Sala de situación de la Casa Blanca
El presidente estaba de pie bebiendo un vaso de agua cuando el general Hardesty se inclinó para ver cómo los supervivientes del comando en Escenario Uno gesticulaban en dirección a algo que había más abajo en el valle. A continuación, la desesperada llamada de Ryan desde Arizona captó toda su atención.
—Señor presidente, parece que está sucediendo algo —dijo.
Mientras el presidente se volvía hacia el monitor de mayor tamaño, el general subió el volumen de la señal de radio.
—Es enorme, Escenario Uno, y está saliendo a la superficie —pudieron escuchar que comunicaba el AWACS.
—Dios mío, ¿qué pasa ahora? —preguntó el presidente, pero todas las personas presentes en la sala se habían levantado y estaban señalando la transmisión que les llegaba a través de la cámara que enfocaba el valle.
Lo que vieron fue algo de lo que ninguno podría olvidarse en los años venideros y que con toda seguridad se les reaparecería en sus peores pesadillas. El macho que nadie había visto aún salió a la superficie del valle y saltó ochenta metros en el aire, dejando un rastro de tierra y arena mientras ascendía. Los rayos del sol iluminaban la coraza de varios colores que cubría su cuello, lanzando reflejos de color rojo sangre sobre el resto de su purpúreo cuerpo. A continuación, ochenta o noventa de las crías de menor tamaño surgieron también de la superficie imitando la trayectoria del macho a ambos lados del inmenso talkhan. La criatura era enorme. Collins calculó que mediría unos cincuenta metros de largo. El macho talkhan alcanzó lo más alto de la parábola que describía con su salto y descendió luego elegantemente penetrando de nuevo en la llanura del desierto de espaldas y desapareciendo tras un chapuzón entre la arena y las rocas, seguido de cerca por las demás crías.
—Dios mío, van directas hacia el Humvee —dijo Jack—. ¿Ryan? —gritó.
—No me hago con ellos —gritó Ryan con los auriculares todavía puestos.
Ante la atenta mirada de todos los espectadores que había en el valle, la Casa Blanca y el Centro Evento, el macho emergió de nuevo a la superficie interceptando al Humvee, que se dirigía hacia el Escenario Uno. Tras el impacto, el vehículo se desplazó unos doscientos cincuenta metros en el aire, mientras que el animal se quedó impertérrito, y dio luego un fuerte alarido y comenzó el descenso. El Humvee se estrelló contra el suelo y se quedó boca arriba con la estructura tremendamente dañada.
—Escenario Uno, aquí Valle Fragua. El objetivo ha cambiado el rumbo y se dirige hacia el sector 327. Repito, el objetivo se dirige hacia el sector 327 —informó el AWACS.
—Recibido, sector 327 —dijo Ryan. Jack se dirigía hacia el Pave Low en cuya rampa Ryan había extendido un mapa. Ryan marcó con rotulador rojo la zona a la que se referían—. Maldita sea, comandante, esos hijos de puta se dirigen a la salida del valle.
—Van directos al embudo, nuestra última línea de defensa —dijo Jack mientras Everett llegaba adonde estaban—. Contacta con Niles, que los rancheros muevan el ganado.
—Entonces hagamos estallar esa mierda —dijo Everett.
Jack se quedó pensando mientras observaba el surco que dejaba en la tierra la más grande de las criaturas, seguida por el resto de las crías, en dirección al acceso más oriental del valle.
—Señores, el detonador por control remoto está en el Humvee —recordó Jack sin hacer demasiados aspavientos.
—Pues tendremos que ir a por él —dijo Ryan.
Everett se dio cuenta de lo que Jack estaba pensando. Se giró y vio cómo los supervivientes de los equipos de túneles y del personal de Evento cubrían los cuerpos de los tres pilotos asesinados en el ataque final de la madre, y trataban de consolar al cuarto, que se desangraba, abocado irremediablemente hacia la muerte, sobre el suelo.
—Dios santo, ¿cuándo se va a acabar esta mala racha? —se lamentó Carl por segunda vez en lo que llevaban de día, y se quedó mirando al cielo, presa de la frustración.
—¿Alguien puede explicarme lo que está sucediendo? —preguntó Ryan.
—Para cuando lleguemos al Humvee, los animales ya habrán salido del valle —dijo Everett con los ojos cerrados—. Los Blackhawk y los otros Pave Low están repostando.
