Gus seguía sentado sobre la roca junto al cuerpo inmóvil de su amigo; no había permitido que nadie intentara ayudar o retirara el cuerpo de Palillo. Julie estaba de pie y consolaba a Billy, que no dejaba de llorar. Ryan tenía un brazo puesto sobre Julie y con el otro sostenía a Collins, que todavía sufría algunos temblores. Sarah estaba al otro lado del comandante, sin apartar la mirada del alienígena.
Collins se quedó mirando al viejo, que sujetaba la mano del pequeño ser. Palillo seguía sobre la superficie rocosa, boca abajo, después de caer desde más de trece metros de altura desde el precipicio hacía cuarenta y cinco minutos. Gracias a uno de los muchos salientes que había en la cara de la montaña, no se había despeñado hasta la superficie del suelo.
—Era tan valiente como los mejores soldados con los que he servido, Gus —dijo Jack, mirando al suelo—. Me salvó la vida.
Gus asintió sin decir nada y siguió sujetando la pequeña mano.
—Hioeeeeeutaaaa.
Gus escuchó aquello y levantó la cabeza mirando a los demás. Jack estaba asombrado, Sarah se quedó con la boca abierta y Ryan murmuró:
—La puta hostia.
—¿Palillo? —dijo Gus mientras apretaba la pequeña mano.
—Gusss, mi duele mucho —dijo la almidonada voz.
Jack miró a su alrededor; a su lado estaban Billy y Julie, pero ellos no habían escuchado nada.
—Gus, escúchame —dijo Jack con voz tremendamente seria.
Cuando alzó la vista, el viejo sonreía, estaba al borde del llanto. Al ver el gesto serio del comandante, la sonrisa se desdibujó de su rostro.
—Vendrán a por él, Gus, a por Palillo. Lo querrán, vivo o muerto. —Jack se acercó, pese al dolor que sentía, arrastrando con él a Sarah y a Ryan—. Está muerto, ¿entendido? No sobrevivió y ha sido imposible recuperar el cuerpo —dijo Jack, mirando fijamente los ojos del anciano—. ¿Entiendes lo que digo, Gus?
Gus tragó saliva y asintió, mirando hacia los lados.
—Solo mi gente puede saber que Palillo sigue vivo. Reuniremos toda la información necesaria y os ayudaremos a mantenerlo oculto, pero Gus, ahora mismo tienes que ponerte de pie y salir zumbando de aquí o vendrán a por él y no habrá nada que podamos hacer para detenerlos. Ha formado parte de un ataque a nuestro país, querrán saber todo lo que sabe. Creo que nuestra gente puede descubrir toda esa información sin necesidad de tenerlo encerrado. Quiero que tú, Julie y Billy lo saquéis de aquí ahora mismo.
Gus asintió y dijo «Gracias» moviendo los labios.
—Aaayyyy, Gus daño mano Palillo.
Gus rebajó la presión con la que cogía la pequeña mano. Luego se quedó mirando a Jack y no supo exactamente qué decir en un momento tan emocionante como aquel.
—Marchaos ahora mismo —susurró Jack.
Una hora más tarde, en el lugar del accidente, Jack y Sarah observaban cómo los cuerpos de los miembros del Grupo Evento y de los soldados eran retirados con solemne delicadeza; Carl se acercó hasta donde se encontraban.
—¿Cómo está, señor Everett? —preguntó Collins.
Everett agachó la cabeza y se ajustó el brazo derecho en el cabestrillo, luego alzó la vista y miró al comandante y a Sarah, que no pudo soportar su angustiado semblante y desvió la mirada para poder contener las lágrimas.
—Mira, podemos quedarnos aquí de pie y pasarnos la noche entera llorando por Lisa, pero no creo que a ella le gustara —dijo Everett. A continuación, le pasó una nota que le acababan de dar los hombres del equipo de seguridad—. No tenemos mucho tiempo, Jack. Me acaban de decir que el presidente va a cederle a la CIA los restos de Palillo. Por lo visto, Compton y Lee están tratando de resistirse, pero parece que no van a conseguirlo.
—No me lo puedo creer —dijo Collins, enderezándose un poco y respirando entrecortadamente a causa del dolor, lo suficientemente furioso como para no hacer caso del brazo de Ryan.
