Capítulo 27


Montañas de la Superstición

9 de julio, 10.00 horas

Tras estrecharse la mano y ponerse un poco al día, Jack le explicó a Fielding en qué consistía su misión. Aceptó bastante bien el hecho de estar allí en una misión no oficial, como «consejero» y a las órdenes de un comandante. Tampoco se inmutó cuando Jack lo condujo hasta una mesa para que firmara un extensísimo documento que regulaba la confidencialidad y la revelación de secretos.

Fielding se quedó mirando a Jack y se frotó su calva cabeza con una mano.

—¿Para quién demonios trabajas, Jack?

Collins se quedó mirando también al coronel; una respuesta silenciosa pareció fluir entre los dos oficiales.

—Para la misma persona para la que trabajas tú —dijo al fin.

—Entiendo, nada de preguntas.

Jack asintió con la cabeza.

Collins entró en la tienda de campaña seguido del coronel Sam Fielding. Este había escuchado sin inmutarse todas las instrucciones de Jack.

—Tenía que haber sabido que el gobierno ocultaba algo en Roswell —comentó.

El grupo de Sam de la 101 se desplegaría para, siguiendo con la historia de la cuarentena, establecer la seguridad en el pueblo y también en el Escenario Uno. Eso permitiría al personal del Grupo Evento tener las manos libres para, junto con el contingente Delta-Ranger, formar los equipos de túneles. Jack hizo que todas las tropas que llegaban firmaran las órdenes referentes a la confidencialidad y a la no revelación de secretos, en las que básicamente le garantizaban al gobierno que mantendrían la boca cerrada para siempre.

Los dos hombres se pusieron mascarillas y entraron en la improvisada zona de autopsias. Allí se encontraron con un médico que los condujo hacia la zona de análisis dentro la espaciosa tienda de campaña del Ejército. Allí se encontraban varias de las extrañas cajas metálicas halladas en el lugar del accidente. Los equipos estaban usando herramientas de pequeño tamaño, cepillos e hisopos de algodón para extraer diminutas muestras de los contenedores. A mano izquierda, en una de las paredes había un gran vidrio transparente a través del cual se veían los equipos trabajando con material de alta tecnología, aunque justo en ese momento la mayoría estaban ocupados mirando a través de los microscopios.

—Hola, Jack —saludó Denise Gilliam mientras se les acercaba y se quitaba los guantes quirúrgicos.

—Denise, este es el coronel Sam Fielding. Los dos servimos juntos en el golfo Pérsico hace un millón de años. Coronel, la doctora Denise Gilliam, nuestra responsable en patología forense.

El coronel y la doctora se dieron la mano.

—¿Qué han descubierto por el momento, doctora? —preguntó Collins.

Gilliam se dio la vuelta y señaló la escena que tenían delante.

—Hemos recogido muestras de ADN de esos veintisiete contenedores pertenecientes a más de trescientas especies alienígenas —dijo, y se dio cuenta de la confusión que habían producido sus palabras—. Creemos que esos contenedores son como cubos de basura que son usados una y otra vez. Sabemos que en este viaje en particular estaban vacíos, ya que en ninguno de ellos hemos encontrado ninguna muestra de vida reciente. Hemos enviado algunas muestras de especímenes en un caza a Helicos BioSciences en Cambridge. Pero, como les decía, las jaulas estaban vacías.

—¿Todas? —preguntó el coronel.

Ella se quedó mirando a Jack, quien le hizo un gesto para que continuara.

—No, señor, una de ellas estaba ocupada en el momento del impacto. —Señaló uno de los recipientes, que estaba hecho trizas—. Hemos conseguido recoger el ADN de una criatura desconocida en este planeta. —Puso una mano en la parte del contenedor que había quedado destrozada—. Hemos encontrado pelo, o lo que nosotros consideramos que es pelo. En realidad, se parece más a las púas de un puercoespín. Creemos que juegan un papel importante en la mecánica del sistema sensorial de este animal en concreto, ya que los nervios llegan hasta el extremo de los folículos. Estamos analizando las muestras otra vez para estar seguros de los resultados, pero parece que, desde el punto de vista anatómico, lo que había dentro de ese contenedor es diferente a cualquier forma de vida que conozcamos.

—¿A qué se refiere? —preguntó Jack.

Denise se volvió, miró por la ventana y fijó su atención en el resto de patólogos, que, en colaboración con los paleontólogos, no dejaban de trabajar ni un solo instante.

—Su estructura molecular no tiene sentido —dijo mirando la zona en la que trabajaba su equipo—. No debería de poder existir —dijo con la voz temblorosa.

—No le sigo —dijo Fielding.

—Lo que quiero decir es que su cuerpo debería hundirse contra el núcleo de este planeta. Tiene una estructura tan densa que no debería ser capaz de vivir en este mundo, o en ninguno a los que hasta ahora han llegado nuestras sondas espaciales.

