales. Según una tendencia, se supone que la nube informática alcanza una inteligencia sobrehumana por sí sola, y según la otra, se supone que una multitud de personas conectadas a la nube mediante un contacto anónimo y fragmentario es la entidad sobrehumana que se vuelve inteligente. En la práctica, las dos ideas son parecidas.
Hasta la fecha, el segundo enfoque, el enfoque Wiki, es el que ha despertado más entusiasmo en la comunidad científica. Sci Foo, por ejemplo, es una conferencia anual experimental de orientación wiki a la que solo se puede acudir con invitación y que tiene lugar en la sede de Google en Mountain View, California. Prácticamente no tiene un programa organizado con antelación. En cambio, en un momento al comienzo del evento, la multitud de científicos corre hacia unos calendarios en blanco de tamaño póster y los llenan de garabatos para reservar plazas y horarios para charlas sobre los temas que se le ocurren.
No fue oficial, por supuesto, pero hubo una idea que apareció insistentemente en un Sci Foo reciente al que acudí: la ciencia en su conjunto debería plantearse adoptar los ideales de la web 2.0, asimilando el proceso comunitario al estilo de Wikipedia o del sistema operativo de código abierto Linux. Y esto vale el doble en el caso de la biología sintética, la palabra de moda para referirse a una concepción superambiciosa de biotecnología que hace uso de las técnicas de la informática. Hubo más sesiones dedicadas a estas ideas que a cualquier otro tema, y los ponentes de esas sesiones tendían a ser los más jóvenes, lo que indica que el concepto está en auge.
En Sci Foo hubo muchas llamadas a desarrollar la biología sintética a partir de los preceptos del código abierto. De acuerdo con ese sistema, las secuencias de ADN podrían flotar de un experimentador encerrado en su garaje a otro experimentador en otro garaje a través de internet, siguiendo las trayectorias de las descargas de música pirateada y para ser recombinada infinitamente.
El ejemplo por antonomasia del ideal abierto apareció en un artículo, por lo demás maravilloso, de Freeman Dyson sobre el futuro de la biología sintética publicado en el New York Review of Books. El bioingeniero del MIT Drew Endy, uno de los enfants terribles de la biología sintética, inició su espectacular charla en Sci Foo con una diapositiva del artículo de Dyson. No tengo palabras para expresar hasta qué punto admiro a Freeman, pero en este caso vemos las cosas de forma distinta.
Dyson equipara los orígenes de la vida en la Tierra con el Edén de Linux. Cuando la vida se asentó por primera vez, los genes fluían libremente; las secuencias genéticas saltaban de un organismo a otro de un modo similar a como quizá lo hagan dentro de poco en internet. En su artículo, Freeman ridiculiza al primer organismo que reunió sus genes tras una membrana protectora tildándolo de «malvado», el mismo mote que cae sobre la Némesis del movimiento del software libre, Bill Gates.
Una vez que los organismos se encapsularon, se aislaron a sí mismos en distintas especies y pasaron a intercambiar genes únicamente con los de su misma condición. Freeman da a entender que la era de la biología sintética por venir resultará un regreso al Edén.
Supongo que es posible que un día los aficionados, los robots y una agregación de aficionados y robots hackeen genes en el garaje global y envíen secuencias de ADN alrededor del globo a la velocidad de la luz. O un proceso más sobrio que tendría lugar entre instituciones como escuelas secundarias y start ups.
Pase lo que pase, los límites entre especies caducarán y los genes irán y vendrán alocadamente en una orgía de creatividad. Multitudes de nuevos organismos biológicos imposibles de rastrear aparecerán con la misma frecuencia con que hoy aparecen vídeos en YouTube.
Una reacción común a este futuro probable es el miedo. Después de todo, sería suficiente un virus fatídico creado en un garaje para poner fin a la historia de la humanidad. No me centraré directamente en ese asunto, sino en si el estilo de apertura propuesto daría lugar a la creación de criaturas innovadoras.
Pongamos por caso que estás frente a algo complejo, como una célula biológica, o a algo mucho menos complejo, como un diseño informático o un modelo científico. Lo sometes a pruebas, y los resultados de las pruebas influyen en los cambios que se deberían realizar en el diseño. Eso puede darse en la evolución natural o en un laboratorio.
El universo no durará lo bastante para que se pueda poner a prueba toda posible combinación de elementos en una estructura compleja como por ejemplo una célula. Por consiguiente, la única alternativa es determinar lo máximo posible a partir de los resultados de cada prueba y proceder de forma gradual. Después de una serie de pruebas encapsuladas, puede dar la impresión de que aparece un resultado mejorado como por arte de magia, como si no se hubiera podido alcanzar de forma gradual.
