Capítulo 29


Montañas de la Superstición, Arizona

9 de julio, 14.40 horas

—¿Que vas a qué? —preguntó Lisa, levantando demasiado la voz.

Sarah revisó su mochila una vez más y miró luego a los delta y ranger que estaban comprobando sus equipos. Solo unos pocos levantaron la vista hacia ellas después de que Lisa subiera tanto el tono. Sarah miró a su amiga y luego saludó con la cabeza a los comandos que estaban sentados a las mesas alrededor de ellas. Después, sacó el arma automática de calibre 9 mm que llevaba en el hombro, metió una bala, comprobó el seguro y volvió a enfundar la pistola. Revisó por quinta vez el pequeño tanque de oxígeno que había encima de la cama y comprobó que la aguja marcase el nivel correcto. Después de todo eso se giró de nuevo hacia su amiga.

—Voy a dirigir la expedición a través de la primera excavación hecha por la progenitora, aquí, en el lugar del accidente —contestó finalmente intentando sonar despreocupada.

—Eso es una locura, hermanita. ¿Has oído de lo que dicen que es capaz esa cosa? ¿Has visto las heridas que tienen algunos de esos tipos de la Aviación? —Lisa miró a su alrededor y se acercó más a Sarah—. ¿El comandante fantástico está al corriente?

Varios delta y un ranger o dos levantaron la vista hacia las dos mujeres, que estaban de pie enfrente de la enorme tienda. Lisa se los quedó mirando hasta que bajaron la vista de nuevo.

Sarah se colocó las gafas de visión nocturna y se ajustó la careta.

—Lisa, es mi trabajo, y sí, es lo que ha planeado el comandante. Me eligió a mí. Los equipos de geología están repartidos por el resto de túneles. —Se quitó el aparato de luz ambiente y miró a su amiga, que le ganaba en estatura—. Escucha, tenemos que encontrar a esas cosas antes de que pasen nueve horas. Si dejamos actuar a las Fuerzas Aéreas, no habrá forma de recomponer los cuerpos y saber exactamente a cuántos ejemplares hemos matado. No voy a ir yo sola. Otros miembros de los equipos de minas y de geología dirigen otros grupos en más de cincuenta agujeros. Además, desde que llegaron los Delta y los Ranger nuestras posibilidades de supervivencia han aumentado sustancialmente.

Lisa cerró la portezuela de la tienda, evitando así que entrara la luz del sol y el ruido del vaivén de los helicópteros.

—El territorio natural de esos bichos está ahí abajo, y tú te presentas voluntaria para meterte en esos putos agujeros. ¿El comandante se ha vuelto loco o qué?

Sarah se giró y se quedó mirando a su compañera de habitación mientras introducía un cargador con treinta balas en su rifle ligero de asalto XM8.

—¿Por qué no te preocupas por Carl o por los miembros de los comando que van a bajar? ¿Por qué solo te diriges a mí? —le preguntó a su amiga, mirándola directamente a los ojos.

Lisa siguió en sus trece.

—Porque ellos son unos machitos gilipollas que no tienen ni una pizca de cerebro, y yo pensaba que tú sí tenías, pero queda patente que no.

—Joder, Lisa, es mi trabajo —dijo Sarah en voz baja pero firme—. ¿Qué quieres que diga en mi primera misión: «Ay, lo siento, es demasiado peligroso para mí»?

Lisa agachó la cabeza y se mordió el labio, callándose el resto de su razonamiento porque se dio cuenta de que su amiga tenía razón.

—Estaré bien. Si es necesario, tiraré delante a alguno de estos machotes de la Fuerza Delta y saldré corriendo, ¿de acuerdo? —Sarah levantó la vista y sonrió a los pocos miembros de las fuerzas de élite que aún las estaban mirando. Los soldados asintieron con la cabeza.

Lisa sonrió por primera vez desde la llegada de su amiga.

—Cuida de Carl, es de la clase de tíos a los que le gusta hacerse el héroe.

—Lo haría, pero no está en mi equipo. Él va con Jack, con ese gallito de la Marina y con Will Mendenhall, así que volverá con vida, te lo prometo —dijo Sarah mientras cogía la mano de su amiga—. He de irme, Lisa. Tenemos una reunión dentro de cinco minutos. Esas cosas aún no lo saben, pero ahora es a nosotros a los que nos toca salir de cacería.

Chato's Crawl, Arizona

9 de julio, 14.20 horas

Julie bajó lentamente el último peldaño de la escalera, temerosa de que el ruido que produjeran sus zapatillas deportivas contra el destrozado suelo fuera suficiente para que una de esas cosas subiese y se la llevara. Pero en la cocina todo estaba en silencio. Vio uno de los agujeros hechos durante el ataque y se estremeció mirando el imponente pozo oscuro. Alrededor de la boca había restos de sangre; Julie rogó en silencio que ni Hal ni Tony hubiesen sido arrastrados hasta la muerte. Mientras avanzaba escuchó un zumbido en la máquina de discos: la aguja se había quedado enganchada y volvía una y otra vez sobre el mismo punto.

