Montañas de la Superstición, Arizona
8 de julio, 19.30 horas
Gus se sentó en la destartalada mesa de la cocina que había en la cabaña de una sola estancia y echó un trago de café frío que había quedado en una taza vieja y desportillada. La silla en la que estaba sentado crujió cuando se incorporó para ver mejor a su invitado, que estaba casi íntegramente cubierto por la vieja manta del Ejército que Gus le había puesto para cubrir su dolorido cuerpo. Aparte de algunos temblores y espasmos, no se movía en absoluto. Un sentimiento de profunda impotencia volvió a invadirle mientras estaba allí sentado mirándolo.
Gus comprendió que, por alguna extraña razón que escapaba a su entendimiento, él había estado sintiendo las cosas que pensaba aquel extraño ser. Esas ideas fragmentadas le habían guiado a la hora de vendarle las heridas, indicándole dónde poner las vendas y cómo debía hacerlo: una muy grande en medio del cuerpo, haciendo presión en lo que él confiaba que fuesen solo un par de costillas rotas. En cuanto le puso alcohol por toda la zona y le colocó las vendas, el animal dio la sensación de respirar mejor.
La herida de la cabeza parecía más sencilla. Le puso Bactine y luego un poco de yodo, momento en el que el pequeño ser se estremeció de dolor. Luego le envolvió la protuberante cabeza con una gasa del botiquín que tenía en el cuarto de baño.
Gus hizo un gesto de cansancio mientras colocaba la taza de café sobre la vieja mesa de cocina, que evidenciaba haber conocido tiempos mejores, y después se puso de pie, estiró los brazos y bostezó. Mientras bostezaba, vio los enormes ojos que lo observaban desde debajo de la manta.
—¿Ya te has despertado, muchacho? —preguntó, dando un vacilante paso en dirección a la cama.
Gus había recorrido los once kilómetros que había hasta su casa con él en brazos y dando gritos para ver si su mulo Buck aparecía. Estaba molido de cansancio.
El viejo dio otro paso indeciso en dirección al viejo catre que había pertenecido al Ejército. Desplegó su nudosa mano en la mejilla y se rascó la barba que llevaba unos días sin afeitarse.
—¿Te encuentras mejor? —preguntó mientras inclinaba la cabeza hacia un lado y se fijaba en cada uno de sus movimientos.
Muy lentamente, la manta se deslizó un poco hacia abajo. Los dedos que agarraban el áspero material del que estaba hecha la manta de color verde eran finos y largos. Las manos aún estaban sucias, ya que de momento Gus había dejado dormir a la pequeña criatura en vez de limpiarla frotándola con agua y una toalla.
El viejo buscador pudo ver cómo los grandes ojos almendrados se abrían y se cerraban con un gesto de dolor al mismo tiempo que los párpados se replegaban hacia los lados de la cabeza. Le iba a costar acostumbrarse a eso, pensó. Luego, muy lentamente el visitante levantó la cabeza.
—Ya era hora de que te levantaras, me estaba empezando a preocupar —dijo Gus, con la sonrisa más amplia de la que fue capaz, teniendo en cuenta las circunstancias.
Luego dio un paso atrás al oír que la criatura emitía un sonido lloriqueante.
—Venga, muchacho —dijo Gus al mismo tiempo que lo ayudaba a levantarse con las manos—. Te he traído de la montaña y te he curado. Lo primero que te toca es aprender a confiar. —Giró la cabeza y vio la vieja cocina eléctrica donde había un bote con sopa de pollo recién calentada—. Puedes comer un poco de sopa Campbell's calentita. —Le había echado tres pastillas de Tylenol a la sopa, con la esperanza de que el pequeño alienígena comiera.
