Gus se sobresaltó al ver a Palillo levantarse de golpe de la cama y correr hasta la ventana que había frente a la puerta. El rápido movimiento tuvo que causarle un gran dolor al cuerpo del pequeño ser.
—Pero ¿qué demonios estás haciendo? —preguntó Gus, poniéndose en pie.
Palillo levantó parcialmente la persiana y se quedó mirando la noche oscura a través de la sucia ventana. La cabeza sin pelo giró hacia la izquierda y luego hacia la derecha, abriendo los ojos más de lo habitual. Emitió un gruñido casi inaudible; luego, se quedó observando la zona que rodeaba la cabaña y pareció tranquilizarse.
Después de comer, Gus le había dado a su huésped una de sus viejas camisas blancas (habían sido blancas cuando Lyndon Johnson era presidente). La camisa le venía grandísima y le colgaba alrededor de los delgados y pequeños pies. Gus podía ver cómo la tela se movía mientras el pequeño alienígena temblaba. Sus pequeños y largos dedos se cogían del alféizar de la ventana mientras observaba la oscuridad que los rodeaba.
—¿Qué es lo que te pasa, hijo?
Palillo siguió vigilando la noche oscura, mirando a un punto determinado, fijando toda su atención un momento, para luego desviarla y mirar a otro punto en medio de la oscuridad. De nuevo volvió a mover la cabeza y se quedó observando el corral donde Gus solía guardar a Buck y el gallinero que había al lado. Después, se dio por fin la vuelta y miró otra vez a Gus.
—A lo mejor es que has oído a ese maldito mulo que viene de vuelta.
Los grandes párpados se cerraron desde los lados de la cabeza mientras el alienígena volvía a pestañear.
A continuación, inclinó la cabeza.
—Buckkkk —dijo, tratando de pronunciar correctamente la palabra con esa voz que sonaba como un zumbido algodonado.
—Es mi mulo —dijo él finalmente—, y también es mi amigo.
—¿Se… ha… perdido? —dijo Palillo tras dejar de mirar por la ventana.
Gus no estaba seguro de qué era peor: los dolores de cabeza y que le sangrara la nariz, o el ruido terrible que hacía el alienígena cuando hablaba de verdad. Le recordaba al sonido que hacen las uñas al recorrer una pizarra.
—Joder, si ese Buck conoce el desierto mejor que yo. No, no se ha perdido.
Palillo se volvió otra vez hacia los cuatro paneles que formaban la ventana. Acercó la mano a la cabeza vendada y la fue tocando con mucho cuidado mientras giraba el cuello a izquierda y derecha observando el desierto que se extendía ahí fuera.
—El Destructor está de caza.
El viejo dejó de mirar por la ventana y volvió la vista hacia su extraño huésped, sin importarle ahora el dolor que le causaban sus palabras.
—¿Quieres decir que algo ahí fuera quiere cazar a Buck? —preguntó Gus al tiempo que levantaba las cejas.
El pequeño alienígena cerró los ojos. La suave nariz le tembló una vez, luego volvió a abrirlos y se quedó mirando al viejo.
—El Destructor caza —dijo con su voz grave e irritante, luego señaló a Gus y luego se señaló a sí mismo.
—¿Y qué es ese Destructor? —preguntó el viejo mientras se alejaba lentamente de la ventana.
Palillo regresó a la vieja cama, se subió encima y se sentó. Se quedó mirando al viejo y luego volvió la vista hacia la ventana. Sus pequeños pies de tres dedos cada uno colgaban a casi un metro de distancia del suelo.
—Aneemal —dijo, sin pronunciar bien la palabra—. El Destructor es un aneemal.
Gus fue hasta la mesa y se sentó en una de las dos sillas. Apoyó los codos sobre las rodillas y se quedó mirando a Palillo.
—Nunca he oído hablar de ese Destructor, Palillo.
El alienígena ladeó la cabeza con la vista fija en Gus.
—Paaa-liii-looo —dijo pronunciando su nombre fonéticamente, sílaba por sílaba.
El viejo percibió el tono indignado con que lo corregía, pero no hizo ningún caso.
Palillo movió la cabeza con gesto cansado, luego se incorporó, se giró hacia la ventana que había junto a la cama y empujó a un lado la cortina.
—Mío animal… mi animal… —rectificó—. Mi animal capturado para… hacer el trabajo… en otros mundos, no es de este… lugar. —Se paró y se quedó pensando un momento—. No es de la Tierra… No está… pensado para vuestro… mundo.