De arriba llegaba el silbido de las potentes turbinas de los helicópteros, que estaban colocándose a la altura de los tejados. Conforme fue llegando el torbellino producido por los rotores de cinco hélices, todos los objetos que había en la cocina empezaron a tintinear con fuerza. Julie se sobresaltó con el escándalo producido por una de las sartenes, que se soltó del enganche donde estaba sujeta y cayó contra la plancha y luego contra el suelo. El corazón estuvo a punto de salírsele por la boca cuando notó que algo le tocaba el hombro por detrás. Se tapó la boca rápidamente, no sin antes poder evitar que se le escapara un pequeño grito. Billy cogió de la mano a su madre y con la otra se puso el índice delante de los labios pidiendo silencio.

—Calla —susurró—. ¿Qué estás haciendo, mamá? —dijo en voz muy baja después de quitarse la mano de la boca.

—Maldita sea, Billy, vete para arriba ahora mismo —dijo en voz más o menos baja, agradeciendo el ruido que llegaba procedente de las turbinas de los motores de los Pave Low.

—Ni hablar; si no vienes tú, no —declaró Billy mirando alrededor, buscando cualquier señal de los animales que habían asolado el pueblo de forma tan salvaje. Aún no había visto ninguno y no tenía ningunas ganas de hacerlo. Intentaba mantener un aspecto desafiante de valentía, pero no sentía nada por el estilo en ese instante.

Julie frunció el ceño, tratando de no perder los nervios. Luego contó hasta diez en voz alta, pronunciando cada número con rabia. Luego se tranquilizó un poco y abrió los ojos.

—Está bien, de todas maneras no parece que haya nadie, así que vamos otra vez para arriba y nos largamos de aquí.

A pesar del ruido de los helicópteros, cuando empezaron a darse la vuelta pudieron escuchar el sonido de unas voces. No procedían de la escalera que conducía al tejado, sino de la parte del comedor a la que no llegaba su vista. Julie hizo un gesto de sorpresa.

—Todavía hay gente aquí —susurró un poco nerviosa, sabedora de que todo el mundo debía de estar en el tejado.

Cogió la mano derecha de Billy y tiró de él, siguiendo la barra, hacia el exterior de la cocina. Caminaron haciendo el menor ruido posible, tratando de sortear los taburetes tirados por el suelo y las mesas destrozadas. Cuanto más se acercaban, más claramente se escuchaban las voces.

—Sean quienes sean, no hablan nuestro idioma. Me parece que están hablando en francés —dijo Julie en voz muy baja.

Llegaron al extremo de la barra y miraron al otro lado. Julie contó dieciséis hombres. No llevaban los uniformes marrones de los soldados de la 101, sino trajes de color negro como el de Ryan y los otros que habían llegado al bar al principio. De todas maneras, estos soldados tenían algo distinto a los que acompañaban al teniente Ryan. Los uniformes eran diferentes y algunos de ellos llevaban barba. Y a Julie, pese a no ser una profesional en la materia, le dio la sensación de que tenían un aspecto muy peligroso.

Mientras Julie comenzaba a tironear a Billy para que volvieran atrás, una mano se posó sobre su hombro. Esta vez no lo pudo evitar; lo intentó, pero no podía soportar que la asustasen: Julie dio un grito.

—Oye, ¿te puedo pagar esto después? —preguntó Tony, medio borracho a voz en grito.

Los hombres que estaban sentados preparando sus armas se pusieron de pie, y los que estaban ya de pie empuñaron las armas y fueron corriendo a encañonar a los intrusos. Una docena de puntitos láser de color rojo se quedaron fijos sobre los pechos de los tres, sin temblar ni siquiera un poco. Lo único que Julie pudo hacer fue levantar las manos para mostrar que no iba armada.

—Me alegro de que estés bien, Tony, pero no podías haberte despertado en peor momento —susurró Julie en voz baja, respirando profundamente.

—Señorita Dawes, qué sorpresa. Estaba convencido de que habría usted abandonado el lugar junto con el resto —dijo el hombre rubio del departamento de Interior mientras se abría paso entre sus compañeros.

Ya no llevaba la ropa informal de antes: ahora iba vestido con un mono militar de color negro. De su costado, colgaba una enorme pistola y en una correa alrededor del pecho portaba el cuchillo más afilado y amenazador que Julie hubiese visto nunca.

—¿Usted es el señor…? —tartamudeó Julie.

El hombre sonrió y se acercó donde estaban los tres intrusos. Puso la mano sobre la cabeza de Billy y le frotó un poco el pelo. Los tres se quedaron impresionados, pese a la sonrisa, por la frialdad de su mirada.

—Dejaremos las presentaciones de momento, señorita Dawes. Y este debe de ser el hombre de la casa. Me alegro de que lo haya encontrado. Hoy no es buen día para ir por ahí dando vueltas.

—Es mi hijo Billy —dijo Julie con gesto de preocupación.

—Como ya le he dicho, señorita Dawes, debería haberse marchado con los demás en los helicópteros de evacuación. Lo siento, pero dadas las circunstancias, van a tener ustedes que acompañarnos.

—Bueno, bueno, ¿se puede saber qué es lo que me he perdido? —dijo Tony, quitando el tapón de la botella de Jack Daniel's.