Se acercó hasta donde estaba la placa eléctrica y cogió el bote humeante. Comprobó la temperatura introduciendo el índice. Satisfecho con el resultado, se limpió el dedo en los vaqueros sucios y llenó una taza con el humeante líquido. De uno de los cajones cogió una cuchara y volvió a lo que siempre le decía de broma a Billy que era el salón-dormitorio-estudio-biblioteca. Arrastró la vieja silla donde se había sentado y se acercó hasta la litera. La cosa seguía metida debajo de la manta, sin moverse ni un ápice. Continuaba mirando fijamente a Gus, otro gimoteo se le escapó de la boca.
—Venga, tienes que comer algo o si no me va a tocar llevarte al pueblo a que te vea el médico, si es que ese cabrón no está borracho otra vez. —Gus puso la silla junto a la cama y esperó un poco.
Muy lentamente, la mano estiró la manta hacia abajo. Los dos grandes ojos negros se quedaron mirando a Gus, entonces parpadearon mientras aquellos dos charcos oscuros descendían hasta ver lo que el viejo tenía en la mano. Una pequeña arruga recorrió la verdosa frente.
Menuda frente, pensó Gus. No hizo ningún movimiento, se quedó mirando a la criatura intentando sonreír en todo momento. El alienígena sacó la pequeña mano de debajo de la manta y se frotó con ella la cabeza, mientras miraba a Gus. Se dio cuenta de la gasa que el viejo le había puesto alrededor de la herida, la toqueteó e hizo un gesto de dolor. Luego miró a Gus, como acusándole de sus heridas. Los ojos se entrecerraron todavía más.
Gus seguía sin moverse, concentrado en mantener la estúpida sonrisa.
El pequeño ser volvió a llevar la mano a la herida y gruñó. Bajó luego la mano y miró a Gus un momento. Ladeó la cabeza hacia la derecha y echó un vistazo a la cabaña. Se quedó mirando un cuadro de Charles Russell en el que unos vaqueros guiaban al ganado. En la copia de la famosa pintura se podía ver el ganado y los jinetes en una larga procesión por la pradera. Los grandes ojos se quedaron un momento fijos en la imagen y luego volvieron a mirar a Gus. El visitante parpadeó e insistió en mirar la reproducción. Debajo de ella, Gus tenía un viejo pollo de porcelana que había encontrado en el desierto hacía algún tiempo. No estaba del todo seguro, pero pensaba que era una hucha para niños.
Su mirada se posó entonces en un montón de libros ordenadamente colocados encima de un estante y descendió luego hasta otra reproducción. Era uno de esos cuadros cursis en los que aparecen perros de diferentes razas jugando al póquer y fumando puros sentados alrededor de una mesa cubierta con un tapete de color verde. El pequeño alienígena abrió los ojos de par en par y también la boca, sorprendido mientras miraba el extraño cuadro.
Gus miró hacia el cuadro, luego se giró y se encogió de hombros.
—Me lo regaló el pequeño Billy Dawes por Navidad. He tenido que mirarlo más de mil veces para empezar a acostumbrarme —dijo, mientras en la boca se le dibujaba una sonrisa de tristeza.
Los ojos de la criatura abandonaron la imagen, luego volvieron y se centraron en otra. Era una antigua foto en blanco y negro en la que se veía a Gus con el uniforme del Ejército. Había sido tomada en San Pedro, California, justo antes de embarcar rumbo a Corea. En ella aparecía un hombre joven, y esa juventud irradiaba de cada rasgo de su rostro. Mostraba un gesto desafiante, parecía dispuesto a emprender cualquier aventura. Gus observó la imagen y vio al muchacho alocado que no sabía nada del mundo ni de la vida en general. Había aprendido entonces que en la inmensa mayoría de los casos, lo que sucedía en este planeta no tenía ningún sentido.
El alienígena se quedó mirando fijamente la foto, luego miró a Gus. Muy despacio señaló con la mano la foto y después señaló a Gus.
—Sí, ya lo sé, no hace falta que lo señales, estaba hecho un chaval. —Entonces bajó la mirada—. Hay cosas que le hacen a uno envejecer más de lo que debiera.
