Capítulo 30


Debajo de Chato's Crawl, Arizona

15.20 horas

Sarah se dio la vuelta y vio cómo Jack y su equipo se alejaban hacia Chato's Crawl a bordo de uno de los helicópteros. Le pareció que el comandante la estaba mirando, así que le mandó un saludo algo indeciso mientras el helicóptero se elevaba en el aire. Luego se giró y contó a las personas que integraban su equipo; después miró hacia la tienda de mando. Lisa estaba allí con los brazos cruzados sobre el pecho. La encargada de comunicaciones la saludó con la mano y Sarah sonrió mientras dejaba caer la cuerda de nailon en el interior del oscuro agujero. A continuación cayeron treinta cuerdas más, y de dos en dos el equipo empezó a descender hacia la oscuridad.

Sintió calor y humedad mientras la luz de su linterna buscaba la zona donde el agujero pasaba a convertirse en túnel. Paró un momento y, junto con el compañero que iba por el lado opuesto al suyo, examinó con la luz que llevaba adherida al casco el espacio que se extendía alrededor. Luego la apagó, se colocó las gafas de visión nocturna y todo adquirió un tono verdoso. Hizo un gesto a su compañero y recorrieron los escasos metros que les faltaban hasta alcanzar suavemente el suelo y sacar las cuerdas de las anillas. Los dos permanecieron en cuclillas en posición de asalto mientras examinaban el espacio vacío del túnel que se abría ante sus ojos. Sarah se quitó las gafas y encendió y apagó la luz dos veces, señalando así a la pareja siguiente que el espacio era seguro para bajar. Luego se acercó a la boca del túnel mientras el resto del equipo descendía en parejas. Sarah alzó su XM8 y se sumergió en la oscuridad.

Recorrió unos siete metros antes de levantar la mano haciendo un gesto para que se detuvieran. Mientras el resto del equipo acababa de bajar, Sarah se quitó uno de los guantes y palpó la pared. Estaba pegajosa, no hasta el extremo de que los dedos se quedaran pegados, pero sí húmeda y pringosa. El túnel olía a almizcle, como algunos túneles que albergan a grandes poblaciones de murciélagos. También olía a amoníaco, pero lo peor de todo sin duda era la humedad. Sarah volvió a colocarse el guante y reemprendió el descenso.

Su equipo habría recorrido unos setenta metros del cada vez más estrecho túnel cuando de pronto, un ranger, un joven sargento, empezó a hablar a voz en grito y a mover la cabeza hacia los lados. Se derrumbó sobre una de las relucientes paredes, se tapó la cara con las dos manos y dejó caer tanto su arma como las gafas de visión nocturna.

Sarah se dio la vuelta y retrocedió hasta donde estaba el soldado, que había empezado a chillar.

—¿Qué es lo que pasa, maldita sea? —preguntó mientras se arrodillaba frente al joven soldado.

—¡Tengo que salir de aquí, las paredes se están cerrando, no puedo soportarlo más! —gritó.

Sarah lo cogió del brazo derecho y lo zarandeó.

—Tranquilo, tranquilo —dijo mientras cogía el tanque de oxígeno y le ponía la mascarilla de plástico sobre la boca—. Respira, soldado, poco a poco.

El sargento comenzó a respirar lentamente, cerró los ojos y lentamente empezó a tranquilizarse.

—¿A alguien más le pasa lo mismo? —dijo ella en voz alta—. Venga, si os venís abajo luego va a ser peor, ¿alguien más tiene claustrofobia? —dijo mirando a su alrededor.

El sargento se quitó la mascarilla y miró a Sarah con gesto suplicante.

—Lo siento, lo siento, necesito que alguien me ayude a regresar —dijo mientras se ponía la mascarilla de oxígeno.

—Yo soy la que lo siento, sargento, pero no voy a prescindir de un hombre para que lo acompañe. Va a tener que salir usted solo. Los demás, en marcha.

El sargento abrió los ojos de par en par mientras Sarah se daba la vuelta y volvía a encabezar su equipo. El resto de ranger y los dos delta que los acompañaban no miraron atrás y siguieron a su jefe de grupo. El joven sargento se puso de pie como pudo y emprendió el regreso hacia el comienzo del túnel.

Sarah movió la cabeza hacia los lados con gesto duro mientras reanudaba la marcha hacia el interior del húmedo y oscuro túnel. La verdad era que lo que más deseaba en ese momento era acompañar a ese chico y salir de allí.

Una oleada de calor golpeó a Collins cuando llegó a la parte inferior del agujero. Everett aterrizó suavemente en el lado opuesto. Este túnel era mucho más pequeño que el de Sarah. Debía de ser de una de las crías. Tenían que doblar un poco las rodillas para que sus cabezas no chocaran con el redondeado techo. Jack se puso las gafas de visión nocturna y vio la tierra y la arena que formaban las paredes. Estas eran suaves y cálidas al tacto. Everett miró hacia él y movió la cabeza con gesto incrédulo.

—Joder, Jack, esto está más oscuro que el culo de un pocero —dijo mientras sacaba el XM8 y pensaba para sí que por muchas balas perforantes que llevara aquel arma era demasiado ligera.

Collins vio cómo el túnel descendía hacia la nada. Se quedó mirando el suelo y descubrió marcas de gran tamaño. Al agacharse observó que las había producido el animal al pasar. Eran huellas de sus garras. Movió la cabeza hacia los lados con gesto de sorpresa y avanzó para dejar espacio para que Mendenhall, Ryan y el resto de su equipo pudieran entrar. Luego, Everett se apartó hacia un lado y dejó que un sargento de los Delta encabezara el grupo. El sargento se adelantó, alzó la mano y luego la bajó lentamente, realizando señales para que continuaran.

Al cabo de un rato, el equipo se detuvo y Jack pasó delante. Collins le hizo un gesto a Everett para que lo siguiera. El miembro de los Delta estaba agachado examinando algo que había en el suelo del túnel. Jack bajó la vista e inmediatamente se dio cuenta de que lo que estaba mirando era un brazo. Había sido seccionado por la mitad del antebrazo y llevaba un reloj que seguía funcionando. Cuando volvió a levantar la vista hacia el túnel, vislumbró un resplandor verde de mayor intensidad: ahora podrían seguir el rastro de sangre que dejaba aquel animal y la víctima a la que perteneciese ese brazo.