—¿Puede extenderse más al respecto? —dijo Collins.

—Lo intentaré, caballeros. ¿Alguna vez han tirado una piedra a un lago y la han visto hundirse en el agua?

Los dos asintieron.

—Pues eso mismo es lo que esa criatura debe de poder hacer en este mundo. Para ella, la tierra firme es igual que el agua para nosotros. Debe de ser capaz de nadar literalmente a través de nuestro suelo.

—¿Quiere decir que puede hacer túneles o excavar? —preguntó el coronel.

Gilliam lo miró un momento y se quedó pensando.

—La estructura atómica de ese animal no tiene nada que ver con la nuestra o con nada de lo que nos rodea. Nosotros estamos formados de átomos, y lo mismo pasa con el suelo que pisamos o los muebles sobre los que nos sentamos, y esos átomos están siempre en movimiento. Un átomo gira en torno a otro que gira en torno a otro, y este otro en torno a otro más, y ninguno de ellos se toca, pero a nuestros ojos dan la impresión de formar un objeto sólido. Este animal está compuesto de átomos que están unidos en grupos de ocho o diez, no de átomos individuales como los nuestros, así que su estructura es mucho más sólida que la nuestra. Así que no, no es que haga túneles o excave, coronel. Simplemente es capaz de correr, o de hacer lo que sea, por el interior de la tierra a mucha más velocidad de lo que nosotros podemos andar o correr en nuestra atmósfera. He puesto el ejemplo del agua porque no se me ocurría uno mejor. En nuestro aire, o en la superficie de la tierra si prefiere, se desplazaría ocho veces más rápido de lo que nos movemos nosotros, o quizá más de ocho. Todo esto no son más que conjeturas, porque el hecho de que esté aquí y de que permanezca con vida, es aún, desde nuestra perspectiva de la ciencia y del universo, una imposibilidad.

—Eso significa que si nos encuentra primero, puede suponer una amenaza para mis hombres —dijo Fielding, a quien, como todo buen comandante, lo que más le importaba por encima de todo era el bienestar de sus soldados.

—Está bien, ¿y qué hay de los otros? —preguntó apresuradamente Jack.

—Bueno, no son tan distintos a nosotros. Murieron debido al impacto, eso está claro. Las heridas que tiene uno de ellos son tan profundas que suponemos que debió de morir en el acto. El otro parecía estar dormido. Los dos estaban llenos de cicatrices, como si hubieran tenido una existencia repleta de violencia. Algunos de mis hombres piensan que se trata de cicatrices producidas en el combate, ya que muchas parecen provocadas por garras, o uñas si lo prefieren, mientras que otras son claramente marcas de dentaduras. Puede que estos seres provengan de una sociedad violenta o combativa, o quizá estuvieran subyugados por otros.

—Doctora, centrémonos ahora mismo en esa criatura que parte el acero alienígena como si fueran hojas de papel —dijo Jack, palpando las zonas rasgadas de la jaula—. Creo que tenemos que…

Gritos de alarma procedentes del exterior interrumpieron a Jack.

Los tres se giraron y se quedaron escuchando mientras el griterío invadía el campamento y la zona del accidente. Luego, se dirigieron hacia la portezuela de la tienda de campaña, pero antes de llegar, Mendenhall, que acababa de regresar del pueblo acompañando al coronel Fielding, les salió al paso.

—Comandante, tenemos un visitante aquí fuera y dice que quiere ver a la persona que esté al mando del choque del platillo volante; esas han sido sus palabras, señor.

—Menos mal que se iba a establecer una zona de seguridad antes de que la noticia falsa ocupara todas las portadas —dijo Collins.

Tras quitarse las mascarillas salieron al exterior. El sol brillaba con fuerza y hacía que les llorasen los ojos. Se quedaron allí de pie y vieron cómo dos hombres armados del equipo de seguridad escoltaban al viejo hasta el lugar en el que se encontraban. El viejo llevaba un sombrero de fieltro marrón, unos vaqueros que parecían bastante nuevos y unas gastadas botas de vaquero. Daba la impresión de que se acababa de afeitar: llevaba como mínimo tres pedazos de papel higiénico pegados en distintos puntos de las mejillas y la barbilla para contener la hemorragia de las heridas que él mismo se había provocado tras hacerlo a toda prisa con una maquinilla poco afilada.

—Este hombre acaba de subir por la montaña, señor. Ha venido directamente al lugar donde estábamos ocultos y ha pedido hablar con la persona al mando —dijo uno de los hombres—. Íbamos a decirle que se largara, pero nos ha exigido hablar con el tipo que estuviera a cargo del accidente del platillo. Es como si supiese perfectamente que estábamos allí, señor.

Collins se acercó hacia el hombre más viejo y alto. Se le quedó mirando, luego le extendió la mano.

