Océano Pacífico
923 kilómetros al sur del canal de Panamá
El buque de guerra estadounidense Carl Vinson surcaba suavemente las tranquilas aguas del Pacífico; su gigantesca estructura se abría paso a quinientos doce kilómetros de la costa de Sudamérica, dejando una arremolinada estela de seres vivos e incandescentes colores tras sus enormes hélices de bronce.
El superportaaviones Nimitz volvía a casa tras seis meses de misión en la zona central y sur del Pacífico. Su puerto de matrícula estaba en Bremerton, Washington, y allí esperaban expectantes la mayoría de las familias el regreso de los hombres y mujeres que formaban la tripulación. Los inmensos motores lo propulsaban a una velocidad de veintiséis nudos.
En la cubierta del Vinson se preparaba el traslado del caza y del bombardero a sus bases respectivas, en Miramar y en Oakland, que tendría lugar durante la tarde del día siguiente. Los únicos aviones que estaban en el aire esa mañana eran los de la patrulla aérea de combate del portaaviones, también conocida como PAC, que volaban a veinte mil pies de altura, a unos cien kilómetros de distancia. La mañana estaba resultando tranquila y sin incidentes para los dos formidables Grumman F-14 Tomcats, cuando recibieron la primera llamada proveniente del Vinson, cuyo indicativo era «Ponderosa».
—Range Rider, aquí Ponderosa. ¿Me recibe? Cambio.
El capitán de corbeta Scott Derringer Derry llevaba bajado su visor mientras observaba el amarillento círculo que formaba el sol de la mañana y que le recordaba al golfo Pérsico y a las misiones en Iraq. Mientras accionaba el botón transmisor en la palanca de mando, miró ligeramente a su izquierda, estableciendo contacto visual con su piloto de apoyo y alegrándose de que siguiera en posición; no le quedó ninguna duda de que estaría escuchando también al Carl Vinson.
—Ponderosa, aquí el jefe del Range Rider, os recibo alto y claro, cambio.
—Range Rider I, tenemos un contacto intermitente a mil doscientos ochenta kilómetros al sur y acercándose. La información proviene del Contrabandista, no del Ponderosa. Nosotros aún no tenemos contacto. Cambio.
Derry frunció los labios debajo de la máscara. «Contrabandista» era el indicativo del crucero lanzacohetes que escoltaba al Carl Vinson. El buque de guerra estadounidense Shiloh, con su sistema de seguimiento y de control de disparo de Aegis, podía suministrar mejor inteligencia aérea que el pesado portaaviones, así que a la información que proporcionaba se le daba siempre la máxima prioridad.
Derry volvió a echar un vistazo rápido a su piloto de apoyo. Su compañero balanceó ligeramente las alas del caza para indicar que había recibido la comunicación.
—Range Rider, recibido, Ponderosa. Informe de cualquier cambio en la naturaleza del objetivo al jefe de patrulla, cambio.
—Recibido, jefe de patrulla. Ponderosa informará. Permanezca alerta a TAC 3, Contrabandista seguirá controlando. Cambio —contestó el Vinson.
Derry pulsó el botón de transmisión dos veces como señal de que había recibido la información.
—¿Ves alguna cosa, Pete? —le preguntó a su oficial de radar (o RIO), Pete Klipp.
—Negativo, jefe, de momento no tengo nada a la vista.
Derry levantó el visor de su casco y una vez más volvió a mirar a su piloto de apoyo, el teniente J. G. Jason Ryan, a quien llamaban Vampiro, que seguía volando con suavidad, como siempre hacía cuando ponía su F-14 a la misma altura que el de su capitán.
—¿Tu RIO detecta algo, Vampiro?
—Negativo, jefe, no tenemos nada —contestó Ryan.
—Entendido. Vamos a ver qué descubrimos —dijo Derry.
Los dos cazas giraron lentamente hacia el sur y ganaron altura.
En el centro de control de combate del Carl Vinson había tan poca luz que solo se veía la silueta de los operarios rodeados por un halo luminoso de diversos colores proveniente de las pantallas que cada uno controlaba. Una de esas pantallas estaba conectada con el radar aéreo del buque de guerra Shiloh.