Jack hizo un gesto al resto del equipo para reanudar la marcha. Conforme avanzaban, el olor metálico de la sangre era cada vez más evidente, pero el hallazgo del brazo lo hacía ahora todavía más penetrante. Jack se quedó un momento atrás con Mendenhall y le indicó que tomara una lectura con el RDV. El sargento se echó el arma al hombro, se levantó la careta, sacó la sonda de acero de su funda y lentamente introdujo en la pared el instrumento en forma de lanza. Luego apartó la mano y se quedó mirando el indicador, que ahora estaba encendido. Una de las agujas señalaba hacia el oeste, hacia el centro del pueblo, mientras que la otra registraba vibraciones diminutas procedentes del subsuelo que solo podían estar producidas por el animal mientras iba excavando.

—Parece que vamos en la buena dirección, comandante —dijo Mendenhall.

—No lo apagues y sigue mirándolo cada veinte o veinticinco metros, así estaremos más tranquilos —dijo Jack mientras le daba unas palmaditas en el hombro.

Mendenhall extrajo la sonda del muro y decidió llevarlo colgando para poder así manipularlo más fácilmente. Luego se dio la vuelta y echó a correr tras el comandante mientras decidía también que el que llevara el RDV debía ir justo en el medio del grupo.

Steve Hanson, geólogo perteneciente al Grupo Evento y amigo de Sarah, iba al frente de un equipo de quince hombres en uno de los pequeños agujeros. Desde que habían llegado a ese infierno subterráneo no habían encontrado nada relevante. Steve había ordenado que se detuvieran en un punto en el que el pequeño túnel desembocaba en uno mucho mayor. A diferencia de las intersecciones anteriores, en esta el olor a almizcle había cambiado significativamente. El hedor era mucho más intenso y Steve no podía soportarlo. Se puso la mascarilla de oxígeno, inhaló profundamente tres veces y se dirigió hacia donde estaban sus hombres. Jackie Sánchez, una sargento del Grupo Evento, le preguntó si se encontraba bien.

—Aquí hay algo distinto, ¿nota ese olor?

—Noto lo mismo que antes, que apesta —dijo la sargento.

—Ese túnel es distinto a lo que hemos visto hasta ahora. ¿Ha habido suerte con la radio?

—No, solo llega una señal intermitente. Creo que son otros equipos que tratan de llegar al Escenario Uno.

—Doctor, creo que estoy detectando algo —dijo un especialista de quinto rango de los Ranger, con la sonda RDV metida en la pared que había a su izquierda—. No es muy fuerte, pero es constante y parece que esté cerca, aunque no estoy del todo seguro.

El resto del equipo de Hanson comenzó a mirar alrededor. Aparte del agujero de mayor tamaño que Hanson había examinado, había otros tres túneles, sin contar en el que se encontraban, y otro más que parecía demasiado pequeño para esos animales. El ranger retiró la sonda y fue hasta el agujero de menor tamaño, que estaba justo en medio del equipo. Clavó el artefacto en la tierra suelta que había sido llevada al túnel mayor. El indicador se movió de manera casi imperceptible y se mantuvo estable. Por primera vez, la luz roja del indicador se encendió y ya no volvió a apagarse.

—Está claro que está detectando alguna cosa —dijo, recogiendo la sonda.

—Vaya hasta el final y asegúrese de que no tenemos nada que venga detrás de nosotros —dijo Hanson mientras sacaba el XM8 y apuntaba al agujero más grande que tenía frente a él.

El ranger pasó como pudo entre sus compañeros y llegó hasta la retaguardia del equipo. Un único miembro de los Delta les cubría las espaldas.

—Disculpe, sargento —dijo al colocar la sonda en la pared. Mientras miraba el resultado, se dio cuenta de que la luz roja de su RDV brillaba con más intensidad. Le dio un golpecito al aparato mientras empezaba a dudar de la capacidad de aquella máquina cuando sintió que algo se movía a su izquierda. Miró en dirección al túnel y no vio nada más que una oscuridad total procedente de la zona que ya habían recorrido. Se giró y miró al sargento de los Delta, que estaba echando un trago de la cantimplora. Se colocó las gafas de luz ambiente y volvió otra vez la vista a su espalda. En un primer momento no la vio, porque se encontraba tan cerca que era irreconocible. La criatura estaba allí mismo, mirándolo fijamente. Los ojos brillaban con un tono entre verdoso y amarillo, y la cabeza permanecía ladeada mientras lo observaba. El soldado empuñó el arma y apretó el gatillo, pero nada sucedió. Había puesto el seguro antes, mientras operaba junto a sus compañeros, y se le había olvidado quitarlo.

La ráfaga del sargento delta lo deslumbró. Las balas perforantes le pasaron junto a la cabeza e impactaron en el pecho del animal. Tres ranger más acompañaron al delta en sus disparos. Las balas saltaban rebotadas del cuerpo de la criatura mientras esta chillaba. El ranger seguía sin ver nada cuando las mortíferas garras del enfurecido animal lo apresaron. Notó que el aire se le escapaba de los pulmones, y aunque no pudo sentirlas, tres balas perforantes atravesaron la armadura de abulón a la altura de las caderas y luego su cuerpo para finalmente impactar contra el animal. Pudo apreciar que una de las balas acertaba contra la parte no cubierta por el exoesqueleto de la bestia; el dolor que provocó hizo que el animal lo apretara todavía con más fuerza entre las garras. Aun así, los disparos que penetraban en su cuerpo no harían que la criatura diera muestras de debilidad.