—Soy el comandante Jack Collins, del Ejército de los Estados Unidos. ¿Usted es…?

El tipo se quedó mirando a Collins, luego dirigió la vista a la zona del accidente que tenían alrededor y a todas las tiendas de campaña que habían surgido durante la noche.

—Gus Tilly. Busco oro en esta parte de la montaña —dijo sin darle la mano al comandante. En vez de eso, se quedó mirando el extraño uniforme Nomex de color negro—. No se parece mucho al que llevábamos en Corea.

—Ejército de Estados Unidos, señor, eso lo que somos y quienes somos —dijo Collins, señalando a los hombres y mujeres que tenía alrededor. Siguió con la mano derecha tendida y con la otra se quitó un parche de velero adherido al hombro derecho que ocultaba una pequeña bandera estadounidense.

El viejo la miró con alivio y luego tomó la mano de Jack y la estrechó fuertemente.

—¿Por qué piensa que se trata de un platillo volante? Aún no sabemos muy bien lo que es.

El hombre se dio la vuelta y se protegió del sol con la mano. Luego, con sus viejos ojos grises, miró fijamente a Jack.

—¿No irá a decirme que fue un avión lo que se estrelló ni ninguna gilipollez parecida? Porque si es así, tendré que afirmar que es usted un mentiroso.

—Bueno, tranquilo, señor Tilly. Lo único que decimos es que no estamos seguros de lo que es. ¿Por qué cree usted que es un platillo volante? —preguntó Jack.

—Porque, muchacho, tengo al tipo… al piloto, o como quiera llamarlo, que condujo aquí esa maldita nave —dijo Gus mirando a Collins, y luego al coronel Fielding—. Y os voy a contar otra cosa. Será mejor que escuchéis lo que os tiene que decir, porque estamos metidos en algo muy gordo.

La parte superior del valle rocoso se había transformado en un campamento militar, mientras que las carreteras de la parte inferior eran ahora un lugar de confinamiento de civiles. Periodistas llegados desde puntos tan lejanos como Los Ángeles habían acudido tras enterarse de los rumores acerca del ganado mutilado y los dos agentes desaparecidos, y ahora circulaba también una historia de la posible implicación en los hechos de una banda de salvajes motoristas.

Los efectivos de la 101 iban reuniendo a cada equipo de informativos conforme llegaban a la pequeña población de Chato's Crawl, sin hacer caso de los gritos e insultos con los que reivindicaban sus derechos. En cuanto vio cómo el Ejército aparecía y acorralaba a su equipo de noticias, Ken Kashihara supo que aquello no tenía nada que ver con ninguna banda de motoristas. Tres autobuses llenos de periodistas y de chiflados aficionados a las teorías conspiratorias habían sido ya desalojados del pueblo, y eso le preocupaba. No se creía en absoluto esa historia de la enfermedad del ganado; su instinto le decía que algo estaba pasando y que era muy grave.

Ken cogió a su cámara y se lo llevó a la parte trasera de la zona acordonada. Por lo menos, quería ser de los últimos periodistas en ser desalojados.

Complejo del Grupo Evento

10.15 horas

Sarah recorrió la línea de logística haciendo acopio del material que necesitaba para la misión. Había recogido unas gafas de visión nocturna, un cinturón, una cantimplora, un RDV portátil, con el que se había entrenado en la localización de ríos subterráneos, y un uniforme de batalla Nomex. Le sorprendió que le dieran después un arma que solo había disparado en una ocasión en el tiempo que llevaba en el Grupo; pensó que debía de estar en fase experimental. El intendente del Grupo Evento le proporcionó un XM8, el nuevo fusil de asalto desarrollado por el Ejército de los Estados Unidos. Venía en un armazón de SMG/PDW, lo cual significaba que llevaba incorporada la culata y que los cargadores que usaba eran pequeños. Aquello era excelente para el trabajo que tenía que desempeñar Sarah en túneles y otros lugares con muy poco espacio disponible. El intendente le entregó trescientas balas perforantes de calibre 5.56 mm repartidas en treinta cargadores.

—Dios mío, ¿cómo carajo hemos conseguido estas armas? —preguntó Steve Hanson.

—Las armas son cortesía del comandante Collins. No sé cómo lo hizo, pero movió algunos hilos y hace solo una hora recibimos cien de estas.

Sarah aceptó su fusil y firmó el recibo. No podía evitar preguntarse dónde iban y qué demonios era lo que había allí para necesitar algo como esto.

—Sargento…

—Nada de preguntas, jovencita, recibiréis instrucciones al llegar allí. Ahora, al piso de traslados —ordenó el bronco intendente.

—Bueno, Sarah, tú estabas deseando participar en una misión, espero que estés contenta —dijo Steve mientras recogía su equipo.

—Sí, pero también un poco preocupada —dijo mientras lo seguía hacia los montacargas, acelerando el paso para poder ser una de las primeras en subir en el helicóptero.