Los cuatro F-15 Strike Eagles procedentes de Nellis surcaban el cielo azul a cuatrocientos metros de altitud por encima de la superficie del desierto. El teniente coronel Frank Jessup dirigía la escuadra de cazas de las Fuerzas Aéreas, que habían venido temporalmente desde Japón para participar en Bandera Roja, un riguroso entrenamiento para pilotos en el que estudiaban las tácticas que deberían seguir ante un posible enfrentamiento con aviones de otros países. Ahora les habían mandado llevar a cabo la misión más extraña que Jessup pudiera recordar como piloto al mando de una patrulla aérea de combate. Tenía que estudiar el terreno y buscar cualquier posible actividad que resultara anómala. Estaba tratando de descifrar qué querrían decir exactamente con esto cuando su piloto de apoyo, el comandante Terry Miller, se comunicó por radio:

—Jefe Arriero, aquí Arriero II, ¿hablaron de actividad fuera de lo normal, verdad?

Jessup accionó el botón transmisor en la palanca de mando.

—Eso dijeron. ¿Qué tienes, Arriero II?

—Mire a sus nueve y dígame lo que ve.

El coronel Jessup miró abajo a su izquierda, pero el oficial artillero que iba en el asiento de atrás lo vio primero.

—¿Qué demonios es eso, coronel? —preguntó.

Jessup se quedó maravillado mirando el surco que se abría en la superficie del desierto, como si una pequeña motora navegara sobre la arena. Justo detrás de la ola en movimiento, se vislumbraba un socavón en el suelo, como si lo que fuera que estaba provocando aquello se desplazara a muy poca distancia de la superficie, ya que a su paso el suelo se derrumbaba sobre el túnel.

—Muy bien, vuelo Arriero, tenemos un posible objetivo según las órdenes. Nuestras RDE siguen siendo las mismas. —A Jessup no le hacía falta recordar a su tripulación que las reglas de enfrentamiento (RDE) eran muy sencillas: avistar al enemigo y atacar—. Arrieros III y IV, apunten al objetivo y ataquen —fue la breve orden de Jessup—. Jefe Arriero cubrirá desde arriba.

—Arrieros III y IV, objetivo avistado, posición determinada.

En tres diferentes localizaciones, distintas personas prestaban toda la atención posible a la conversación que mantenían los pilotos mientras se lanzaban al ataque de lo que debía de ser la avanzadilla de los animales que pretendían explorar el valle. El presidente abandonó un momento la imagen en vivo del desierto para fijar su atención en el monitor correspondiente al Centro Evento para averiguar así cuál era la impresión de Niles Compton. Pero Niles a su vez estaba inmerso en la retransmisión de imágenes y audio. El presidente miró entonces a los jefes del Estado Mayor y a continuación al otro monitor donde recibía la señal del lugar del accidente, que era donde se congregaba el mayor número de personas, la mayoría técnicos del Grupo Evento, reunidos escuchando las comunicaciones entre los cazabombarderos.

El F-15 Strike Eagle es un aparato increíble: es capaz de combatir con los mejores cazas y, pese a su apariencia, tiene una capacidad de bombardeo comparable al legendario B-17 de la segunda guerra mundial. Las bombas habían sido cuidadosamente elegidas para este vuelo en particular. Si los animales se desplazaban cerca de la superficie, los pilotos usarían bombas de racimo habituales. No tenían la carga hueca desarrollada o el peso de las destructoras de búnkeres que llevaban los F-16 Fighting Falcon a tres mil metros de altura, pero eran muy precisas, producían una gran onda expansiva, y para el tamaño que tenían, conseguían ser extremadamente letales. Antes de que los efectivos terrestres bajaran a combatir esas criaturas, los aviones habían recibido la orden de pasar a la acción. Ahora comprobarían de qué forma los efectivos aéreos podían ayudar a resolver la situación que tenían en el valle.

Los dos cazabombarderos descendieron hasta los cien metros, una altura no exenta de riesgo para unos cazas tan grandes, incluso en el terreno casi llano del desierto. Luego, cuando estaban a cinco kilómetros del objetivo, los cazabombarderos elevaron el morro y comenzaron a ascender; el vapor del agua salía de los extremos de las alas mientras los Eagles ganaban altitud. A los mil metros se estabilizaron, y el coronel Jessup vio cómo los Arriero III y IV soltaban su munición, uno al lado del otro. Esta táctica, que amplía la zona de impacto y ensancha lo más posible el área de ataque, tenía la intención de acabar con los animales que ejercieran de avanzadilla. El coronel observó que de cada una de las ocho bombas de dos metros de largo surgían unos pequeños frenos que retardaban la velocidad de caída y permitían así a los cazas tener el tiempo suficiente para alejarse de la zona antes de que impactaran. Cuando estaban a sesenta metros de altitud, un mecanismo que medía la presión activaba el despliegue de las carcasas de las ocho bombas, de forma que quedaron sueltas doscientas pequeñas bombas del tamaño de una pelota de béisbol que chocaron contra el suelo medio metro delante de las olas de tierra y arena que producían al menos dos de los animales: el resultado se parecía al que hubiera provocado un cohete de fuegos artificiales que se hubiese desviado y hubiera explotado en el suelo. Para los hombres y las mujeres que observaban todo desde el campamento fue como si alguien hubiese accionado doscientas granadas a la vez.

—Objetivo alcanzado —dijo Jessup, con tono muy serio, con la máscara de oxígeno puesta.

Los Arrieros III y IV se ladearon para dar una pasada de evaluación, pero no vieron que dos nuevas olas se aproximaban al lugar donde habían sido atacadas las dos primeras. Jessup vio cómo los dos surcos aceleraban y se ponían a la misma altura que los pilotos, que estaban demasiado ocupados con la operación como para darse cuenta. Jessup se horrorizó al comprobar que uno de los animales que debía haber sido destruido bajo la munición de racimo se alzaba y se sacudía el polvo y la arena que tenía por encima.

