Capítulo 14


Aeródromo militar de Las Vegas (Nellis)

3 de julio de 1947, 3.00 horas

El antiguo general de la Oficina de Servicios Estratégicos miraba al presidente de pelo plateado, que estaba situado un poco más a popa del lugar donde el mascarón en forma de cabeza de dragón solía estar unido a la nave. El presidente colocó la mano allí donde solía estar fijada la vieja talla y dijo, con marcado acento sureño:

—No me puedo creer que recorrieran el Atlántico a bordo de esto y llegaran al río Misisipi. Es increíble, maldita sea.

Garrison Lee se quitó su sombrero de fieltro marrón y caminó hasta el extremo de la borda. El andamio que rodeaba la embarcación no era del todo estable, y como Lee solo contaba con un ojo, debía tener siempre más precaución que el resto.

—Señor presidente, creemos que el viaje pudo realizarse en el año 856 después de Cristo. Tenemos destacado a un equipo en Noruega, investigando una información que encontramos el año pasado que indica que fue un pueblo entero, obligado a emigrar a causa de la guerra civil, el que llegó e intentó instalarse en el Nuevo Mundo más de seiscientos años antes de que lo hiciera Cristóbal Colón. Dentro de un mes tendremos más información. Ahora mismo creemos que este es el drakkar más grande jamás construido, y que es posible que hubiera cinco más. De acuerdo con algunas piedras rúnicas encontradas en los alrededores, a bordo de cada nave viajaban cien personas más víveres.

Truman miró a Lee de arriba abajo e hizo un gesto de asombro con la cabeza.

—Hijo, su gente ha hecho un trabajo espectacular, espectacular. Es increíble. —Pasó los dedos por el borde irregular donde iba apoyado el mascarón—. Imagínese qué viaje debieron de soportar, y el coraje que tendrían para llevarlo a cabo. No eran vikingos, maldita sea, eran tan americanos como usted o como yo, ese espíritu de aventura lo demuestra.

Garrison Lee sonrió ante las simplificaciones de Truman. Más que el espíritu de aventura, debió de ser la desesperación lo que los obligó a abandonar su tierra, pero prefirió no corregir al presidente. En vez de eso, se quedó mirando cómo Truman sonreía a los técnicos que lo miraban desde el andamio que rodeaba la antiquísima embarcación. Pese a ser las tres de la mañana, mucha gente se había congregado por la visita del presidente.

—¿A que en 1941 no pensaba que estaría haciendo esto, Lee? Igual que yo tampoco pensaba que sería presidente. Pero bueno, me imagino que los dos nos hemos metido en unos enredos que a muchos les costaría bastante imaginar.

Truman miró a los hombres y mujeres que tenía alrededor.

—Este hombre —dijo, mirando a los integrantes del Grupo Evento y señalando con su sombrero al hombre más alto que tenía a su lado— tiene una hoja de servicios en la Oficina de Servicios Estratégicos con la que se podrían escribir varias novelas, una de esas series de las que acaban haciendo luego alguna maldita película. Conocí a Lee cuando era joven; él acababa de salir de la facultad de Derecho, y ya me di cuenta de que no tenía nada que ver con los chupatintas que suelen dedicarse a esa profesión. —Una mirada triste enturbió los rasgos del hombre procedente de Misuri, al tiempo que agachaba la cabeza—. Luego llegó la guerra, y allá se fue él.

Lee se tocó el parche del ojo y la cicatriz que le cruzaba el rostro. , pensó, y allí me fui.

—Tan solo quiero decirles que han llevado a cabo un trabajo excepcional. —Truman volvió a dar unas palmaditas sobre la antiquísima madera petrificada—. Es agradable saber que existen algunos integrantes del gobierno federal que se burlan del pasado y que no le tienen miedo al futuro. Veo el esfuerzo que están haciendo por el bien común y quiero transmitirles mi agradecimiento.

Su predecesor en el cargo ya advirtió a Garrison que sería necesario algo como esto para hacer que un presidente acudiera hasta allí y apoyara a esta parte oculta del gobierno. Si ese apoyo se materializaba, recibirían financiación durante los siguientes cuatro años. Lee esbozó una sonrisa mientras miraba a Harry Truman.