Afortunadamente, el encapsulamiento en los asuntos humanos no requiere ni abogados ni un tirano; se puede lograr dentro de una amplia variedad de estructuras políticas. Las iniciativas académicas normalmente están bien encapsuladas, por ejemplo. Los científicos no publican nada hasta que están listos, pero están obligados a publicar. De modo que la ciencia tal como ya se practica es abierta, pero de un modo puntuado y discontinuo. El intervalo de no apertura —el tiempo previo a la divulgación— funciona como las paredes de una célula. Permite que una corriente compleja de elementos se puedan definir suficientemente bien como para ser explorados, sometidos a prueba y luego mejorados.
La crítica políticamente incorrecta del punto de vista de Freeman es que las restricciones creadas por los límites entre especies han hecho que miles de millones de años de biología natural se parezcan más al hardware que al software. El hardware es el material que mejora de acuerdo con la ley de Moore, ese demonio exponencial, porque está contenido en una caja y uno sabe lo que hace. El software es el material que rara vez, por no decir nunca, mejora. No tiene ninguna caja que lo rodee, y no hay forma de predecir todas las interacciones que puede tener que soportar.
En otras palabras, no habrá una orgía de creatividad en una versión demasiado abierta de la biología sintética, ya que tiene que haber especies para que el sexo tenga sentido.
Si Linux ofrece un modelo para el futuro de la cultura y la ciencia abiertas, Wikipedia ofrece otro.
Muchos científicos, sobre todo los más jóvenes, tienen un gran concepto de Wikipedia. No discuto muchos de los logros atribuidos a Wikipedia por sus defensores. Los problemas que me preocupan son quizá sutiles, pero pienso que de todas formas son importantes.
Wikipedia es un buen ejemplo del dilema al que me enfrento al decir «No sabes lo que te pierdes». A estas alturas casi todo el mundo usa la enciclopedia colectiva, entonces ¿cuál es el problema?
La veneración por Wikipedia parece no tener límite. Por ejemplo, un artículo sobre una noticia espantosa —como un atentado terrorista— podría centrarse en cómo mágicamente el artículo aúna esfuerzos con la entrada correspondiente de Wikipedia, como si esa alianza fuera lo rescatable[13].
No estoy estrictamente en contra de ninguna tecnología digital en particular. No hay nada malo en utilizar Wikipedia… con moderación. Yo también lo hago. Pero me gustaría que el lector cuestionara la posición que se ha concedido a Wikipedia en el entorno online.
Como fuente de información útil, Wikipedia destaca en dos ámbitos: la cultura popular y la ciencia dura. En la primera categoría, la verdad es ficción de todas formas, de modo que lo que dice Wikipedia es verdad por definición; en la segunda, existe en realidad una verdad preferida, de modo que es más plausible hablar con una voz colectiva.
La comedia de ciencia ficción Hitchhiker’s Guide to the Galaxy, de Douglas Adams, predijo la aparición de Wikipedia. Su guía ficticia funcionaba de un modo similar, pues uno de sus colaboradores era capaz de modificar de inmediato la entrada del planeta Tierra (de «inofensiva» a «fundamentalmente inofensiva») con solo tocar unas teclas de un ordenador. Aunque la Tierra era digna de una entrada de dos palabras, había artículos importantes sobre otros temas, como qué poesía alienígena era la peor o cómo preparar cócteles raros. La primera idea a menudo es la mejor, y Adams captó perfectamente el espíritu de buena parte de Wikipedia antes de su nacimiento.
Se ha dicho que las entradas de Wikipedia sobre la cultura popular especializada son más largas y están redactadas con más dedicación que las que atañen a la realidad. Un ejército de ciencia ficción extraído de una película o una novela estará por regla general mejor descrito que un ejército real; una estrella porno tendrá una biografía más detallada que un ganador del premio Nobel[14].
Sin embargo, ese no es el aspecto de Wikipedia que me desagrada. Es estupendo que ahora disfrutemos de la armonía de una cultura pop cooperativa. Es ahí donde los wikipedianos adoptan voces verdaderas: se convierten en humanos al ponerse a sí mismos al descubierto. No obstante, hay un bombardeo continuo de declaraciones sobre lo increíblemente útil y eficaz que es Wikipedia en lo tocante a los temas de no ficción. Se trata de afirmaciones que no son falsas, pero que pueden ser engañosas.
Si quieres saber el verdadero valor de algo, prueba a vivir sin ello por un tiempo. Haz como si Wikipedia no existiera durante una temporada. Cuando consultes algo en un buscador, sigue repasando los resultados hasta que encuentres el primero escrito sobre el tema por una persona en particular. Descubrirás que generalmente en la mayoría de los temas la entrada de Wikipedia es la primera URL que proporcionan los buscadores, pero no necesariamente la mejor URL disponible.