El pequeño ser ladeó la cabeza. Las pequeñas fosas nasales se ensancharon, seguidamente se relajaron y al poco se volvieron a ensanchar. Los grandes ojos se quedaron fijos en la taza de sopa que Tilly llevaba en la mano.
—¿Tienes hambre?
Gus levantó la cuchara y la sumergió en la taza. Luego la sacó y sopló suavemente. La criatura lo miraba mientras abría la boca todo lo posible, se echaba hacia delante y olfateaba otra vez.
—Sopa de pollo —dijo mientras apuntaba al desconchado pollo de porcelana que había encima de la cajonera—. Como ese pollo de ahí.
—Suuupadepolo.
Aquella voz cogió a Gus por sorpresa. Las palabras parecían llegar a través de algodones húmedos. Del susto, parte de la sopa se le cayó encima de la mano, pero a pesar de eso aún consiguió sonreír.
—No, supa de polo, no. Sopa de pollo —volvió a decir, pronunciando las palabras con la mayor claridad posible.
Los oscuros ojos parpadearon. Luego miraron a la taza, y después de nuevo a Gus.
—Soooopa de poooolloo.
—Eso es, muchacho, sopa de pollo. —Sonrió y luego soltó una risotada aunque no acabara de sentir la jovialidad de la situación.
La criatura lo miró y volvió a ladear la cabeza. De su garganta surgió un gruñido, hasta que se dio cuenta de que la risa no era un gesto de hostilidad por parte de Gus.
Lentamente, Gus levantó la cuchara y la acercó a la boca de la criatura, que estaba allí quieta, sentada con un gesto de pánico en la mirada. Entonces, estiró la mano y con uno de sus extraños y alargados dedos, tocó la punta de la cuchara hasta que esta se inclinó y la sopa se derramó encima de la cama. Con los ojos abiertos de par en par, vio cómo la sopa amarillenta caía sobre la manta del Ejército y la empapaba.
Gus sonrió y sumergió otra vez la cuchara en la sopa; luego la volvió a sacar y la acercó a la pequeña boca. Los grandes ojos oscuros volvieron a abrirse de par en par, luego parecieron tranquilizarse y la criatura se tragó la sopa. Gus intentó sacar después la cuchara, pero tuvo que tirar con fuerza porque el alienígena la tenía bien sujeta.
—La cuchara no va con la sopa —dijo después de conseguir, por fin, recuperar la cuchara—. ¿Qué tal?, ¿te gusta?
El visitante miró la cuchara y luego a Gus.
—¿Tienes algún nombre? —dijo, incorporándose hacia delante y apoyando los hombros en las rodillas.
Otra vez, volvió a ladear la cabeza. Luego en cuclillas, sin llegar a levantarse, caminó en dirección adonde estaba el viejo, hasta llegar a menos de un metro de distancia. Entonces se paró y se quedó mirando la taza, luego se frotó con cuidado la venda que tenía alrededor del tórax y volvió a quedarse mirando a Gus. A continuación, con mucho cuidado, estiró la mano hasta pasar los largos dedos por el asa de la taza de porcelana y caminó hacia atrás hasta apoyar su espalda de color verde contra la pared.
Gus se dio unos golpes en el pecho con el puño.
—Gus —dijo—, el poderoso —añadió con tono de broma. La criatura se quedó sorprendida, dejó la sopa a medio camino de la boca y se quedó mirando.
—Gus —repitió el viejo, golpeándose otra vez en el pecho.
La criatura no respondió nada y se llevó la sopa a la boca. Los ojos se cerraron, luego se abrieron de pronto y dio un largo trago, y luego otro, engullendo la sopa a toda velocidad, hasta que vació del todo la taza.
—Gus —dijo golpeándose en el pecho una vez más.
—Gussss —dijo la criatura sin darle demasiada importancia y sin preocuparse tampoco de la sopa que le chorreaba por la boca.
