Montañas de la Superstición, Arizona
9 de julio, 16.10 horas
Lisa se sentó con Virginia en la tienda de comunicaciones. No habían escuchado casi nada en los últimos minutos y, por las informaciones que estaban recibiendo, era evidente que estaba teniendo lugar una matanza bajo la superficie. Lisa llevaba cuarenta minutos intentando contactar con todos los equipos de túneles después del primer ataque a la salida de uno de los agujeros de la localidad. Pero hasta ahora no había sido capaz de hacerse con ninguno de ellos. La profundidad a la que se encontraban estaba poniendo a prueba los sistemas que tenían en aquel momento. Como de costumbre, el Ejército había tardado más de la cuenta en enviar desde Fort Carson las radios M-2786, que eran mucho más seguras y que se estaban utilizando en cuevas y túneles de Afganistán. Lisa confiaba en que, al menos, hubiesen tenido tiempo para colocar las antenas de comunicaciones dentro de los túneles; las podrían haber dejado conforme se sumergían a mayor profundidad y utilizarlas como si fuesen migas de pan. Los radares del tamaño de una pelota de béisbol no suministraban ahora ninguna información acerca de los movimientos de los animales, ya que estos se habían dado cuenta de los ataques y habían descendido a mayor profundidad, inutilizando así los débiles receptores de señal de las pequeñas unidades.
—Es… rio… no. Es… Uno, cambio…
Las interferencias impedían escuchar el mensaje de quienquiera que estuviese llamando. Lisa probó suerte.
—Aquí Escenario Uno. Repito, aquí Escenario Uno, cambio.
—Largaos… d… de ahí, la madre… para… allá.
—Esa voz parece la de Sarah —dijo Virginia.
Lisa no esperó más, había entendido claramente el intermitente mensaje. Lanzó a un lado los auriculares y se fue corriendo hacia la parte delantera de la tienda. Antes de salir al exterior, pulsó un botón de color rojo que había instalado sobre el poste principal y una sirena comenzó a sonar por toda la zona donde había tenido lugar el accidente.
El coronel Sam Fielding se encontraba de pie sobre una roca observando la superficie del valle con los prismáticos cuando escuchó la alarma que sonaba. Rápidamente saltó desde su pedestal y volvió corriendo a organizar a los miembros del Grupo Evento, a los soldados Ranger y al personal de la Aerotransportada que había en la base.
Los agentes de policía, o más bien lo que quedaba de ellos, desenfundaron las pistolas calibre 9 mm y empezaron a otear el horizonte.
Gus cogió a Palillo por el brazo y pudo escuchar como este pronunciaba una única palabra, con tono asustado y los ojos más abiertos de lo habitual.
—Destructor.
Lisa tomó un M16 del lugar donde estaban las armas y volvió hacia la tienda desde la que se establecían las comunicaciones. Por el camino les gritó a los agentes de policía que quedaban:
—Venga, venid para acá y coged algo más potente que esas pistolitas de juguete.
En el acto, todos fueron corriendo hasta el lugar del que venía Lisa. El agente Dills, que fue el primero en llegar, se adueñó de una lanzadera de granadas M79. A continuación, esbozó una sonrisa mientras levantaba una pesada bandolera de granadas y se la ponía al hombro.
—¡La venganza va a ser muy puta! —dijo chillando.
Fielding entró corriendo en la tienda de comunicaciones y gritó:
—¡Quiero a esos malditos Apaches en el aire ahora mismo!
Lisa dejó su M16 junto al aparato de radio y empezó a pedir refuerzos. Todos, desde la sala de situación de la Casa Blanca, la base Nellis y el Centro Evento, hasta los maltrechos equipos de túneles que acababan de salir a la superficie, escucharon la petición de ayuda de Lisa.
Los integrantes del Grupo Evento que quedaban en la zona donde se había estrellado el platillo echaron a correr hacia el campamento. Antes de que la mayoría pudiese abandonar el terreno en el que se hallaban desperdigados los restos de la nave, el suelo empezó a agitarse bajo sus pies y se escuchó un pitido extremadamente agudo. Una repentina explosión se produjo en medio del campo y la inmensa y peluda silueta de la madre emergió desde el agujero en el suelo, mientras los pedazos del platillo estrellado saltaban en todas direcciones y alcanzaban, en algunos casos, a varios técnicos y los aplastaban contra el suelo. La inmensa bestia dio un alarido mientras el blindaje que llevaba en torno al cuello se hinchaba justo antes de empezar el ataque.
Virginia salió de la tienda y vio cómo el tremendo animal atrapaba y partía en dos al doctor Thorsen, integrante del departamento de Antropología. La bestia lo destripó como si fuese una muñeca de trapo y lo arrojó a uno de los lados, pese a eso, Virginia no pudo apartar la mirada en ningún momento. Aquella criatura era espantosa y brutal, pero al mismo tiempo resultaba totalmente fascinante desde el punto de vista científico.
La madre atrapó a otros dos miembros del equipo que intentaban esquivar a la descomunal bestia. La boca y las mandíbulas funcionaban a velocidad tal que era casi imperceptible. El animal arremetió con la cola contra una doctora que huía corriendo y le clavó el aguijón en la espalda. Cuando la punta dentada salió de su cuerpo, se llevó tras de sí buena parte del mono y unos veinte centímetros de carne. La mujer se desvaneció en el suelo y su piel se consumió de forma instantánea hasta que los huesos quedaron expuestos al aire mientras el veneno del alienígena convertía sus vísceras, incluidas los músculos, en una masa gelatinosa.
El monstruo acabó con la vida del miembro del equipo que llevaba en la garra derecha, dándole un mordisco en la cabeza y arrojándolo después a un lado. Al otro científico le rompió casi todos los huesos del cuerpo tras lanzarlo contra unas rocas que sobresalían.
Tras superar la impresión de ver por primera vez a la progenitora, el reducido grupo de ranger, soldados de la Aerotransportada y agentes del estado de Arizona comenzaron a abrir fuego contra el animal, que esquivó sin problemas muchas de las balas mientras que la mayoría de las que alcanzaban su objetivo rebotaban en la armadura que la bestia tenía alrededor del pecho. El talkhan esquivó las granadas de Dills dando un salto, zambulléndose en el suelo y volviendo a salir a la superficie en medio del grupo de policías y atrapando a tres agentes: a uno en sus fauces y a los otros dos en sendas garras. Los patrulleros no pararon de chillar hasta que desaparecieron junto con su captor en una nueva zambullida. El resto de los hombres no pudo hacer nada más que mirar. Algunos, presa de la frustración, dispararon contra la arena y las rocas por donde acababan de esfumarse.
Fielding se llevó consigo a unos cuantos miembros de la 101 Aerotransportada y estableció un perímetro alrededor de las tiendas de mando. El mismo coronel fue el primero en descubrirlo y en abrir fuego. Las balas rebotaron en la coraza del talkhan sin producirle ningún daño. Dills vio la posibilidad y, casi sin apuntar, disparó una de las granadas del M79. El proyectil explotó a los pies del animal, que se dio rápidamente la vuelta, se elevó en el aire y aterrizó frente al agente de policía derribándolo de un golpe en el pecho que le partió varias costillas y le rompió un brazo. Fielding presenció el asombroso salto del animal y echó a correr hacia él abriendo fuego con su M16. La criatura golpeó otra vez a Dills, que estaba tirado boca abajo en el suelo, pero sus garras tan solo le rasgaron la camisa. Virginia empezó a gritar al mismo tiempo que Fielding volvía a abrir fuego contra la espalda del animal. Dos de las balas acertaron en medio de las placas que protegían los acorazados hombros de la bestia, y esta, emitiendo un alarido de dolor, se olvidó de Dills, se dio la vuelta y arremetió contra Fielding, que estaba allí parado. Las enormes garras del animal se abrieron paso sin dificultad entre los músculos, tendones y vértebras del cuello del coronel y la cabeza de este salió volando a diez metros de altura y cayó juntó a la tienda forense. El talkhan se sumergió de nuevo bajo la superficie; una nube de polvo y tierra cubrió casi por entero el cuerpo del agonizante Dills. Luego, todos los presentes observaron cómo la ola se dirigía hacia la tienda de comunicaciones. El enfrentamiento continuaba, esta vez dentro del enorme recinto de mando y con Lisa, completamente sola, ante el Destructor de Mundos.
