Dieciséis kilómetros al sur de Chato's Crawl, Arizona
9 de julio, 2.30 horas
La bestia había salido una vez más a la superficie. Por el momento había saciado su hambre y tenía más alimentos almacenados en el nido que había preparado en el interior de la tierra. Ahora se dedicaba a contemplar el nuevo paisaje que la rodeaba. El animal vio las luces en la distancia y parpadeó mientras se relamía el espacio que tenía entre las garras. Hasta los millones de poros alojados en su acorazada piel de color negro purpúreo llegó el aroma de nuevas presas. Su cuerpo se adaptaba cada vez más rápido conforme se alimentaba de las ricas y extrañas proteínas. Su fortaleza aumentaba progresivamente.
Dentro de poco utilizaría el nido para poner sus crías, ellas ya nacerían perfectamente aclimatadas a este nuevo mundo.
La criatura se quedó mirando de repente las distantes luces a través del desierto. El cálido viento del norte le traía el tentador aroma de la comida.
La bestia posó entonces pausadamente sus garras sobre el suelo y se inclinó hacia delante. Desplegó los apéndices blindados del cuello, y su garganta empezó a producir un zumbido proveniente de la laringe y modulado por el paladar. El sonido, nunca oído antes por ningún hombre o animal, agitó la arena y el polvo hasta cambiar nuevamente la dinámica de los átomos que componían el suelo. El animal se zambulló luego suavemente en la tierra. El aroma de la nueva presa había sido demasiado fuerte como para pasarlo por alto.
De tanto en tanto, el Destructor emergía del suelo como lo haría un delfín de las aguas, elevándose cinco metros en el aire, a veces seis, para inspeccionar el terreno, y dejando caer después su inmenso peso hasta el suelo, abriéndose paso entre la arena, formando una nueva ola mientras penetraba más y más en la tierra, camino de su siguiente fuente de alimento.
A lo lejos, el pequeño pueblo seguía todavía ajeno a la amenaza y a la triste celebridad que se le venía encima: pronto todos los canales de noticias del mundo hablarían de él, pues la bestia había elegido la tierra que había debajo para poner sus huevos.
El nombre de Chato's Crawl, en Arizona, estaba a punto de convertirse en un sinónimo de la palabra «terror».
Montañas de la Superstición
Equipo de reconocimiento Odín (operación terrestre)
Los tres Blackhawk volaban a ras de suelo. Los radares de prevención de colisiones se encontraban activados, de manera que los pilotos podían estar tranquilos, ya que eran los ordenadores los que se ocupaban de esquivar los objetos que se podían ver tras los cristales. Al suboficial Jerry Brannon le daba igual toda esa historia de los pilotos automáticos. Llevaba doce años en el seno del Grupo Evento y no era capaz de acostumbrarse a eso de volar sin llevar los mandos del enorme helicóptero. Para su mentalidad de piloto, las nuevas tecnologías resultaban algo repulsivo. Se quedó mirando el colectivo, el control a su izquierda que parecía un freno de emergencia. Para elevarse había que girar el mando hasta el fondo y subirlo, y bajarlo si lo que se deseaba era descender. Observarlo ahora moverse por sí solo era algo que lo ponía nervioso.
Observaba por el cristal el terreno que iban dejando atrás. En la mágica e inquietante imagen verdosa de la pantalla de visión nocturna se podía ver la superficie del desierto que sobrevolaba el veloz aparato.
—En cuatro minutos llegamos al lugar del accidente —comunicó por radio al resto de pasajeros.
La tripulación y el equipo de seguridad del equipo de reconocimiento notaron el repentino incremento en las potentes turbinas del Blackhawk y la variación en el rumbo mientras el helicóptero pintado de negro ascendía por la ladera de la montaña. Las otras tres aeronaves del equipo de reconocimiento se despegaron de la primera y se mantuvieron suspendidas en el aire, en el valle que había justo debajo, a la espera de los acontecimientos. Collins sintió cómo el aparato reducía un poco la velocidad; luego Brannon encendió las luces anticolisión, que proyectaban una luz roja parpadeante contra el basto terreno de enormes rocas apiladas que parecían montañas y que todo el mundo conocía como las de la Superstición en esta región de Arizona.