—¿Nada todavía? —preguntó el capitán de corbeta Isaac Harris.
El especialista en radar ajustó la amplitud de banda del monitor y miró de reojo a su superior; un gesto de confusión se apoderó de su rostro.
—Aparece y desaparece, señor; se ve claramente y luego nada. En el siguiente barrido vuelve a aparecer, tan grande como una casa, y luego se desvanece.
—¿Se han hecho revisiones? —preguntó Harris.
—Todas correctas, señor; el Shiloh también informa de que sus sistemas funcionan perfectamente, todo está listo.
Harris se frotó la barbilla y se enderezó.
—Esto es muy extraño. —Luego, inclinándose hacia delante, preguntó—: ¿Cambia de dirección?
—Negativo, sigue rumbo en línea recta hacia el Vincent —contestó el técnico.
En ese mismo momento, varios de los operadores de radar, sonar y comunicaciones se reclinaron en sus asientos y observaron las pantallas con cierta preocupación. Harris apretó el hombro del joven operador y volvió a su asiento, una gran silla de vinilo de color rojo montada sobre un pedestal desde el que podía ver toda la sala. Descolgó el teléfono, instalado en uno de los laterales de la silla, que comunicaba con el puente de mando y se quedó mirando con gesto adusto a sus operarios hasta que todos volvieron la vista a sus pantallas.
—Capitán, aquí Harris en el centro de control. Tenemos una situación complicada en nuestro perímetro de defensa. —Esperó un momento a que el capitán del Carl Vinson respondiera.
—Sí, que despegue el Alerta I y que todas las unidades se preparen para el combate.
—Preparados para el despegue del Alerta I —se escuchó arriba, en la enorme cubierta. El mensaje fue repetido y después se dio una orden que hizo que todos los tripulantes, tanto en cubierta como en bajo cubierta, se pusieran en movimiento.
—¡Zafarrancho de combate, zafarrancho de combate! ¡Diríjanse todos a sus puestos, diríjanse todos a sus puestos! Esto no es un simulacro, repito, esto no es un simulacro.
Desde la catapulta número uno, sin los cinturones abrochados aún, el piloto saludó al capitán en cubierta que estaba al mando del despegue. Recostó firmemente la cabeza y la espalda en el respaldo de su asiento de eyección y se apoyó en los lados de la cúpula del Tomcat. El primero de los dos cazas Grumman rugió con toda su fuerza mientras el sistema de reacción lo catapultaba hacia el aire. Poco después, el segundo F-14 lo siguió con el sistema de postcombustión a toda potencia.
Después de que el destructor USS Cole recibiera un ataque por sorpresa el 12 de octubre de 2000 en el golfo Pérsico, los buques de guerra estadounidenses habían empezado a tomarse muy en serio la cuestión de la seguridad. Y seguro que para los terroristas acabar con un símbolo como un portaaviones de clase Nimitz era una fantasía en toda regla.
—Recibido, Ponderosa, entendido. Alerta I ha despegado. Aquí Range Rider, corto y cierro. —Derry giró la cabeza un poco a la izquierda después de confirmar la recepción de la llamada del Carl Vinson—. Es hora de actuar, Vampiro. —No hubo una respuesta verbal al jefe de vuelo, un par de señales del transmisor de Ryan fueron suficientes para expresar que estaba listo—. Vamos a ver qué es lo que hay ahí fuera —dijo Derry.
Los dos cazas F-14 accionaron las cámaras de postcombustión, y un chorro de combustible JP-4 explotó en la tobera de descarga de los inmensos motores turbofan GE-400, con lo que las nacelas en la campana de escape se abrieron dejando escapar los gases, y generando así cincuenta y cuatro mil libras de empuje. El control por ordenador hizo que las alas de los dos Tomcats comenzaran a levantarse hasta alinearse con el fuselaje de aluminio que vibraba a medida que se acercaba a una velocidad supersónica. Los dos Tomcats, con las alas replegadas, rugían en el cielo, mientras sus cubiertas se calentaban con la fricción provocada por el aire.