Everett sonrió ligeramente, todo lo que podía llegar a sonreír tras haber sido informado oficialmente de la muerte de Lisa.
—El senador ha dicho que tú sabrías lo que había que hacer.
—¿Se lo comió? —preguntó el oficial superior de la CIA, con las manos apoyadas en las caderas.
Collins se quedó mirando al agente. El sudor le corría por la cara mientras miraba fijamente al comandante y a Ryan con gesto de incredulidad. Collins dio un paso hacia él con intención de intimidarlo.
—Exactamente. Preséntele a su director la más sincera disculpa del jefe del operativo terrestre, pero como ya le he dicho, la madre de esas criaturas se comió al extraterrestre.
El oficial se quitó las gafas de sol y observó a los dos hombres que tenía delante. El sol se estaba empezando a ocultar; ninguno de los presentes olvidaría nunca aquel día.
—¿Dónde está el viejo… ese tal Gus Tilly?
—Se ha ido a casa —contestó Collins, dando otro paso más en dirección hacia el emisario de la CIA, que tenía la camisa blanca cubierta de manchas de sudor.
El oficial retrocedió un paso y miró por un instante directamente a los ojos del demacrado soldado; luego, rápidamente, desvió la mirada.
—Quizá hablemos con él allí entonces. Para que nos informe de todo.
—No, nada de informes. El presidente de los Estados Unidos ha dicho que los deseos del señor Tilly deben cumplirse, esas fueron sus palabras; y el señor Tilly quiere que lo dejen tranquilo. —Jack pegó su cara a la del oficial de la CIA—. Y nadie lo va a molestar. Se encuentra bajo la protección de nuestro departamento, y si es preciso realizar algún informe, lo haremos nosotros.
El responsable de Inteligencia retrocedió y fue andando hasta una de las rocas, allí respiró hondo para mantener la calma y luego se puso derecho. Echó un vistazo a los treinta y un supervivientes de los ciento cincuenta y dos soldados, miembros del Grupo Evento y agentes de policía que habían combatido tanto en el subsuelo como en la superficie. Todos lo estaban mirando. Algunos se encontraban malheridos, tumbados en camillas; los médicos que los atendían también estaban mirando. Otros permanecían de pie, con la cara sucia y heridas de mayor o menor magnitud. Los agentes de policía supervivientes no sabían nada de Palillo, pero se hallaban llenos de rabia y dispuestos a enfrentarse a él o a cualquiera que molestara mínimamente a los soldados. El oficial de la CIA se dio cuenta de que, aunque cada uno de los grupos iba por su lado, había algo que tenían en común en ese instante: todos lo estaban mirando fijamente. Para los supervivientes, los que se habían implicado en la batalla eran ahora una parte de ellos mismos, eran sus camaradas; la mayoría habían caído, solo unos pocos seguían con vida y todos debían protegerse los unos a los otros.
El oficial se puso otra vez las gafas de sol y miró de nuevo a Collins. Asintió con la cabeza y luego se dio la vuelta y se marchó. Ya habría tiempo para que el director de la CIA presentase su propia batalla. En estos momentos, la discreción era la mejor opción.
Everett se quedó con la mirada perdida, observando cómo cargaban en una camilla la bolsa donde estaban los restos mortales de Lisa y los subían a un Blackhawk que estaba allí esperando. Abrió y cerró los ojos varias veces y echó su XM8 con el montón que había ahora en el suelo. Sarah y Collins observaron desde no muy lejos cómo la orgullosa figura de Everett acompañaba respetuosamente a la camilla.
Sarah se enjugó una lágrima y miró al comandante.
—¿Piensas que esto se ha terminado?
—Solo el tiempo podrá contestar eso. Quién sabe qué habría pasado si ese maldito platillo hubiera sido derribado en otra parte del mundo donde no hubiese habido una respuesta así de rápida. —Jack miró al suelo y sonrió con gesto triste—. Supongo que nos tocará seguir mirando dentro del armario o debajo de la cama para ver si hay algún monstruo.
Virginia Pollock los interrumpió, tenía los ojos enrojecidos.
—Jack, ¿has visto al señor Tilly? Al director le gustaría que viniese con nosotros, Niles quiere compartir con él cierta información que poseemos.
Collins dijo que no con la cabeza con gesto triste.