Mando de transporte aéreo militar, Vuelo 241 Bravo, sobrevolando Taos, Nuevo México

9 de julio, 10.25 horas

Los cuatro motores a reacción del enorme C-5 A Galaxy aullaban una nana para que los cien soldados que transportaba en su profunda y oscura barriga se durmieran. A diferencia de los vuelos chárter habituales del Ejército, en que los asientos eran iguales que los de los aviones comerciales, en esta ocasión iban sentados en asientos hechos de lona y sujetos con correas a los lados y a la parte central de la nave.

Treinta efectivos de la unidad Delta, la unidad secreta de élite del Ejército de los Estados Unidos, también conocida como Luz Azul, observaban al grupo más bullicioso de setenta soldados derivado de las compañías B y C del Tercer Batallón de los Ranger de los Estados Unidos, que no paraban de hablar de chicas o del lugar del que provenía cada uno. Los miembros de la Fuerza Delta revisaban sus armas y se comunicaban mediante susurros. Se habían quitado los cascos de color negro y se habían ajustado las correas que iban bajo barbilla antes de volver a ponérselos. Al abandonar Fort Bragg, donde habían entrenado durante los últimos meses junto con esos mismos Ranger para ejecutar una misión en África, que de pronto se había desbaratado, les habían proporcionado pequeños cilindros de oxígeno y unas gafas de visión nocturna. También habían recibido los nuevos rastreadores direccionales de vibración, o RDV, del mismo tipo que los que usan los geólogos para detectar temblores diminutos u otras anomalías y determinar en qué dirección se producen.

—¿Para qué demonios necesitamos estas cosas? —preguntó un joven soldado ranger de primera clase.

—¿Quién sabe? A lo mejor quieren que nos metamos en un volcán esta vez —susurró su sargento, mientras comprobaba las balas de calibre 5.56 mm de uno de los cargadores.

—¿Te has enterado de la última? —gritó por encima del ruido del motor el soldado de primera clase, acaparando la atención del resto de la Fuerza Delta y Ranger—. He oído que nuestro objetivo está en algún lugar del desierto.

—¿Dónde? ¿Aquí en los Estados Unidos?

—Eso es lo que he oído; seguramente se trata de más entrenamientos para lo de Libia o algo de eso.

—Bueno —dijo el sargento, dándole unas palmaditas a la culata del rifle Barrett de fabricación especial de calibre 50—, sea lo que sea, espero que no le guste mucho respirar.

Chato's Crawl, Arizona

11.20 horas

Farbeaux observó complacido cómo sus hombres se preparaban. Todos habían formado parte de comandos del Ejército francés y habían participado en todo tipo de operaciones: desde ofensivas en África hasta acciones clandestinas en Sudamérica.

Estaban colocados alrededor del ascensor hidráulico en la gasolinera Texaco de Phil. La gasolinera estaba cerrada y Farbeaux suponía que el dueño estaba fuera junto con el resto de la gente del pueblo, intentando ver qué era lo que ocurría. Farbeaux había tenido un golpe de suerte con el localizador que había rociado sobre la mano de Mendenhall y que le había traído directamente hasta aquí. Él y sus hombres habían esquivado dos veces a un grupo que iba en busca de rezagados para llevarlos hasta el bar-asador y retenerlos allí. Él y sus hombres habían llegado esa mañana, poco después de la aparición del primer American C-130, en uno de los helicópteros que habían sido ahora declarados en cuarentena.

Farbeaux, que iba vestido de manera informal, estaba esperando a que su teléfono sonase; sabía que lo iba a hacer y en esta ocasión había decidido contestar. Tan solo tuvo que dejar pasar un minuto. Miró cuál era el número que llamaba y luego metió el móvil en el codificador portátil.

—Legión —fue lo único que dijo.

—Si se me permite el atrevimiento, ¿se puede saber qué estás haciendo?

La persona que llamaba era la que el francés estaba esperando: Hendrix en persona.

—Eres un imbécil. Si tratas de trabajar sin el respaldo de los expertos de Centauro, tú y los idiotas que te acompañan vais a acabar hechos pedazos. Has eliminado a dos de mis equipos, y puedo perdonarte por eso, pero si no haces lo que te pido con este asunto, no habrá sitio en el mundo donde puedas estar a salvo. Cumple tus compromisos con Centauro inmediatamente.

—Creo que no habría vivido lo suficiente para darte las gracias por la bala que queríais meterme en la cabeza. Voy a hacer acopio de toda la tecnología que pueda y…

—Estúpido hijo de puta, ¿te crees que nos interesan los avances tecnológicos? Ya tenemos todo lo que necesitamos —se burló Hendrix—. Lo que puede que haya ahí es algo mucho más importante que esas tonterías por las que vas por ahí regateando. Si consigues salir de esta sin ser devorado, voy a quemar delante de ti cada objeto de tu colección privada y luego te meteré yo en persona esa bala de la que hablas, ¿entien…?