El sargento delta dejó su arma y, junto con otros dos ranger, intentó en vano liberar a su compañero de las garras de la monstruosidad que tenían delante. Hanson se unió también a los que disparaban tratando de encontrar algún punto débil en la criatura. De pronto, el muro explotó contra Hanson y los que intentaban el rescate de su compañero. La criatura que los atacaba ahora era más grande que el túnel y hacía que el techo de este se derrumbara mientras avanzaba hacia los aterrorizados soldados. Hanson sintió cómo un poderoso brazo le pasaba junto al rostro y agarraba a alguien que había a su derecha. Después escuchó un grito de dolor mientras uno de sus compañeros era arrastrado por el suelo. Hanson no podía respirar, tenía la boca llena de tierra. Intentó tirar de alguien a quien se había agarrado cuando el techo se derrumbó sobre él, y se dio cuenta de que estaba tirando del arma de alguno de sus compañeros. Luego cayó de un lado fuera de la cueva en la que se había visto rodeado. Escupió tierra y notó que la sangre le manaba de la cabeza. Alrededor se oían disparos en todas direcciones y se dio cuenta de que en cualquier momento alguna bala iba a alcanzarlo por la espalda. Los gritos llegaban a sus oídos mientras se acabó de ajustar sus gafas de visión nocturna. La bestia emitió un alarido y de un golpe lo lanzó contra una de las paredes. Sintió que los sentidos lo abandonaban y se quedaban entumecidos al tiempo que notó que su espalda y sus piernas se partían en varios pedazos. La bestia volvió a gritar y lo lanzó contra el suelo, donde se quedó desplomado junto al muro. Aún con vida, presenció cómo al menos cinco animales más pequeños atacaban a lo que quedaba de su equipo.

La última cosa que vio Hanson fue a la más grande de las criaturas mientras agachaba la cabeza hacia él y parpadeaba y lo olisqueaba, como si examinara algo que no había visto nunca antes. No sintió la aspereza de la lengua de color negro cuando surgió de entre las mandíbulas y procedió a chuparle el rostro con toda delicadeza. El olor era el mismo que había sentido antes en el túnel. Los sentidos de Hanson lo abandonaron para siempre y la bestia comenzó a ingerir su alimento.

El primer equipo que se topó con el enemigo había sido borrado del mapa en cuestión de un par de minutos.

Ryan se apretó todo lo que pudo el auricular contra el oído, pero la electricidad estática seguía siendo excesiva. Se quitó el casco Kevlar e iluminó con la luz el pecho de Collins, procurando no impactar con ella sobre las gafas de visión nocturna. Se secó el sudor de las cejas y movió la cabeza hacia los lados con gesto de cansancio.

—Sigo sin poder, comandante. Puede que fuera Escenario Uno, o alguno de los equipos de túneles, no lo puedo asegurar. —Cogió su mascarilla de oxígeno e inhaló una bocanada de aire puro.

Llevaban bajo tierra casi una hora y cuarenta minutos y no habían encontrado ni siquiera una ardilla. Collins enfocó con su linterna más allá de donde estaban los miembros de su equipo y vio que, un poco más adelante, el túnel se bifurcaba. Los hombres estaban en cuclillas inhalando un poco de las reservas de oxígeno que llevaban. Había un grado de humedad extremo y el calor resultaba casi insoportable. Hubieran dado lo que fuese por dejarse puesta la mascarilla de oxígeno y no tener que oler el asqueroso hedor que impregnaba las paredes de los túneles, pero eran conscientes de que quizá tuviesen que pasar varias horas allí abajo y de que tenían que reservar todo el que les fuera posible.

—Bajo tierra las intercomunicaciones son siempre un desastre. ¿Dónde calcula que estamos, sargento?

—Creo que el centro del pueblo está por allí —contestó Mendenhall señalando a la derecha—. A unos trescientos metros o así. Debido a la profundidad, la señal del GPS casi no funciona y cuando lo hace es de forma muy débil, pero mi última lectura era bastante exacta, así que no debemos de estar lejos.

Collins había elegido este agujero en particular porque parecía ser el rastro más fresco y reciente. Daba la impresión de que correspondía a dos animales que habían avanzado en paralelo uno al lado del otro, ya que era lo suficientemente amplio como para que los hombres pudiesen maniobrar sin demasiada dificultad. Observó al resto de los miembros de su equipo. La armadura de concha de abulón les estaba haciendo pasar mucho calor y estaban bebiendo demasiada agua.

Apoyó la mano sobre la pared y a través del guante sintió su inquietante suavidad. Tenía la apariencia y el brillo propios de una materia cristalina. Volvió a mirar a los otros quince hombres que integraban su equipo. Los de la Fuerza Delta iban delante, luego estaba él, Ryan, Mendenhall y Everett, y después los cinco ranger, que les guardaban las espaldas.

—Vale, si el pueblo está por allí, vamos a tomar la bifurcación de la izquierda, la que se aleja de la población, ¿de acuerdo? —preguntó Collins, no solo a los oficiales, sino también al resto de los hombres del grupo.

Todos asintieron en silencio.

De pronto el RDV de Mendenhall empezó a parpadear. Algo se dirigía hacia ellos y lo hacía a gran velocidad. El indicador comenzó a apagarse y a encenderse más rápidamente y la aguja del sensor de movimiento marcó el nivel amarillo. Mendenhall sacó la pequeña sonda de acero inoxidable que llevaba el RDV en uno de los lados y la clavó en la pared del túnel. El parpadeo aumentó en intensidad y frecuencia. El indicador alcanzaba ya los niveles máximos, los correspondientes a un movimiento de carácter extremo. El sargento extrajo la sonda y la introdujo en la pared que había a su derecha: las luces perdieron intensidad. A continuación la clavó en la otra pared, pero esta vez más a la izquierda, luego la quitó y la situó más a la derecha. El parpadeo volvió a ganar intensidad y se volvió de un rojo más oscuro. El indicador direccional mostraba que la vibración se dirigía directamente hacia ellos, y el sensor de movimiento marcaba todo el tiempo el color rojo.

—Parece que algo se apresura por este lado a hacernos compañía, comandante.

—¿De qué dirección viene? —preguntó Collins, empuñando el rifle XM8, listo para disparar.

—Joder, vienen de todas las direcciones. —Mendenhall levantó la vista del RDV y empuñó su arma. Una vez estaba preparado para defenderse, volvió a mirar al señalizador—. Mierda, la aguja señala primero hacia el sur, luego al este y luego al oeste. —Mendenhall continuó mirando el aparato—. El único lugar por el que no vienen es por nuestra espalda.

—Soldados, en formación de a cuatro. Quiero fuego cubierto en todas las direcciones. Mantengan la disciplina de fuego, a partir de ahora tienen permiso para disparar.

El equipo se dividió en grupos de cuatro, tal y como habían entrenado antes descender bajo tierra. Jack y Sarah habían diseñado esta táctica para defenderse de los ataques que se produjeran de manera repentina.

El aparato había dejado de producir señales intermitentes para pasar a emitir un pitido continuo. La luz roja estaba fija, sin la menor señal de parpadeo, y lanzaba sobre los presentes un resplandor de lo más inquietante.