—Arrieros III y IV, elevaos, vuelta de reconocimiento cancelada. Enemigo aproximándose a la zona de impacto, uno de los objetivos ha salido a la superficie.

El aviso llegó tres segundos demasiado tarde. El coronel pudo ver, presa del espanto, cómo los animales que se acercaban al primero salieron disparados desde la arena del desierto. Tomando impulso con sus musculosas patas y usando sus poderosas colas como si fueran catapultas naturales, se elevaron en el aire a una velocidad asombrosa. El primero impactó contra la toma izquierda de aire de Arriero III, quedándose clavado en el fuselaje y siendo después aspirado por el motor, provocando la explosión del Pratt & Whitney, con lo que las explosiones se transmitieron a través del pesado caza hasta que este se partió en varios pedazos. El segundo animal rebotó sin hacerse daño contra los restos del caza que se estaba desintegrando y cayó sobre la superficie del desierto, junto con los pedazos del Arriero III que se fueron desperdigando a lo largo de un kilómetro y medio. Para sorpresa de todos los espectadores, el animal se levantó del suelo, tropezó, se cayó, y se levantó de nuevo. Agitó su enorme estructura, dio un salto y volvió a hundirse en la tierra. Arriero IV se ladeó y ascendió mientras accionaba el sistema de postcombustión en su intento por huir, poniendo a prueba el armazón de su aparato. La primera criatura observaba desde la superficie cómo el F-15 trataba de escapar. La bestia hizo un cálculo perfecto e inició el salto, en el momento preciso en que el avión empezaba el proceso de postcombustión. Justo antes de que los dos potentes motores pudieran impulsar hacia arriba a la pesada aeronave, el animal impactó contra ella. La bestia perforó el ala izquierda, de forma que los controles de superficie se soltaron y las riostras se doblaron hasta que el ala se replegó hacia la cabina con un sonido similar al de una explosión. Después, el ala golpeó contra la bóveda de cristal, acabando con la vida de los dos tripulantes unos segundos antes de que la nave chocara contra la superficie del desierto y desapareciera dejando tras de sí una inmensa bola de fuego. El talkhan que se había incrustado en el ala del caza se despegó del resto del fuselaje. Se puso en pie y, envuelto en llamas, dio tres pasos antes de caer muerto sobre la arena.

—¡Dios mío! —gritó Jessup dentro de la máscara—. Arrieros III y IV derribados. Repito, Arrieros III y IV derribados, no hay paracaídas. Arriero jefe emprende el ataque.

Jessup se ladeó hacia la izquierda y agachó el morro de su aeronave. Su piloto de apoyo imitó su movimiento. El coronel preparó los cañones para atacar el cuerpo inmóvil del animal que había derribado a Arriero IV. Los seis cañones insertados en el lado izquierdo del avión, un poco más atrás de la cúpula del radar, emergieron haciendo un pequeño ruido. Las balas del potente cañón impactaron primero sobre los restos del invasor haciendo saltar las piezas del animal en todas direcciones, y luego sobre la carcasa del avión derribado, que saltó unos cuantos metros sobre la superficie del desierto. Después de que Jessup aumentara la potencia y estirara de la palanca de mando, y el cazabombardero volviera a recuperar una posición segura, el coronel comunicó:

—Arriero, subiendo a mil seiscientos metros, a la espera de nuevos objetivos.

El teniente coronel Jessup se quitó su máscara de oxígeno mientras emprendía la rápida ascensión y, sin desprenderse de los guantes, se secó el sudor de la boca. En todas las misiones en las que había participado en desiertos como el que tenía ahora bajo sus pies, en todo el tiempo que había pasado, tanto desde el aire como sobre el terreno, en Iraq y en Afganistán, nunca había sufrido ninguna baja, ni siquiera había perdido una aeronave: todas las tripulaciones habían vuelto a casa sanas y salvas. Ahora, cuatro hombres yacían destrozados y sin vida sobre suelo estadounidense. Muertos porque alguien había infravalorado la capacidad del enemigo al que se enfrentaban. A Jessup le había sucedido lo mismo que a muchos mandos en los primeros compases de una guerra. Había dado por hecho que contaba con superioridad en efectivos y en potencia de fuego, el mismo error que habían cometido muchos hombres en su país desde los tiempos de Washington, Lincoln, Custer y Westmoreland.

Una vez había alcanzado una altitud lo suficientemente segura, accionó el botón transmisor y se volvió a poner la máscara.

Base Arriero, Base Arriero, aquí Arriero jefe. Informen a la autoridad del mando nacional: el enemigo supone una amenaza para los efectivos aéreos.

Montañas de la Superstición

9 de julio, 14.25 horas

Desde la estratégica posición en lo alto de la montaña todavía se podían apreciar las nubes de humo negro, resultado de los dos cazas de las Fuerzas Aéreas derribados junto con su tripulación. Todos habían escuchado y visto horrorizados cómo habían caído las naves y cómo los cuatro valientes habían perdido la vida, y eso hizo que su determinación aumentara todavía más mientras se dirigían a la reunión que había convocada en la tienda de campaña más grande.