—¡Lo tengo! —dijo el alférez Henry Chávez, también conocido como el Marginado, el copiloto de Ryan—. Está a ochocientos kilómetros y acercándose.
—Ahora sí lo tenemos —informó Derringer por la red de seguridad. Los dos aviones sabían que sus transmisiones eran seguidas por el Carl Vinson y por todas las naves de la fuerza operativa 277.7.
—Ese hijo de puta es enorme —dijo el Marginado, y luego añadió—: Maldita sea.
—¿Qué ocurre? —preguntó Ryan.
—Ese cabrón se ha evaporado ante mis ojos, ha desaparecido como si nunca antes hubiera estado.
—Derringer, ¿has oído eso?
—Nosotros tenemos lo mismo: la última lectura era a cinco sesenta y acercándose. Mantened los ojos bien abiertos.
—Recibido.
Cuando sintió la fuerza de los dos enormes motores empujándolo contra el asiento, Ryan se centró en sus pensamientos. Las piernas y el pecho de su mono de vuelo se fueron llenando de aire, mientras toda la sangre le subía al cerebro.
—Ahí está otra vez. Maldita sea, esa cosa es enorme —repitió el Marginado.
—Atento, necesito velocidad de aproximación, no comentarios.
—Ha vuelto a salir del campo de acción. La última velocidad de aproximación era de cuatro mil ochocientos kilómetros por hora. Va a toda mecha, la altitud es la misma, deberíamos ver el objetivo en cualquier momento, un poco a la izquierda y a unos dos mil pies por debajo de nosotros.
Dos mil pies es muy cerca, pensó Ryan.
—Derringer, recomiendo subir otros tres mil, quizá necesitemos un margen de seguridad más amplio.
Derry negó con la cabeza.
—Negativo, Vampiro, sígueme y mantén la boca cerrada; concéntrate en encontrar al fantasma, cambio.
Ryan también dijo que no con la cabeza, sabía que estaban demasiado bajos. Las posibilidades de un choque frontal eran muy elevadas como para ignorarlas, pero por el momento lo único que podía hacer era obedecer a su jefe de vuelo.
—Tengo algo que parpadea… Dios mío, ¿qué es eso? —preguntó el oficial de radar de Derry bajando la voz hasta convertirla en un susurro.
Ryan examinó el mar que tenían frente a ellos sin ver nada.
—¿Lo tienes? —preguntó.
—¡Vampiro, a la izquierda, elévate! —gritó Derry por la radio.
El tono de voz que llegaba hasta los auriculares del casco de Ryan era de pánico. Nunca había oído a su superior perder la compostura, por lo que se elevó y giró inmediatamente sin pedir más detalles. Era el que mejores reflejos tenía de todo el escuadrón. El avión se ladeó hacia la izquierda y ganó altura gracias a la acción de los alerones y del motor.
—Ponderosa, Ponderosa, tenemos un avión desconocido dentro de nuestra posición —dijo Derry.
—Range Rider, aquí Ponderosa, podemos ver su nave, pero no el avión desconocido; confirme de nuevo. Cambio.
Ryan finalizó su giro un poco más tarde de lo que hubiera deseado. Cuando recuperó plenamente el sentido, tras haberse sometido a una fuerza de la gravedad extrema debido a su maniobra, volvió a examinar el área hasta que encontró a su jefe de vuelo unos quince kilómetros por delante de él, ligeramente a la derecha. El Tomcat de Derry no era la única nave que había en el cielo. De la impresión, sus ojos se abrieron como platos, mientras asimilaba plenamente lo que estaba viendo.
—Vampiro, ¿estás detrás de mí? —preguntó Derry por la radio.
Ryan podía oír la respiración de su oficial de radar. Era uno de esos ruidos al que uno se acostumbra hasta dejar de prestarle atención, pero ahora sonaba como si alguien lo hubiera amplificado.
—Recibido, Derringer, estoy aquí. No te acerques demasiado a esa cosa —dijo Ryan mientras miraba al objeto más increíble y terrorífico que había contemplado en su vida.