—Apaga eso, que todo el mundo use iluminación normal, nada de visión nocturna, si no los disparos no os dejarán ver nada.

De pronto, el muro saltó por los aires a la altura de Mendenhall y se derrumbó sobre él, arrojándolo al suelo. Las luces enfocaron inmediatamente al animal mientras este se quitaba de encima la tierra que llevaba pegada al cuerpo extendiendo los apéndices blindados de alrededor del cuello. Las piezas de su armadura se clavaron en los muros del túnel abriendo agujeros entre la roca y el polvo. La bestia bramó y saltó encima de Mendenhall, quien gritó y dio vueltas por el suelo mientras la criatura lo atacaba con sus garras. Collins y Everett abrieron fuego al mismo tiempo que el grupo que había quedado a la espalda de Mendenhall. Un centenar de balas perforantes impactaron simultáneamente contra el animal. La mayoría rebotaron en su armadura de color púrpura y se quedaron clavadas en las paredes. Los impactos recibidos hicieron que la criatura diera un paso hacia delante para luego volver a saltar sobre el sargento. En ese momento, otro animal apareció en el túnel, sobre la trayectoria de Collins. El comandante escuchó las detonaciones de las armas automáticas y los gritos de dolor y de angustia, y vio los fogonazos producidos por los disparos de los delta y los ranger.

Everett usó el cañón corto de su XM8 para levantar una de las placas blindadas que el talkhan tenía justo debajo del cráneo y disparó una ráfaga de veinte balas de calibre 5.56 mm en la parte de atrás de la cabeza del animal. Este dio un alarido mientras agitaba la cabeza antes de derrumbarse pesadamente encima del sargento, dejándolo inmovilizado contra el suelo. Los gritos de Mendenhall desde debajo del pesado cadáver casi no se escuchaban en medio de los aullidos y las detonaciones que tenían lugar en el túnel. Collins y Everett se agacharon y lo sacaron de debajo del animal.

—Maldita sea, señores —dijo sin aliento el sargento—, la próxima vez, un poco más rápido. —Mendenhall comprobó que se encontraba bien. La nueva armadura había resultado vital para el sargento; al girarse, los oficiales vieron tres grandes zarpazos que habían estado a punto de atravesar la parte de atrás de la protección de concha de abulón. Uno de los dientes de animal seguía alojado en el cuello de la nueva protección.

No tuvieron tiempo de contestar a Mendenhall o de comentarle nada acerca de la armadura, ya que volvieron a escucharse más disparos a lo largo del túnel, mientras las armas emitían brillantes miríadas de color sobre las paredes cristalinas. Se oían gritos y chillidos junto con las expresiones de horror y angustia. De pronto, el tiroteo se detuvo. Luego se reanudó cuando otro animal atravesó la pared. Se escucharon los gritos de Ryan mientras disparaba hacia el túnel. Collins cogió una bengala, la abrió y la lanzó en medio de la oscuridad. Al encenderse, reveló una escena propia de una pesadilla: el grupo Delta, situado en vanguardia, peleaba por su vida contra tres animales. Uno de los bichos golpeó con su cola contra la garganta de un delta, atravesándolo y lanzándolo lejos de sus compañeros, a las garras de las otras criaturas.

De pronto, otra mano en forma de garra surgió de la pared justo delante de uno de los hombres y la enorme criatura a la que pertenecía irrumpió un momento después en el túnel; sus garras se clavaron entre el cuello y el hombro de un especialista de los Delta y lo partieron casi por la mitad. La bestia había cortado a destajo, atravesando carne, huesos y cartílagos con la misma facilidad que corta el papel una navaja. Uno de los cabos estaba demasiado cerca como para usar su XM8, así que sacó el cuchillo de combate de la funda y aprovechó la situación para saltar sobre la espalda de la criatura. Hundió tres veces el cuchillo por en medio de los apéndices blindados y en el cuello, antes de que la bestia echara las garras atrás y atrapara al soldado. La criatura también lo atacó con el aguijón, pero las garras ya estaban provocando el daño necesario. El soldado dio varios gritos agónicos mientras las afiladas puntas lo atravesaban y la bestia se lo acercaba hasta la cara y daba un alarido de rabia y de dolor.

—¡Sí! —gritó el ranger ante las fauces abiertas repletas de dientes—. ¡Que te jodan! —Luego hundió el puñal en el ojo izquierdo del animal. El talkhan emitió un bramido de dolor, golpeando al soldado una y otra vez contra la pared del túnel. Siguió aporreando el cuerpo sin vida hasta que este se fue deshaciendo.

—¡Adelante! —El grito de Collins resonó por el túnel mientras algunos otros avanzaban por detrás de la bestia herida y encabritada.

Collins, Everett y Ryan abrieron fuego al mismo tiempo, obligando al animal a caer, primero de rodillas y luego de costado. Los disparos no cesaron mientras el animal yacía en el suelo encharcado de sangre, agitando la cola y el aguijón. De repente, el animal lanzó un alarido y consiguió ponerse en pie. Se giró sobre sí mismo, intentando atrapar algo con las garras. Collins sacó rápidamente una granada y tiró de la anilla. Esperó a que la bestia intentara alcanzarlo, después y aprovechando que abría la boca para aullar, Jack le metió la granada en las enormes fauces, llevándose varios rasguños en el brazo y la mano. Luego se lanzó a los pies de la criatura mientras la granada estallaba sin hacer mucho ruido y la cabeza del animal explotaba y los rociaba a él, a Everett y a Mendenhall de sangre y vísceras.

Un inquietante silencio se apoderó del túnel repleto de humo mientras la bengala daba los últimos chisporroteos y se apagaba dejándolos completamente a oscuras. Siete hombres quedaban en pie. Dos habían sufrido ligeras heridas y arañazos o cortes provocados por las afiladas garras. Siete hombres habían perdido la vida durante los dos minutos de breve encuentro con los cuatro talkhan.

—Muy bien, tenemos que recuperar el aliento y ponernos en marcha. No me gusta nada esto de quedarnos aquí quietos como patos en un estanque. ¿Registra algo el RDV, sargento? —preguntó Collins mientras cogía su mascarilla de oxígeno.

Mendenhall todavía estaba temblando. Apartó los restos de sangre del animal que había sobre la verdosa pantalla del pequeño aparato y examinó el indicador.