Al aterrizar, Collins sintió de nuevo la adrenalina de otras ocasiones. Las luces del interior se encendieron y apagaron una vez, luego se encendieron unas de color rojo para que los ojos de los miembros del equipo se acostumbraran con más facilidad a la oscuridad. Tras recibir la orden de Jack, Mendenhall cargó y echó el seguro a su M16; luego observó cómo su reducido escuadrón hacía lo mismo: insertaban cargadores de veinte cartuchos y echaban hacia atrás la palanca de carga de sus rifles automáticos. Todas las armas tenían puesto el seguro. Lisa llevaba una pistola automática de 9 mm dentro de una funda adherida al hombro, al igual que Jason Ryan, que aún estaba algo sorprendido de que Collins le hubiese incluido en el equipo de reconocimiento. Después de todo, él era piloto y no sabía nada de operaciones terrestres o de las tácticas que utilizaba aquel equipo. Pero Jack había explicado que necesitaba gente que reaccionara deprisa y sabía perfectamente que los pilotos de la Marina eran rápidos de reflejos y no tenían miedo a correr riesgos. Le gustaba la idea de asignarle tareas a Ryan en el grupo inicial y de que tuviera más tarde funciones en el trabajo en el pueblo. Sabía que Ryan tenía el tipo de personalidad necesaria para tratar con civiles en los primeros momentos de la operación.
El Blackhawk disponía a cada lado de dos cañones extensibles, de cinco tubos cada uno, capaces de girar sobre sí mismos, manejados por dos hombres que llevaban gafas de visión nocturna. A la izquierda había ubicadas unas tolvas repletas de cartuchos que podrían hacer trizas cualquier objetivo antes de que escuchase siquiera el ruido que hacía el arma eléctrica.
El potente Blackhawk UH-60 redujo la velocidad hasta detenerse a unos treinta metros del campo donde se encontraban los restos del accidente y se quedó allí parado automáticamente.
—Pasamos a modo manual, listos para salir, buena suerte —dijo Brannon por la radio; a continuación, apagó la luz roja que iluminaba el interior.
—¡Muy bien, tened cuidado al bajar; no caigáis sobre nada si podéis evitarlo! ¡No sabemos que nos vamos a encontrar ahí abajo! —gritó Collins en medio del silbido que generaban las dos turbinas—. ¿Todos preparados?
Uno a uno, los cuatro integrantes de su equipo de seguridad levantaron el pulgar y contestaron por los micrófonos incrustados en los cascos.
—Listos.
Collins abrió la puerta deslizándola por la vía, una ráfaga de aire fresco proveniente del desierto entró en el helicóptero. Jack se colocó sus gafas de visión nocturna y se ajustó el casco modelo Kevlar. Ajustó también el arnés donde llevaba agua y cargadores extra, y tiró de la primera de las cuatro cuerdas que había, dos a cada lado del helicóptero. Iban a hacer un descenso desde el helicóptero en una zona de combate sin ningún tipo de cobertura; tenía que ser lo más rápido posible, no se podía desperdiciar ni un solo instante.
—Muy bien, vamos allá.
Cogió la cuerda por la extensión de acero que había un metro más allá de la puerta abierta. Entonces introdujo la cuerda por la anilla de metal había bajo su ombligo y se dio la vuelta hacia el interior del helicóptero. Mendenhall reprodujo como en un espejo los mismos movimientos en el otro lado de la nave. A continuación, los dos saltaron a la par. Everett y Jackson los siguieron un segundo después. En la parte de delante, Brannon se preparó para reducir un poco la potencia y compensar así la pérdida de carga y procurar que el Blackhawk se mantuviera a la altura precisa.
Conforme se aproximaron al campo plagado de restos del accidente, los cuatro hombres redujeron la velocidad a la que se deslizaban por las cuerdas de nailon recubiertas de goma. Cinco metros antes de llegar al suelo se detuvieron y examinaron la zona donde cada uno iba a tocar tierra. Un extraño resplandor verdoso, al que resultaba imposible acostumbrarse, era emitido sobre la zona donde estaban a punto de descender por los aparatos de iluminación desarrollados por el Ejército para llevar a cabo las operaciones nocturnas.