Collins vio a la especialista Sarah McIntire hablando con un efectivo de los Delta que debía de ser uno de los miembros de su equipo de túneles. Esperó a que ella levantara la vista para establecer contacto visual. Había estado tentado de colocarla en su equipo: ellos iban a seguir uno de los agujeros que partía de la ciudad, pero necesitaban a alguien experto en túneles para seguir la pista de la madre, y Sarah era la indicada. Dado que se trataba de la persona más capacitada en cuestión de túneles, sería ella la que expondría algunas cuestiones acerca de la geología del valle durante la reunión.

—Atención todo el mundo, empezamos ya, vamos muy justos de tiempo —dijo el coronel Fielding dirigiéndose al centenar de personas que formaban los equipos de asalto de los túneles.

A su espalda, Fielding contaba con una ampliación tridimensional compuesta por ordenador de las montañas y de la superficie del desierto que había alrededor. Decenas de marcas indicaban las rutas que los equipos recorrerían. Los puntos más gruesos señalaban el agujero hecho por la madre, mientras que los más finos correspondían a las crías.

—Antes de comenzar, queremos que sepan a qué nos enfrentamos. Nunca han recibido entrenamiento para enfrentarse a algo así, pero se ha elegido a sus unidades por su capacidad para adaptarse a una situación como esta. Que nadie se equivoque, nuestro enemigo es astuto e implacable, tal y como acabamos de ver en el valle.

El silencio absoluto entre la tropa allí reunida hizo comprender al coronel que su mensaje había sido asimilado.

—Muy bien. —Se volvió hacia Collins—. Comandante Collins, cuando quiera.

Collins se puso en pie.

—Esto es lo que sabemos. Como ya han oído, son excavadores. Nuestro suelo no significa nada para ellos porque su cuerpo es mucho más denso que el nuestro. Se les puede matar, aunque tienen una coraza muy resistente. Disparen a la parte más débil, en la unión entre los blindajes, pero aun así no será sencillo matarlos. Como equipos de búsqueda, su trabajo consiste en localizar, destruir y contar. Debo insistir sobre esto último, es muy importante contarlos.

»Seguro que algunos de ustedes se preguntan por qué no bombardeamos el valle desde el aire. Necesitamos tenerlos confinados. Con que uno se salve, el ciclo volverá a comenzar y escapará a nuestro control. El fuego aéreo es poco fiable, especialmente después de los sucesos de esta tarde: las criaturas se han sacrificado a sí mismas por el bien del grupo, así que la solución no es hacer una campaña aérea. Los doctores y yo pensamos que provocaría que los animales se alejasen de la superficie. La tierra y la arena son la mejor protección que existe contra las bombas y las balas.

»Cuando se levante esta sesión informativa, tenemos un regalo que nos han conseguido el Ejército y un ingeniero muy especial de la sede de la Universidad de California en San Diego. Estamos recibiendo un gran número de favores hoy aquí. —Jack se alejó y extrajo algo que había guardado detrás de él. Cuando lo mostró, parecía una armadura normal y corriente, de las que cubren pecho y espalda y se ajustan con unas cremalleras, igual que las otras—. Esta es una armadura desarrollada por Keneth Vecchio, un ingeniero mecánico y aeroespacial. Ha desarrollado una nueva armadura hecha de concha de abulón. La concha ha superado el test de lo que han denominado «profundidad de penetración», y es capaz de resistir el impacto de una barra de hierro que vaya a tres mil kilómetros por hora. Para que nos entendamos, se trata de un protector contra las balas. Y eso significa que a ese animal le va a costar poder morderla o arañarla, tal y como pueden ver. —Dejó el chaleco y sacó la protección de las piernas, que parecían espinilleras como las que llevan los catchers en el béisbol, y los brazaletes—. Estas piezas están fabricadas con el mismo material. A cada uno de ustedes se le proporcionará un equipo completo al abandonar la tienda. —Cuando Jack se percató de las miradas poco convencidas, añadió—: Bienvenidos al mundo de la biométrica. Para sobrevivir, estamos imitando otras formas de vida de nuestro mundo. —Se quedó callado durante un instante—. En este caso la de un abulón. —Las últimas palabras provocaron unas risas que sirvieron para que los duros soldados liberaran un poco de tensión—. Ahora, escucharemos unas rápidas indicaciones de Sarah McIntire, nuestra especialista en geología. —Collins hizo un gesto a Sarah, que estaba sentada en la primera fila.

McIntire fue hasta la tribuna con un mapa virtual de la zona. Lo desenrolló y lo colocó en el caballete que había preparado el coronel Fielding.

—Como pueden ver, nuestra zona de operaciones está rodeada por montañas de granito. Esta será la zona exterior del asalto. Los túneles parten en todas direcciones, como si los animales buscaran la forma más rápida y más sencilla de salir de aquí, una vez los suministros de comida se han terminado. —Sarah se alejó un momento del mapa, cogió un aparato que tenía el tamaño de una pelota de béisbol y lo mostró—. Este es un dispositivo de detección a distancia que será soltado sobre el valle desde el aire. Será capaz de detectar las vibraciones que se produzcan bajo tierra igual que los dispositivos RDV que han sido proporcionados a cada uno de los equipos. Estas unidades sobre el terreno enviarán una señal a un satélite de posicionamiento global y a un avión de control y vigilancia aérea que nos transmitirán las coordenadas para que puedan servir de ayuda a nuestros equipos. Evidentemente, nunca antes han sido utilizados de esta manera, pero…

—Gracias, especialista —dijo Collins, interrumpiéndola a propósito. No era necesario que los hombres supiesen qué pasaba si todo este material técnico fallaba.