—No… no, señor, las agujas permanecen quietas.

Collins encendió otra bengala y examinó lo que quedaba de su equipo. Los despedazados cuerpos de los compañeros muertos estaban tirados en el suelo.

—Poned a estos hombres contra la pared. Si podemos, vendremos a llevarnos los cuerpos. —Jack se fijó en un ranger, que no tendría más de diecinueve años.

Cuando reanudaron la marcha, el primer delta que entró en la bifurcación del túnel usó la radio para llamar a los que tenía tras él.

—Comandante, será mejor que eche un vistazo a esto.

Collins se abrió camino entre los otros y se puso de rodillas junto al veterano comando de Fort Bragg.

—¿Qué es lo que ha encontrado? —preguntó Collins.

—Parece que no somos los únicos en venir por aquí. —El delta iluminó con la linterna unas huellas claramente recientes que había sobre el suelo del túnel.

—Parece uno de nuestros equipos, el número encaja. De catorce a dieciocho personas, dos arriba, dos abajo —informó Jack.

—Normalmente le diría que está usted en lo cierto, pero fíjese en estas de aquí. —La linterna señaló unas huellas que eran demasiado pequeñas para ser las de un soldado, y que estaban claramente hechas por unas zapatillas de deporte—. Y estas no son de botas militares, parecen hechas por botas de vaquero. —Luego la linterna avanzó medio metro e iluminó otras—. Estas son más pequeñas y parecen hechas con unos zuecos, como si fueran de enfermera, o quizá de camarera; mi mujer lleva unos muy parecidos.

Collins se puso de pie e iluminó el túnel con la linterna. El resplandor pareció perderse en la nada mientras trataba de abrirse paso entre la oscuridad y el humo.

—Sea cual sea esa unidad, llevan consigo al menos a tres civiles. Un hombre, un niño y seguramente una mujer, comandante.

Mientras a Collins empezaba a preocuparle la posible presencia de civiles en los túneles, Carl Hastings, uno de los ingenieros de túneles de la Escuela de Minas de Colorado con más experiencia dentro del Grupo Evento, trataba de escapar a toda costa del agujero en el que su equipo se había metido. Los de la Fuerza Delta encabezaban la marcha mientras que los de los Ranger intentaban proteger la retaguardia y rescatar a los heridos de las garras de los agresivos animales. Su equipo estaba ahora formado por siete hombres, sin contar los cuatro heridos. A Bobby Jenks, un amigo de Sarah, una de las bestias lo había cogido por sorpresa y lo había arrastrado al interior de un agujero.

El alto número de criaturas los había cogido desprevenidos. Pensaban que quizá habían matado al menos a una de ellas, pero no podían contar nada más. Los Delta que iban delante se habían llevado la peor parte; el resto de compañeros había intentado ayudarlos, pero había resultado imposible. En el momento de producirse los ataques, los Delta habían empleado sus pistolas de 9 mm a muy poca distancia. Algunos incluso habían tenido que usar los cuchillos en espacios cerrados. Los animales habían derribado fácilmente a varios hombres, haciendo que las paredes de tierra y arena se derrumbaran sobre ellos, y aprovechando su posición de inferioridad para atacarlos. Ahora lo único que rogaban era por poder llegar a la superficie y no morir en aquel infierno bajo tierra, sino hacerlo peleando a plena luz del día.

Hastings se ajustó el auricular.

—Hay una brecha en el techo del túnel, se ve la luz del sol. Venga, saquemos a los heridos de aquí. —Y, en voz alta, Hastings añadió—: Gracias, Dios mío, gracias.

Mientras avanzaban en dirección a la luz que entraba por el agujero hacia el túnel, distinguieron las sombras y escucharon el característico sonido de los rotores. La brecha abierta en el suelo estaba siendo rodeada por, al menos, tres helicópteros de combate Apache Longbow AH-64D. El equipo de alicaídos soldados y miembros del Grupo Evento no podía haber imaginado un sonido más acogedor.

Dos delta usaron uno de los XM8 para apoyarse y sacar primero a los heridos y luego al resto de los hombres por la abertura. Una vez los demás estuvieron fuera, estos ayudaron a sacar a sus dos compañeros. Cuando el último sargento de los Delta salió del agujero, todos los miembros del equipo se dejaron caer sobre el suelo de la meseta mientras los Apaches seguían sobrevolando en círculos.

El piloto líder de los Apache e integrante del Grupo Evento durante los últimos ocho años, el suboficial jefe Brett Jacobson, observó cómo la unidad de túneles salía por el agujero. Contó rápidamente a los hombres que había en tierra y movió la cabeza hacia los lados con gesto de desazón, sabedor del número de efectivos con el que habían emprendido la misión.

—Los han hecho puré —dijo por su micrófono.

—Sí, y puede que la cosa continúe. Eche un vistazo, jefe —dijo sin perder la calma el tirador colocado en el morro del Apache.

El piloto volvió la vista y contempló con espanto que varios animales surcaban la arena a toda velocidad en dirección a las tropas que descansaban en la superficie; dos venían del norte y un tercero del este. Calculó que las criaturas avanzaban a unos noventa kilómetros por hora, emergiendo de la tierra como si fueran delfines, para controlar a su presa, y volviendo a zambullirse en la arena con la misma presteza con la que habían aparecido un momento antes.

—Dios mío. Depredador, tenemos hombres en cubierta y tres, repito, tres objetivos acercándose a su posición. Vamos allá —urgió al resto de su escuadra de ataque—. ¡En marcha, en marcha, en marcha!

Los otros dos Apaches rompieron la formación y se dirigieron hacia los veloces atacantes. Se colocaron a la misma altura y cada uno de ellos preparó el lanzamiento de dos misiles Hellfire; las armas guiadas por láser estaban preparadas para salir disparadas contra los objetivos identificados. Pero eso nunca llegaría a suceder, ya que dos de los animales salieron a la superficie y saltaron hacia el cielo. Los relativamente lentos Apaches eran objetivos fáciles; los dos chocaron contra uno de los dos, zarandearon al enorme helicóptero e impidieron que el láser del Hellfire localizara a sus objetivos. La segunda de las bestias se precipitó contra el fuselaje secundario del helicóptero y rebotó hasta caer en el suelo, donde se quedó un momento parada y algo confundida; luego se agitó y volvió a zambullirse otra vez en la arena. Los Hellfires habían memorizado la última posición que el localizador láser había asignado a los objetivos antes de ser inhabilitado, pero, para cuando los misiles impactaron contra el suelo, las veloces criaturas ya estaban a más de siete metros de distancia. Las cabezas de los misiles impactaron contra la llanura y provocaron que la arena saltara hasta una altura de treinta metros. El piloto recuperó el control lo suficiente como para poner de lado el helicóptero y mantener el Apache bajo su mando. Pero no se dio cuenta de que el primer animal seguía enganchado al tren de aterrizaje del Apache hasta que la bestia arremetió con sus garras contra la panza blindada de la aeronave, atravesándola.