Collins redujo la presión ejercida con las manos y recorrió el resto del trayecto hasta el suelo, esquivando por muy poco una extraña pieza metálica de más de un metro de longitud. Rápidamente dejó la cuerda y abrió el enganche de la anilla, luego tiró la cuerda a un lado y sacó el M16 de cañón corto de la mochila que llevaba en el vientre. Jack cambió el seguro a modo semiautomático y observó cómo Mendenhall hacía lo propio, como si se tratara de la segunda mitad de un mismo equipo, y cambiaba el seguro a modo automático.
Collins sintió cómo el enorme Blackhawk incrementaba la potencia de los motores y volvía a elevarse en el aire. Brannon era muy bueno y muy rápido. Había observado cómo se llevaba a cabo la operación y no le hacía falta esperar ninguna señal para elevar el helicóptero a una altura que fuese segura y desde donde pudiese sobrevolar la zona en círculos y dar cobertura de fuego al equipo si surgía la necesidad.
El comandante se colocó el pequeño micrófono a un par de centímetros de la boca. Su voz no llegaría solo al equipo de tierra y al helicóptero, sino también al Grupo en Nevada.
—Muy bien, señoras, despliéguense y mantengan los ojos bien abiertos.
Everett y el soldado de primera clase Jackson formaban el otro equipo, y caminaban uno al lado del otro, apuntando con sus armas, barriendo todo el terreno que tenían delante. Carl no se podía creer la cantidad de chatarra que había allí. Se giró y fue mirando la zona que había detrás del equipo; vio también que Collins le daba la vuelta a un contenedor de grandes dimensiones y continuaba. No le concedió mucha importancia hasta que lo vio repetir la misma operación con otro recipiente de forma extraña. Cuando volvió para girarse, con la cabeza puesta aún en Collins, no acertó a ver el agujero. Al instante, se percató de que la tierra que pisaba cedía, y de no ser por sus rápidos reflejos, habría caído del todo. Se quedó colgando por los hombros. Al caer, el M16 le había dado un buen golpe en la barbilla: en el lado izquierdo de la mandíbula tenía ahora una brecha de unos cinco centímetros de largo. Los pies le colgaban en el vacío y enseguida fue consciente de que había estado a punto de caer en el interior de una enorme grieta.
—Necesito ayuda —alertó, manteniendo la calma, por el micrófono que se activaba con la voz.
Jack se acercó corriendo y vio lo que sucedía. Soltó el arma, que quedó colgando de la correa a la altura de su vientre, cogió por las axilas a Everett y lo levantó. Una vez lo sacó del agujero, los dos se quedaron asombrados mirando el interior de las oscuras fauces.
—¿Crees que se trata de una antigua mina? —preguntó Jackson.
—No —contestó Everett, mirando más de cerca la tierra y la arena con el visor nocturno—. Fíjate en la tierra que hay alrededor de la parte superior, esto ha sido excavado recientemente.
Mirando más detenidamente la profunda excavación, vieron que los bordes estaban muy pulidos y que las paredes caían casi en vertical. Everett rompió una bengala fluorescente y la lanzó dentro del agujero. La luz que generó les permitió ver en tonos verdosos que, a unos quince metros de profundidad, el agujero describía una curva. Se quedaron pensando en qué hacía aquel agujero en medio del campo donde se había estrellado la nave. Sin dejar de pensar en lo extraño que era todo aquello, examinaron el espacio que tenían alrededor y empuñaron sus M16 con renovado entusiasmo.
Cabaña de Gus
3.20 horas
Gus estaba profundamente dormido. Los fuertes ronquidos no dejaban descansar a Palillo, y los dolores tampoco contribuían lo más mínimo. Pero lo que más le inquietaba, más que los ronquidos de Gus o los dolores que sentía en las costillas, era la sensación de que la pequeña casa estaba siendo vigilada. Palillo abrió los ojos aún más y se echó la manta hasta la altura de la barbilla cuando, de pronto, escuchó un ruido de pisadas afuera.
—Gussss —susurró.
Como única respuesta obtuvo un ronquido aún más fuerte.
—Gussss —dijo un poco más alto.
Un sonido extraño se escuchó delante de la casa, parecían pequeñísimos estallidos. Gus no se movió. Luego se escucharon unos ruidos en la puerta mosquitera, como si alguien estuviera intentando abrirla.