—Señor presidente, esta no era tan solo una nave de exploración, se trataba también de un buque de guerra, uno de los más veloces y más avanzados tecnológicamente de aquella época, y como seguro que usted sabe, los Estados Unidos tienen derecho de salvamento sobre él, así que la podemos rebautizar; es un procedimiento bastante habitual en estos casos.

Truman se quedó en silencio, con las manos apoyadas sobre las caderas. El traje gris que llevaba se había ensuciado un poco con el ir y venir por el interior de la gran nave.

—No era consciente de eso. Derecho de salvamento, ¿eh?

—Así es, señor. Aunque provenga de otro lugar, ahora es nuestro; es un barco estadounidense en suelo estadounidense.

La gente comenzó a aplaudir al presidente y a este, su primer Evento.

—Señor, es un honor presentarle al drakkar de guerra estadounidense Margaret Truman.

El presidente, atónito, dejó caer los brazos mientras veía cómo de la parte trasera de la cubierta era recogida una tela de color blanco. Sobre una placa de madera, grabado en oro, se leía el nombre del barco, con una cabeza de dragón antecediendo al resto de los signos. El presidente permaneció un momento mirando la placa, luego se golpeó la cadera con el sombrero y se puso a aplaudir junto con el resto de hombres y mujeres. A continuación, avanzó con habilidad hacia el andamio y le dio un apretón de manos a Lee.

—Maldita sea, hijo, estoy orgulloso de usted y de su equipo. Y esto —dijo señalando la placa— es algo muy emocionante y supone un verdadero honor para mí, y lo será también para mi mujer y para mi hija en cuanto se lo cuente. —Fue estrechando manos y repartiendo sonrisas y guiños.

Alice Hamilton, la joven y nueva ayudante de Lee, se acercó y le dio un teletipo al sonriente general. La mujer había entrado a trabajar en el Grupo Evento porque Lee se sentía en deuda con ella. Su marido había estado con él en Sudamérica después de la guerra, y allí se había quedado, enterrado en una tumba sin nombre.

Lee leyó el mensaje, mientras trataba que el excesivamente efusivo estrechón de manos con el que le obsequiaba el presidente no le hiciese perder el equilibrio. Una vez hubo acabado de leerlo, se acercó y le susurró algo al oído al presidente. Truman se quedó sorprendido y cogió el papel amarillo. Lo leyó también y le consultó algo a Lee, quien asintió con la cabeza. Luego los dos abandonaron a toda prisa la parte superior del andamio y bajaron por las escaleras hasta la parte de debajo de la cubierta recién instalada.

Los hombres y las mujeres, tanto técnicos como encargados de seguridad del Grupo Evento observaron con curiosidad cómo su jefe y el presidente de los Estados Unidos se marchaban a toda prisa y con una expresión que sugería que alguna cosa no iba bien.

Garrison Lee condujo al presidente a una zona de seguridad que había junto a la nueva cubierta, para que pudiese llamar a la sala de situación del Pentágono.

—Señor Lee, estoy muy satisfecho con lo que he visto hoy aquí. —Hizo una pausa mientras se ponía el arrugado sombrero de fieltro y Lee lo ayudaba a colocarse el abrigo y se fijaba en el gesto pensativo que había adoptado el presidente—. Después de ver lo que me han enseñado, puedo garantizarles la continuidad de la actual dotación presupuestaria, que quizá pueda ser ampliada levemente, aunque sé de buena tinta que esos hijos de puta mandamases van a decir que les robo el dinero. Pues que se vayan al infierno. ¿Qué más da un par de carísimos bombarderos cuando estamos hablando del bien del pueblo estadounidense? —Truman se dirigió hacia el ascensor principal—. Después de todo, yo no soy más que un chico de pueblo que sigue la senda marcada por los grandes hombres. Dígaselo a su gente, Lee. —Volvió a darle la mano al senador una vez más—. Me pondré en contacto con usted dentro de poco.

Garrison Lee estrechó con determinación la mano del presidente, satisfecho con el compromiso adquirido de mantener como mínimo la actual dotación presupuestaria. Pero tenía que aventurarse a lanzar la pregunta que le estaba carcomiendo por dentro.

—Señor presidente, en mi opinión, el Grupo Evento es el mejor dotado para ocuparse de la situación que tenemos en Nuevo México, si usted nos da su consentimiento.