Farbeaux pulsó un botón del codificador y la llamada terminó.

No, amigo mío, no vas a hacer eso. ¿Y cómo que «ser devorado»? Además, he descubierto lo suficiente acerca de ti y de los secretos que guardas en tu sótano: seguro que a cierto senador le resultan muy interesantes, pensó mientras cogía un ordenador portátil y empezaba a escribir aquello que le iba a servir de salvoconducto.

13 kilómetros al sur de Chato's Crawl, Arizona

9 de julio, 13.00 horas

Billy apagó el quad y recorrió, con el motor apagado, los últimos tres metros. El vehículo de cuatro ruedas llevaba la suficiente inercia como para desplazarse por el patio abandonado y a punto estuvo de chocar con las tablas de madera podrida del porche delantero antes de detenerse por completo. El chico se quitó el casco y miró a su alrededor. El gallinero estaba lleno de gallinas, pero a diferencia de otras ocasiones, ahora estaban amontonadas en un rincón del corral, con un gran gallo rojo haciendo guardia delante de ellas. Buck no estaba metido en el establo: eso quería decir que Gus continuaba aún en las montañas.

Ya estaba a punto de volver a ponerse el casco cuando, por el rabillo del ojo, vio moverse algo en la ventana de la cocina. Tragó saliva y se quedó pensando en quién o qué era aquello que lo estaba vigilando. El chico no tuvo ninguna duda de que estaba siendo observado: los pelos del cogote se le habían erizado. Gus le había dicho una vez que eso, para un hombre acostumbrado al desierto, era una señal de peligro. Billy intentó ponerse el casco, pero sintió que sus brazos no le respondían. Se giró lentamente y miró en dirección a la ventana. Allí no había nadie.

Negó con la cabeza, tratando aún de reunir el valor necesario como para salir de allí. Por cosas como esta, su madre nunca le dejaba ver esas películas de terror que ella se quedaba viendo hasta tarde en televisión. Le decía que, a la hora de asustarse, los chicos de ahora no tenían la paciencia necesaria que ella tenía cuando era joven. A Billy aquella le parecía la declaración más estúpida que había escuchado en su vida. Volvió a mover la cabeza hacia los lados, incapaz de creerse lo asustado que estaba; lo cual seguramente quería decir que por fin había aprendido a tener paciencia.

En vez de intentar ponerse el casco, lo que hizo fue respirar hondo y tranquilizarse. No iba a dejar que el miedo a algo que no se encontraba allí delante lo asustara. ¿Qué iba a pensar Gus? Seguramente diría que Billy no estaba preparado para acompañarlo a las montañas; sí, seguro que decía eso.

Billy dejó el casco sobre el manillar y se quedó mirando a la casa. Todo parecía normal.

—¡Eh! —gritó con valentía en dirección a la cabaña.

Sus ojos recorrieron las ventanas delanteras buscando alguna señal de movimiento. Volvió a respirar profundamente. No percibió ninguna actividad, pero notó otra vez que estaba siendo observado. De pronto, le asaltó un pensamiento espantoso: ¿Y si Gus estaba herido? Podía ser que Buck siguiese en las montañas y que Gus hubiera vuelto y hubiese sufrido un infarto o algo parecido.

Esa idea lo ayudó a hacer acopio de valor. Saltó desde el quad y fue corriendo hasta el porche. Una vez allí, vio a través de la vieja puerta mosquitera que la puerta delantera había sido reparada. Había varios clavos apuntando en distintas direcciones, algunos estaban completamente doblados. Billy se detuvo y volvió a examinar la situación.

—Eh, sé que estás ahí dentro.

Siguió sin haber respuesta. Dio un paso, y luego otro. Puso un pie en el primer escalón y a continuación el otro. Tragó saliva otra vez y se quedó mirando la puerta. Luego, volvió la mirada hacia la ventana que había en la esquina, encima del catre de Gus. ¿Se había movido la persiana? Empezó a retroceder, luego volvió a pensar en Gus. Subió el siguiente escalón y llegó frente a la puerta. Puso la mano sobre la puerta mosquitera y la abrió con facilidad hacia sí, notando un estremecimiento cada vez que el muelle hacía ruido. Luego posó su temblorosa mano sobre el pomo de vidrio y cerró los ojos. Hizo girar el pomo, pero se paró un momento y pensó que era un imbécil. Le había tomado el pelo una vez a su madre, y había visto demasiadas películas en que una puerta era lo único que separaba a un chico estúpido de los horrores de un asesino que esperaba justo al otro lado. Mientras pensaba todo esto se dio cuenta de que en la parte central de la puerta no habían puesto todos los clavos y que una de las esquinas estaba suelta.