—Tengo que verlo más de cerca, Vampiro, quédate detrás de mí a las seis —ordenó Derry.
Jason Ryan, subteniente de la Armada de los Estados Unidos, sabía que lo que su jefe de vuelo iba a intentar era algo muy peligroso, pero lo único que podía hacer era observar cómo el Tomcat de Derry se aproximaba hacia el platillo volante.
Los dos súper Tomcats estaban a un kilómetro y medio del ovni. La forma era tal y como siempre habían imaginado que sería si alguna vez veían uno. Esas imágenes, junto a algunas otras, fueron pasando por la mente de los tripulantes de los dos aviones. La nave tenía forma circular, como si fueran dos platos enfrentados el uno contra el otro. Era plateada y no parecía poseer ningún tipo de luces anticolisión. Derry calculó que alcanzaba los ciento treinta metros de diámetro y los quince de altura en su parte central. Las palabras volvieron a sonar en los auriculares y su atención se fijó de nuevo en el momento presente.
—He perdido el contacto con el Vincent —dijo el oficial de radar.
—¿Quieres decir que hemos perdido el contacto de repente? —preguntó Derry.
—No aparece nada, señor. O el Vinson se ha desconectado o somos nosotros los que hemos dejado de transmitir.
—A nosotros nos pasa lo mismo —dijo Ryan por la radio.
—Está bien, seguiremos el procedimiento estándar. Intentaremos contactar. Si no hay respuesta, haremos un disparo de advertencia. No podemos dejar que esa cosa se acerque a menos de quinientos kilómetros del Ponderosa, ¿está claro?
—Recibido —contestó Ryan. En los treinta segundos anteriores, un mensaje en su casco le había informado de que los misiles Sidewinder estaban desbloqueados y determinando la posición del objetivo. Y lo que era incluso mejor, Ryan sabía que las cámaras adheridas a la panza y a las alas de su aeronave estaban grabando todo aquello. Como medida añadida, y debido a su tamaño y a que desconocía el material del que estaba hecha la extraña nave, Ryan se aseguró de preparar también un misil de mayor calibre: un Phoenix de largo alcance.
Derry sabía que su estrategia adolecía de varios puntos débiles. No sabía qué alcance podían tener las armas de aquella cosa, ya que su capacidad era un absoluto misterio. El cálculo de trazar en el aire una línea a quinientos kilómetros de distancia del portaaviones que no debía ser cruzada era una pura suposición. Si se tratara de un avión ordinario, la distancia máxima que podía alcanzar cualquier misil antibuque que no fuera de fabricación estadounidense era de ciento sesenta kilómetros. El misil antibuque Exocet, de fabricación francesa, tristemente famoso tras hundir el Sheffield en la guerra de las Malvinas, era el arma elegida por la mayoría de las naciones rebeldes que podían resultar una amenaza. Pero esta cosa no era un vehículo cualquiera.
Derry se aclaró la garganta y dijo:
—Nave no identificada, somos cazas de la Marina de los Estados Unidos. Se está aproximando a una zona de exclusión aérea, por lo que le ordenamos que se identifique y que cambie el rumbo hacia el oeste inmediatamente, cambio.
Ryan agitó la cabeza con gesto escéptico mientras escuchaba a Derry repetir dos veces más el mensaje. Tuvo claro que ese objeto no se sentiría amenazado por dos pequeños aviones. Mientras se acercaba, un gran orificio irregular se hacía cada vez más grande en la parte de atrás del platillo.
—Derringer, parece que a esa cosa le han hecho un agujero.
—Vampiro, mantén la posición y ten el dedo preparado sobre el gatillo, puede que tengamos… Esto es peligroso. Es una amenaza de algún tipo. Voy a mirar más de cerca.
Ryan se quedó observando mientras el F-14 de Derringer empezaba a avanzar hacia el platillo gigante. Aceleró muy suavemente hacia delante, consciente de que su compañero no se daría cuenta. Se quedó mirando cómo el Tomcat de su jefe de vuelo se iba acercando a la nave. El enorme caza empezó a temblar al verse succionado por la estela que dejaba tras de sí el platillo.