Ryan lo entendió todo y, lleno de rabia, lanzó los auriculares contra la rampa del enorme Pave Low.
—Tú eres piloto, ¿no? —le dijo Jack a Ryan, mirando al Pave Low que había en tierra.
Ryan no entendía bien. Echó un vistazo alrededor y comprendió lo que Jack quería decir.
—Comandante, nunca en mi vida he pilotado uno de esos. Ni siquiera me gusta montar en los putos helicópteros.
—¿Y ese que es más pequeño? —sugirió Collins mientras echaba a andar hacia el Blackhawk.
—¿Te has vuelto loco? —preguntó Ryan, caminando detrás de Collins.
—¿Dónde está el mecánico de vuelo de esta nave? —preguntó Everett en voz alta.
—Soy yo, señor —contestó un joven especialista de quinta categoría.
—¿Sabe pilotar? —preguntó Everett mientras empezaba a preparar las armas.
—No, señor, solo soy mecánico de vuelo.
Jack le dio una palmada en la espalda y lo llevó hacia donde estaba Ryan.
—Muy bien, ahora ha sido ascendido a oficial de brigada y ayudará al nuevo piloto ocupando el puesto de copiloto. En marcha.
—Comandante…
Everett y Collins lo fulminaron con la mirada.
Ryan hizo un gesto de desazón y echó a correr hacia el Blackhawk al que acababa de ser destinado.
Un minuto más tarde, Ryan ocupaba el asiento izquierdo del Blackhawk, mirando fijamente el panel de control del enorme helicóptero.
El mecánico de vuelo se inclinó hacia delante y estudió los botones y las palancas con cierto enfado. Señaló algunas rápidamente.
—Aquí, aquí y aquí —dijo el muchacho mientras apretaba un par de botones y accionaba uno de los mandos.
—Puesta en marcha iniciada —dijo Ryan en voz alta, aunque más para sí mismo que para los demás.
Las cuatro hélices de los rotores empezaron a girar cada vez a mayor velocidad. Ryan se puso a estudiar los mandos. Sabía que al girar el colectivo se aumentaba la potencia de los dos motores y que al tirar de él, el helicóptero se elevaba; y sabía que con los pedales se controlaba el rotor de cola para compensar el par de torsión generado por los motores principales, pero no sabía exactamente cómo se hacía todo eso. Aquello no era un Tomcat, y que no tuviera alas le provocaba una gran incomodidad.
—Venga, Ryan, súbenos —gritó Collins. Por los auriculares, el AWACS le estaba proporcionando la posición del animal, que seguía avanzando a toda velocidad camino de la boca del embudo; ya solo se encontraba a ocho kilómetros.
Ryan cerró los ojos y accionó el acelerador del colectivo con la mano izquierda. Una enorme cantidad de potencia llegó a los rotores principales y al de cola. Abrió los ojos y vio cómo los rotores principales empezaban a girar a toda velocidad. A continuación, tiró suavemente del colectivo que accionaba los rotores que hacían que el Blackhawk se elevara, pero el helicóptero no se levantó del suelo. Giró el mando hasta que la nave se detuvo.
—Mierda, nos vamos a matar —dijo Ryan en voz alta.
El joven especialista de quinta categoría recién ascendido miraba boquiabierto por el cristal mientras el enorme helicóptero seguía allí parado. Ryan tragó saliva, volvió a tirar del colectivo y notó que su estómago se revolvía al tiempo que la pesada nave se levantaba bruscamente y volvía a bajar. Poco a poco, la nave empezó a girar hacia la derecha. Ryan fue apretando el pedal que tenía a su izquierda. Estaba mucho más duro que los pedales de los Tomcat, pero al apretarlo hasta el fondo consiguió disminuir la rotación del Blackhawk. Antes de que consiguiera detenerla por completo, habían dado dos vueltas completas. Ryan se puso a decir que sí con la cabeza, pese a que nadie le había preguntado nada.
Jack vio por la puerta lateral cómo Sarah la saludaba con la mirada triste mientras el helicóptero empezaba otra vez a levantarse del suelo. Daba la impresión de que estaba tomando una decisión, parecía enfadada. Bajó la mano y echó a correr hacia el Blackhawk. Jack se puso a gritar que volviera adonde estaba, pero ya era demasiado tarde. Sarah colocó el pie derecho en la rueda izquierda del helicóptero y trepó hasta la cabina. Cayó haciéndose daño sobre el suelo del helicóptero; levantó la vista y vio el gesto enfadado de Collins.