Gus tomó a Palillo en sus brazos y se dirigió hacia la puerta de la tienda de campaña. Lo que vieron sus ojos hizo que se detuviera en seco. Había cuerpos por todas partes, descuartizados, mutilados, aplastados, desperdigados con la misma ligereza con la que alguien tiraría por el suelo la ropa sucia. Mientras observaba la masacre, el silbido de las balas le llegó a los oídos, haciéndole revivir su participación en Corea. A continuación, recordó lo que había querido hacer en aquel entonces y no pudo. Pero ahora sí que podría, pensó. Estuvo a punto de ser alcanzado por unas balas que impactaron en la portezuela de la tienda. Se agachó y echó a correr en dirección al lugar donde se había producido el accidente. Palillo, sintiendo lo que el viejo pensaba, dijo:
—Retirada, retirada, hay que correr.
El animal resurgió de la tierra atravesando el tablero de contrachapado que había en el interior de la tienda. Lisa salió volando por el aire mientras la madera crujía y se iba partiendo. La soldado cayó de espaldas contra el suelo y acabó de perder el aliento cuando se encontró cara a cara con la madre mientras esta lanzaba un alarido, agitaba la cabeza y arrojaba sus afiladas crines por las paredes de la tienda. La criatura bramó otra vez, despidiendo babas mezcladas con la sangre de los compañeros sobre la cara y el vestido de Lisa. El animal ladeó la enorme cabeza y miró con sus ojos llenos de odio a aquella débil criatura que lo miraba con gesto arrogante.
Lisa se quedó completamente inmóvil, observando fijamente al animal que tenía frente a ella. La criatura se acercó a la diminuta mujer; la baba le corría hasta el exterior de las abiertas fauces. Lisa tragó saliva mientras la criatura la examinaba de arriba abajo y probablemente la olisqueaba. La mano derecha de la mujer se movió lentamente hacia el M16 que se había quedado encajado entre una mesa boca arriba y unos de los postes de la tienda.
La criatura extendió los brazos de repente y la atrapó hábilmente entre sus garras, que se le fueron clavando en los costados y en la espalda, provocando que la mujer gritara a causa del dolor y de la rabia. La madre talkhan volvió a rugir y clavó sus ojos en la mujer que tenía a su merced. Lisa chilló a su vez, en parte a causa del miedo, pero sobre todo porque sabía que iba a morir y eso le ponía furiosa. A pesar del dolor, consiguió sacar un brazo y alcanzar la pistola de 9 mm que llevaba en el hombro. Al darse cuenta, el talkhan aumentó más aún la presión sobre su presa, perforando con sus garras uno de los pulmones de Lisa, mientras la acercaba a la enorme boca repleta de dientes en la que batían las dos inmensas mandíbulas.
Mientras un hilo de sangre le corría por el labio, Lisa consiguió a duras penas levantar la pistola y disparar tres veces contra la cara de la criatura. Sentía tal debilidad que el retroceso tras cada disparo estuvo a punto de hacer que la pistola se le cayera de las manos. Una de las balas de calibre 9 mm alcanzó el ojo derecho del furioso animal, que echó la cabeza hacia atrás y se llevó una de las garras a la cara herida. Las garras de la otra pezuña cortaron una arteria principal del estómago de Lisa, mientras la madre la dejaba caer al suelo. La bestia se cubrió el ojo herido y exhaló un enorme alarido que hizo temblar el suelo y agitarse la tienda como si una racha de viento surgiese de su interior. El Destructor movió la cabeza hacia los lados y alzó en el aire su potente cola; en vez de clavar su aguijón, golpeó con todo el peso de su cola el cráneo de Lisa. Luego siguió golpeando una y otra vez, hasta destrozar por completo a aquella pequeña criatura que tanto daño le había causado. Finalmente, clavó repetidamente el aguijón en el desfigurado cuerpo, hundiendo la recortada punta en lo que quedaba de la encargada de comunicaciones de la Marina.
Mientras el talkhan se quedaba observando el cuerpo de Lisa con un único ojo, la tienda saltó por los aires cuando cientos de proyectiles de 30 mm de calibre comenzaron a explosionar en su interior. Bastantes proyectiles perforantes alcanzaron su objetivo, abriendo orificios en el cuerpo de la madre. El animal gritó de dolor y se dirigió a trompicones hacia la salida. Otros dos proyectiles explotaron en el hombro y en la parte superior del pecho. Volvió a gritar llena de rabia mientras se elevaba en el aire y se zambullía en el suelo enfrente de la tienda de campaña, llevándose por delante buena parte de la lona delantera del recinto de mando y comunicaciones.
Los tres Apaches sobrevolaron el campamento sin encontrar nada más que cuerpos destrozados y ya sin vida. Los cañones de 30 mm giraron en dirección al lugar del accidente. Algunos hombres y mujeres comenzaban lentamente a ponerse de pie y a quitarse el polvo de encima. Las explosiones provocadas por el ataque de los helicópteros habían dejado medio sordos a la mayoría.
Sarah tenía un mal presentimiento. En la última media hora habían avanzado a toda prisa por el túnel que ascendía hacia las montañas, pero habían sido incapaces de llegar al lugar del accidente. Pese a todo, se estaban acercando a la superficie. De pronto, en su auricular se escuchó una señal de radio.
—Repito, todas las misiones de túneles canceladas, cambio.
Sarah se mordió el labio inferior al darse cuenta de que la voz que había hablado por radio no era la de Lisa. Pero aquel no era el momento de preguntarse por el estado de su amiga.
—¡Hay un movimiento! —gritó uno de los hombres punta, el que llevaba el RDV.
El equipo al completo se detuvo y empuñó las armas; las miras láser atravesaban la oscuridad hasta hundirse en la vacía negrura. Se quedaron esperando. Finalmente, vieron algo que se movía, pero lo que venía corriendo por el túnel era un anciano. No se dio cuenta de que lo estaban apuntando hasta que varias de las miras láser se posaron sobre los grandes ojos de Palillo.
—Hioeeeeeutaaaas, Gus, hioeeeeutaaaas, no dispareeeeis. Gus y Paaalillo —gritó el pequeño ser, cubriéndose la cabeza y hundiendo la cara en el pecho de Gus.
Gus adelantó el brazo que tenía libre en el aire y se volvió para proteger lo máximo posible a Palillo.
—Eh, apartad esos láseres de nosotros —gritó Gus casi sin aliento.
—Señor Tilly, ¿qué demonios hace aquí abajo? —preguntó Sarah mientras deponía la metralleta.
—Escapar, señorita. —Volvió a pasar su otro brazo alrededor de Palillo y lo levantó más contra su pecho—. Imagino que nadie le habrá contado. Nos acaban de dar una buena tunda ahí arriba —dijo Gus, mientras hacía un gesto señalando a la superficie.