—¿Has dejado suelto a un animal de tu nave o algo así?
La pequeña cabeza se movió hacia delante y hacia atrás varias veces.
—Palillo no querer hacer daño a la vida aquí. El Destructor escapa.
—¿Quieres decir que esa cosa, ese Destructor, es peligroso? —Gus se sintió estúpido por preguntar si algo llamado así podía ser peligroso.
La criatura asintió varias veces mientras seguía oteando la oscuridad que reinaba afuera.
—Es peligro, peligro para vuestro mundo.
—¿Tan peligroso un solo animal? Pues más le vale no acercarse por según qué barrios de Los Ángeles —bromeó Gus.
Palillo dejó de mirar por la ventana y volvió la vista hacia Gus, algo desconcertado.
—Cuarenta y ocho unidades, peligro, cuarenta y ocho unidades de tiempo cuando… —decía, haciendo un esfuerzo por encontrar la palabra adecuada—. Yo… yo… la nave golpeó… la nave chocó… cuarenta y ocho… ¿horas?
—¿Por qué cuarenta y ocho horas? —preguntó Gus con bastante inquietud.
—Por las crías.
—No te sigo.
Palillo apretó los ojos, nervioso ya.
—¿Los hombres vienen aquí, a la montaña, mañana, tal vez? ¿Los hombres ayudan Palillo y Gus cuando el sol venga otra vez?
—Si te refieres a si vendrá la policía o el Ejército, no lo sé. Según mi experiencia, los militares siempre llegan tarde y mal, y los polis a lo mejor te ponen una multa por estrellar ahí tu nave.
Palillo abrió los ojos y se quedó mirando fijamente al viejo. Después, bajó de la cama y fue caminando hacia Gus. Apoyó la mano derecha encima de la mesa y clavó los ojos de color negro obsidiana en su anfitrión. Ladeó ligeramente la cabeza con forma de bombilla y se concentró para pronunciar lo más claramente posible.
—Dentro de diez horas más de las vuestras, el Destructor tiene crías. Necesitamos toda la gente de tu especie que venga a buscar la nave. Cuando encuentren mi nave, tendrán que ayudar a encontrar al Destructor pronto, si es muy tarde, demasiadas crías, aplastarán la vida en este mundo. Mis amos Grises vivir aquí después.
Gus parpadeó asombrado. Pese a la mala vocalización, lo había pronunciado todo lentamente y con mucha claridad.
—¿Qué te hace pensar que vendrán a recuperar tu nave? Quizá deberíamos ir a la ciudad a buscar ayuda.
—No, no, en la oscuridad no, nunca cuando está oscuro. Nunca camines sobre el suelo cuando está oscuro. Los hombres vendrán a la montaña. Lo siento aquí —dijo mientras se llevaba la pequeña mano de color verde a la cabeza—. Tenemos que contar a los hombres acerca del Destructor, del talkhan, o será demasiado tarde para vuestro mundo. Alguno de mis amos, de los Grises, quiere vuestro planeta, Gusss. —Ladeó la cabeza y posó su mano encima de la pierna del viejo—. ¿Gus ayudará a Palillo? —preguntó mientras parpadeaba.
Gus se puso de pie, apartando la mano lentamente de su pierna. Sintió que Palillo le miraba mientras él se dirigía hacia la ventana una vez más y miraba a través de los cristales sucios.
—Parece que no me queda otra opción, ¿no?
Se dio la vuelta y miró a Palillo, que tenía la vista puesta en el suelo; luego movió la cabeza hacia los lados mientras mascullaba:
—Vaya forma de abusar de una amistad reciente —murmuró—, diciéndole que se va a extinguir y todo lo demás. Pero como ya he dicho antes, parece que no tengo otra opción, ¿verdad?
La criatura levantó la vista, de nuevo la pequeña boca tenía forma de círculo.
—¿Gus ayudar?
—Sí, Gus te ayudará, pedazo de mierda —contestó con tono enfadado mientras bajaba las amarillentas persianas para dejar de ver la oscuridad.
—Gus ayudará pedazo de mierda —repitió con respeto. Luego se quedó pensando un momento. Frunció el ceño y entrecerró los ojos—. Mierda, no, Gus, nombre de Palillo no mierda. ¿Qué es mierda?
—La mierda es donde me temo que me he metido, muchacho.