—Vampiro, está pasando algo en esa nave. Parece como si estuvieran arrojando algo, ¿lo ves?
Ryan vio lo que parecía una especie de líquido que fluía de varios agujeros más pequeños de los compartimentos situados en la popa de la nave.
—Lo veo, pero me resulta difícil de creer —contestó Ryan.
Buque de guerra de los Estados Unidos Carl Vinson
480 kilómetros al norte
Los hombres hablaban en voz baja mientras observaban lo que sucedía en sus pantallas. En los últimos minutos, mientras esperaban nuevas informaciones, la temperatura había aumentado diez grados. La mayoría nunca había experimentado una sensación de impotencia semejante.
—¿Qué tenemos ahí, Derringer? —preguntó Harris. No hubo respuesta.
—¡Capitán en cubierta! —dijo de pronto a voz en grito uno de los soldados.
Harris se volvió para ver al capitán del Vinson dejar fuera su escolta de marines mientras entraba en el oscuro centro de control de combate. Harris interpretó la dura expresión de su rostro como un signo de la preocupación que el capitán sentía por la seguridad su barco.
—Descansen, continúen con su labor. ¿Qué dice el Range Rider, capitán?
—No hay respuesta aún, debe de ser cosa de las interferencias o algún tipo de obstrucción, todavía no lo sabemos con certeza. El Alerta I debería estar en posición dentro de tres minutos, capitán.
—Entiendo. Siga intentando ponerse en contacto con ellos —ordenó el capitán, mientras se sentaba en el asiento habitualmente reservado para Harris. El oficial al mando de uno de los barcos de guerra más importantes jamás construidos se quedó observando cómo sus hombres cumplían sus deberes. No hizo ningún comentario. El único signo de preocupación se manifestó en la forma de cerrar los ojos y escuchar las repetidas llamadas que en vano se remitían al Range Rider.
—Señor, la señal del Range Rider aparece y desaparece en el radar. Cuando el aparato desconocido desaparece, ellos también. Sea cual sea el campo electromagnético que esa nave emite, está ocultando también a nuestros cazas.
Ahora Harris, al asomarse por encima del hombro del operario, no veía nada en el verdoso barrido del radar. A continuación, dos pequeños puntos y uno que mediría al menos cien metros o más de diámetro, aparecían en un barrido para desaparecer en el siguiente.
—Cuatro cuarenta y aproximándose —anunció el operario de radar.
—Quiero saber el estado de todas las unidades de combate —dijo el capitán, al tiempo que se ponía en pie y se encaminaba hacia el puente, dando a entender que lo que deseaba era ser informado en ese mismo instante, mientras se ponía en movimiento. Arriba se escuchaban los rugidos de la catapulta de vapor y el ruido de los neumáticos que indicaban que otro F-14 se elevaba hacia el cielo.
—Todos los barcos están preparados para el combate, capitán. Las defensas aéreas han despegado y los sistemas de apoyo de proximidad están preparados para ser utilizados —respondió Harris. Se refería a los cañones automáticos Phalanx de 20 mm y a los misiles Sea Sparrow, que constituían una parte importante de la protección inmediata de la que disponía el portaaviones. Si bien su verdadera fuerza era el crucero Shiloh, con su avanzado sistema de misiles de defensa.
El capitán escuchó el informe cuando paró junto a la trampilla y después subió al puente de mando. Harris lo vio marcharse y se quedó frotándose las sienes, sentado de nuevo en su silla. Pese a estar tan cerca de aguas territoriales, la amenaza era palpable. Claro que barcos no muy distintos a este estaban también en aguas amigas cuando comenzó el bombardeo de Pearl Harbor.
—¿Sigue sin haber comunicación con el Range Rider? —preguntó Harris.
—Se ha recuperado la comunicación.
—Señor, tenemos otra nave no identificada detrás del Range Rider, a seiscientos cuarenta kilómetros por detrás de la primera y acercándose a gran velocidad. La señal de este contacto es muy potente.
Harris saltó de la silla y observó cómo el segundo contacto se acercaba al primer objeto y a los F-14 que iban tras de él.