Farbeaux había sentido que se acercaban mucho antes de que apareciesen. Pese a eso, los animales habían atacado con tanta velocidad que se habían llevado a cinco de sus hombres en los primeros segundos de la contienda. Eran muy similares a las monstruosidades que habían salido del Cactus Roto, solo que ahora habían crecido considerablemente. Cuando el humo de las armas automáticas se disolvió tras el fulminante ataque de las criaturas, el francés hizo un rápido recuento. Solo pudo contar dos cuerpos de esas bestias. Desde luego no era una buena proporción. Costaba mucho matar a esos animales y él sospechaba que cuanto más crecieran, más difícil resultaría acabar con ellos. Empezaba a hacerse una idea de por qué su exjefe en Centauro estaba interesado por este espécimen. Los avances que se podrían hacer ya solamente en biotecnología serían prácticamente infinitos. Y Hendrix era el hombre indicado para dirigir un proyecto que hiciese que una criatura así de agresiva pudiese ser utilizada en el futuro en un campo de batalla. Farbeaux fue consciente de las repercusiones que podía conllevar este animal. Por sí sola, la humanidad no podría hacer nada para combatir a un número elevado de estas criaturas.
Habían avanzado lentamente por el túnel, parando cada pocos minutos para hacer una prueba con el RDV y tomar un poco de oxígeno. No se habían dado cuenta de la presencia de las bestias. Algunas estaban medio enterradas en las paredes de la excavación y otras habían surgido del suelo. Una incluso les había atacado desde arriba. En esa trampa había perdido la vida de forma truculenta el tercero de sus hombres.
—Parece que nos enfrentamos a una especie que es capaz de tender emboscadas —dijo Farbeaux, mirando directamente a la cara a los hombres que quedaban. Se fijó en Julie, Billy y Tony—. Eh, tú, pásame esa botella —ordenó extendiendo la mano hacia Tony.
Tony dejó de mirar su botella de Jack Daniel's y se quedó mirando al francés. Le entregó la botella y observó con espanto cómo los mercenarios del francés se la iban pasando y usaban su contenido para desinfectarse las heridas. Eso puso a Tony mucho más furioso que el hecho de que los hubiesen secuestrado.
—¿Por qué no hacéis lo que hacen siempre los soldados franceses? —propuso con tono burlón Tony.
Farbeaux se quedó mirándolo un momento y luego preguntó:
—¿A qué te refieres exactamente, borrachín?
—A rendirse y esperar a que vengan los americanos y hagan el trabajo.
Billy no pudo evitar reírse mientras agachaba la cabeza y su madre trataba de acallarlo tapándole la boca con la mano.
—¿Entonces queréis seguir siendo los salvadores del mundo? Pues me parece que os habéis topado con un enemigo al que no es tan fácil amedrentar, parece…
—Lamento interrumpir, coronel, pero quizá sea mejor salir de este lugar. Acabo de oír que los estadounidenses se están retirando de los túneles para llevar a cabo una estrategia distinta —expuso el hombre con barba que se encargaba de las transmisiones por radio.
Farbeaux se quedó mirando un momento más a los tres estadounidenses.
—Creo que ya no nos queda nada más por aprender en esta excursión —dijo, bajando la mirada—. Si no, Hendrix haría que me mataran. —Desvió luego la mirada hacia sus hombres—. Vamos, no sirve de nada que muramos aquí. Ya elegiremos el sitio y el momento en el que lo queremos hacer, y lo haremos por dinero, no vamos a tener una muerte así, en medio de la oscuridad.
A Julie cada vez le costaba más respirar en el claustrofóbico túnel. Deseó con todas sus fuerzas que les dejaran marcharse.
Farbeaux estaba empezando a retirarse cuando reparó en uno de los animales muertos. Enfocó con la linterna a lo que parecían ser unas uvas pequeñas y redondas. Dentro se podía ver la sombra de algo que se sobresaltaba con la luz. El francés se quedó estupefacto al darse cuenta de qué era aquello que tenía frente a los ojos. Eran huevos. Eran de color púrpura y tenían la mitad de tamaño de una uva. Echó un vistazo rápido a su alrededor, luego sacó el cuchillo. Vació la cantimplora y clavó el cuchillo en la membrana que albergaba los cientos de huevos. Cogió una veintena en la punta del cuchillo y los metió en su cantimplora de plástico. Sin quitarse los guantes arrancó también una cierta cantidad de la membrana viscosa, la metió dentro de la cantimplora y se la volvió a colocar en el cinturón.
Cuando ya estaban casi listos para reemprender la marcha, los animales volvieron a atacar. Farbeaux se escapó por los pelos cuando el primero atrapó a uno de sus hombres y se lo llevó consigo. El coronel lanzó un grito, dejó caer el cuchillo y empezó a disparar al animal mientras este se retiraba. Se dio la vuelta y se abrió paso hacia delante. De pronto, la pared entera del túnel se derrumbó y aparecieron cuatro criaturas. A partir de ese momento, toda la lucha fue cuerpo a cuerpo.
Julie empujó a Billy y a Tony al frente.
—¡Corred! —les gritó mientras pudo sentir que uno de los animales se había girado y corría adonde estaban, chillando y moviendo su espantosa cabeza hacia los lados.
Mientras corrían todo lo rápido que la oscuridad les permitía, detrás de ellos los gritos se intensificaron más y más. Julie sintió de repente una punzada de dolor en la espalda: uno de los animales había saltado tras ella. Les gritó a los demás que corrieran; su blusa había sido partida en dos. Ella se detuvo, se dio la vuelta y se quedó frente a aquel monstruo, que parecía recién surgido de una pesadilla. El animal se puso de pie y emitió un alarido, pero su grito fue acallado por una lluvia de balas que hizo tambalearse a la criatura. Las balas trazadoras impactaron contra partes no blindadas de su pecho, haciendo saltar por los aires varios pedazos. Algunas balas pasaron zumbando a pocos centímetros de la cabeza de Julie, mientras vio los pequeños rayos de color rojo que cubrían el pecho y el torso del animal. Sorprendentemente, provenían del lugar hacia el que iban corriendo los tres. Todos los rayos de color rojo eran seguidos de una bala, que, o bien rebotaba sin causar daño, o bien se clavaba en la carne de color púrpura. Julie se echó al suelo y se cubrió la cabeza. El animal atravesó entonces la pared dejando tras de sí una cascada de polvo y arena que cayó sobre la mujer.
Después, los gritos y disparos en la zona del túnel por la que habían echado a correr se apaciguaron hasta detenerse.
Julie no podía parar de temblar mientras notaba que algo se movía a su alrededor, pero estaba demasiado asustada como para levantar la vista.
—¿Se encuentra bien, señorita Dawes? —le dijo entre el polvo y la tierra una voz cuyo tono le resultaba familiar.
—¡Mamá, mamá, son el comandante y el teniente Ryan! —gritó Billy.
Julie se dio la vuelta lentamente; las piedras y la tierra le caían por los lados mientras entrecerraba los ojos, dolorida, y alzaba la mano para protegerse los ojos del resplandor de las linternas.
—Ha faltado poco —dijo Ryan, poniéndose en cuclillas y ayudándola a levantarse.
—Demasiado poco —susurró ella con voz temblorosa.
Collins, Mendenhall y Everett se abrieron paso hasta donde estaba la mujer. Seguían con las armas preparadas, de los cañones todavía salía el humo.
—¿Quién está ahí detrás, señora? —preguntó Collins.