—Soy la única que no está herida, me necesitáis.
—Cuando esto termine, hablaremos, McIntire —dijo Jack ayudándola a ponerse en pie.
Ryan presionó lentamente la palanca de mando hacia delante y el Blackhawk dio un bandazo y perdió altitud. Accionó el acelerador y el descenso se detuvo, pero antes de eso la rueda izquierda chocó con una roca que sobresalía y que desgajó el enganche de la rueda. Everett y Collins salieron lanzados hacia delante, miraron por la puerta lateral y vieron cómo la rueda y la pieza que la sujetaba caían a tierra y a punto estaban de impactar sobre algunos de los Hombres y las mujeres que se encontraban en la superficie.
—¡Maldita sea, teniente! —gritó Everett.
—Lo siento, lo siento —se disculpó Ryan. Blasfemando en voz baja, echó una mirada al especialista, que se aferraba desesperadamente a su asiento—. ¡Tranquilo, soldado, ahora ya sé cómo va esto! —gritó Ryan al mismo tiempo que el Blackhawk superaba la colina y emprendía su sobresaltada travesía con destino al Humvee derribado.
Complejo Evento,
Base de la Fuerza Aérea de Nellis, Nevada
—No sabía que Ryan supiera pilotar helicópteros —declaró Niles mientras veía la señal que le llegaba por vídeo.
Alice tenía la vista fija en el monitor.
—Según su expediente, no sabe —contestó mientras le daba unas palmaditas en la pierna a Lee, que tenía los nervios alterados.
Tres minutos después Ryan estaba quieto a quinientos metros de altitud sobre el Humvee, después de haber dado dos pasadas intentando descubrir cuál era la mejor forma de hacer aterrizar un helicóptero. Luego tragó saliva, redujo la potencia del colectivo y lentamente acercó la palanca de mando en dirección a su pecho. Una vez el Blackhawk empezaba a descender suavemente hacia la superficie, el piloto consiguió recuperar el aliento.
—¡A la derecha, a la derecha! —gritó Everett. Ryan no podía ver bien y no se dio cuenta de que tenía el otro helicóptero justo debajo.
—¡Dios! —dijo mientras apretaba el pedal derecho y giraba el mando hacia ese mismo lado. Luego notó que la rueda izquierda del helicóptero resonaba después de chocar con algo.
—Deprisa, no voy a poder mantenerlo así mucho tiempo más —dijo Ryan a los que tenía a su espalda; luego echó un vistazo a su joven copiloto—. ¿Y tú vas a decidirte a hacer alguna cosa o qué?
El especialista se atrevió a mirar a Ryan y dijo que no con la cabeza.
—No, señor.
Everett, Sarah y Jack saltaron del Blackhawk y corrieron hacia el Humvee. Primero comprobaron el estado del piloto y del capitán que se encontraba a su lado. Los dos estaban muertos.
—Es una caja negra del tamaño de un portátil —alzó la voz Collins para que se le oyera pese al ruido del helicóptero.
—¡Ya lo tengo! —gritó Everett.
Jack levantó la vista y vio que Carl tenía la caja negra. Los tres echaron a correr y subieron otra vez al Blackhawk, con lo que Ryan perdió por un momento el control de la nave debido al repentino cambio de peso. El helicóptero se elevó demasiado deprisa y Everett y Collins perdieron el equilibrio. Sarah se cayó también sobre Jack.
—Volvemos a Escenario Uno —le ordenó Everett a Ryan.
En el lugar del valle donde pastaba el ganado de los ranchos de los alrededores todo estaba en calma. Se encontraban a tan solo ochocientos metros de la salida por la que Jack Collins había supuesto que el animal trataría de huir del valle. La policía del estado y el FBI habían reunido a todas las cabezas de ganado que pudieran salir de los ranchos cercanos. Todas las camionetas, camiones e incluso los costosísimos Pave Lows de las Fuerzas Aéreas habían sido utilizados para reunir a la provisional manada. Las seiscientas cabezas de ganado mugían, inconscientes del papel que les había tocado jugar en la función que estaba a punto de comenzar, ni de las consecuencias que esta tendría en el destino de la humanidad. Pero solo iban a estar allí otro minuto, ya que los vaqueros empezaron a prepararlas para la carrera por la supervivencia que estaban a punto de emprender.