McIntire se quedó mirando al comandante, captó la indirecta relacionada con la moral de la tropa y se sentó, dejando expuesto el mapa virtual. Las montañas eran el rasgo más significativo. Rodeaban el valle como si fueran carromatos dispuestos para defenderse de un ataque de los indios, solo que en esta ocasión los indios estaban también dentro del círculo.

—Muy bien, reúnanse con sus equipos de asalto asignados y buena caza —les deseó el coronel Fielding.

Los hombres y mujeres que formaban los equipos de asalto en los túneles abandonaron la tienda sin decir nada más. Jack los vio marcharse con varias dudas rondándole la cabeza. Necesitarían más tiempo para planear esta operación. No conocían el verdadero potencial de esos animales, quizá estaba conduciendo a sus hombres a una masacre.

Cuando el capitán Everett y Lisa Willing entraron, la tienda estaba prácticamente vacía.

—Jack, ¿querías ver a la encargada de comunicaciones Willing?

—Sí, así es —dijo Jack.

Lisa tragó saliva. No sabía qué podía ser; Carl le había dicho que no sabía de qué se trataba.

Sarah estaba allí recogiendo el mapa virtual y el resto de su equipo, preparándose para reunirse con su equipo de túneles.

—Especialista, ¿puede venir un momento, por favor? —le pidió Collins.

Sarah miró al comandante y luego a Lisa, que le hizo un sutil gesto con la boca dándole a entender que no tenía ni idea de qué estaba pasando. Sarah dejó su equipo y se acercó al reducido grupo.

Collins asintió mirando al coronel Fielding, que rápidamente abrió la portezuela de la tienda de campaña y dejó pasar a un hombre larguirucho y desgarbado. Llevaba algo en brazos que iba cubierto por una sábana blanca. Se acercó deprisa hasta la mesa de reuniones y dejó encima su pequeña carga, sin quitarle de encima sus viejas manos llenas de cicatrices. Con una de las dos manos, se quitó el sombrero de fieltro que llevaba puesto y saludó cortésmente a las señoras que había en la tienda. Luego se quedó mirando al comandante Collins.

Jack sonrió ligeramente y miró a Sarah y a Lisa.

—McIntire, Willing, tenemos algo que mostrarles. El coronel Fielding me hizo ver que en caso de que algo le sucediese a aquellos que tienen conocimiento de lo que están a punto de saber, no tendríamos a nadie más en la misión que pudiese proteger al efectivo más importante con el que contamos para el combate que nos espera. Así que las elegí a ustedes dos, por si acaso nos sucede algo a los que estamos al tanto de esto. Su misión en ese caso será asegurarse de que este elemento llega sano y salvo hasta el complejo. Si es necesario, deberán dar la vida para alcanzar ese fin. Willing, si ninguno de nosotros regresa de la operación de asalto en los túneles, deberá abandonar inmediatamente el Escenario Uno, regresar a Nevada con este paquete y entregárselo personalmente al director. Si sale con vida de los túneles, McIntire, usted formará también parte de la cadena. Otras personas tienen las mismas órdenes; ustedes serán solo las últimas fichas del dominó. ¿Me explico con claridad?

Las dos dijeron que sí con la cabeza.

—Muy bien. Este es el señor Gus Tilly, gracias a él tenemos algunas posibilidades en todo este lío. Gus, esta es Lisa Willing, Marina de los Estados Unidos, y Sarah McIntire, Ejército de los Estados Unidos.

Gus volvió a sonreír y a saludar con la cabeza.

—El Ejército ha cambiado un poco desde que yo estuve, y parece que para mejor.

—Gus, ¿haces tú las presentaciones?

Gus respiró hondo y quitó la sábana que había encima de su amigo. Lisa y Sarah se quedaron anonadadas mirando al pequeño ser que apareció sobre la mesa, y que parpadeaba ahora para acostumbrarse a la potente luz. Palillo miró alrededor algo nervioso hasta que vio los rostros amigos de Gus, Jack y el coronel.

—Señoras, les presento a Palillo. Es lo que se podría considerar un marciano.

Lisa dejó que su boca hiciera lo que le estaba pidiendo: abrirse. Sarah se rió y dio una palmada. Luego esbozó una sonrisa de oreja a oreja y se acercó al alienígena. Después se quedó mirando a Jack, quien tan solo moviendo los labios, le dijo: «Adelante». Muy lentamente, levantó la mano y se la tendió a Palillo.

—Bueno, no dejes a la chica así, muchacho, dale la mano —dijo Gus.

Palillo miró a Gus primero y luego a la mujer que tenía delante. A continuación, levantó lentamente su pequeña mano. Los largos dedos la rozaron suavemente y luego se cerraron en torno a los de ella.

Sarah se volvió hacia Lisa y la cogió de la mano.

—Esto justifica todo lo que estamos haciendo aquí, ¿no?

Lisa siguió con la mirada fija en Palillo; luego, poco a poco fue cerrando la boca y sonrió.

Jack tiró de Sarah y se la llevó con él afuera.

—Oye, he estado pensando en una cosa. ¿Tienes aquí ese mapa de la formación geológica de las montañas que nos rodean?

—Sí, lo tengo aquí —dijo ella.

—¿Lo puedo ver? Se me ha ocurrido una idea.