—Gussss.
Palillo reunió finalmente el valor necesario para salir de la cama y, sin prestar atención al dolor que sentía en las costillas, se apoyó contra la vieja pared hecha de tablones, echó un vistazo a la puerta delantera y escuchó con atención. Había algo que estaba rascando la puerta de madera. El alienígena miró después a Gus, recostado en la silla con la cara mirando hacia el techo. Volvió a mirar la endeble puerta y, aterrorizado, escuchó de nuevo cómo algo trataba de abrir la puerta mosquitera. El viejo pomo de vidrio giró lentamente y luego se detuvo. No lo habían movido lo bastante como para poder abrir la puerta, pero a Palillo eso le dio igual, ya había tenido más que suficiente.
—¡Gussss! —gritó.
Del susto, Gus extendió las piernas hacia arriba y cayó despatarrado al suelo. Al mismo tiempo, el filo de una pequeña hacha golpeó contra la puerta haciendo saltar algunas astillas. Palillo se quedó mirando la escena, pero Gus, que todavía trataba de entender qué hacía en el suelo, no se dio cuenta de nada.
El pequeño alienígena se alejó corriendo, subió a la cama e intentó trepar por la pared; después de escalar unos cuantos centímetros, volvió a caer sobre el viejo colchón. Aterrorizado, empezó a decir cosas sin sentido mientras el hacha volvía a hundirse en la puerta delantera, esta vez un fuerte ruido sibilante se oía a través de la grieta formada en la madera.
—Pero ¿qué…?
Fue todo lo que alcanzó a decir Gus antes de que la tabla central de la puerta cediera y apareciera un brazo delgado y fino. Unas pequeñas garras arañaron el aire al tiempo que iban abriéndose y cerrándose. Gus se quedó impresionado al observar el brazo de color grisáceo, cubierto por una piel de apariencia húmeda y enfermiza, bajo la cual corrían venas de color negruzco. Mientras Gus comenzaba a volver en sí, escuchó gritar a Palillo.
Fuera lo que fuera lo que hubiese tras la puerta, aquella cosa se retiró de pronto. Un momento después, lo que quedaba de puerta salió volando y cayó en el interior de la casa.
—¡Por Dios santo! —exclamó Gus cuando el Gris atravesó el umbral de la puerta.
La criatura se quedó en el borde de la oscuridad que había afuera. Estaba apoyada en el lado izquierdo, Gus vio la pequeña hacha meneándose delante de él. El Gris era casi tan alto como Gus, tenía la piel oscura moteada de manchas entre marrones y negras que parecían pecas y que se iban moviendo en la superficie de los músculos. La cabeza era enorme, pero los ojos eran tan pequeños como los de un humano, si bien toda similitud terminaba ahí. Las pupilas eran de color amarillo, el resto de los ojos era negro, y miraba directamente a Gus. Abrió la boca y emitió un fuerte silbido, al mismo tiempo que mostraba los dientes y hacía que Gus se estremeciera. Dio un paso con poca convicción hacia la luz que venía de la cocina. Arrastraba la pierna derecha, y Gus pudo ver la sangre oscura que caía sobre el suelo por su pie dotado de un prominente talón.
Palillo cesó en su intento de trepar por el muro y se giró de cara al Gris. Trató de mantener las pequeñas piernas firmes sobre el esponjoso colchón. De pronto, Palillo comenzó a gritar una serie de frases en el idioma más extraño que Gus había escuchado en su vida.
El Gris clavó la pequeña hacha sobre la superficie de la mesa de madera. Gus se cogió de una de las patas de la silla. El Gris volvió a coger el hacha y avanzó en dirección a la cocina.
Gus trató de incorporarse lentamente, pero sus botas tropezaron con las patas de la silla.
—Tú estabas antes en las montañas, ¿verdad? —le dijo, como si fuera un bicho que estuviera a punto de ser pisado—. ¿Qué es lo que quieres, asqueroso hijo de puta?