A tres kilómetros del ganado, la superficie del suelo empezó a temblar y a quebrarse violentamente en noventa surcos. Las criaturas aparecían y desaparecían, saltaban en el aire, buscando el peligro, y volvían a hundirse, a más profundidad todavía. Avanzaban a toda velocidad hacia las seductoras vibraciones y olores que emitía el ganado confiscado.
—Mira cómo van —alertó sobrecogido el presidente al ver la velocidad a la que avanzaban las criaturas.
El senador Lee se incorporó y apoyó la barbilla sobre su bastón mientras Alice le apretaba suavemente el muslo. Niles se acercó a la pantalla que había en la sala de conferencias de Evento y observó cómo las bestias se acercaban a cobrarse su presa.
Niles cogió el teléfono y llamó a la base del campamento.
—Virginia, ordena a los rancheros que pongan en marcha el ganado, ahora mismo.
Sobre el terreno del valle, Thomas Tahchako y sus ocho rancheros se habían ofrecido voluntarios para trasladar el ganado a las llanuras de sosa. Conocían los riesgos que corrían, pero también sabían que desde un camión o un helicóptero el ganado no podía ser dirigido con suficiente velocidad. Tahchako vio que el primer animal salía a la superficie y se quedó impresionado por el tamaño. Inmediatamente, espoleó hacia delante a su caballo, desenfundó su vieja pistola y pegó tres tiros al aire que hicieron que la manada se pusiese en movimiento. Los otros rancheros dieron algunos gritos y silbidos para empezar a organizar la estampida y llevarla hacia el antiguo lecho del lago. Tahchako se dio la vuelta y vio cómo el primer animal cambiaba el rumbo y seguía a la manada en dirección a las llanuras de sosa.
El apache espoleó su caballo hacia delante en la misma dirección que la estampida. A tan solo novecientos metros de las llanuras de sosa, las primeras cabezas de ganado empezaron a caer. Tahchako echó la vista atrás y vio cómo uno de sus hombres desaparecía tras hundirse en el suelo junto a su cabalgadura. Siguió dándole con las riendas a su caballo hasta que se adelantó a la manada; su sombrero salió volando por el aire dejando sueltas sus largas trenzas justo cuando él y el ganado penetraban en las llanuras cubiertas de materia alcalina y hacían saltar grandes nubes de polvo de sabor amargo.
Thomas disparó las tres balas que le quedaban y el ganado empezó a esparcirse. Los engendros atacaban al ganado con todas sus fuerzas; Tahchako pudo contar al menos a ocho criaturas que surgían en medio de la superficie alcalina. Su furia asesina era tal que no reparaban en las punzantes partículas que se les pegaban al cuerpo.
Tahchako dio la vuelta con su caballo y se alejó de la llanura al galope en dirección sur, seguido de cerca por sus hombres.
Volvió a echar la vista atrás y vio cómo los animales saltaban y volvían a zambullirse en el lecho seco del lago, llevándose cada vez tras de sí a una de las aterrorizadas vacas. El apache viró, se alejó de la horrenda escena y rezó para que todo aquello sirviese para acabar con esos bichos.
Los monstruos tardaron un buen rato en percatarse del peligro en el que se encontraban. Cuando se dieron cuenta de que la sustancia alcalina les deshacía las corazas, se volvieron como locos y trataron a toda prisa de quitarse de encima la sustancia corrosiva.
Jack se puso los auriculares para escuchar el informe acerca de la posición de las criaturas que habían caído en la trampa alcalina y que estaban retrocediendo ahora para emprender el camino de huida. La noticia de que al menos treinta de las criaturas, las más pequeñas, habían perecido en las llanuras de sosa le alegró bastante, pero las supervivientes estaban a menos de un kilómetro y medio de distancia de la zona de impacto. Jack dijo que sí con la cabeza, se quitó los auriculares y abrió el transmisor por control remoto. A continuación, recordó de memoria el código que Compton le había proporcionado. Las gotas de sudor corrían por la cara de Everett. Jack pulsó las teclas «1T3», levantó la tapa de plástico y apretó el botón de color rojo sin querer saber muy bien qué era lo que estaba haciendo.
—¿No debería escucharse una gran explosión? —preguntó Sarah.
Jack volvió a pulsar el botón. La luz se apagó y luego se volvió a encender.
—Esto no tiene buena pinta —dijo Carl.