Billy tragó saliva, dio un paso atrás y examinó la reparación. Estaba claro que había sido Gus. Bob Vila no había sido. Con una mano sostuvo la puerta mosquitera, se inclinó hacia delante y miró a través de la grieta. No vio más que oscuridad. Sabía que todo aquello era una tontería, pero aun así era incapaz de decidirse a abrir la puerta. Miró a su espalda para cerciorarse de que no había nada que lo acechara por ese lado, luego se apoyó sobre una rodilla e insistió en mirar. Esta vez el interior le pareció todavía más oscuro. Así que Billy se agachó aún más… y vio un inmenso ojo negro parpadear. Billy se puso en pie y la puerta mosquitera se cerró golpeándole en el trasero y tirándolo al suelo. Se quedó completamente quieto y oyó cómo algo se movía al otro lado de la puerta.

De pronto, la puerta tembló y las ventanas empezaron a vibrar. La mosquitera ondeaba como las alas de un pájaro, y en uno de los vaivenes, Billy estuvo a punto de arrancarla de las viejas bisagras a las que estaba fijada. El muchacho avanzó unos pasos a tientas y cayó de espaldas, rodando por las escaleras del porche: un huracán de viento, polvo y hierbas secas empezó a impactar contra él. El ruido provenía de la parte trasera de la casa, luego se quedó estancado y empezó a avanzar, como si se aproximara por encima del techo. Billy gritó, pero no consiguió que su garganta emitiese ningún sonido: todo alrededor se convirtió en un gigantesco torbellino de arena del desierto y de viento. Finalmente, una de las ventanas delanteras de la cabaña de Gus se rompió y los cristales se esparcieron por todas partes. Luego, una sombra descendió sobre el porche y el patio delantero, al mismo tiempo que el ruido espantoso y la vibración no solo no se acallaban, sino que aumentaban enormemente su intensidad. De pronto tuvo la sensación de que el mal estaba ahí fuera, y no dentro la casa, así que intentó ponerse en pie, pero le pasó como en esos sueños horribles donde intentas caminar pero tus zapatos se quedan pegados al suelo, como si este estuviese hecho de sirope o de algo igual de denso y pegajoso. Finalmente consiguió abrir la puerta mosquitera, pero esta se cerró enseguida golpeando contra la casa y haciendo que saltaran las bisagras. Luego, vio aterrorizado cómo la puerta salía volando del porche.

—¡Dios mío, Dios mío, Dios mío! —gritó mientras giraba el pomo de la puerta, conseguía abrirla y se metía dentro a toda prisa.

Estaba en medio de la cocina cuando vio cómo algo destrozaba la puerta de atrás de la cabaña y una figura agazapada, oscura e imponente aparecía de pronto, y se quedaba allí quieta. Volvió a abrir la boca para gritar, pero de nuevo fue incapaz. Para acabar ya de arreglarlo, descubrió una cosa que trepaba por la pared y que chillaba mientras trataba de alejarse de la figura oscura. Era una cosa pequeña y llevaba una camisa blanca que el viento que entraba por la puerta agitaba como si se tratara de una capa.

Billy consiguió por fin gritar mientras la pequeña criatura de color verde corría hacia él y la figura más alta y oscura comenzaba a avanzar hacia el interior de la casa. Billy se dio la vuelta enseguida, dando la espalda a sus dos perseguidores. El más pequeño de los dos chocó con él por detrás y los dos se dieron de bruces en el porche con otra figura que era mucho más alta que ellos. Billy gritó primero y Palillo lo hizo después, al tiempo que los dos caían al suelo del porche tras rebotar con aquella cosa que tenían delante.

—Eh, tranquilos, tranquilos —dijo la alta figura mientras se destapaba la negra cabeza.

—¡Aaaaaah! —volvió a gritar Billy.

—¡Aaaaaaaah! —gritó Palillo después.

Billy se giró al lugar de donde venía el grito y los ojos se le abrieron como platos al contemplar lo que había allí. Palillo miró primero a Billy, luego a la figura más alta y luego otra vez a Billy, y los dos gritaron al mismo tiempo.

—¡Eh! —dijo una voz en medio del viento y de los escombros—, ¿Billy? ¿Palillo?

Billy dejó de gritar y vio por fin la primera cosa con sentido desde que había llegado allí. Gus venía corriendo desde el helicóptero de color negro que acababa de aterrizar; Billy levantó la vista y vio a un hombre moreno que guardaba una máscara de nailon negro dentro del casco que sujetaba en la mano. El hombre le sonrió mientras lo ponía en pie. Luego extendió el brazo de forma vacilante hacia la cosa que había detrás de él, pero prefirió esperar.

—Todo despejado —gritó el sargento Mendenhall desde el interior de la casa.

—Despejado aquí también —dijo Jack, sin dejar de mirar a Billy y al pequeño alienígena, y apartándose después para dejar sitio a Gus.