Me parece que si Wikipedia desapareciera de repente, en general seguiría estando disponible el mismo tipo de información, pero de forma más contextualizada, con más visibilidad de los autores y mayor concepto de estilo y presencia; aunque algunos pueden replicar que la información que no es de Wikipedia no está organizada de manera tan coherente y conveniente.
El factor de la conveniencia es real, pero en parte se debe a que Wikipedia permite a los buscadores ser perezosos. En muchas búsquedas ya no hay realmente ninguna tecnología detrás de la elección del primer resultado. Sobre todo en el campo de los aparatos portátiles, están empezando a aparecer cuadros de texto y dispositivos de software dedicados exclusivamente a Wikipedia, que no se molestan en incluir a la red en general. Si Wikipedia es tratada como el texto primario, generalizado, de la experiencia humana, desde luego que se volverá, como por decreto, «más conveniente» que otros textos.
Otro elemento que contribuye al factor de la conveniencia es la estandarización de la presentación. Si bien es cierto que me he encontrado bastantes pasajes incomprensibles y muy mal escritos en los artículos de Wikipedia, en general hay una consistencia de estilo. Eso puede ser una ventaja o una desventaja, dependiendo del tema y de lo que uno busque. Algunos temas requieren más que otros el toque humano, una contextualización y una voz personal.
Uno de los aspectos negativos de Wikipedia es el siguiente: debido a la forma en que se crean sus entradas, el proceso puede dar lugar a una pérdida de ambición o, más específicamente, a la sustitución de la ideología por el rendimiento.
Las discusiones de Wikipedia normalmente se centran en la experiencia de las personas que la utilizan como recurso. Eso es importante, pero también me gustaría que se centraran en la experiencia de las personas que la crearon. No son una colección aleatoria de personas, aunque a veces pretendan serlo. A menudo son personas, hasta donde sé, comprometidas con el área sobre la que escriben.
Las entradas de Wikipedia relacionadas con la ciencia suelen tener un tono cordial porque la comunidad científica tiene práctica en ser cordial. De modo que la experiencia de los científicos que escriben en Wikipedia seguramente es mejor en promedio que la de otros colaboradores.
Sin embargo, los típicos autores de Wikipedia celebran implícitamente el ideal de la ley de la calle intelectual. Las «guerras de edición» de Wikipedia reciben ese nombre por un motivo. No me importa si son cordiales o no, los wikipedianos siempre hacen notar que el colectivo está más cerca de la verdad y que la voz individual es prescindible.
Para entender el problema, centrémonos en la ciencia dura, el otro campo en el que Wikipedia parece más fiable, aparte de la cultura popular. De hecho, consideremos la ciencia más dura de todas: las matemáticas.
Para muchas personas las matemáticas son difíciles de aprender, y sin embargo, para los que las adoran, hacer cálculos matemáticos es un gran placer que va más allá de su utilidad obvia y que las llevan a un nivel estético. Albert Einstein las llamó «la poesía de las ideas lógicas».
Las matemáticas son un campo en el que tiene sentido tener esperanzas elevadas en el futuro de los medios digitales. Representaría un progreso extraordinario —que podría darse en décadas o siglos— que un nuevo nivel de comunicación futura valorara más profundamente las matemáticas disponibles. Entonces el patrón fundamental de la realidad, que solo las matemáticas pueden describir, pasaría a formar parte de una conversación humana más amplia.
Este tipo de desarrollo podría seguir el curso tomado por la producción cinematográfica. Antes las películas solo veían la luz gracias a unos cuantos estudios selectos que tenían acceso al equipo cinematográfico caro, engorroso, necesario para rodar películas. Ahora cualquiera puede hacer una película: la producción de películas se ha convertido en parte de la experiencia general.
La razón por la cual la producción de películas se ha convertido en una parte de la cultura popular equivalente a mirar películas es que han aparecido nuevos gadgets. Las cámaras de vídeo baratas y fáciles de usar, el software de montaje y los nuevos medios de distribución —como YouTube— han marcado la diferencia. Antes, la producción de películas podía parecer una práctica tan esotérica que, pese a la aparición de herramientas muy accesibles, constituía una experiencia solo al alcance de unos pocos genios.
Y si bien es cierto que existen unos pocos genios del cine, hoy es tan fácil adquirir las competencias básicas de la producción de películas como aprender a hablar o a conducir. Lo mismo debería ocurrir con las matemáticas algún día. Las herramientas adecuadas podrían permitir que las matemáticas ayudaran a un gran número de personas a conectarse creativamente en nuestra cultura.
A finales de los noventa yo estaba entusiasmadísimo porque parecía que esto comenzaba a darse. En todo el mundo, matemáticos de todo tipo estaban empezando a crear sitios web que exploraban el potencial para explicar lo que hacían por la gente. Había presentaciones online de formas geométricas maravillosas, problemas de lógica muy extraños y series mágicas de números. Ningún elemento de ese material era perfecto; de hecho, en su mayor parte resultaba raro y complejo. Pero esa clase de desarrollo masivo nunca había ocurrido antes a una escala tan grande y con tal variedad de participantes, de modo que cada pequeño detalle era un experimento. Era lento, pero había una tendencia que podría haber llevado a alguna parte.