Julie, Billy y Tony fueron conducidos al interior del mismo agujero que Julie había estado mirando antes desde la cocina. Le había rogado al francés de pelo rubio que dejaran allí a Tony y a su hijo. Pero el francés había insistido, con buenas maneras, con unas maneras demasiado educadas, según la opinión de Julie, así que continuarían todos juntos.

Los primeros en descender en rápel por el agujero fueron tres miembros del comando del francés. A solo cuatro metros de profundidad, contando desde el suelo de la cocina, el túnel giraba en dirección sur. El pulido y redondo túnel tenía alrededor de dos metros de diámetro. El olor que se respiraba tenía ese toque metálico que recordaba al de los mataderos. Mientras bajaba centímetro a centímetro por la cuerda, Julie se dio cuenta de que toda la suave y brillante superficie del túnel estaba embadurnada de sangre. En silencio rogó por que no fuera la sangre de Hal.

Julie esperó a que Farbeaux llegara a la superficie del túnel y se le acercó, zafándose de uno de sus hombres.

—¿Qué es lo que espera que hagamos? —preguntó.

—¿Que hagáis? Nada. Quizá nos sirváis a mí y a mis hombres para ganar algo de tiempo, si es que nos encontramos con nuestros huéspedes de aquí abajo. —Farbeaux sonrió y la apartó sin demasiadas contemplaciones para seguir su camino hacia el interior del oscuro túnel. El francés sabía que por una pequeña muestra del ADN de ese animal conseguiría una suma incalculable, y que tener la vida de tres rehenes estadounidenses podría venirles bien a la hora de salir de aquel pueblo.

Base de la Fuerza Aérea de Nellis, Grupo Evento

9 de julio, 14.35 horas

Niles se encontraba en medio de una videoconferencia con Virginia Pollock comentando las autopsias de los animales que habían recogido. Alice estaba escuchando.

—Si nace la tercera generación, las cosas se van a complicar mucho. Serán demasiados para poder contenerlos. Y ya has visto el enfrentamiento con los cazas de las Fuerzas Aéreas. Se han adaptado a la ligereza de nuestra atmósfera, aunque no estamos seguros de si la progenitora tiene esa misma capacidad porque aún no la hemos visto. En cualquier caso, estaban tratando de buscar los límites del valle y seguramente esos especímenes que fueron atacados por nuestros aviones eran exploradores que habían sido enviados en busca de nuevos y verdes pastos.

Niles se frotó los cansados ojos y miró un momento a Alice; luego, volvió a mirar a cámara.

—¿Por qué piensas que no han salido del valle todavía? Podrían estar camino de Phoenix o de Alburquerque.

—La autopsia de los restos de uno de los animales que fueron bombardeados indica que su estómago estaba completamente vacío. Por eso se alejaron del grupo principal: fueron a explorar los alrededores porque tenían hambre. Al evacuar a los civiles hemos retirado su fuente de alimentación, así que suponemos que antes de partir intentarán buscar alimento —contestó Virginia.

Niles la miró con gesto preocupado.

—El único alimento posible que hay en la zona consiste en los equipos que hay sobre el terreno.

—Sí, esa es la conclusión obvia.

De pronto, Jack apareció en el monitor acompañado de Sarah.

—Niles, se me ha ocurrido algo. Quizá sea el plan B que necesitamos. —Jack le hizo un gesto a Sarah y esta se quitó el casco.

—Señor Compton, ¿tiene usted ahí el mapa de realidad virtual 00787? —preguntó ella.

Sin perder un instante, Niles pulsó las teclas pertinentes en su teclado. Enseguida, una colorida perspectiva del valle apareció en el monitor. Niles la examinó y comprobó que la numeración era la correcta.

—Ya lo tengo —le dijo, mientras Alice se colocaba a su lado frente a la gran pantalla.

—¿Ve usted la parte oriental del valle? —preguntó Sarah.

—Sí —dijo Niles.

—El comandante se ha dado cuenta de un detalle que a mí se me había pasado por alto. El estrato rocoso desciende en algunos puntos hasta más de seiscientos metros de profundidad, pero en la parte este se estrecha muchísimo; en el extremo oriental hay un hueco en el círculo montañoso. El estrato rocoso es prácticamente inexistente.

—No le sigo, ¿qué es lo que quiere decir? —dijo Niles.

—Niles, los animales intentarán salir del valle por el punto que sea menos resistente. Es posible que elijan el flanco oriental, porque en esa zona el estrato montañoso es muy poco profundo. Es un embudo, Niles, un embudo —dijo Collins.

Compton por fin lo entendió.

—¿Quieres decir que se puede tender una trampa?

—Exacto, necesitamos una compañía de ingenieros en el punto en que las montañas desaparecen, donde no hay más estrato rocoso. Necesitamos que accedan allí y que coloquen uno de los paquetes de MacDill a unos trescientos metros de profundidad —dijo Collins.

—Sí, te entiendo, Jack, pero ¿cómo vamos a conseguir que no accedan a ese punto antes de que estemos listos? —preguntó Niles.

Alice lo comprendió todo y cogió a Niles del brazo.

—Los equipos de los túneles tendrán que mantenerlos ocupados un rato, Niles, eso es todo.

El director se puso en pie y miró a Jack y a Sarah.

—La única forma de conseguirlo es convertiros vosotros en objetivos, Jack. Tenéis que intentar sacarlos, pero estáis en su terreno, maldita sea.