—La cabeza nuclear tiene un retardo de treinta segundos.
Los dos contaron en voz baja, pero nada sucedió.
—Joder —dijo Jack, y volvió a pulsar el botón una segunda vez, y luego una tercera. En medio de la desolación, se acordó de la antena y puso de lado la caja negra. Su corazón se sobresaltó al ver que los cables estaban, pero la antena no. Quizá se desprendió cuando el Humvee se estrelló contra el suelo. Collins accionó el mando de autodiagnóstico y un resplandor intermitente de color rojo le iluminó la cara. En la pantalla, parpadeaba una y otra vez la señal de «Procedimiento Erróneo».
Everett vio lo mismo que Jack y se desplomó sobre su asiento. A continuación, se colocó los auriculares y comenzó a dar las malas noticias a todos los que estuviesen conectados por radio.
Tras escuchar el informe de Everett, el senador se puso en pie y dio unos cuantos pasos con la ayuda de su bastón. Compton y Alice se quedaron mirando al senador, que se balanceaba hacia delante y hacia detrás.
—¿Qué es lo que estás pensando? —preguntó Alice.
—Algo impensable, y si interpreté correctamente el historial del comandante, él debe de estar teniendo el mismo pensamiento terrible en este mismo momento.
Jack dejó la caja negra a un lado y apoyó la cabeza en el respaldo. Se quedó con los ojos cerrados pensando qué era lo que debía hacer. Un momento después, se dio cuenta de cuál era la única respuesta posible, se incorporó y se puso los auriculares.
—Ryan, diríjase a donde se encuentran esos putos animales y rebáselos —dijo Jack mirando a Carl, quien alzó las cejas con gesto de sorpresa—. Diríjase a la zona Orión.
—De acuerdo. —Ryan sabía cuándo no se debían hacer preguntas.
—¿Qué demonios está haciendo? —preguntó el presidente.
El general Hardesty se puso en pie y se acercó en silencio hasta el mapa que había en la pared. El director de la CIA entendió la situación y agachó la mirada.
El presidente se giró hacia la cámara.
—Director Compton, ¿qué se propone hacer Collins?
Niles miró a la cámara, se quitó las gafas y las dejó sobre la mesa de reuniones.
—Va a hacer su trabajo, señor presidente, es lo único que Jack Collins sabe hacer.
—No quiero oír más tonterías, soy el superior y se acabó la cuestión —Jack se dio la vuelta y se quedó mirando la superficie del desierto que pasaba ante sus ojos. Sarah se quedó sentada mirando a Jack sin poderse creer lo que estaba pasando.
—¡Podemos encontrar alguna otra solución, no puedes hacer esto! —gritó Sarah para que se la pudiese escuchar pese al ruido de las turbinas.
—Maldita sea, Jack, ya es hora de que me dejes hacer el trabajo, tú estás hecho polvo. Cede un poco, por el amor de Dios.
—Lo siento, señor.
—¡Mirad! —gritó Ryan mientras manipulaba los pedales y la palanca de mando.
Cuando miraron por la compuerta, vieron cómo se formaba en la arena un surco gigantesco al tiempo que el animal emergía y abría una gran brecha en la superficie. Ryan hubo de girar bruscamente en el último instante para que el Blackhawk se ladeara justo en el momento en el que el monstruo alcanzaba su altitud. Resultaba difícil de creer que pudiese tener un tamaño semejante. Los ojos de este animal eran distintos a los de las demás criaturas: las pupilas parecían azules y su cabeza era claramente más grande. La luz del sol hacía resplandecer los fuertes cabellos, que parecían más finos. Las miradas de Jack y el talkhan se cruzaron un instante antes de que la criatura se zambullera de espaldas en el aire y descendiera otra vez hacia la superficie. Todos se quedaron observándola hasta que se sumergió de nuevo en el suelo, en dirección al embudo.
—Esa cosa era diferente a las demás —gritó Jack.
—¿No daba la impresión de saber en todo momento lo que estaba haciendo? —preguntó Sarah.
—Lo único que me interesa era la sustancia que llevaba adherida a la coraza —afirmó Jack.
—¿Y qué era? —preguntó Sarah.
—Era una sustancia alcalina.
El Blackhawk cobró velocidad y Ryan divisó la zona donde los ingenieros habían colocado el artefacto.