El piloto jefe vio lo que estaba pasando y empujó hacia delante la palanca de mando de su aeronave. Su Apache avanzó hacia el animal suspendido. Su artillero alineó su mira hasta centrarlo sobre la bestia que colgaba de la parte inferior de su nave de apoyo, y los cañones de 30 mm comenzaron a abrir fuego. La ametralladora disparó balas antitanque que describieron una línea recta perfecta y alcanzaron repetidamente al animal en su enorme torso hasta cercenarlo del resto de su cuerpo. Lo que quedó de la criatura cayó los cien metros que la separaban de la superficie del desierto. Solo cuatro o cinco disparos desviados impactaron en el Apache.

—Eso seguro que no lo ponía en el manual de instrucciones —gritó emocionado el artillero.

Jacobson hizo girar su Apache y las ametralladoras dispararon contra las columnas de tierra arrojada por el aire que dejaban los talkhan a su paso. Un tercer animal se había unido a los otros dos en su ataque por tierra. Las balas explosivas impactaron contra la primera criatura cuando esta salió a la superficie. Los proyectiles de 30 mm atravesaron el blindaje, acabando con su vida y parándola en seco. A continuación, un Hellfire impactó contra la segunda, explotando medio metro delante del surco que se abría en la arena y lanzando al aire pedazos de color negro y púrpura.

Mientras el piloto tiraba de la palanca de mando, el tercer animal emergió de pronto a la superficie y salió disparado contra el Apache como si fuese un misil. El piloto miró horrorizado: todo parecía suceder a cámara lenta. La criatura iba a tal velocidad que el ordenador de a bordo la confundió con un proyectil enemigo y comenzó a lanzar bengalas de forma automática. El animal chocó contra la cabina con tanta fuerza que la mitad delantera del helicóptero se separó de la trasera, con lo que el oficial de armamento, los cañones y la mayor parte del sistema de control de fuego se precipitaron en caída libre los cien metros que restaban del suelo. Una lluvia de cristales cayó sobre el suboficial del Ejército mientras este intentaba mantener el control de la nave, que estaba empezando ya a descender en picado hacia el desierto. El Apache se estrelló contra el suelo ante la sobrecogida mirada de los hombres que estaban en tierra. Con el golpe, reventaron las ruedas y el compartimento de armamento que había en el lateral derecho del helicóptero. Los rotores se quedaron clavados en el suelo, partiéndose con el impacto. Jacobson recibió una oleada de tierra y de pedazos de metal mientras intentaba mantener el control. El Apache derrapó por la arena y el polvo; tras chocar con un pequeño promontorio y rebotar en el aire, los paneles de acceso y las armas alojadas en el compartimento izquierdo quedaron destruidos. El helicóptero se dio la vuelta y cayó de lado, deslizándose hasta detenerse por fin tras partirse por la mitad.

Dos sargentos de los Delta se adentraron en la nave derribada para intentar sacar a quien quedara con vida. Al acercarse vieron a Jacobson intentando liberarse de su arnés para escapar de allí mientras el combustible salía de los dos motores. El primer delta comenzó a cortar el arnés con un cuchillo mientras su compañero tiraba de Jacobson, quien les gritaba que se diesen prisa, pues veía cómo una de las olas de tierra y polvo se aproximaba a toda velocidad. Cuando consiguieron soltarlo y sacarlo del destrozado Apache, la criatura surgió de la superficie y saltó sobre los tres hombres, que consiguieron esquivarlo por cuestión de centímetros. El animal cayó contra lo que quedaba de la cabina y se quedó enganchado entre los cables y los cristales rotos. Un sargento de los Delta se detuvo, sacó la 9 mm y vació un cargador entero en la parte donde iba alojado el motor del Apache. La onda expansiva de la explosión derribó a los tres hombres: tal y como imaginaba el soldado, una de las balas había provocado una chispa. El combustible del helicóptero se prendió y el animal quedó atrapado dentro. Aun así, consiguió quitarse de encima los restos de la aeronave y comenzó a avanzar hacia los tres hombres que estaban tirados en el suelo boca abajo. Cincuenta impactos de bala alcanzaron a la ardiente criatura y la hicieron caer a pocos pasos de los tres hombres. Los supervivientes del equipo del túnel estaban allí y ayudaban ahora a que los hombres se pusiesen en pie. Después se alejaron de los restos del animal y del lugar del accidente por si alguna otra criatura seguía los mismos pasos que la que acababan de derribar.

El otro Apache atacado también estaba descendiendo. Las terminaciones nerviosas del animal que habían tiroteado seguían funcionando y el brazo y la garra habían continuado moviéndose y habían destrozado los conductos de combustible y las correas de los rotores de cola, imposibilitando el empuje que la nave necesitaba para contrarrestar el par de fuerza del rotor principal, con lo que el helicóptero se había puesto a girar sobre sí mismo de forma descontrolada. El sonido de las turbinas se redujo drásticamente tras estrellarse contra el suelo. El Apache rebotó una vez, destrozando los tres dispositivos de aterrizaje. Luego giró sobre sí mismo, ladeándose hasta que las aspas chocaron contra las rocas y los fragmentos de metal saltaron en todas direcciones.

Del tercer Apache solo quedaban unos cuantos restos humeantes a lo lejos.

Las tropas que quedaban sobre el terreno habían visto lo sucedido en el aire. Ahora, por lo menos veinte animales más se acercaban hacia su posición a toda velocidad. Todos, incluido Jacobson, el piloto herido, se quedaron en silencio mirando cómo las criaturas surcaban la superficie hacia ellos formando una enorme nube de polvo. Jacobson, pese a tener una pierna rota, se puso lentamente en pie y desenfundó la 45 automática que llevaba en el hombro. El resto de sus compañeros empuñaron las armas y se quedaron esperando.