El viejo cogió a Billy y lo levantó del suelo del porche, luego extendió la mano hacia Palillo, que parecía estar tremendamente impresionado y que temblaba tan fuertemente como Billy.

—Veo que ya os habéis conocido —dijo mientras se giraba y le guiñaba un ojo a Collins.

Sentado en la cama, el alienígena observaba nervioso todo cuanto le rodeaba. Los visitantes se apelotonaban en la pequeña casa de una sola estancia. Palillo iba mirando y escuchando a cada uno de los hombres conforme estos hablaban, inclinando un poco la cabeza de vez en cuando y, con pulso tembloroso, bebiendo un poco de agua del vaso que Gus le había dado.

—¿Te encuentras mejor, Palillo? —preguntó Gus.

Jack se giró y miró al viejo. Este se le quedó mirando y sonrió.

—¿Palillo, así es como se llama?

—Más o menos, así es como lo llamo yo. Puede hablar igual que nosotros —dijo Gus—, pero ahora se ha emperrado en no decir nada. A veces me habla directamente a mí: «charla cerebral» lo llamo yo.

Jack se acercó hasta donde estaba Mendenhall, que había retirado la sábana sucia que cubría el cadáver del Gris, que seguía allí en el suelo.

—Qué feo es el hijo de puta, comandante —exclamó Mendenhall, sin que nadie le hubiera preguntado.

Jack se fijó en los agresivos rasgos del Gris y los comparó con los suaves del pequeño Verde. Al igual que le pasaba a Gus, no creía que el pequeño ser tuviera una imaginación capaz de haberse inventado todo aquello que contaba. Le pareció que aquellas dos razas eran tan distintas de temperamento como de aspecto.

—No es de las que te llevarías a casa a presentarle a tu madre, ¿eh, sargento? —Jack se giró hacia Gus—. ¿Este ser tenía las mismas capacidades telepáticas que su amigo, señor Tilly?

—No lo invité a tomar una cerveza y a charlar precisamente, así que no se lo puedo decir.

Collins se giró y miró al alienígena, que estaba sentado sobre la vieja cama, con la espalda apoyada en la pared. Los pequeños ojos se entrecerraron y la boca formó una línea completamente recta. Luego miró a Gus y los gestos se suavizaron; luego volvió a mirar a Collins.

—Destructor, ¿alimentando? —dijo el zumbido en forma de voz. Era como escuchar a través de una almohada mojada a alguien que estuviese hablando a través de un sintetizador.

—Sí, se está alimentando —contestó Collins tras superar el desconcierto provocado por la voz del visitante.

Crías, crías, crías, crías. Esta vez cerró los ojos y habló tan solo con Gus a través de la telepatía.

—Palillo dice que ha puesto unos pequeños monstruos, «crías» las llama —les tradujo Gus, con un gesto de dolor—. Cuando me habla así me produce un dolor de cabeza terrible, hasta me llega a sangrar la nariz y todo. Palillo, habla como las personas… —Gus se contuvo y añadió—: Usa tu voz.

—Entonces es cierto, es capaz de proyectar el pensamiento —dijo Jack.

—Si lo quiere llamar así… —contestó Gus.

—Palillo, este es el coronel Sam Fielding, del Ejército de los Estados Unidos —le dijo Collins con mucha delicadeza al pequeño ser mientras elevaba una ceja ante la respuesta de Gus, quien por su parte agachó la mirada, consciente de que había sido un tanto brusco con el comandante.

El coronel dio un paso al frente, sonrió de forma un tanto extraña al alienígena y a punto estuvo de saludarlo militarmente, de hecho llegó a hacer el amago con la mano, pero luego, avergonzado, se quedó mirando al resto de los presentes en la habitación y volvió a bajar el brazo.

Collins sonrió.

—Yo soy el comandante Jack Collins. ¿Sabías que tu raza había estado aquí antes? —Collins se agachó y se quedó observando al alienígena.

Palillo miró a un hombre y luego al otro, todavía algo confundido. Luego miró a Gus y después al chico, y se quedó sin decir nada.

—Hace más de cincuenta años —continuó Collins—. Creo que vas a hablarnos de una facción dentro de tu especie que pretende arrebatarnos este planeta.

El alienígena clavó la mirada en el comandante.

—Esa parte de tu sociedad ha decidido acabar con la vida en este planeta con esa cosa que tú llamas el Destructor, ¿estoy en lo cierto? —preguntó Collins.

—Los que nos hicieron estrellarnos… en vuestro mundo con el Destructor, nos atacaron. —Cerró los ojos y se quedó pensando—. Hicieron daño… a nuestra nave.

Collins asintió.

—Un ser igual que tú le contó una historia muy parecida a un hombre hace mucho tiempo. —Jack se sentó al pie de la cama—. El ser que era igual que tú le dijo que aquello podría volver a suceder. ¿Por qué han esperado todo este tiempo?