—Ha vuelto a las montañas con Ryan, la señorita Dawes y su hijo. Me temo que el señor Tilly no va a querer saber nada de nosotros, al menos durante una temporada.
—Pero, Jack, él… —dijo Virginia levantando las cejas. Luego se detuvo y agachó la cabeza.
—¿Cómo está el sargento Mendenhall? —preguntó Sarah, intentando romper la tensión.
Collins dejó de mirar a Virginia y volvió la vista hacia Sarah.
—Se pondrá bien. Los médicos dicen que tiene cuatro costillas rotas, el doble que yo, y un buen corte en la cabeza. Pero sigue diciendo que la culpa es de los oficiales, que somos demasiado lentos. —Collins esbozó una sonrisa—. Creo que aún está intentando salir de la Escuela de Aspirantes a Oficial, que es donde lo he enviado.
Virginia se acercó a Collins y a Sarah.
—Jack, aunque solo sea un momento, quiero ver al señor Tilly antes de que nos marchemos. —Hizo una pausa y extendió una mano para protegerse los ojos de las luces que acababan de ser encendidas—. He estado examinando a la madre y… bueno, echad un vistazo a esto.
Virginia extendió la mano en dirección al comandante. Había algo que resplandecía a la luz. Jack y Sarah se quedaron impresionados mirando cómo las partículas de oro se filtraban a través de los dedos.
El último túnel cavado por el Destructor había dejado al descubierto la mina oculta del holandés, apartándola para siempre de los brazos de la leyenda.
Complejo Evento,
Base de la Fuerza Aérea de Nellis, Nevada
14 de julio
El presidente de los Estados Unidos había volado para asistir al funeral por los caídos del Grupo Evento. Inmerso en la multitud, fue estrechando manos y dando las gracias por el trabajo realizado. En total, habían perdido a treinta y dos efectivos en el Escenario Uno y a otros cuarenta y un miembros de los equipos de seguridad y de geología en los túneles; todo eso, sin contar los noventa y nueve soldados, pilotos y agentes de policía que habían muerto en este desastroso encuentro con una forma de vida extraterrestre.
Con anterioridad el presidente se había reunido con Lee y con Niles, quienes le habían explicado con todo detalle las informaciones que el Europa había desvelado acerca de la Corporación Centauro, el Grupo Génesis y la familia Hendrix. El presidente había efectuado algunas llamadas y los equipos de Nueva York y Virginia aguardaban los detalles finales para cerrar el último capítulo del incidente Roswell, que llevaba oculto sesenta años. El presidente tenía en su poder una copia del correo electrónico que le había enviado al senador Lee el enemigo número uno del Grupo Evento.
Querido senador Lee, estimada compañía:
Desde hace ya muchos años venimos manteniendo posiciones enfrentadas, pero me temo que todas las cosas buenas en la vida han de tener un final. Debo realizar ahora esta última intromisión, que confío me sirva de ayuda para romper mi relación con un hombre y con una organización que es muy posible que resulten de su interés. En un sótano en forma de caverna situado en la séptima avenida en Nueva York, un sótano que tan solo tiene una puerta de entrada, podrán ustedes encontrar esos objetos que tanto han anhelado desde aquella tormentosa noche, hace muchos años, en Nuevo México.
A cambio de su colaboración para poder partir de este, su maravilloso país, les remito dos regalos de buena voluntad. El primero es para usted, senador Lee: en ese edificio de Nueva York al que me referí con anterioridad podrá usted encontrar entre las viejas reliquias una que le interesará especialmente. El segundo obsequio es una información que he descubierto recientemente.
Debo insistir en que esta información me deja un muy mal sabor de boca, ya que es una espantosa muestra de falta de profesionalidad. En un emplazamiento situado en la granja donde una vez trabajó el señor Mac Brazel, a menos de trescientos pasos al noroeste del lugar exacto donde impactó la nave, enterrado en el suelo, hallarán ustedes el triste final que le fue reservado al incidente Roswell y a la operación Salvia Purpúrea.
He de admitir que me siento tentado de ofrecerles estos presentes de forma gratuita, pero lamentablemente es preciso que abandone el país y ustedes tienen la capacidad necesaria para permitir que eso suceda.
Hasta que volvamos a encontrarnos, reciban mi más profundo agradecimiento.
Un saludo:
Coronel Henri Farbeaux