—Llegamos a destino, treinta segundos para tomar tierra —gritó Ryan—. O eso espero —añadió en voz baja.
Jack le tendió la mano a Carl mientras con la otra se apretaba las costillas que tenía rotas.
—Maldita sea, comandante, esto no está bien —dijo Everett.
—¿Y qué está bien en este puto mundo, soldado? —contestó Jack sin dejar de extender su mano derecha.
Everett frunció el ceño pero estrechó la mano de Jack. Luego Collins se dio la vuelta y se quedó mirando a Sarah. Ella lo miró con gesto severo.
—Me tienes harta, Jack. Aquí hay mucha gente valiente, ¿por qué siempre tienes que ser tú? —le gritó.
—Creo que he visto demasiadas películas de John Wayne —le contestó, sin dejar de mirarla.
Sarah se acercó y juntó tanto su boca con la de él que Jack pensó que se habría hecho sangre en los labios. El beso duró tan solo un segundo, pero para Collins fue como un trago de agua que le salvara la vida.
Jack la apartó y sonrió una última vez mientras la rueda izquierda del Blackhawk tomaba tierra. Le guiñó un ojo a Sarah y se fue hacia la puerta con el detonador.
—Tengo que juntar estos cables a la antena; tenéis unos treinta segundos antes de que este extremo del valle cambie para siempre. Venga, salid de aquí zumbando. —Jack saltó desde el Blackhawk y fue corriendo hacia el centro de la zona cero.
Sarah cerró los ojos y reprimió la furia que sentía hacia Jack. Cuando los abrió vio que Collins cojeaba en dirección a la torre que marcaba el centro de la operación Orión.
Everett notó que Ryan trataba de despegar y rebotaba dos veces en el suelo. Carl se encaramó hacia la cabina para decir algo, pero Ryan se adelantó.
—Quédate ahí y prepárate. ¿No habrás pensado que iba a dejarlo ahí solo, verdad? —Luego sonrió y miró al especialista que tenía en el asiento de al lado—. ¿Qué, estás listo para ser un héroe?
—No, señor —contestó el joven soldado.
En cuanto abrió el estuche de control remoto, Jack se dio cuenta de que no iba a tener tiempo para poner en marcha el dispositivo. Las olas de tierra estaban a unos novecientos metros de distancia de la nube de polvo que había sobre las llanuras de sosa. Iban saltando y volviéndose a sumergir y muy pronto aparecerían a menos de cien metros de donde se encontraba. Pese a todo, se puso a tirar de los cables rotos del estuche a toda velocidad.
El capitán del Paladin líder dio un respingo cuando el GPS volvió a recibir información sobre la posición del objetivo. Las órdenes eran procurarle un tiempo adicional al equipo de tierra lanzando toda la munición disponible. El AWACS que sobrevolaba la zona no paraba de emitir datos. El capitán cogió la radio y comenzó a gritar órdenes a su escuadrón mientras los proyectiles Excálibur eran cargados en el cañón M284.
—¡Excálibur listo! —gritó el cargador.
Por la radio escucharon una voz que decía:
—Disparen hasta acabar con toda la munición.
—Pistolero, dispare, dispare a discreción.
La sección de Paladin M109A6 abrió fuego y lanzó los proyectiles Excálibur hacia sus objetivos preprogramados. Conforme recargaban los artilleros, nuevas señales del GPS llegaban a los proyectiles y establecían contacto con el AWACS que sobrevolaba desde muy alto. Cada proyectil que era disparado recibía constantemente datos acerca de la situación de su objetivo. Los pequeños alerones direccionales se desplegaban cuando el proyectil era disparado y se encargaban de guiar las bombas inteligentes hasta su destino.
Jack escuchó un ruido encima de su cabeza, como si el cielo estuviese partiéndose en dos. La vibración causada por los animales hacía que el suelo alrededor saltase en pedazos. Los primeros proyectiles explotaron sobre las primeras crías que iban avanzando por delante del macho, a tan solo doscientos veinticinco metros de Orión. Esos animales quedaron fulminados al mismo tiempo que la segunda descarga caía sobre más criaturas de las que surcaban la superficie. Jack se echó al suelo cuando los tres Excálibur siguientes se dirigían hacia el objetivo más grande. El macho sintió el peligro y se zambulló en la profundidad; los proyectiles se abrieron paso entre la arena y explotaron a diez metros del suelo sin provocarle ningún daño.