—Seguramente ahora ya no quedará nadie —contestó ella, abrazando a Billy y a Tony. Ryan le juntó las dos partes de la blusa rajada por la espalda—. Pero había unos soldados o mercenarios. Hablaban francés. —Julie se giró con cuidado hacia sus interlocutores—. El líder era un hombre que en el Cactus Roto se había hecho pasar por un miembro del departamento de Interior. Creo que sus hombres lo llamaban «coronel».
—Farbeaux, mamá, le llamaban Farbeaux.
—¡Ese hijo de puta! —exclamó Everett mientras se abría paso entre los demás y se adentraba en el túnel, en cuclillas y con el arma en alto.
Collins se dio la vuelta y lo siguió, iluminando con su potente foco la silueta de Everett, que se alejaba en dirección a la oscuridad. El comandante vio los restos de los cadáveres de los secuestradores. La mayor parte del grupo había caído en combate. Dirigió la vista hacia el suelo y pudo apreciar unas huellas que se dirigían en dirección contraria, de vuelta hacia el interior del túnel.
Everett regresó con gesto enfadado y se quedó mirando al comandante a los ojos.
—Parece que uno o dos consiguieron escapar. Me apuesto los cojones a que sé quién estaba entre ellos. Pido permiso para perseguir a ese hijo de puta —dijo Everett.
Collins echó un vistazo a su alrededor y después miró su reloj.
—Negativo, larguémonos de aquí de una vez.
Los dos se quedaron mirando el interior del túnel, conscientes de que el francés estaba allí, en alguna parte, y de que lo único que podían hacer era confiar en que encontrara por sí solo el destino que se merecía.
Thomas Tahchako estaba ayudando a descargar lo que quedaba de su ganado. Los muchachos del gobierno le habían ofrecido un buen precio por su reducido número de reses, aunque realmente estaba dispuesto a sacrificarlas todas si podía contribuir a acabar con la espantosa criatura que había ahí fuera. Vio cómo el resto de ganaderos del valle descargaban los rebaños traídos en camionetas de distintos tamaños.
Dejó de mirar a las reses y levantó la vista al cielo y rezó por que esa bestia pudiese ser atraída hasta aquel lugar. Bajó la mirada hacia el extraño mecanismo que taladraba y el pesado equipo que estaba alisando el terreno. Prefería no saber cuál era la razón por la que estaban taladrando.
Los ingenieros del Ejército provenientes de Fort Carson, usando equipo pesado de perforación que había sido confiscado a varias compañías constructoras de Flagstaff, habían taladrado ya el agujero guía de cuatrocientos metros de profundidad entre los dos extremos orientales de las montañas de la Superstición que pasaban luego a convertirse en estribaciones y luego se deshacían completamente, creando algo parecido a una puerta natural de salida del valle, o, tal y como Jack había pensado al verlo, a un embudo.
Una vez perforado el agujero y colocados todos los sensores, la División Especial de Artillería del Ejército de los Estados Unidos, con sede en Fort Carson, Colorado, comenzó a bajar el artefacto a cuya acción nada en el mundo podría escapar: una cabeza nuclear táctica de neutrones de cincuenta megatones de potencia.
La operación Orión, junto con el plan añadido de Jack, estaba a punto de ponerse en marcha, siempre que pudieran atraer a los animales hasta la puerta trasera del valle.
Collins fue requerido por el sargento delta, que estaba de punta. Jack dejó a Ryan con los civiles que acababan de rescatar y, al pasar al lado de Carl, le dio unas palmaditas en el hombro.
—Tomad todos un poco de agua y de aire —ordenó Jack mientras le daba a Everett su cantimplora para que se la pasara a Julie y a los demás.
El hombre punta estaba arrodillado con las gafas de visión nocturna sobre la frente y mirando en el túnel. Mientras el comandante alcanzaba su posición, el sargento siguió con la vista fija al frente.
—¿Qué sucede, sargento? —preguntó Collins.
—Tenemos otro túnel que confluye con este. Parece que uno de los edificios de la ciudad se ha derrumbado, supongo que después de la drástica intervención de los animales. ¿Ve cómo los dos túneles han sido ampliados, como si hubiesen ido en busca de comida o de algo parecido?
Collins vio que los dos túneles construían una caverna de considerables dimensiones. Le pareció ver cubos de basura, completamente nuevos y brillantes, herramientas y otros utensilios puestos en estantes y colgados de la pared.
—Es como si la ferretería entera hubiese caído hasta aquí —dijo Jack mientras hacía un gesto a los dos ranger para que avanzaran—. Tome un poco de agua usted también, sargento, nosotros echaremos un vistazo —dijo mientras se colocaba las gafas de visión ambiental y se adentraba en aquel lugar.
El espacio vaciado estaba plagado de objetos de todo tipo. Pasó caminando por entre una fila de rastrillos y azadas para el césped. Alzó la mano y señaló el lado derecho para que los dos ranger que venían detrás cubrieran esa zona. Siguió avanzando tan rápido como pudo. El ensanchado túnel tenía un olor a almizcle más intenso de lo habitual. Al levantar la vista, descubrió un hueco oscuro donde estaba el primer piso del almacén. Debían de estar en el sótano, ya que había grandes bloques de cemento que debían de haber servido como cimientos. Desde debajo de uno de los grandes bloques, vio un brazo que sobresalía. Mientras se asomaba fue sintiendo cómo el pulso se le aceleraba; entonces oyó los gritos de los dos ranger mientras la pared estallaba a su lado. Al mismo tiempo que se ponía en pie, notó cómo la tierra caía sobre su cabeza mientras el túnel que tenía encima empezaba a derrumbarse sobre él. Oyó los gritos del resto de los hombres que avanzaban por el túnel; luego de golpe dejó de oírse nada, como si se tratase de una transmisión por radio que hubiera sido cortada de repente. El túnel que tenía a la espalda se había derrumbado, dejándolos a él y a los dos ranger aislados del resto.
El alarido del animal hizo que Jack se quedase paralizado un momento, luego siguió intentando liberarse del techo que se le había caído encima. Oyó que uno de los hombres abría fuego y luego que su compañero gritaba. Collins se movía de un lado a otro, tratando de apartar el muro que lo aprisionaba. Finalmente pudo sacar su brazo derecho y arrastrarse hacia fuera mientras escupía tierra y arena.
Cuando acabó de desenterrarse, todo estaba en silencio. Cayó rodando sigilosamente por la colina donde había estado aprisionado hacía un momento y se encontró en el suelo un montón de bolsas de plástico de fertilizante. Jack se quitó las gafas de visión nocturna, se llevó la mano al chaleco, sacó una bengala y la encendió. La lanzó encima de un montón de carretillas que había allí tiradas e inmediatamente vio cómo una de las criaturas golpeaba con la cola contra la luz. Jack se puso en pie y disparó una ráfaga de diez balas contra la bestia, que rugiendo se volvió hacia donde él se encontraba. Collins cayó de espaldas del montón de fertilizante y aterrizó sobre unos sacos de algún material entre blanquecino y gris. Rápidamente trató de incorporarse y se puso de rodillas. Sin tener aún muy fijada la posición, vio en medio del resplandor rojizo producido por la bengala cómo el animal se abalanzaba sobre él. Cuando disparó, las tres primeras balas impactaron en los sacos de veinticinco kilos de material blanquecino, produciendo una nube de polvo, mientras que los demás disparos alcanzaban su objetivo. Oyó un bramido y luego los ruidos que emitía la criatura al cambiar de dirección. A continuación, escuchó los alaridos enloquecidos de la bestia que había comenzado a golpear contra el mobiliario del derruido almacén.