—El segundo contacto se acerca a Mach 2,5 —dijo una segunda voz, con más fuerza que la primera.
—¿Qué demonios está pasando aquí? —dijo Harris mientras agarraba el teléfono directo con el puente de mando.
El Marginado, el oficial de radar de Ryan, detectó otra señal en su pantalla.
—Tenemos una nueva incorporación, posiblemente hostil, viniendo por nuestras seis y aproximándose a mucha velocidad.
—Cuéntame.
—No puedo calcular su distancia y velocidad, va demasiado rápido —dijo Chávez a punto de perder los nervios.
—Maldita sea, ¿has oído eso, Derringer? —preguntó Ryan.
—Recibido, Vampiro, ¿dónde diablos están los aviones de alerta? —dijo Derry, buscando en el cielo los dos Tomcats que debían de llegar en cualquier momento.
Ryan no contestó; en ese momento su F-14 dio una sacudida que lo lanzó contra su arnés. Su Tomcat perdió cien metros de altitud después de que una forma borrosa y plateada le pasara por encima. Las alas del caza temblaron sin control durante un instante y el morro descendió en picado. Estaban atrapados en la estela de un segundo platillo que se dirigía a toda velocidad en dirección al primero. Varias luces de emergencia se iluminaron en el cuadro de mandos del Tomcat. Ryan forcejeó con la palanca de mando y aumentó la velocidad para intentar recuperar altitud. Entonces, una extraña luz verdosa impactó sobre la cúpula de la cabina y un inquietante resplandor inundó el interior del caza. El silbido de los motores del Tomcat cesó al mismo tiempo que se encendía la luz que indicaba un fallo en el motor. El piloto rojo de emergencia del primer motor se encendió, luego el del segundo. En la cabina reinó un silencio sepulcral solo roto por una voz computerizada que advertía de la pérdida de sustentación; el alarmante silencio que se escuchaba afuera resultaba tan atronador como el anterior ruido de los motores. Gracias al entrenamiento recibido, Ryan no se dejó llevar por el pánico y empezó a actuar de manera automática. Forcejeó otra vez con la palanca de mando, empujándola hacia delante y luego a la izquierda; durante todo el proceso pudo escuchar un suave zumbido que parecía provenir del exterior de la nave.
—¡Parada imprevista! Range Rider II ha cascado; repito, el motor se ha parado —gritó Ryan—. ¡Mayday! ¡Mayday!
—Joder —dijo Henry desde el asiento de atrás, con una tranquilidad casi excesiva, mientras apretaba los dientes.
Ryan llevó hacia delante la palanca de mando mientras soltaba los pedales que controlaban el timón del Tomcat, dejando que la nave controlara automáticamente la rotación a la que se veía expuesta. Esto provocó que el Tomcat se colocara con el morro hacia abajo, en posición recta, para coger velocidad y que la aeronave se precipitara hacia el mar como una flecha.
—Intentando reiniciar el motor —dijo Ryan, manteniendo el control de su voz.
El Tomcat llevaba incorporado un generador activado por aire que se usaba en este tipo de emergencias. El torrente de aire accionaba las aspas, y estas encendían un generador que suministraba la suficiente energía a la nave como para volver a arrancar los motores sin ninguna ayuda exterior. Al menos ese era el sistema diseñado por los ingenieros. Esta era una situación para la que se recibía entrenamiento pero con la que ningún piloto se enfrentaba fuera del programa de simulación. El fortísimo silbido del aire en el exterior de la cabina estaba a punto de volverse insoportable.
Derry escuchó el mensaje de angustia de su piloto de apoyo mientras caía en picado hacia el mar. Con el pulgar pulsó el mando que liberaba el seguro de los misiles SideWinder, pero no consiguió desbloquearlos. Estaba a punto de echarse hacia delante para intentar ver por dónde venía el próximo ataque, cuando su Tomcat fue lanzado hacia delante como si se tratara de un juguete. La sección de cola recibió una fuerte presión hacia abajo, lo que provocó que el morro se elevara. Los dos estabilizadores verticales se resquebrajaron como si fueran de porcelana. Un segundo antes de que las llamas incendiaran la cabina, Derringer vio que la segunda nave chocaba contra su avión. El F-14 Tomcat se desintegró en cien mil pedazos a causa de la potencia y la velocidad del impacto. El viento dispersó en todas direcciones los restos de la nave, que fueron dejando un humeante rastro en la caída hacia su sepulcro de agua.