La criatura se pasó el hacha a la mano izquierda y se lanzó de pronto contra Gus. El viejo intentó sujetarse a la encimera, pero cogió el plato con el bote de sopa. La sopa salió volando por la cocina y Gus volvió a caer hacia atrás, si bien vio justo a tiempo el afilado filo de la pequeña hacha que iba directamente hacia su pecho. El arma fue a clavarse en la madera a pocos centímetros de la cara de Gus, después de que este se apartase. El Gris gritó de rabia; Gus le dio un fuerte puñetazo en la mandíbula: su mano chocó con el hueso que había detrás de la enferma piel y el alienígena retrocedió, si bien aún consiguió volver a coger el hacha. Gus oyó el crujido de la madera mientras aquella cosa recuperaba su arma.
Sin darles tiempo a Gus o al Gris de reaccionar, Palillo gritó con fuerza y se unió a la refriega. De la cama había saltado a la mesa y de allí a los hombros del Gris. Empezó a atacar la cabeza y el cuello de la terrorífica criatura. El alienígena recién llegado, que era más grande, olvidó por un momento el hacha, cogió a Palillo y lo lanzó contra la pared de la habitación. El cuadro de los perros jugando al póquer se soltó del clavo que lo sostenía y cayó contra la alargada cabeza del alienígena de color verde. Palillo permaneció un instante viendo las estrellas. A continuación, mientras se frotaba su vendada cabeza, el arco y la flecha cayeron justo a su lado.
—¡Hijo de la gran puta! —gritó Gus mientras golpeaba al Gris con todas sus fuerzas.
El alienígena utilizó la mano que tenía libre para agarrar la cabeza de Gus y estamparla contra el suelo, mientras que con la otra intentaba desclavar el hacha otra vez. Gus escuchó el espantoso sonido de la oxidada herramienta saliendo de la madera y supo que la situación era desesperada.
—¡Gussss! —gritó Palillo.
El Gris se detuvo y levantó la vista. El viejo cogió el brazo derecho de la criatura e intentó que soltara el hacha, pero la tenía sujeta con una fuerza descomunal. Gus miró a Palillo, y pese a estar cabeza abajo, lo que vio lo espeluznó tanto como la visión del Gris con el hacha. Palillo llevaba una flecha en la pequeña mano, lista para ser lanzada contra el Gris.
Palillo no dudó ni un instante. Efectuó la maniobra con precisión: lanzó hacia delante la mano derecha y soltó la flecha, que pasó por encima del hombro del Gris y fue a caer cerca de la cabeza de Gus.
El Gris sonrió al ver que la flecha fallaba su objetivo y levantó el hacha para golpear a Gus. Luego hizo un extraño gesto; el viejo enseguida vio la causa: una flecha le había atravesado la espalda. Luego, Palillo se lanzó contra el Gris, y lo lanzó a cierta distancia de Gus. Cuando el viejo se incorporó para ayudar a Palillo, vio al pequeño alienígena subido encima del Gris, golpeándolo una y otra vez con otra flecha. El Gris farfullaba y escupía lleno de rabia, pero cada vez se movía con mayor lentitud. Gus se puso de rodillas, cogió el hacha y fue a toda prisa a ayudar a Palillo. Alzó el hacha en el aire y la descargó con todas sus fuerzas contra el pecho del Gris. El alienígena soltó un alarido de dolor. Palillo rodó por el suelo y se fue hasta el otro lado de la habitación. Gus se quedó un momento quieto, sentado.
—¿Estás bien, hijo? —preguntó Gus mientras intentaba ponerse en pie y resbalaba con la sangre que había por el suelo.
Palillo dijo que no con la cabeza. Con sus alargadas manos se palpó la parte superior de la cabeza y se quedó luego mirando los dedos llenos de sangre.
—Estás sangrando otra vez, muchacho. —Gus se puso en pie y se acercó hasta donde estaba el pequeño ser. Se agachó y con cuidado lo cogió y lo llevó de vuelta a la cama.
Palillo se quedó allí tumbado mientras Gus iba a por algo de agua, pasando lo más lejos posible del Gris. Cuando regresó, Palillo estaba boca arriba y lo miraba.
—Gra… gra… gracias.
—Sí, ya no nos molestará más; gracias a ti y a tu puntería con esa flecha india.
Gus intentaba limpiarle la sangre que había traspasado la venda, pero Palillo le cogió la mano con mucha delicadeza.
—Gra… gra… gracias.