Collins oyó a su espalda los gritos del resto de su equipo que cavaban en el otro lado del derrumbe para intentar acceder hasta donde él estaba. Vio que el animal luchaba por quitarse el polvo blanco que cubría su nauseabunda coraza. Jack disparó diez veces contra la criatura y esta vez, para su sorpresa, las balas no rebotaron sino que la munición atravesó con facilidad la coraza del animal mientras este emitía un alarido, caía hacia delante y se quedaba completamente inmóvil. A Jack le costaba creerse lo sencillo que había resultado acabar con esta criatura comparada con las otras con las que se habían encontrado anteriormente. Mientras se aproximaba lentamente, vio que las bolsas de veinticinco kilos eran de potasio. Se imaginó que algo de ese compuesto de sabor amargo que se usaba durante las plantaciones podía haber cegado a la criatura y haberla convertido en un objetivo más fácil. Se acercó y, con la luz que desprendía la bengala, pudo examinar al animal y ver los puntos de la coraza que habían atravesado las balas. A su alrededor había trozos de exoesqueleto, como si se tratara de pedazos de cáscara de huevo, y su sangre se iba derramando por el suelo.
Everett acabó de abrir hueco en la montaña de tierra, y él y otros dos hombres accedieron a lo que quedaba del almacén.
—Jack —dijo—. ¿Y los otros dos?
Collins bajó el arma e hizo un gesto con la cabeza señalando el final del túnel. Alargó la mano y pasó el dedo por encima de la coraza de la criatura, recogiendo con el guante una gruesa capa de potasio. La frotó entre sus dedos hasta que el guante se empapó del compuesto y pudo sentir un ligero cosquilleo, pero eso fue todo.
—Están muertos, Jack —dijo Everett mientras volvía.
Collins levantó la vista y miró a Everett a la cara.
—Y todos acabaremos igual si no salimos de aquí —dijo mientras examinaba los inestables cimientos del almacén y se dirigía de vuelta hacia el túnel principal.
Al equipo de Collins le costó treinta minutos retroceder hasta llegar a la gran bifurcación que el comandante confiaba que condujese a una salida a la superficie. El RDV no había registrado nada en su camino de regreso aparte de un objetivo lejano que parecía demasiado grande para tratarse de uno de los animales. Además, aquella señal provenía de un extremo del valle donde no se había registrado ningún movimiento de las criaturas. La ausencia de un objetivo más cercano indicaba que las crías se estaban alejando del valle o se estaban congregando en algún otro lugar y quedándose quietas, esperando en los túneles para tender alguna posible emboscada.
El equipo se aproximó hacia donde pensaba que se encontraba el pueblo. De pronto, la pequeña columna se detuvo y Jack se apoyó contra el muro y aguardó el informe de Everett, que no se hizo esperar.
—Comandante, será mejor que suba conmigo a ver esto.
Jack respiró hondo, pasó entre los demás y le guiñó un ojo a Billy. Everett miraba hacia su derecha. Jack se quedó estupefacto al ver la inmensa galería. Había sido excavada junto al túnel donde estaban Collins y su equipo, que parecía pertenecer a alguna de las crías; una parte se había derrumbado sobre la galería. El diámetro de esta era tres veces el de los otros túneles que habían estado recorriendo y el nauseabundo olor que emanaba era diferente del otro al que aún no habían conseguido acostumbrarse. Pero lo más inquietante eran los ocho metros que tenía de amplitud.
—¿La madre? —preguntó Everett, iluminando con su linterna alrededor de la galería circular.
—Tiene que ser ella, no hemos visto ninguna cría que tuviera un tamaño así. Pero si es, ha crecido desde que excavó el túnel en el Escenario Uno.
—No estoy seguro de en qué dirección va.
Jack le dio unas palmadas a Carl en la espalda.
—Venga, no hace falta que la persigamos ahora, estamos agotados y nos queda poca munición.
Carl se giró y siguió por el pequeño túnel.
Jack echó un último vistazo a la enorme galería y movió la cabeza hacia los lados con gesto incrédulo. La madre tendría que medir ocho metros de alto para haber hecho aquello. Se dio la vuelta y se reunió con los demás.
Veinte minutos más tarde, Everett volvió a alzar una de las manos. Todos se pararon y se quedaron esperando.
—Ahí arriba hay luz, comandante —dijo Everett por el micrófono.
Collins se abrió paso entre los demás hasta que llegó delante de todo. Apagó su luz y esperó a que Everett se diera la vuelta. Los dos hombres se quedaron mirándose el uno al otro. Sus rostros reflejaban una historia de dureza y terror que el comandante preferiría no tener que repetir nunca. Había pasado por situaciones difíciles en el pasado, pero ninguna que resultase tan opresiva mentalmente. Desde su punto de vista, esas criaturas eran mucho más que simples animales. Debían de tener capacidad de razonar y la inteligencia suficiente como para darse cuenta de que sus vidas estaban en peligro. Mirando a su reducido grupo pensó que aquella era la única conclusión posible.
—Parece que conduce a algún tipo de bar o de café o algo parecido, comandante. No hay rastro de animales.
Ryan, que había dejado atrás a Julie, Billy y Tony después de prometerles que volvería, llegó donde estaban sus compañeros. Antes había sacado su pistola 9 mm, había puesto un cargador, le había quitado el seguro y había hecho el gesto de ofrecérsela a Tony. Al notar el aliento a whisky, había cambiado de opinión y se la había cedido a Julie.
—Está lista para disparar, así que ten cuidado —le había dicho—. Eh, muchachos, ¿qué pasa? —les susurró a Jack y a Carl.
—Hay una salida ahí arriba —dijo Everett.
—Huelo a hamburguesas con queso —dijo Ryan, olisqueando—. Debe de ser el local de Julie, el Cactus Roto.
—Es un sitio tan bueno como otro cualquiera para salir de aquí de una vez. —Collins se ajustó el micrófono junto a la boca y le dijo en voz baja a los nueve hombres que quedaban—: Muy bien, escuchad, hemos encontrado una salida. Vamos, deprisa, e intentando hacer el menor ruido posible.
Ryan regresó hasta donde permanecían Julie y los demás, y les contó que estaban en casa.
—Después de ti, marinero —lo invitó Collins, sonriendo a Everett.
—Sí, seguro que la carne de un marine les sabe mucho mejor que la correosa carne del Ejército.
Everett se aproximó lentamente hasta el agujero y vio que había varias cuerdas colgando. Por allí debía de haber entrado alguno de los otros equipos, aunque en ese momento no recordaba que aquel fuera uno de los puntos de acceso. Luego se acordó de la señorita Dawes y de su hijo; por allí les habrían hecho entrar. Everett tiró de la primera cuerda y se alegró al ver que estaba bien sujeta; a continuación, comprobó la siguiente. Carl subió lentamente por ella. Cuando se encontraba a medio metro del agujero, sacó la pistola que llevaba en el hombro y echó un vistazo al exterior. Vio que arriba había una cocina. Distinguió los mostradores de acero inoxidable y los tarros, sartenes y platos rotos o abollados esparcidos por el suelo. Se quedó escuchando, atento a cualquier atisbo de movimiento, luego olisqueó el aire. El olor a grasa y café inundó sus fosas nasales. De pronto le llegó un sonido crujiente cuya procedencia no supo localizar. Siguió mirando por entre los restos de la cocina hasta que vio al causante del sonido y se quedó paralizado. Uno de los animales estaba encorvado en un rincón junto al horno; tenía en su poder a un hombre y lo estaba devorando lentamente. Everett miró mejor la escena y distinguió una Minicam de Canal 7 que colgaba de uno de los costados de la víctima. Carl hizo una mueca, volvió a dejar con cuidado la pistola de 9 mm en la funda del hombro y sacó una granada de las que llevaba enganchadas al cinturón. Presionó las cuerdas con las botas para mantener el equilibrio mientras quitaba la anilla. Lanzó rodando por el destrozado suelo la granada, que después de rebotar un par de veces se quedó a los pies del animal. Mientras la criatura ladeaba la cabeza con gesto curioso, la granada estalló. Everett se había vuelto a meter en el agujero y se sujetó fuertemente a la cuerda mientras sobre él y sobre sus compañeros que esperaban en el túnel caía una lluvia de polvo provocada por la explosión.