Un agente del servicio secreto autorizado para entrar en el Centro Evento mantenía abiertas las puertas del ascensor esperando a Truman. El presidente se volvió y le dijo que no, moviendo rápidamente la cabeza.

—Lo siento, Lee, para eso debo decantarme por los chicos que ganaron la guerra. Tengo que suponer que saben bien lo que se llevan entre manos. —La última frase fue casi interrumpida por las puertas del ascensor que se cerraban.

Lee se quedó allí de pie y vio iluminarse la flecha que indicaba hacia arriba. Sintió que lo dejaban a un lado del mayor Evento desde el nacimiento de Jesucristo y que no había nada que pudiese hacer al respecto.

Garrison Lee llevaba casi cinco días sin tener noticias del presidente. Estaba organizando unas asignaciones para algunas misiones sobre el terreno cuando Alice entró en su despacho y abrió el cajón inferior derecho del escritorio, en su interior había un voluminoso teléfono de color rojo. Alice cogió con la mano la pequeña asa y sacó todo el aparato de su soporte de seguridad. Luego descolgó el auricular y se lo dio a Lee.

—Es el presidente, y no parece que esté de muy buen humor —informo Alice.

—Señor presidente, Lee al habla.

—Señor Lee, quiero que usted, junto con sus mejores científicos y su personal de seguridad, salgan de ahí zumbando y se hagan cargo de ese maldito lío que hay montado en Roswell.

—¿Qué es necesario que sepa?

—¿Que sepa, Lee? ¿Es que no ha leído los periódicos?

—He estado muy ocupado, señor.

—Maldita sea, el Ejército del Aire acaba de emitir un comunicado de prensa afirmando que tienen en su poder un maldito platillo. Acabo de tener al teléfono al general LeMay, al general Ramey y a Allan Dulles y han intentado tomarme el pelo. Esos hijos de puta no saben con quién se la están jugando.

—LeMay y Dulles intentarán lo que sea en cuanto crean que está usted pisando su terreno. —Lee conocía bien a Allan Dulles y sabía que siempre tenía motivos ocultos para todo lo que hacía. Cada uno de sus movimientos lo había calculado en función de los beneficios que él y el grupo para el que trabajara pudiesen obtener.

—Escúcheme bien, señor Lee —dijo Truman alargando la palabra «señor» durante un espacio de tiempo que pareció un mes entero—, este es mi maldito terreno, ¿queda entendido, hijo?

—Sí, señor presidente, entendido, estoy completamente de acuerdo. Es su pedazo de tierra.

—Mío y de la gente de este país, que es la que nos paga el sueldo. No se lo tome a mal, pero de vez en cuando hace falta poner en su sitio a todos estos generales y demás fantasmas. Supongo que tiene a su disposición algún aeroplano.

—Tenemos doce, señor: cuatro Dakotas C-41, tres Mustang P-51 y varias naves de reconocimiento.

—¿P-51? ¿Quién demonios se los ha dado? En fin, da igual. Como le iba diciendo, quiero que usted y el equipo de científicos y sabiondos que necesite, se trasladen al desierto y se hagan cargo de todo ese desastre cuanto antes.

—Sí, señor.

—Lee, una cosa. —Daba la sensación de que el presidente estuviese afilándose los dientes—. Le he enviado una carta firmada por mí, autorizándole a hacer cuanto considere oportuno; cuenta con todo mi respaldo. Si hace falta ahorcar a alguien, yo le facilitaré la soga.

—Enseguida nos pondremos en marcha, señor presidente, y gracias, señor.

—Nada de gracias, vaya y averigüe qué está pasando. Y dígales que si es necesario que acuda yo personalmente a pegarle a alguien un tiro en el trasero, lo haré.

—Se lo comunicaré a quien haga falta, señor presidente —contestó Lee, antes de darse cuenta de que del otro lado ya habían cortado la comunicación.

Alice le dio un sobre sellado.

—Acaba de llegar procedente de la Casa Blanca —dijo.

Lee lo abrió y lo leyó por encima. En efecto, excepto al asesinato, le autorizaba a recurrir a cualquier método para conseguir la cooperación de la Fuerza Aérea y del Ejército.

—¿Qué ocurre, Garrison?

—Me parece que voy a tener que volar hasta Nuevo México para descubrirlo.