Muchas de las otras criaturas corrieron peor suerte tras ser abandonadas por su mucho más grande y rápido hermano. Los surcos que dejaban tras de sí eran marcados claramente por las cámaras del AWACS, que calculaban al milisegundo en qué posición estarían los talkhan en el momento del impacto, lo que los convertía en blancos fáciles. Los alerones móviles guiaban a la perfección a los proyectiles y evitaban que los talkhan los esquivaran.
Los Paladin dispararon toda la artillería disponible. Según el recuento del AWACS, al menos veinticinco de los animales más pequeños habían sido eliminados, si bien el mayor de ellos y entre veinte y treinta de las hembras más pequeñas continuaban con vida.
Jack supo apreciar el tiempo extra que había ganado, y se puso manos a la obra tan deprisa como pudo. Enseguida vio la ola que se aproximaba a toda velocidad. Parecía que los animales supiesen lo que estaba planeado y tratasen de correr lo más posible antes de que se produjese la detonación.
Collins miró el desierto vacío que había a su alrededor, consciente de que dentro de unos segundos ya nada sería igual y un inmenso agujero en el suelo ocuparía el lugar donde ahora se encontraba. Se arrodilló, abrió el estuche y tiró con fuerza de los cables rotos de la antena, arrancando el protector de tensión que los fabricantes ponían siempre. Levantó la vista y vio cómo el inmenso animal surgía de la superficie del desierto, acompañado en el salto de las treinta hembras que seguían con vida. No sabía bien el porqué, pero Jack tuvo la certeza de que la bestia le había visto en la extensión despejada artificialmente de tierra y arena. El talkhan dio un alarido y se sumergió en la tierra: una ola formada por suelo alterado a nivel atómico atravesó la zona cero. Sin embargo, Jack sonrió al ver la nube alcalina de color grisáceo que dejaba tras de sí el animal.
—Bueno, Niles, senador Lee, me lo he pasado muy bien. —Jack colocó la caja junto a la pequeña antena, enrolló los cables alrededor y pulsó el botón.
La pantalla se iluminó con el mensaje «Detonación 30 segundos» parpadeando en letras rojas. Jack se relajó, se sentó y dejó el estuche a su lado. Sabía que la mecha estaba encendida y que ya nada se podía hacer para detenerla.
Los surcos se atenuaron al mismo tiempo que las bestias se sumergían a mayor profundidad. Jack sonrió, seguro de que daba igual lo mucho que descendieran, nunca serían capaces de escapar al infierno de rayos gamma que se les avecinaba.
El senador Lee agachó la cabeza. Niles apoyó la suya sobre las manos y esperó. Alice estaba furiosa, una lágrima le corrió por la mejilla, luego miró con rabia al senador por haber sabido con toda claridad lo que Collins iba a hacer. Mientras esperaban, escucharon el intercomunicador. La señal provenía de la Casa Blanca.
—¿Qué están haciendo esos chiflados? —Pudieron reconocer la voz que gritaba, era la del presidente.
Niles levantó la vista y se quedó anonadado al ver al Blackhawk avanzando en zigzag de vuelta a la zona cero a una espeluznante lentitud.
—¡Ryan, estás condenadamente loco! —gritó Niles tras ponerse de pie de un salto y dar una palmada, consciente de que no había ninguna posibilidad de que el lento y mal pilotado Blackhawk pudiese conseguirlo, pero animando al mismo tiempo a esos locos porque sabía que una bomba de neutrones no tenía el mismo efecto explosivo que un arma nuclear, era menos violenta, así que podrían ponerse a cubierto si conseguían alejarse a unos doscientos metros de la zona cero.
Jack se puso en pie al escuchar el ruido de los motores y ver al helicóptero que se dirigía hacia él.
—Dios santo —dijo mientras el Blackhawk giraba bruscamente primero a la izquierda y luego a la derecha, perdiendo altitud a demasiada velocidad. Quedaban quince segundos para la detonación. El temblor del suelo indicaba que los talkhan estaban cerca del centro de la zona cero—. Os voy a colgar a los tres de un poste —dijo Jack al ver a Everett asomado por la puerta, cogido de la rueda que aún estaba entera y con Sarah detrás, sujetándole por la cintura.