No se molestó en explicarle nada al comandante ni al resto del equipo, volvió a trepar por la cuerda y miró por el agujero del suelo de la cocina llena de humo. Al principio solo pudo ver entre los remolinos los daños causados por la granada en la cocina de la señorita Dawes. Luego percibió algún movimiento. La criatura, aunque herida, seguía con vida. La metralla había encontrado puntos débiles en su coraza, pero Carl no sabía cuál sería la magnitud de las heridas. Volvió a enfundar la pistola que llevaba en el hombro para tener las manos libres y acabar de ascender por la cuerda y alcanzar el piso de la cocina. Con el mayor sigilo posible sacó otra vez su arma automática. Pero antes de que pudiese abrir fuego, un rabioso grito llenó la estancia y un enfurecido hombre descendió desde las vigas del techo con un enorme cuchillo de cocina y se lanzó contra el animal herido. La bestia dio un alarido y trató de ponerse en pie, pero su contrincante clavó una y otra vez el cuchillo debajo de la coraza del cuello, hasta que las heridas provocadas por la metralla y por las incisiones del cuchillo doblegaron al talkhan.
Everett se quedó impresionado al escuchar los fuertes gimoteos del hombre cubierto de grasa y sangre y al ver cómo se dejaba luego caer sobre el destrozado suelo con los brazos y las piernas extendidas. Carl enfundó la 9 mm y se arrodilló junto a aquel tipo, observándolo con curiosidad. El barbudo grandullón llevaba una camiseta con el lema «Kirk está por encima de Picard y a Janeway la tengo justo debajo».
—Me gusta tu camiseta —dijo Everett, echando un vistazo rápido a las heridas del hombre.
El animal gruñó y se quedó completamente inmóvil en el rincón. Everett se incorporó, se acercó hasta donde estaba y le dio una patada para cerciorarse de que había muerto. A continuación, echó un vistazo a lo que quedaba del cámara de Canal 7 e hizo una mueca de asco. Luego barrió toda la zona apuntando con su arma por si había algo más que se moviera. Una vez hubo comprobado que todo estaba en orden, comunicó por su micrófono que el terreno estaba despejado y ayudó a Hal Whikam a ponerse en pie.
—¿Qué ha pasado ahí? —preguntó Collins desde el piso de abajo.
—Será mejor que la señora Dawes y el chico no vean lo que hay aquí. No es muy agradable que digamos, parece que el cámara de Canal 7 no ha sabido correr tan rápido como su compañero el periodista.
Uno por uno, Everett ayudó a todos a acceder a la cocina del Cactus Roto. Julie fue la primera en subir y descubrir al hombre que seguía tratando de recuperar el aliento apoyado sobre el horno. Estaba cubierto de sangre y lleno de heridas.
—¡Hal! —gritó, y se fue corriendo hacia él—. ¡Billy, Hal está vivo! —gritó luego a su espalda—. Hal, ay, Hal… Dios mío, ¿qué te ha pasado?
Hal abrió los ojos y se quedó mirando a Julie. Le sonrió y después sonrió también a Billy, que apareció a su espalda.
—Era un pedazo de hijo de puta, Jules, eso te lo digo ya —dijo Hal con voz débil—. Estuvimos luchando por esos túneles durante las cuatro horas más largas de toda mi puta vida. Luego conseguí volver a subir aquí y el cabrón me acorraló. Por suerte para mí, ese periodista de Phoenix, ese tal Kashihara… —Hal hizo un gesto de dolor al intentar levantar la cabeza—. Entró en el local gritando que lo habían dejado atrás. —Hal se quedó un momento en blanco, luego miró a Julie y recuperó el hilo—. En realidad, se podría decir que me salvó la vida. Ese bicho se fue a por él y el muy mierda empujó a su cámara y salió corriendo. Pero se llevó su merecido: cuando intentaba huir lo cogió otra de esas cosas asquerosas. Yo tuve tiempo para trepar hasta las vigas del techo, luego apareció el Capitán Maravilla y tiró la granada esta que casi me hace picadillo.
Julie abrazó a Hal, y junto con Billy lo ayudaron a ponerse de pie y salieron caminando lentamente de la cocina.
—Pero al final me cargué a ese cabrón —dijo Hal con los brazos alrededor de Julie y de Billy. Hal echó un último vistazo al monstruo y movió la cabeza hacia los lados con gesto de admiración—. Ese hijo de puta era duro de pelar —murmuró.
Collins hizo pasar a todo el mundo de inmediato hasta el salón comedor y llamó desde allí al campamento base mientras los demás tomaban asiento. Bajo la atenta mirada del comandante, Julie pasó al otro lado de la barra y sirvió unos vasos llenos de agua con hielo. Cuando empezó a escuchar el informe desde el campamento, Jack se alegró de que sus hombres, junto a los guantes, los cascos y las nuevas armaduras, que a muchos les habían salvado la vida, también se hubiesen quitado los auriculares. Collins se dio la vuelta y miró hacia otro lado mientras la voz desde el otro extremo de la línea le explicaba los detalles de cómo se habían producido las bajas, tanto entre los equipos bajo tierra como en el campamento. Collins movió la cabeza hacia los lados cuando escuchó las cifras, le costaba creer aquello. Cuando terminó el informe, se dio la vuelta y caminó despacio hasta Everett, que estaba junto al ventanal, con la vista fija en el exterior. El comandante suspiró al ver que el corpulento seal seguía con el auricular puesto y la radio encendida. Agotado, Jack se quitó el casco y los guantes, y los metió dentro.
—No sabemos con certeza si ella se encuentra entre las bajas, Carl —dijo con suavidad. Al principio, tuvo la impresión de que Everett no iba a decir nada.
Carl, por su parte, estaba sorprendido de que Jack hubiera descubierto tan rápidamente lo que él y Lisa se traían entre manos, pero ¿qué más daba eso ahora?
—No has tenido la posibilidad de conocerla, Jack. Por su aspecto físico mucha gente podía pensar que era otra rubia idiota o alguna tontería parecida. Pero era una persona muy inteligente. —Carl escupió un poco de tierra que tenía en la boca. Bajó el tono de voz y volvió a mirar otra vez por el ventanal—. Y valiente. Nunca he conocido a una mujer más valiente que ella. Si la progenitora ha atacado el campamento base, ella habrá cumplido con su deber —dijo mientras dirigía la mirada hacia Jack.
Collins le dio una palmada en el hombro y se volvió hacia los demás.
—Están enviando un Pave Low para recogernos. ¿Al tejado se sube desde aquí, señora Dawes? La otra vez subí por la escalera que hay fuera, pero no tengo ninguna gana de volver a hacerlo.
—Sí, se sube por la cocina —dijo Julie con voz cansada, haciendo después una mueca de dolor mientras Ryan le aplicaba una pomada sobre el brutal arañazo que le recorría la espalda de un lado a otro.
—No prepare nada de comer —dijo Everett desde el ventanal—; comandante, tenemos compañía.