ThinkQuest fue una institución de ese capítulo casi olvidado de los primeros años de la red. Se trataba de un concurso organizado por pioneros de internet, sobre todo Al Weis, en el que equipos de alumnos de secundaria competían por unas becas diseñando sitios web que divulgaban ideas procedentes de una amplia variedad de disciplinas académicas, incluidas las matemáticas.
Al principio ThinkQuest gozaba de una posición de éxito similar a la que hoy ostenta Wikipedia. Era un sitio sin ánimo de lucro que atraía la misma cantidad de visitas que los grandes sitios comerciales de la época, entre los que se encontraban organizaciones con nombres como AOL. A menudo una entrada de ThinkQuest era el primer resultado de una búsqueda en la red.
Pero los colaboradores de ThinkQuest eran mucho más originales y valiosos que los de Wikipedia. Los concursantes tenían que aprender a presentar ideas completas y tenían que averiguar cómo aprovechar el nuevo medio en red para conseguirlo. Su trabajo incluía simulaciones, juegos interactivos y otros elementos muy novedosos para la gente. No se limitaban a dotar un material ya existente de una forma más regularizada y anónima.
Seguramente ThinkQuest costaba un poco más que Wikipedia porque la maquinaria de juzgar los trabajos incluía expertos —no estaba concebido como una batalla o un concurso de popularidad—, pero aun así era barato.
La búsqueda de nuevas formas de compartir las matemáticas en la web era y sigue siendo muy difícil[15]. La mayoría de las entradas de ThinkQuest eran deficientes, y las que eran buenas requerían un esfuerzo extraordinario.
La red debería haberse desarrollado siguiendo el modelo de ThinkQuest en lugar del modelo de los sitios wiki, y así habría sido de no ser por la ideología de la colmena.
Durante algunos años, en buscadores como Google solían aparecer entre los principales resultados de gran cantidad de búsquedas varias páginas que eran simples repeticiones de una entrada de Wikipedia. Era como si Wikipedia fuera la única página web a la que acudir en busca de una buena porción del pensamiento y la experiencia humana. La situación parece haber mejorado últimamente; supongo que porque los buscadores se hicieron eco de las quejas.
Las personas que colaboran en Wikipedia se comprometen emocionalmente de forma natural con lo que han hecho. Sus vanos enlaces probablemente han contribuido a que los buscadores remitan al único libro de la colmena. Pero esa época en que la búsqueda estaba monopolizado hizo que los diseños de la red verdaderamente creativos, combativos y experimentales se volvieran menos visibles y menos valorados, lo que a menudo conducía a una espiral letal.
Gran parte del material más antiguo, más personal y más ambicioso de la primera oleada de expresiones de la red sigue ahí. Si buscas matemáticas en la red y pasas por alto los primeros resultados, que suelen ser la entrada de Wikipedia y sus repeticiones, comenzarás a encontrar iniciativas individuales raras e incluso alguna antigua página de ThinkQuest. Muchas fueron actualizadas por última vez en torno a la época en que apareció Wikipedia. Wikipedia cortó las alas de esa tendencia[16].
La cruzada para introducir las matemáticas en la cultura prosigue, pero fuera de la red. Recientemente, la publicación de un libro de John Conway, Heidi Burgiel y Chaim Goodman-Strauss titulado The Symmetries of Things ha representado un paso enorme en ese sentido. Se trata de una proeza que fusiona el material introductorio con ideas vanguardistas utilizando un estilo visual nuevo y atrevido. Me resulta decepcionante que el trabajo pionero siga apareciendo principalmente en papel, y haya sido silenciado en la red.
Lo mismo se podría decir de muchos otros temas aparte de las matemáticas. Si te interesa la historia de un instrumento musical raro, por ejemplo, puedes indagar en el archivo de internet y encontrar sitios personales dedicados al tema, aunque seguramente fueron actualizados por última vez en torno a la época en que surgió Wikipedia. Elige un tema que conozcas y echa un vistazo.
Wikipedia ya ha sido elevada a lo que quizá sea una posición permanente. Podría quedar establecida como un accesorio, al igual que MIDI o el servicio de intercambio de publicidad de Google. Por eso es importante ser consciente de lo que te podrías perder. Incluso en un caso en el que existe una verdad objetiva conocida, como una demostración matemática, Wikipedia reduce las posibilidades de aprender nuevas maneras para introducirla en la conversación. La voz individual —lo contrario de la mentalidad wiki— quizá no sea relevante para la verdad matemática, pero es el núcleo de la comunicación matemática.