Desde el monitor instalado en la Casa Blanca, el presidente y los miembros del Consejo de Seguridad Nacional observaban cómo los animales surgían de la superficie en los últimos metros y cómo una nube de polvo cubría a los supervivientes del equipo de túneles y al piloto que los había salvado en primera instancia, y que había sido luego rescatado por ellos. Cuando la nube de polvo se disipó un instante después, sobre el terreno no quedaba ningún hombre y lo único que se veía era un gran agujero en el lugar donde habían presentado la última batalla.

El presidente agachó la cabeza mientras el resto de los presentes cerraba los ojos para no seguir viendo aquella imagen.

Sam Fielding se ajustó los prismáticos y revisó la zona que había debajo de ellos en busca de cualquier signo de vida tras la valiente resistencia llevada a cabo a campo abierto por el equipo de túneles. El coronel apretó la mandíbula cuando vio salir a la superficie a otro de los equipos a unos ochocientos metros de distancia del que acababa de ser masacrado. Luego cambió de posición y vio que ya habían sido avistados por los animales. Al menos tres de las criaturas se dirigían ya hacia ellos desde el punto en el que se encontraban, a unos tres kilómetros de distancia.

—Señor —dijo Lisa, que estaba a su lado—, tengo al coronel Jessup en la radio pidiendo permiso para cubrir a ese equipo.

—Dígale que permiso denegado. Tengo preparada una pequeña sorpresa para esos hijos de puta. Dígale que mantenga la posición durante los próximos dos minutos. Voy a darles un poco más de tiempo —contestó Fielding mientras bajaba los prismáticos. Se quedó mirando a Lisa y le dijo—: Venga, venga.

Lisa se dio la vuelta y corrió hasta la tienda, consciente de que los pilotos iban a cagarse en todo por radio ante la orden de que se quedaran sin hacer nada mientras el equipo que estaba en la superficie era hecho pedazos.

Sam Fielding sabía que los cazas no tenían tiempo suficiente para cubrirlos, ni los helicópteros para aterrizar y subir a bordo a los supervivientes antes de que llegaran esos bichos. Iba a darles el tiempo que necesitaban con algo que había tenido la previsión de poner en el aire.

Alzó la vista al oír el sonido de los motores. El avión de control y vigilancia aérea, o AWACS, estaba allí y Fielding sabía que el enorme 707 había cubierto el desierto y que estaba enviando la posición de las feroces criaturas. Esbozó una sonrisa y se dirigió a la tienda de mando.

Lisa intentaba calmar a Jessup y al resto de los indignados pilotos de los Blackhawk cuando el coronel le ordenó que contactara con su artillero de campo, cuyo distintivo era Pistolero.

El comandante de los tres obuses autopropulsados M109A6 Paladin recibió una llamada del mando del Escenario Uno.

—Aquí Pistolero. Afirmativo, estamos siguiéndolos a través de la transmisión GPS de las Fuerzas Aéreas. Preparados para abrir fuego, cambio —dijo el capitán en el Paladin líder.

—Fuego a discreción, capitán —oyó decir por radio a Fielding.

—Prepara Excálibur para disparar —ordenó el capitán desde su asiento de mando.

El cargador abrió la compuerta de la munición automática y colocó una pieza de artillería recién llegada del campo de pruebas de Aberdeen y que nunca había sido probada anteriormente. El proyectil Excálibur pesaba unos veinte kilos y tenía unos curiosos alerones plegados en la parte de atrás que habrían hecho pensar a cualquier experto del mundo que aquello no podía tratarse de una pieza de artillería.

El proyectil fue cargado en el cañón M284 e inició inmediatamente la comunicación con el sistema informático de control de fuego del Paladin. Constantes actualizaciones eran remitidas al obús acerca de su objetivo, y en función de eso, los alerones, que estaban plegados aún contra el elegante proyectil, se ajustarían de forma automática una vez abandonara la lanzadera. La información era transmitida desde un satélite militar al avión de control y vigilancia aérea y desde ahí a la pequeña antena en forma de plato que había colocada sobre el extraño tanque.

—¡Fuego!

De los tres cañones de 155 mm de los Paladin salió fuego y humo al tiempo que lanzaban tres proyectiles inteligentes de geoposicionamiento en dirección al trío de objetivos móviles. Los Paladin comparaban los datos de su propio sistema de posicionamiento global con la información que recibían del AWACS, que recibía a su vez las señales de las vibraciones que producían los animales y que era registrada por el RDV, lanzado sobre la superficie del valle con anterioridad. Tal y como le había comunicado el jefe de tanque, los objetivos estaban absolutamente marcados.

Tras atravesar la boca del cañón, los alerones se liberaron de la ojiva exterior y empezaron a llevar a cabo los diminutos ajustes de ángulo que desplazaban a los proyectiles un poco más a la izquierda o un poco más a la derecha en función del cambio de posición de cada uno de sus objetivos. Venía a ser lo mismo que la peor pesadilla de cualquier enemigo: una bala inteligente.

El maltrecho equipo que acababa de salir a la superficie vio cómo uno de los animales se separaba de los otros dos, que se mantenían unidos en formación con el rumbo puesto directamente hacia ellos. Simultáneamente, los soldados se pusieron de pie y apuntaron con sus armas a las columnas de polvo y arena que provocaban las olas que estaban ya a menos de setenta metros.

De pronto, un rayo surcó el cielo y el primer Excálibur acertó de pleno y estalló exactamente sobre la criatura que había más a la izquierda, que saltó despedazada por los aires. La segunda criatura se alejó de la explosión y cambió el lugar desde el que embestir, pero solo llegó a avanzar diez metros más antes de que el segundo Excálibur también la alcanzara tras hacer un diminuto ajuste en el último momento gracias a los pequeños alerones en la cola, que, modificando el flujo de aire consiguieron variar la trayectoria un poco hacia la derecha, siguiendo las indicaciones del sistema de posicionamiento global. Ese proyectil impactó un metro delante de la bestia; la explosión la partió por la mitad, roció la superficie de carne y sangre e hizo que se desplomaran los veinte últimos metros de túnel que había abierto el animal.