Collins fue corriendo hasta donde estaba Everett. Para no alarmar a Julie y a Billy, Jack no exteriorizó ninguna reacción ante lo que vio: cuatro o cinco olas que venían directas hacia el Cactus Roto, destruyendo a su paso el cemento y el asfalto. Dos de ellas fueron en zigzag hasta el otro lado de la calle principal, lanzando por el aire pedazos de calzada de gran tamaño; luego giraron bruscamente y volvieron al grupo.
—Escenario Uno, Escenario Uno, tenemos compañía. Nos dirigimos al tejado, repito, nos dirigimos al tejado —informó Collins por el micro, con toda la calma de la que fue capaz. Luego, se volvió a poner los guantes—. Muy bien, muchachos, vamos para arriba. Ryan, ve tú delante, llévate a los civiles… ¿Dónde está el otro?
Todos se pusieron a mirar hacia todos lados, pero Tony había desaparecido.
—No tenemos tiempo, confiemos en que sepa lo que está haciendo —dijo Collins mientras colocaba el último cargador en su XM8.
El piloto de la Marina condujo, pese a las protestas, a Julie, a Billy y al malherido Hal hasta las escaleras; los tres no dejaban de gritar que no podían abandonar a Tony. A muy poca distancia los seguían los cinco delta y ranger que aún seguían con vida. Collins llamó a Everett, que continuaba mirando por el ventanal del comedor. Carl observó en silencio cómo los animales se acercaban y metió un nuevo cargador en su rifle de asalto; a continuación se dio la vuelta y se tiró al suelo mientras el lugar sobre el que estaba de pie saltaba por los aires. Rodó sobre sí mismo y se incorporó, disparando al animal que surgía de entre la pared y el suelo. Los disparos impactaron contra el animal, pero solo unos pocos causaron algún tipo de daño perceptible.
La bestia arremetió contra ellos y lanzó con las garras el XM8 de Jack contra la pared. Luego se giró y golpeó a Everett a la altura del chaleco. El material hecho de nailon se partió con facilidad, pero las aceradas garras rebotaron después contra la cubierta hecha de concha de abulón. Pese a eso, Carl fue lanzado hacia el otro lado de la habitación mientras las balas de calibre 5.56 mm de su rifle trazaban un dibujo, que atravesó el techo de madera e impactó en el piso de arriba contra la cabecera de la cama de Billy.
El talkhan centró toda su atención en Jack, quien rápidamente sacó su cuchillo de combate de la funda y se enfrentó con la monstruosa forma que tenía delante. La bestia dio un alarido que hizo temblar los platos y las sartenes que quedaban en la cocina. Jack echó una mirada rápida hacia donde estaba Everett, que todavía se estaba recuperando tras el impacto contra la pared.
La criatura se quedó mirando a Jack con las cejas arqueadas, de manera que sus ojos amarillentos se podían ver aún mejor, y cargó contra él con la cabeza erguida y las garras extendidas. Al principio, Jack no se movió. A alguien profano en la materia le habría dado la impresión de que Collins se había quedado paralizado por el miedo, pero Jack siempre actuaba anticipando los tres próximos movimientos. Jack la esquivó en el último momento, evitando por muy poco la embestida de la criatura y sus mortales garras. Mientras se agachaba, extendió el afilado cuchillo de acero inoxidable y cortó uno de los tendones que la criatura había dejado al descubierto al flexionar los músculos de las piernas. El talkhan aulló de dolor cuando el cuchillo rasgó el tendón de su rodilla derecha. Antes de que la bestia pudiera darse la vuelta, Collins le saltó encima y encontró un punto vulnerable en medio de la enorme coraza que tenía sobre los hombros. Hundió la cuchilla tres veces con un rápido movimiento, hiriendo al animal hasta hacerlo delirar del dolor y de rabia.
Everett volvió en sí y buscó su rifle de asalto, que se encontraba a tan solo un metro de distancia.
A Jack le sorprendió lo poco que tardó el animal en recuperarse y retomar la iniciativa. En vez de intentar darse la vuelta, la criatura golpeó a Jack con la cola. El aguijón impactó en la parte delantera de su peto, haciéndolo caer contra el suelo de linóleo manchado de sangre.
—¡No te muevas, Jack! —gritó Everett.
Collins se cubrió la cabeza mientras el XM8 abría fuego.
Aprovechando que toda la atención del animal estaba puesta en los disparos de Carl, Jack rodó por el suelo esquivando dos rápidas arremetidas del aguijón de la criatura y recuperó su arma. El comandante abrió fuego también, uniendo su potencia de fuego a la de Everett. El animal se escabulló en medio de la tormenta de balas y de humo y volvió a meterse en el agujero por el que había entrado. Jack dejó de disparar y el seal hizo lo mismo tras agotar la munición de su arma.
—¿Vamos a que nos dé un poco el aire o qué? —propuso Jack, mirando a Everett.
—Vamos —dijo, se giró y corrió en dirección a la cocina y al tejado, posiblemente el único lugar seguro.
Tras dejar atrás la escalera y salir a la luz del final de la tarde, vieron a los otros miembros del equipo disparando desde la falsa fachada del edificio. Julie tenía a Billy en su regazo mientras sujetaba con un brazo a Hal: los tres estaban acurrucados a los pies de Ryan mientras el piloto disparaba con su pistola de 9 mm.
Collins y Everett corrieron hasta donde estaba Ryan y observaron desde allí el pequeño pueblo. Las criaturas estaban por todas partes y no paraban de entrar y salir a la superficie.
Los soldados disparaban una y otra vez, sin poderse creer que las balas acabaran siempre impactando contra el suelo o contra alguna pared tras rebotar en las corazas de las criaturas.
—Mierda —dijo Collins por lo bajo.
Dos potentes explosiones causadas por sendas granadas lanzadas por los ranger hicieron que el edificio se balanceara. Un tirador delta abatió a una de las criaturas tras acertarle entre los ojos. El animal dio unos cuantos pasos y cayó justo al lado del edificio. Un ranger se asomó y lanzó otra granada que hizo que la bestia saltara por el aire y cayera a unos metros de la pared. Varios animales se abalanzaron sobre el cuerpo aún en llamas, arrancando grandes pedazos de carne y devorando a su propia hermana.
Entonces, el ataque se detuvo tan rápido como había comenzado. Los animales se quedaron completamente quietos. Apenas se balanceaban un poco, como si estuviesen escuchando una música que solo ellos pudiesen oír.
Lo más extraño es que de pronto los soldados comenzaron a escuchar una melodía que provenía de la máquina de discos que había en el bar. Las embestidas de los animales contra el edificio debían de haber producido alguna sacudida en el aparato. Collins movió la cabeza hacia los lados con gesto de incredulidad al ver el extraño comportamiento de las bestias y escuchar a Guns N'Roses cantando Knockin' on Heaven's Door.
—Joder, esto se está poniendo muy surrealista —susurró Jack.
Los demás también escucharon la música y vieron cómo las criaturas se balanceaban ligeramente hacia atrás y hacia delante. Los soldados que seguían con vida se miraron después entre ellos. Estaban completamente rodeados por la masa de animales: que volvieran a atacar solo era cuestión de tiempo.
Es posible que los supervivientes que había en los tejados pensaran que las criaturas estaban meciéndose al ritmo de la canción, pero lo que había atrapado su atención eran las diminutas vibraciones que provenían del desértico valle. También percibían algo en el viento que los humanos eran incapaces de apreciar. Se trataba del inconfundible olor a comida, a mucha comida. Además, una onda invisible los estaba llamando. El macho había salido a la superficie y les estaba enviando esa señal desde el centro del valle.