—No hace falta darle las gracias a un amigo por hacer lo que hay que hacer. Además, he de recordarte que has sido tú el que me ha salvado el pellejo a mí, así que gracias a ti —dijo Gus, sonriendo—. Ahora dime, ¿eso que hay en el desierto es peor que este de aquí?
Palillo se quedó un momento mirando a Gus, luego se giró y miró hacia el techo.
—Venga, dime, ¿este era uno de tu especie o era ese Destructor del que hablas?
—Era… un Gris… Un amo de los de mi especie.
—Bueno, pues me parece a mí que ya se habrá enterado de que no queremos ver a esos amos Grises rondando por aquí.
Palillo cerró los ojos. Gus pensaba que se había quedado dormido cuando de pronto se incorporó apoyándose en uno de los codos.
—El Destructor de Mundos está ahí fuera. Debemos encontrar hombres, encontrar hombres buenos que puedan ayudar rápido. Rápido, Gus, muy rápido.
Las Vegas, Nevada
4.30 horas
—Hendrix —llamó la adormilada voz al otro lado de la línea telefónica.
—Johnson al habla.
—Sí —dijo la voz, con tono molesto.
—Tenemos un problema.
—Le escucho.
—Tengo un informe verbal de nuestro efectivo en el servicio secreto. El presidente ha informado al Consejo de Seguridad de que se ha localizado el platillo. El Grupo Evento ha hallado el lugar donde se han estrellado nuestros visitantes y están ya sobre el terreno. Parece que el director Compton está solicitando efectivos militares para ayudar a controlar la zona y convertirla en una zona segura. He llamado a nuestro Black Team para asegurarme de que nuestro antiguo amigo francés ya no participaba en todo esto, pero no ha contestado nadie. Llevan toda la noche sin poder ser localizados, así que imagino que se tomaron demasiado a la ligera el encargo y que han pagado un precio por ello. Por consiguiente, debemos suponer que el francés va tras el platillo.
Del otro lado del teléfono no se oyó nada, luego una pequeña risa entre dientes.
—¿Qué se cree que va a hacer ese hijo de puta con lo que consiga sacar de ahí?, ¿venderlo?, ¿añadirlo a su colección privada? Me temo que si lo que puede estar ahí está de verdad, no va a tener ningunas ganas de llevárselo con él a casa. Si nosotros no podemos desplazar un equipo hasta allí, dudo que él pueda hacerlo.
—Espero que no lo subestime, tiene muchos recursos.
—No, amigo mío, esperemos que haya sido él el que haya subestimado a la corporación. Y al hacerlo ha subestimado a los Estados Unidos, y ese ha sido el mismo error que han cometido muchos de nuestros enemigos. —La línea se cortó.
Base de la Fuerza Aérea de Nellis, Nevada
9 de julio, 5.20 horas
El senador estaba en su mesa. Compton, que había descansado un poco tras una siesta de dos horas, se sentó con la doctora Pollock y Alice, que estaban detrás de él viendo la transmisión de vídeo recién recibida procedente del lugar del accidente.
—El campo donde se extienden los restos coincide con el que se encontró el Ejército en 1947, doctor Compton —informó Collins. Sus rasgos parecían sucios bajo el amarillento resplandor de los focos—. Hasta ahora no hemos encontrado rastro de supervivientes. —Jack se giró y miró a su alrededor, luego volvió a mirar a la cámara de vídeo—. Tenemos dos cuerpos, están totalmente destrozados. El tercero, si es que existe un tercero, no aparece.
El senador se quedó mirando a Alice y se mordió un labio con gesto preocupado. Después habló a través del pequeño micrófono que había colocado sobre su mesa.
—Jack, ¿ha encontrado el contenedor?
El comandante se quitó el casco, miró hacia los lados y luego a la cámara.
—Sí, señor, estaba muy deteriorado pero vacío, no había ningún tipo de resto biológico; a solo unos metros de distancia hemos encontrado las latas.
—¿Cuáles son sus primeras impresiones, comandante? —preguntó Niles.
Collins movió la cabeza con gesto incierto.
—Niles, antes de atreverme a contestar a eso necesito doscientos hombres más y que el sol salga por encima de esas montañas. Aparte de ese agujero por donde ha caído Everett, no hay nada aparte de pedazos de metal retorcidos —contestó Collins, sin ocultar su frustración.