Otra misteriosa luz, azulada esta vez, surgió del segundo platillo y envolvió al primero. Las dos naves quedaron recubiertas por una gigantesca esfera de color azul plateado.
—Hemos perdido contacto con las dos naves enemigas, señor.
Harris no hizo ningún comentario. Vio que la señal de uno de sus cazas se iluminaba de pronto en la pantalla. Estaba perdiendo altitud a toda velocidad.
—Señor, el Range Rider II tiene problemas, los dos motores están apagados —dijo el operador de radio, cuando por fin escuchó las llamadas angustiadas de Ryan.
—¿Dónde demonios está el jefe del Range Rider? preguntó Harris.
—Solo tenemos al Rider II, señor. Nuestro Alerta I está a punto de llegar al punto de intercepción.
—¿Y los dos objetivos no aparecen? —preguntó Harris.
—No, señor. Han desaparecido por completo. El Shiloh también lo verifica.
El centro de control de combate quedó en silencio mientras Harris se dirigía hacia el teléfono con el puente de mando, pero volvió a dejarlo en su lugar al escuchar el anuncio de que despegaban los helicópteros de rescate. Se quedó callado. Acercó la mano a la barbilla y cerró los ojos pensando en qué demonios habría pasado.
El Tomcat cae a demasiada velocidad, pensó Ryan. Por dos veces había intentado encender los motores sin obtener ningún resultado. El panel de control seguía funcionando, pero, por razones que no alcanzaba a comprender, los motores GE no se encendían. El avión no podía hacer otra cosa que desplomarse.
—Ya, Henry, tenemos que largarnos. —Ryan accionó uno de los controles y dejó que el generador interno alimentara el sistema de armamento. Por lo menos esto funciona, pensó. Seleccionó a toda prisa el Phoenix con su palanca de mando y recibió un objetivo intermitente. Ryan apretó el gatillo y un sentimiento de satisfacción lo invadió cuando el misil Phoenix salió disparado de la lanzadera central del Tomcat.
Henry Chávez agarró el asa de color amarillo que había encima de su asiento y tragó saliva.
—¡Eyección! ¡Eyección! ¡Eyección! —gritó tres veces, y cerró los ojos.
Cuando Chávez tiró del mando, la cúpula salió disparada provocando un fuerte estallido. La fuerza de la eyección lo lanzó fuera del caza, a más de ciento cincuenta kilómetros por hora. La plancha que se desplegó al activarse el mecanismo cubrió su casco y su cabeza, así que el alférez Chávez no llegó nunca a ver la pieza de avión que acabaría con su vida. Un pedazo de aluminio proveniente del Range Rider I impactó contra su rostro, y quedó alojado en la parte posterior de su cráneo.
La mente de Ryan no paraba de dar vueltas mientras su paracaídas se desprendía del asiento eyectable. No pensaba en otra cosa que no fuera su propia supervivencia. Trató de darse la vuelta y finalmente divisó la estela que el Phoenix iba dejando en el cielo hasta que impactó con el segundo platillo e hizo saltar en pedazos una sección de su parte trasera. El platillo perdió altitud durante un instante pero rápidamente recuperó el control y desapareció, junto con el primer platillo, entre las nubes que había en dirección noreste.
Cuando Ryan miró a su alrededor supo que Derry estaba muerto. El ruido de los impactos en el agua revelaba los puntos donde se precipitaban los restos de la nave de su superior. Aparte de los dos paracaídas que se acercaban lentamente hacia el mar, el cielo estaba despejado. Ryan observó que el paracaídas de Chávez se balanceaba hacia delante y hacia atrás con torpes movimientos y se dio cuenta de que los brazos del alférez colgaban sueltos a los lados. El teniente cerró los ojos, consciente de lo que aquel paracaídas sin rumbo significaba.