Capítulo 25


En la mayoría de los casos, los altos cargos del gobierno de los Estados Unidos actúan con mucha lentitud, como un glaciar que va desplazándose unos cuantos centímetros cada año hasta cubrir una cierta distancia a lo largo de los siglos. El país había descubierto que, ante determinadas circunstancias, las reacciones instintivas producían una gran cantidad de pérdidas, tanto materiales como de vidas humanas. Pero cuando había que enfrentarse con algo que había sido previsto y planificado durante años por alguien del talento del antiguo senador Garrison Lee, uno encontraba a su disposición más de catorce carpetas de más de diez centímetros de grosor acerca de las distintas respuestas militares que se podían dar al Evento que había tenido lugar en el desierto. En estas carpetas se abarcaba todo, desde guerrilla urbana contra el animal hasta la situación en la que se encontraban ahora, si bien nunca se había previsto nada relacionado con escenarios subterráneos.

Pero ahora se rumoreaba que el senador se estaba muriendo. La historia de su desmayo había corrido como la pólvora por todas las instalaciones del Grupo y ya había llegado al Consejo de Seguridad Nacional, dando argumentos a aquellos que querían que se apartase del Grupo.

Aquel domingo por la mañana, Sarah McIntire estaba de pie en la pequeña capilla, viendo cómo el padre Carmichael llevaba a cabo la ceremonia de la comunión. La multitud que abarrotaba la sala cubría también las paredes laterales. Sarah iba escuchando el monótono sermón, pero aquella mañana su mente estaba en otro lugar, lejos de la capilla: se preguntaba si el equipo de reconocimiento que estaba en Arizona sabría ya lo del desmayo del senador. Confiaba en que las noticias les hubieran sido transmitidas a su compañera de habitación y a los otros miembros del equipo que hacía de avanzadilla.

Mientras la congregación se ponía en pie para recitar un himno seleccionado especialmente en honor al senador, alguien tiró de ella, alejándola del muro. Se dio la vuelta y vio a Steve Hanson, un integrante del equipo de geología con el que había recibido entrenamiento el año anterior.

—Vamos —dijo en voz alta; al mismo tiempo Sarah recibió un mensaje en su busca.

Sarah cerró el cantoral, se lo pasó a quien tenía al lado y siguió a aquel hombre hacia la salida de la capilla. Consultó el busca y vio que en la pantalla se podía leer la palabra «Alerta».

—¿Qué sucede? —preguntó, zafándose de su inquieto compañero.

—Han puesto a nuestro equipo en estado de alerta máxima por posible misión —dijo Hanson nerviosamente mientras corría hacia las puertas de la capilla.

Antes de que llegaran a abrirlas, el sonido de cientos de buscapersonas empezó a resonar a su alrededor, y varios de los presentes comenzaron a prepararse para entrar en acción.

El Grupo Evento se iba a la guerra.

Montañas de la Superstición, Arizona

7.40 horas

La ladera de la rocosa montaña había adquirido un aspecto asombroso. En menos de dos horas, el lugar donde se había producido el accidente había pasado a convertirse en una pequeña ciudad llena de tiendas de campaña y tráileres. Todo había sido trasladado por aire gracias a los helicópteros Pave Low, los más grandes que habían podido aportar el 23 Grupo de Operaciones Especiales de Nellis y el 17 Grupo de Estudio y Observación de la base de las Fuerzas Aéreas en March, California. El terreno estaba plagado de restos del accidente y de gente. Un millar de pequeñas banderas rojas y amarillas habían sido colocadas para marcar los restos de chatarra procedentes del vehículo.

Se había llevado a cabo la instalación de un intercomunicador y una señal de vídeo entre Nellis, Washington y el lugar del accidente, así que Compton podía ver no solo a Collins, sino también al presidente y a su equipo de Seguridad Nacional en Washington. Jack también podía verlos en dos monitores que Lisa había instalado un momento antes de que la conexión en línea se pusiese en marcha. Jack le había proporcionado ya un informe preliminar a Niles un momento antes de que los demás se incorporaran a la conversación.

—¿Qué tenemos de momento, comandante Collins? —preguntó Compton para que Washington pudiera ponerse al día.

—Lo que tenemos es un impacto a una velocidad muy elevada de un vehículo de origen extraterrestre sobre un terreno sólido. Los restos del accidente están esparcidos en forma de uve, lo cual es señal de que el choque se produjo a una gran velocidad —dijo Jack mientras miraba a los dos monitores: en uno estaba Niles en la base del Grupo y en el otro el presidente en Washington. Sabía que el presidente había vuelto a la Casa Blanca en mitad de la noche y que por lo tanto no estaría de humor para informes demasiado prolongados. Y estaba en lo cierto.