Lo de que las cosas fueran a tener una solución sencilla ya podía darse por descartado.
—¿Agujero? ¿Qué agujero, Jack? —preguntó Virginia, acercándose al micrófono.
—Es uno muy extraño, no pertenece a ninguna antigua mina ni nada por el estilo, tiene una forma demasiado perfecta.
—¿Y por qué le resulta extraño? —preguntó Lee.
—Porque cuando miro en el interior de un agujero, senador, nunca tengo sensación de peligro, pero cuando miro dentro de este, me da la sensación de que estoy asomándome a la puerta del infierno, y en este tipo de circunstancias he aprendido a hacer caso de mi instinto.
—Gracias, Jack. Si cree que el emplazamiento es seguro, le enviaremos más gente para allá. Supongo que debemos suponer que nos encontramos ante el peor de los escenarios posibles. —Niles hizo una pausa y se quedó mirando al resto de personas que había en la habitación, luego dijo—: Espero que no sea demasiado tarde, Jack, ¿es consciente de lo importante que es encontrar a la tripulación?
Collins asintió mirando a la cámara y no dijo nada.
—Muy bien, en cuanto organicen la seguridad, tiene órdenes de echar una cabezadita. Lo necesitamos bien fresco. Virginia estará ahí dentro de una hora o dos para ocuparse de las operaciones sobre el terreno desde el punto de vista de la investigación. Los de la CIA, junto con los centros para el control y la prevención de enfermedades, se han inventado una historia de un brote de brucelosis originado por el ganado de la zona. Es muy contagioso y puede transmitirse a los humanos y producir fiebre ondulante, así que el Ejército tiene que destruir cientos de reses, quizá miles. Eso servirá para que lleven las armas necesarias. Pero de momento, esperen a Virginia, ella se encargará de todo —concluyó Niles.
—Será un placer traspasarle todas las funciones, señor. Nos veremos pronto —se despidió Collins, mientras la pantalla se quedaba en azul.
—Que Dios nos ayude, está suelto —dijo Lee.
—Todavía no lo sabemos con seguridad, Garrison —dijo Alice por cautela.
Lee no prestó atención a la respuesta de Alice y se volvió en dirección a Compton.
—Necesitaréis ingenieros, y seguramente un equipo especializado en túneles. Será preciso que ampliemos los dispositivos de seguridad y que aceptemos el apoyo aéreo que nos ha ofrecido el presidente para proteger la ciudad. Tenemos que hacer saber a las Fuerzas Aéreas que quizá necesitemos su ayuda. —Lee se quedó un momento pensando—. Les pediré consejo a los jefes del Estado Mayor en Washington y trataré de calmarlos un poco, a ver si así podemos utilizar a los miembros de los Ranger, y a algunos de esos integrantes de los Delta de los que tanto hemos oído hablar últimamente —dijo refiriéndose a los grupos de operaciones especiales conocidos como Fuerza Delta; unidades que oficialmente no existían, al igual que el Grupo Evento.
—Sí, señor, quizá sea necesario —dijo Niles.
Alguien llamó a la puerta, Virginia se acercó y recibió una nota de uno de los encargados de comunicaciones del Grupo. Se aproximó hasta Niles y se la dio. Él la leyó rápidamente y agachó la cabeza.
—¿Qué pasa? —preguntó Lee.
—Según la policía del estado de Arizona, dos agentes han desaparecido, y también han informado de una inmensa matanza de ganado en los alrededores del lugar del accidente.
—¿Cómo de inmensa? —preguntó Alice.
Virginia posó su mirada en Niles, que estaba sentado con la cabeza gacha, pensando en todo aquello con los ojos cerrados. Luego observó a Alice y al senador y dijo:
—Trescientas cabezas pertenecientes a ocho ranchos diferentes han sido masacradas, todas dentro del perímetro de la zona del accidente.
—¿Masacradas? —preguntó Lee.
—Sí, las han masacrado y se las han comido —dijo Virginia.
—Dios mío, debe de haber más de un animal —aventuró Compton.