El Blackhawk descendía en picado sobre la superficie del desierto; al mismo tiempo, la bestia atravesaba el centro del embudo. Jack vio la cara de preocupación de Everett mientras este alargaba el brazo cuanto podía. Collins dio un salto: las costillas rotas le pinzaron el pecho produciéndole un tremendo dolor. Everett lo agarró, pero a Ryan le estaba costando detener el Blackhawk. Durante seis o siete metros Jack fue arrastrando los pies por el suelo. Ryan forzó al máximo el colectivo, apretando el acelerador y aplicando toda la potencia posible, y el helicóptero salió disparado hacia arriba. El piloto apretó hacia delante la palanca de mando, el morro se agachó y el aparato ganó velocidad, alejándose de la zona cero, intentando desesperadamente escapar del explosivo convencional de la bomba. De pronto, todo lo que había a sus pies cambió de repente.
La superficie del desierto se elevó primero y todo el aire alrededor del Blackhawk fue aspirado hacia abajo. Ryan estuvo a punto de perder el control de la nave, luego el suelo retrocedió. La erupción puso el aire al rojo blanco, y la tierra, al derrumbarse, los salvó de que la explosión de rayos X los achicharrara. El borde de las montañas de la Superstición se evaporó mientras estas se desmoronaban en el inmenso agujero creado por el artefacto, que hizo desaparecer ochocientos metros de superficie del desierto. Las criaturas se encontraban a tan solo treinta metros de la bomba de neutrones cuando la carga eléctrica había hecho detonar el explosivo convencional y el núcleo compuesto de uranio había recibido el impacto preciso. Cuando la radiación gamma atravesó sus cuerpos desprotegidos, las criaturas se deshicieron como si toda la fuerza del sol hubiera caído de golpe sobre ellas.
Ryan había perdido por completo el control del helicóptero. Jack seguía colgando precariamente sobre el enorme cráter que se había abierto en el desierto, sujeto solo gracias a la fortaleza de Everett y a la fuerza de voluntad de Sarah, que aguantaba el peso de los dos hombres. Collins estuvo a punto de salir disparado por los aires debido a la acción de la fuerza centrífuga del Blackhawk, que no paraba de dar vueltas fuera de control sobre un agujero que parecía provocado por el impacto de un meteorito.
La fuerza de la rotación estaba también arrastrando a Ryan lejos de los pedales. El especialista vio lo que estaba pasando y apretó con todas sus fuerzas el pedal izquierdo hasta que consiguió presionarlo y Ryan consiguió dejar de girar a tanta velocidad. En el panel de control se encendieron varias luces de advertencia. La señal de fuego en el motor se iluminó y Ryan se quedó paralizado sin saber qué hacer.
—¡Haz que se pose, haz que se pose, maldito cabrón! —gritó el especialista.
—¡Mira lo que ha tardado en decir algo que no fuera «sí, señor»! —contestó Ryan gritando aún más—. ¡Y encima se pone a dar órdenes!
En la parte de atrás, Everett y Sarah habían conseguido, por fin, subir a Jack encima de la rueda; desde allí, había podido saltar hasta el compartimento trasero del helicóptero, donde se había derrumbado sobre la cubierta. Sarah había tirado fuertemente de Everett y los dos habían caído, dentro de la cabina, encima de Jack. Todos se quedaron sin aliento mirando por la puerta la superficie que giraba lentamente bajo ellos. Jack vio la inmensa depresión que había en el suelo y que se extendía a lo largo de un círculo de unos ochocientos metros de diámetro y supo que era imposible que las bestias hubiesen sobrevivido a eso. Asintió satisfecho y dejó caer la cabeza contra el suelo, sin preocuparse por el peso añadido que Sarah y Everett ejercían sobre él.
—Por si no lo sabe aún, señor Everett, ese brazo está roto —dijo Jack al ver el miembro retorcido que le caía sobre la cara.
Collins respiraba profundamente y se cogía el costado izquierdo. Fue dando vueltas por el suelo hasta que el Blackhawk acabó por enderezarse y comenzaron a descender a un ritmo más o menos normal a pesar de que en la parte delantera no dejaban de sonar las alarmas y de que Ryan no paraba de gritar lo buen piloto que era.
—Cuando volvamos, os voy a explicar unas cuantas cosas —dijo Collins mientras cogía la mano de Sarah y la apretaba contra la suya.
—Solo éramos pasajeros, Jack —contestó Everett—. Cuando te agarré lo que estaba intentando era saltar del aparato. Ese cabrón de Ryan no tiene ni puta idea de pilotar.