—¿Ha habido supervivientes, comandante? —preguntó el presidente para ir al grano.

—Nuestro equipo forense, dirigido por la doctora Gilliam, que también pertenece al Grupo, ha recuperado dos cadáveres de lo que ella llama «seres extraterrestres» —contestó Jack, quitándose el casco y pasándose un pañuelo limpio por la frente.

—Está bien, comandante —dijo el general Wayne Crawford, comandante de los cuerpos de Marina, mientras la cámara giraba hasta su silla en la sala de situación de la Casa Blanca, unos metros por debajo de la superficie, en el número 1600 de la avenida de Pensilvania—, hemos recibido su petición de refuerzos Delta y Ranger y han sido aprobados, están ya en el aire. Ahora bien, ¿qué hay de ese animal, se han encontrado sus restos?

Collins explicó que no habían encontrado ningún resto en ninguna de las cajas y contó el hallazgo de las latas con ácido.

—A partir de la información de nuestro equipo de tierra, del hecho de que haya dos agentes desaparecidos, de la enorme cantidad de ganado masacrado y de los agujeros que hemos descubierto, la conclusión es que tenemos al menos a un espécimen de tipo excavador de una especie agresora rondando por el desierto, señor.

—Maldita sea —se lamentó el presidente—. ¿Pueden seguirle la pista a ese animal a través de los túneles que ha excavado?

—Sí, señor. Tenemos de camino a equipos especializados en túneles y geología; cuando lleguen, volveremos a valorar la situación. Estamos utilizando todos los recursos de cada uno de los departamentos del Grupo. Nuestros equipos de seguridad son a los que más les cuesta ahora mismo abarcarlo todo, así que las fuerzas de asalto de los Ranger y los Delta se integrarán entre sus efectivos.

—A los jefes del Estado Mayor les gustaría enviar más, pero no tienen unidades disponibles. Están convocando a varias unidades de combate que se hallan en Afganistán.

Collins echó un vistazo rápido a su reducido equipo de seguridad. En las mesas colocadas en la gran tienda de campaña había tan solo cincuenta y dos hombres, eso sin contar los veinte geólogos y especialistas en túneles del Grupo Evento que estaban a punto de partir desde Nellis. Ryan y Mendenhall habían sido enviados al pequeño pueblo para ayudar a las Fuerzas Aéreas a llegar hasta allí.

—Dele las gracias de mi parte a los jefes del Estado Mayor. Con toda seguridad los vamos a necesitar; no sabemos exactamente qué nos vamos a encontrar ahí abajo, y sospecho que el animal ha entrado y salido de la superficie en otros puntos, como por ejemplo. —Echó un vistazo a sus notas—. En el rancho de ese tal Tahchako que fue atacado anoche y en otros cuantos a los que les sucedió lo mismo. Quizá debamos dividir en varios grupos a los especialistas en túneles y a los geólogos con los que contamos y enviar con ellos un importante número de efectivos de seguridad.

—¿Cómo van a afrontar el tema de la confidencialidad, comandante?

—No debería de suponer un problema, ya que los soldados estarán a las órdenes de oficiales militares pertenecientes al Grupo Evento. No será necesario decirles nada acerca de nuestro complejo debajo de Nellis. He solicitado también cobertura aérea para el valle hasta que mis equipos puedan entrar en acción, por si acaso ese animal sale a la superficie antes de que estemos preparados. Por otra parte, una vez entren en contacto con el animal, Niles y el senador han sugerido que sería mejor no revelar la procedencia de esa criatura a las tropas que no pertenezcan al Grupo Evento. Les diremos que se trata de alguna especie resultante de un experimento de ingeniería genética.

El presidente se giró y consultó con el general Maxwell Hardesty, jefe del Estado Mayor.

—¿Puede ocuparse de esa solicitud aérea, general?

El general de las Fuerzas Aéreas hizo un gesto de circunstancias.

—Sí, señor, no habrá problema. Una compañía de la 101 Aerotransportada mantendrá la seguridad en el pueblo. Controlarán también los accesos: estamos a punto de acordonar la zona después de hacer pública la falsa noticia. Tal y como ha declarado el comandante, los efectivos de la 101 no necesitan conocer la naturaleza de la agencia que dirige la operación. Todos ellos han firmado certificados de confidencialidad. Además, también tenemos un caza en el aire que patrullará el valle de forma provisional.