Lee se levantó y en silencio se acercó hasta el teléfono rojo que había dejado antes encima del escritorio, algo preocupado ante la idea de tener que utilizarlo. Se puso el auricular sobre la oreja y esperó un momento mientras escuchaba algunos pitidos y señales. La voz al otro lado sonaba medio dormida, pero mantenía el tono de alguien acostumbrado a recibir llamadas a cualquier hora de la madrugada.
—Siento molestarlo tan temprano, señor presidente —dijo Lee con voz tranquila.
Niles había informado ya al comandante en jefe del descubrimiento del platillo. No había dicho nada acerca de la posible relación entre el presidente y la Corporación Centauro, pero le había advertido de las posibles circunstancias que podrían presentarse en el lugar de los hechos, y el presidente era consciente de lo que podía pasar, ya que había sido informado al detalle de los acontecimientos de 1947. El presidente contuvo el aliento un momento mientras esperaba a escuchar aquellas palabras que no quería oír.
—No suena usted muy contento, viejo amigo.
—Señor presidente, le hablo en nombre del Grupo: creemos que hemos sido atacados. Es algo oficial, se han producido bajas civiles en nuestro país —dijo Lee con tono sombrío—. Estamos en guerra con algo cuya procedencia todavía desconocemos.
El resto de los presentes en la sala lo miraron con gesto muy serio. Nadie había hablado en esos términos desde aquel día de septiembre del año 2001, cuando unos desquiciados habían atacado el World Trade Center. La única ocasión, además de esa, en que se habían pronunciado palabras parecidas había sido en 1941, cuando Roosevelt fue informado del ataque de Pearl Harbor.
—Sí, se ha establecido un perímetro —contestó Lee al presidente—. No, señor, no se puede hacer nada aparte de esperar y ver qué podemos encontrar. Enviaremos gente a los pueblos cercanos y organizaremos la seguridad intentando que no cunda el pánico. Como excusa tenemos un Escenario Uno. —Volvió a quedarse callado antes de responder otra vez al presidente—. No, señor, creo que por el momento podremos consolidar nuestra posición y coordinarnos mejor solo con mi gente. Pero si es posible, sería conveniente tener efectivos de la 101, de los Ranger y de los Delta posicionados en… —Se quedó un momento mirando el mapa que había desplegado sobre su mesa—. En Chato's Crawl, Arizona. No es demasiado grande y pensamos que si no encontramos nada, será más fácil hacer creer la historia inventada a un grupo de gente lo más reducido posible. —Lee hizo una pausa—. El comandante de la base de Nellis está cooperando, gracias, señor. Sí, un equipo de operaciones especiales de las Fuerzas Aéreas estará sobre el terreno para asegurarse de que los C-130 se encuentran con una zona de aterrizaje segura.
»Creo que deberíamos contar también con los Operativos Especiales del Aire de MacDill, en Florida. —Lee permaneció en silencio—. Sí, señor, las cosas pueden ponerse así de mal. Y dele las gracias al Consejo de Seguridad por poner en alerta a la División 82 Aerotransportada para que esté lista para despegar, ya sea desde Phoenix o desde El Paso, y por decirles que se trata tan solo de unas maniobras —dijo, mirando las sorprendidas caras que lo rodeaban—. Sí, señor, gracias, me parece lo más prudente teniendo en cuenta que no conocemos bien de lo que es capaz esa cosa. —Tras escuchar algunas palabras más, Lee colgó el teléfono rojo.
Luego respiró hondo, se quedó mirando a Niles y dijo que sí con la cabeza.
Niles se volvió hacia Alice.
—Notifique a los equipos del Grupo que abandonen todos los preparativos que estén haciendo. Dígale al comandante que le comunique a su equipo a qué nos enfrentamos. Después, anuncie que la operación Orión es el plan B oficial. Fuerzas de Operaciones Especiales de la base de las Fuerzas Aéreas de MacDill van a traer material especial por si resulta necesario.
—¿Material especial? —preguntó Virginia.
—Armas tácticas de neutrones —contestó Alice.
—No harán falta, porque vamos a dar con ese maldito animal —dijo Lee, haciendo una mueca y cerrando luego los ojos con fuerza.
Niles, Alice y Virginia reaccionaron como si estuvieran dentro de un sueño cuando Garrison Lee se apoyó en el borde de la mesa y cayó luego lentamente al suelo, agarrándose fuertemente el pecho.