—Niles, ¿puedes conseguir que los ingenieros estén ahí cuanto antes? —preguntó Jack.

—Allí estarán, comandante —se oyó decir a una voz desde el umbral, que cogió a todos por sorpresa.

Alice y Niles se dieron la vuelta y vieron al senador Lee en la puerta, apoyado en su bastón, mirándolos fijamente, vestido con un batín de color rojo y unas zapatillas de andar por casa. Alice y Niles se pusieron inmediatamente de pie, sorprendidos de verlo allí.

—¿Pensabais que os ibais a librar de mí tan fácilmente? —bromeó mientras miraba a Alice—. Vais a tener que hacer algo más que esconderme los pantalones, tanto tú, mujer, como tú… usurpador.

Alice volvió en sí y arrojó el cuaderno de notas sobre la mesa. Niles no sabía cómo reaccionar, así que volvió a hacer algo que estaba convirtiéndose en algo muy habitual últimamente, se dejó caer en la silla y movió la cabeza hacia los lados con gesto de incredulidad.

—Tiene que volver a la clínica —dijo Alice, acompañando a Lee hasta llegar al sofá.

—¿Puede alguien contarme cómo está yendo la guerra? ¿O tengo que esperar a ver la maldita película?

Niles le explicó el plan de Jack al senador, quien escuchó sentado, cerrando el único ojo que conservaba.

—Jack, sé exactamente lo que necesita, y quizá pueda conseguirle un cebo que hará que los animales contribuyan con toda seguridad en su propia destrucción. Ustedes dos prosigan con la misión, nosotros nos encargaremos de todo desde aquí.

—Sí, señor, me alegro de verle tan decidido a trabajar hoy —manifestó Jack sonriendo a la cámara; luego, puso la mano encima del hombro de Sarah y salió del plano.

—Muy bien, chico listo, ¿qué podemos hacer para aprovecharnos de que sabemos por dónde intentarán huir si los equipos los persiguen?

—Bueno —dijo Niles mientras observaba a Lee—, tal y como ha dicho Jack, podemos mandar a algunos ingenieros a ese hueco en medio de las montañas, agujerear hasta donde se pueda y poner una bomba. Una bomba de neutrones bastará, una que no emita radiación. Eso debería acabar con todos, a menos que se escondan debajo de algún estrato de roca a más profundidad y pasen por debajo de las montañas por algún punto.

—Quizá estemos esperando demasiado de esos animales —dijo Lee—. ¿Son capaces de razonar o son simples bestias salvajes? Eso no lo sabemos, y la única opción que tenemos es tratarlos como animales. Es posible que, tal y como ha dicho el comandante, elijan el camino más fácil, por donde tengan que excavar menos. Debemos confiar en que sea su metabolismo el que los guíe, y no su cerebro. Así que, ahora mismo necesitamos que su ruta sea segura y muy tentadora. Que reúnan a todas las cabezas de ganado del valle y las metan en ese hueco.

Niles no hizo ningún comentario, pero asintió con la cabeza y marcó el punto en medio de las montañas con el dedo, marcando una línea en el mapa conforme su yema recorría la pantalla.

—Muy bien, ya está marcada la línea, ¿eh, Niles? Ahora coge el teléfono y cuéntale al presidente el plan de Jack —dijo Lee—. Si los equipos de túneles no cumplen su cometido, el comandante Collins va a tener que hacer algo inimaginable.

Niles se quedó mirando a Lee y movió la cabeza con gesto taciturno, confiando en que no tendrían que llegar a ese extremo.

—Cuando todo esté arreglado, tenemos que hablar de un correo electrónico que me acaba de enviar un traidor que trabaja para nuestros enemigos. Parece que cuando termine todo esto, tendremos que ir a visitar a un viejo amigo que vive en Nueva York.

Alice y el senador se quedaron sentados en el sofá charlando un poco. Daba la impresión de que ese correo electrónico que Lee había recibido le había servido de tonificante y de acicate para recuperarse y emprender una nueva misión.

Niles se puso en contacto con el presidente.

—Señor, el comandante Collins ha diseñado un plan bastante arriesgado. ¿Está preparado para escucharlo?

Collins fue detrás de Sarah y la alcanzó justo cuando ella llegaba junto a Everett y Lisa.

—Id con mucho cuidado, y nada de hacerse el héroe. —Se quedó parado, la miró a los ojos y luego miró a Lisa—. Los héroes quedan muy bien en las películas, pero eso es todo. —Luego sonrió a Sarah, se dio la vuelta y se marchó.

Sarah sonrió con gesto triste a Lisa y a Everett, y se dirigió a la fila para recoger su armadura, dejando a Lisa y a Everett a solas.

—He tomado una decisión —dijo Lisa mientras veía alejarse a su amiga.

—¿Y cuál es? —preguntó Everett, sin importarle que los vieran hablando. Llegados a este punto, se podían meter la normativa del Congreso por alguno de esos agujeros de mierda.

—Voy a abandonar el Ejército.

—No, ahora que Jack es el responsable, la seguridad del Grupo está en las mejores manos posibles. Soy yo el que lo va a abandonar.

Lisa se quedó muda.

—Y eso significa que en cuanto se acabe todo esto nos vamos a Houston a ver a tus padres y nos casamos. Es una orden.

Ella sonrió y le dio un puñetazo en el hombro.

—¡Ay! —Eso fue todo lo que el seal llegó a decir.