Los soldados y los miembros del Grupo Evento miraban anonadados cómo el tercer Excálibur alcanzaba al otro animal, que provenía de una dirección distinta. Al principio se quedaron en silencio, luego se dejaron vencer por el agotamiento y cayeron contra el suelo. Los había salvado, al menos por el momento, algo que ninguno de ellos sabía que existía: un proyectil ligero de artillería de veinte kilos de peso dotado de un cerebro comparable al de Albert Einstein. Lo que no podían saber entonces es que el arsenal estadounidense solo contaba con trescientos de aquellos proyectiles. Y que en ese momento los tres Paladin solo disponían de cincuenta.

Fielding se quedó satisfecho al ver el ataque y supo que los pilotos de los Blackhawk estarían contentos ahora que descendían para evacuar al equipo que había sobre el terreno.

—Dios mío, ha sido impresionante —exclamó Virginia Pollock, que estaba al lado del coronel.

—Sí, es una lástima que solo tengamos cuarenta y siete proyectiles más, pero serán utilizados para salvar la vida a los demás supervivientes que pueda haber ahí abajo. —Se quedó mirando a Virginia—. Para salir de esta vamos a necesitar algo más que obuses en fase de experimentación.

—Bueno, los ingenieros que ha solicitado mi jefe ya están aquí, y también ha llegado el regalito especial del presidente. Ya se han puesto a perforar.

Fielding se quitó el casco y se frotó la frente.

—Dios mío, espero que esos hijos de puta cooperen y se dirijan todos hacia la puerta de salida.

Sarah observaba cómo dos miembros de la Fuerza Delta iluminaron la oscuridad que tenían delante con sus potentes linternas. El túnel era amplio, casi tanto como un colector de aguas pluviales. Sarah desconchó un trozo de pared y lo examinó mejor a la luz.

—Está compactada, por eso aquí no hay tierra sobrante del proceso de abrir un túnel, solo hay en la superficie. Comprime literalmente la tierra mientras atraviesa el suelo —dijo, dejando de mirar la muestra de tierra y fijando la atención en el hombre que tenía al lado.

La temperatura y la humedad del agujero eran altísimas y el olor a sudor y a carne podrida era repugnante. Llevaban dos horas y cuarenta y cinco minutos bajo tierra, y habían tenido que detenerse para respirar el aire puro que llevaban en sus tanques de oxígeno. Dos hombres punta les hicieron gestos de que avanzaran y una vez más se pusieron en marcha.

De pronto, uno de los hombres alzó la mano cerrada y luego la abrió e hizo el gesto de que se agacharan. Luego le hizo una señal a Sarah para que se adelantara.

—¿Qué pasa? —preguntó en voz baja.

—Escuche, suena igual que un tren de carga —dijo el sargento delta.

Sarah apoyó la mano, sin quitarse el guante, sobre la suave pared, luego con la otra mano se quitó el casco y se acercó a escuchar.

—Sea lo que sea, está viniendo hacia aquí —susurró el comando.

—Y viene a toda velocidad —añadió Sarah mientras daba un paso atrás, le quitaba el seguro al XM8 y dejaba la mortífera arma automática lista para disparar.

Los trece hombres que formaban el equipo hicieron lo mismo. Ocuparon varias posiciones de defensa siguiendo la táctica de grupos de a cuatro que habían estado entrenando. En lo que todos coincidieron fue en apuntar sus armas hacia la pared al tiempo que la vibración en el túnel se hacía cada vez más intensa. Del techo de la cueva artificial empezó a desprenderse algo de arena y polvo, hilillos al principio, pedazos enteros después.

—Tiene que ser la madre —dijo Sarah en voz muy baja, como si estuviera hablando sola—. Es demasiado grande para ser alguna de las pequeñas. Mira el RDV, es incapaz de registrar una vibración tan grande.

La vibración se detuvo con la misma velocidad que había comenzado. Fuera lo que fuera, lo que había al otro lado de la pared del túnel estaba a escasos palmos de donde ellos estaban. Sarah y los demás podían sentirlo, era algo que se podía palpar. La mayoría de los soldados se llevaron las armas automáticas a la altura de los ojos, con el cañón apuntando al mismo punto en la pared. La vibración y el ruido que hacía la tierra al desplazarse comenzaron de nuevo, esta vez más cerca. Parecía que se había girado hacia ellos y que avanzaba muy lentamente. Primero sintieron la vibración en sus pies, luego ascendió hasta los muslos. Luego se detuvo. Algunos trozos de la pared empezaron a caer mientras observaban. Todos estaban parados y en silencio.

—¿La habéis oído? —susurró Sarah—. Está justo ahí —dijo apuntando con el cañón de su arma hacia la derecha—. Es la madre, no hay duda.

De pronto, un bramido recorrió el aire y una avalancha de polvo y piedras cayó encima de ellos. Luego el ruido se fue haciendo más débil. Se estaba retirando, volviendo en dirección a la montaña.

—¿Qué demonios pasa? —preguntó el sargento delta—. ¿Por qué no ha atacado?

—No lo sé. Esa cosa tiene que haber podido percibir los latidos de nuestros corazones a través de la tierra. Debería haber atacado.

Mientras se quitaba de encima el polvo que llevaba adherido al cuerpo, a Sarah le vino a la cabeza un pensamiento espantoso que la dejó paralizada. Habían sido informados acerca de la capacidad de adaptación del animal. Aquello, junto con el hecho de que se alejara del desierto y que ascendiera hacia la montaña, hacía que la pregunta del sargento se le hubiera quedado marcada a fuego en la mente. No es que fuera en busca de un objetivo más grande, es que iba en busca del objetivo que estaba controlando la lucha que se llevaba a cabo contra ella y contra sus crías: el lugar del accidente y todo el personal de apoyo que había allí reunido. Enseguida pensó en Lisa, en Virginia y en todos los confiados equipos del Grupo Evento que estaban trabajando en la zona. Rápidamente accionó el transmisor de la radio que llevaba colgando de su uniforme.

—Escenario Uno, cambio. Escenario Uno, cambio —dijo en voz alta por el micrófono que tenía a pocos centímetros de la boca.

El resto de los miembros de su equipo se dieron cuenta enseguida de lo que estaba pensando. El sargento agarró a Sarah del brazo y tiró de ella bruscamente mientras echaban todos a correr por el mismo sitio por el que habían venido. Todos tenían claro que el enemigo era más astuto de lo que pensaban y que había decidido esquivarlos.