Todos se quedaron mirando cómo los ojos del alienígena se abrían más y más. Agachó su enorme cabeza y luego la alzó. Había entendido lo que le decía.

—Talkhan, el Destructor, hiberna. ¿Tenéis aquí animales… que duermen durante largos períodos? —preguntó, observando a cada uno de los presentes. Collins se dio cuenta de que estaba temblando, quizá temeroso de que le echaran la culpa de la situación en la que se encontraban.

—Sí, tenemos animales que hibernan —contestó Jack.

—La raza del Destructor se despierta cincuenta años en su mundo… Cogemos al Destructor para que le sirva a los Amos en otro mundo, es una forma fácil de…

Los hombres estaban todos contemplando al pequeño ser, esperando a que acabara de hablar, pero el alienígena tenía la vista fija en Billy.

—Palillo, no te pares ahora, sigue contándoles —dijo Gus.

Palillo tragó saliva, dejó de mirar a Billy y se quedó mirando a la ventana de la cocina.

—Es… una forma fácil… de limpiar vuestro planeta. Los Grises usan… al animal para limpiar de vida planetas sin explotar para utilizarlos para extraer… sus recursos y… crear asentamientos. El Destructor extermina al hombre y… a toda forma de vida en este… mundo —dijo con tristeza, dirigiendo la mirada al vaso de cristal—. Llevábamos el animal a otro mundo, no a este. El Gris nos atacó y nos hizo venir aquí.

—¿Los de tu especie estáis en contra de esta acción? —preguntó Fielding.

Palillo alzó sus grandes ojos y parpadeó.

—Nosotros enseñamos y trabajamos con las máquinas… Nosotros somos… ¿obreros? ¿Es así como… lo decís? Los de mi especie… tenemos miedo y… no podemos… hacer mucho —se lamentó mientras movía la cabeza hacia los lados—. Quiero ayudar… —Extendió los dedos hacia la pequeña cocina. A continuación, se levantó lentamente de la cama, se puso de pie y con tembloroso paso se encaminó hacia la ventana—. Es demasiado tarde, ya vienen las crías. No se puede parar, pero la cría tiene crías en doce… —Se llevó un dedo junto a la boca y se quedó pensando—. La cría tiene crías en doce… horas. Luego, más crías. —Siguió moviendo la cabeza hacia los lados con gesto de preocupación—. Y más crías, crías más inteligentes, inteligentes crías más. —Se quedó observando el suelo, incapaz de mirar a la cara a los presentes.

—¿Cuántas crías habrá ahora mismo, Palillo? —preguntó Jack.

—Unas cien, un poco más, puede que ciento veinte, ¿depende de la fuente de alimentación? Sí, de la cantidad de animales que tengan para alimentarse.

—¿Cuánta comida son trescientas cabezas de ganado y unos cuantos motoristas? —preguntó Fielding en voz alta—. Yo diría que se han pegado un buen banquete de bienvenida a la Tierra.

Jack se acercó hasta la ventana y apoyó su mano en el hombro del ser.

—Necesitamos tu ayuda.

Palillo levantó la vista y se quedó mirando a Jack.

—Si el Destructor y las crías mueren, los Grises no se detendrán. Este planeta es suyo. No podemos ayudar mucho a los de vuestra especie. Somos profesores… médicos… criados. El Gris pronto se cansará de la lucha y vendrá aquí. No podréis detener eso.

—Primero tenemos que detener a ese animal. ¿Puedes venir con nosotros? —preguntó Jack.

Palillo caminó unos pasos hasta donde estaba Billy y se lo quedó mirando: abrió y cerró los ojos varias veces y luego sonrió al muchacho y le tocó en el hombro. Luego, observó el casco negro que Mendenhall había dejado encima de la mesa de la cocina.

—Palillo y Billy os ayudaremos.

—Estupendo, entonces nos vamos…

—Quiero un casco de soldado —dijo, llevando la vista al casco que había encima de la mesa y mirando luego a Billy.

—Sí, un casco —dijo Billy con gesto desafiante.

—Es un negociador muy duro —comentó Fielding.

—Es un precio muy alto, pero está bien, trato hecho —dijo Jack, con toda la seriedad de la que fue capaz.

Palillo se acercó hasta Gus y le dio la mano, luego señaló la fotografía en la mesita al lado de la cama en la que aparecía Gus de uniforme.

—Gus, luchar con Palillo, hacerse joven otra vez —dijo sin dejar de señalar la vieja fotografía en blanco y negro.

—Me parece que ha sido usted reclutado, señor Tilly —dijo Jack.

Gus Tilly se quedó mirando la fotografía y luego miró al resto de los presentes.

—Supongo que llamar ahora a mi congresista no será lo más adecuado, ¿no?

Los tres soldados contestaron que no con la cabeza.