—Eso es, chico, Gus —dijo, agradeciendo en cierta manera que aquella criatura hablara y no usara aquella comunicación mental que tantísimo dolor de cabeza le había provocado. A continuación, señaló el verdoso pecho del visitante a una distancia prudencial de más de medio metro.
—¿Y tú?
Los ojos recorrieron un pequeño círculo, luego torció el gesto hasta que la boca casi desapareció del rostro mientras movía la cabeza hacia los lados; después miró a Gus y pareció relajarse. Gus vio que un fideo perdido se asomaba por la parte izquierda de la boca.
—Palillo —pronunció claramente con aquella voz extraña, temblorosa, como recubierta de algodones.
—Que me aspen, maldita sea —exclamó Gus, abriendo bien los ojos.
La criatura puso la taza boca abajo y la agitó; cuando se dio cuenta de que no quedaba nada, miró a Gus y luego al cazo que había en la encimera.
—¿Quieres más?
Aunque la criatura careciese de cejas, tenía unos pequeños surcos en la zona donde habrían estado.
—¿Ese es tu nombre, Palillo?
Las redondas pupilas de los grandes ojos almendrados se quedaron fijas en los tristes ojos del viejo. Luego, uno de los finos dedos se acercó hasta su pecho de color verde, rozando la venda ligeramente.
—Palillo.
—¿Palillo?
La criatura dijo que no con la cabeza.
—Palillo.
—Estupendo, Palillo. Además, te pega mucho, eres igual de flaco. Me alegro de que hables a través de tu boca —dijo mientras se señalaba la suya y movía las mandíbulas arriba y abajo—. En las montañas era como si me lloraras dentro de la cabeza; cada palabra que decías era como si me golpearas en la nariz, y también en el cerebro.
El alienígena volvió a adoptar un gesto confuso.
—Bueno, pequeño palillo, ¿qué tal si te pongo un poco más de sopa y tú me cuentas cómo es que te has ido a estrellar con tu nave justo donde iba yo a ponerme a buscar oro?
Pero el visitante no lo escuchaba. Había vuelto la vista hacia la sucia ventana y a la penumbra que había detrás. Varias arrugas se le dibujaron en la frente y Gus pudo ver cómo empezaba a temblar al tiempo que señalaba la ventana y el desierto que se extendía tras ella. Pequeños espasmos le sacudían la voluminosa cabeza y los brazos; Gus supuso que algo le había impresionado enormemente o que tal vez aquello era tan solo producto del miedo.
El viejo echó la amarillenta persiana que cubría la ventana y se volvió hacia el visitante.
—Hay algo ahí fuera, ¿verdad? —preguntó, acordándose del agujero que había en el lugar del accidente y del intenso miedo que había sentido cuando había mirado hacia el fondo. Palillo no respondió y se metió otra vez en la cama. Luego, se volvió hacia Gus y parpadeó.
—Voy a prepararte más sopa y algo de café, y luego será mejor que me digas qué es eso que te tiene tan asustado.
Palillo continuó mirando a Gus, se le habían quitado todas las ganas de tomar más sopa. Despacio, volvió a centrar su atención en la ventana cubierta.
—El Destructor, hambriento, malo, animal malo —dijo en voz alta sin apartar la vista de la ventana. Luego más despacio dijo—: El hombre va… a desaparecer… Gusss.
Gus dejó por un momento la lata y el abridor, agachó la cabeza y dejó caer los hombros.
—Me imaginaba que era algo así.
Al viejo le temblaban las manos mientras abría la lata y vertía el contenido en un cazo, tirando más fuera que dentro.
—Cuando no era más que un muchacho, mi madre me decía que no había que tenerle miedo a la oscuridad. —Dejó de remover la sopa y se quedó mirando a Palillo, que se había apartado de la ventana—. Imagino que se equivocaba, ¿no?