—Muy bien, es una forma de comenzar —dijo el presidente.

—¿Qué otro objeto ha aparecido en el lugar del accidente? —preguntó alguien que quedaba fuera del objetivo de la cámara.

—¿A quién tengo el placer de dirigirme?

—Soy el director Godlier, de la Central de Inteligencia.

—Verá, señor director, tenemos algunas huellas. Con toda probabilidad parecen pertenecer a un hombre que llegó después del accidente, ya que se trata de huellas recientes. Pensamos que posiblemente haya ayudado al tripulante superviviente, si es que este existe, a alejarse de la zona.

El presidente miró a su alrededor y se quedó mirando a Collins, que estaba a cuatro mil kilómetros de distancia.

—¿Entonces cabe la posibilidad de que hayamos tenido suerte en eso?

—Sí, señor, es posible que ese hombre haya ayudado al superviviente. Sospechamos que el tripulante pueda estar herido debido a la severidad del choque, pero desde luego cualquier cálculo acerca de la magnitud de esas heridas no son más que suposiciones.

—Muy bien, manténganos informados. —El presidente se quedó dudando un momento—. Comandante, por nuestra parte hemos previsto lo siguiente. Si nuestros equipos no son capaces de contener a ese animal, sospecho que entraremos en una guerra a gran escala que será imposible ocultar a la opinión pública estadounidense. La 82 Aerotransportada se encuentra en estado de alerta y de camino para posicionarse bien en Phoenix, o bien en El Paso, por si se da el caso de que ese animal escapa a las maniobras de contención. La cuarta fuerza expedicionaria de marines también se encuentra en estado de alerta por si tuviera que entrar en acción en Los Ángeles o en la zona sur de California. Fort Hood ya ha sido puesto sobre aviso y, mientras hablamos, vehículos de combate blindados están siendo cargados en trenes para bloquear cualquier movimiento hacia el norte, hacia Colorado. Me temo que eso es todo, comandante; como ha dicho el general, nuestro personal es muy escaso, así que trate de diseñar un plan para utilizar a todos los hombres que podamos llevar hasta ese valle, y por el amor de Dios, contengan a esa cosa, sea lo que sea. —La imagen del presidente y de la sala de situaciones desapareció y la pantalla se quedó en negro.

En la otra parte de la pantalla dividida por la mitad, el gesto de Niles era tremendamente serio.

—¿Cómo está el senador? —preguntó Jack mientras le lanzaba el casco a Everett, que había salido de la tienda de campaña principal.

—Alice está con él en la clínica del centro. Será trasladado arriba dentro de un rato, al hospital de la base de Nellis.

—¿No está bien entonces? —preguntó Jack.

—No, me temo que no.

—Niles, debemos conseguir que todo vaya más rápido. Además del material especial que he solicitado del sector privado… —Jack volvió a consultar sus notas—. La doctora Gilliam ha solicitado establecer una conexión desde aquí con Helicos BioSciences, en Cambridge. Han estado desarrollando un secuenciador automático de ADN que puede que sea justo lo que necesitamos para conocer las características de ese animal. La doctora opina que nuestro equipo portátil es un dispositivo prehistórico comparado con lo que tiene Helicos.

—Ahora mismo me pongo con ello.

Niles vio a Josh Crollmier acercarse desde un lado y tirar de la manga de Jack, de forma que el comandante salió del plano. Compton miró confundido a Alice mientras se escuchaban algunas voces apagadas al otro lado de la cámara, pero le dio la sensación de que podía distinguir la de Crollmier hablando en tono categórico. También pudo escuchar a otros miembros de la misión sobre el terreno elevar la voz y marcharse. Collins, con gesto lívido, volvió a aparecer frente a la cámara. Se pasó la mano por el pelo y miró directamente al objetivo.

—¿Qué ocurre, Jack? —preguntó Niles.

Jack fijó la vista en la cámara. Algunos de los allí presentes se quedaron mirando, tratando de escuchar cualquier información que pudieran conseguir. Collins extendió la mano, cogió algo que tenía Crollmier y lo mantuvo sujeto en el aire. Era una pieza de chatarra procedente del accidente.

—Según el doctor, tenemos un problema: asegura que no contamos con los restos de una nave, sino de dos. El misil Phoenix que lanzó Ryan debió de provocar un daño tremendo al otro aparato, suficiente como para hacer que se estrellara junto con la primera nave.

Niles se sentó sobre el borde de la mesa de reuniones.