Todos los animales, excepto uno, volvieron a meterse en la tierra y se alejaron del pueblo ante la mirada de los soldados que había en el tejado. Collins pudo contar alrededor de noventa. La única criatura que no se había movido había dejado de balancearse y tenía la vista fija en el tejado. De su boca salió una lengua de color negro y se agachó pegando el cuerpo al suelo.
—¡Esa hija de puta va a saltar! —gritó Collins, apuntando con su rifle.
El animal se puso en cuclillas, preparando sus músculos para alcanzar el tejado. La enorme cola se enrollaba a su espalda, lista para ayudar a sus piernas a la hora de propulsar a la criatura hacia su próxima presa.
Los hombres se agruparon, apuntando con sus armas, y algunos le quitaron la anilla a sus granadas.
—Preparaos para repeler el abordaje —dijo Ryan, haciendo referencia, medio en broma medio en serio, a la orden de la Marina.
El animal salió disparado.
A ojos de los espectadores, los acontecimientos más espantosos parecen a veces transcurrir como una sucesión de fotos fijas. Ninguno de los soldados allí presentes podrá recordar cómo fue posible que la camioneta se hubiese acercado tanto sin que ninguno la viese u oyese. Con una lentitud casi surrealista pudieron presenciar cómo el parachoques delantero del vehículo impactaba contra el animal en cuanto este empezaba a elevarse en el aire. La camioneta embistió a la criatura y se estrelló luego contra la heladería. La bestia salió despedida y cayó unos metros más allá, en medio de la calle principal. Estaba herida, pero seguía con vida. Se puso en pie muy despacio, se quedó mirando a su atacante, dio un alarido y empezó a avanzar lentamente hacia el conductor de la camioneta. Pero nunca llegó a su destino. Ninguna de las personas que había en el tejado del Cactus Roto vio o escuchó el ruido del Pave Low III de las Fuerzas Aéreas hasta que los cañones de 20 mm abrieron fuego desde su rampa trasera y más de dos mil balas impactaron contra la criatura. Una tolva gigante se encargaba de alimentar a la ametralladora y no parecía que esta fuera a quedarse sin munición en un buen rato. Los proyectiles alcanzaron al engendro y fueron empujándolo hacia delante hasta dejarlo atrapado contra la parte trasera de la camioneta. Una vez allí, la ametralladora Gatling del Pave Low acabó de hacerlo picadillo.
Cinco minutos después, varios hombres sonrientes sacaron a Tony, el borrachín, del asiento delantero de su abollada camioneta. Tras chocar contra el monstruo se había hecho un profundo corte en la frente, pero sonrió igualmente cuando Julie le pasó una botella fría que había cogido después de bajar del tejado. La dueña del Cactus Roto le dio un abrazo y le reprendió por desaparecer de pronto y por ser tan inconsciente y haberlos salvado a todos, pero Ryan la apartó hacia un lado, ya que todos los allí presentes querían expresarle su más sincero agradecimiento.
Tony no hizo ningún comentario hasta que no estuvieron todos montados en el enorme Pave Low.
—Ahora que me he quedado sin camioneta, ya podré beber todo lo que quiera, ¿verdad, señorita Dawes? —razonó mirando a los sonrientes ranger y delta.
Farbeaux esperó a que el gran helicóptero se alejara del tejado del bar-asador y salió luego de la gasolinera donde se había escondido mientras el pueblo era atacado. Era el único de su equipo que había salido con vida del túnel, así que sentía que había tenido mucha suerte. Llevaba una cantimplora llena de huevos de la criatura, pero si no conseguía salir de la ciudad, no podría venderlos.
Le dio los últimos tragos a una botella de Coca-Cola que no estaba fría y se dirigió sin prisa hacia uno de los seis helicópteros que había junto a la carretera que recorría el pueblo.
El AWACS detectó el despegue del francés, pero no le prestó atención, puesto que supuso que se trataba de un Kiowa del Ejército que colaboraba en la evacuación de las tropas desplegadas sobre el terreno.
Una vez más, el coronel Henri Farbeaux había conseguido sobrevivir a una situación imposible, solo que esta vez estaba solo y aún tenía que emprender un peligroso vuelo para poner a salvo su vida.
Jack, Everett, Ryan, Mendenhall y el resto de los supervivientes del equipo de túneles viajaban a bordo del Pave Low III que se había desviado hasta Chato's Crawl cuando iba camino de repostar combustible. Mientras los médicos trataban a los heridos y Ryan ayudaba a Julie, Billy y Tony a cuidar de Hal, que estaba en un rincón, Jack se sorprendió al ver allí a Virginia Pollock, de pie frente a él, con gesto muy serio.
—Hemos oído lo sucedido en el campamento base —dijo Jack, que miró a Virginia y luego a Carl, sin poder ocultar su cansancio.
—No se trata de eso —dijo ella, acercándose para que la pudiera oír pese al ruido de los motores—. Hemos finalizado los análisis del exoesqueleto de la criatura, Jack. Tu plan no funcionará. Da igual el tipo de armamento que usemos, no será capaz de penetrar en su armadura. El calor o los rayos X no conseguirán matarlos, a no ser que se encuentren justo encima o justo debajo del lugar donde se produzca la detonación.
Collins cerró los ojos, tenía la cara cubierta de suciedad y el cuerpo dolorido.
—¿No ha habido suerte con los análisis del producto químico que había en los tanques encima de la jaula, los que acabaron con la criatura en el año 1947?
—No, ni siquiera es un ácido que conozcamos. En el más grande de los tres tanques identificamos una cantidad minúscula de una sustancia que sí puede encontrarse aquí en la tierra. Es una sustancia alcalina, tiene una base alcalina, pero es una base, Jack, no un ácido —dijo Virginia mientras le daba una palmada en la pierna—. Ojalá tuviera mejores noticias. —Luego, se puso en pie, se quedó mirando a Everett y extendió una mano sobre su hombro—. Lisa… —empezó a decir Virginia, luego se detuvo, tocándose los temblorosos labios con los dedos—. Ella… me salvó la vida, Carl —dijo por fin antes de darse la vuelta y alejarse.
Everett miró a Jack y asintió con la cabeza tras recibir oficialmente la noticia.
—Espera un momento —dijo Jack poniéndose en pie—. Virginia, ¿qué tipo de sustancia es el potasio? ¿Se usa para plantar, no?
Virginia tragó saliva y se quedó mirando a Collins con gesto confundido.
—Pues sí: la cal, el potasio, ambas sustancias se usan para enriquecer el suelo, las dos son alcalinas…
—¿Habéis probado algún alcalino con el exoesqueleto? —preguntó Jack.
—No, solo hemos encontrado unas pequeñas muestras en una de las latas.
—Una de esas bestias estuvo a punto de matarme ahí abajo y de pronto se detuvo. No acabé de entender por qué no me había atacado; estábamos rodeados de los restos del almacén que se había derrumbado sobre el túnel. Debíamos de estar en la sección de jardinería, allí había fertilizantes, abonos… y potasio.
Virginia no respondió por el momento.
—Había un palé entero de potasio, Virginia. Los sacos de veinticinco kilos se habían abierto y el contenido estaba por todas partes. Por eso la bestia no se lanzó sobre mí, y cuando algo de ese material le cayó encima, se puso rabiosa y empezó a dar vueltas en el suelo y a golpearse contra las paredes; la abatí con unos pocos disparos. Pudieron atravesar su coraza porque estaba cubierta de ese material. Maldita sea, Virginia, es el potasio.
—Un alcalino —se dijo a sí misma—. El catalizador que hacía reaccionar al ácido en la jaula era un alcalino.