Capítulo 12


Grupo Evento. Base de la Fuerza Aérea de Nellis, Nevada

8 de julio, 8.50 horas

Jack llevaba despierto desde las cuatro de la mañana revisando los expedientes del personal de seguridad. Su nuevo departamento no estaba tan mal como había pensando en un primer momento. Tenía asignados algunos hombres de mucha valía. El sargento Mendenhall contaba con las más altas valoraciones. Jack calculó que con ese expediente el joven debería ser elegido para una Escuela de Aspirantes a Oficial. Cerró el expediente de Mendenhall y echó un trago de café. Miembros de todos los departamentos empezaban a acudir a la cafetería. Mientras miraba, apareció una cara conocida, que estaba justo a mitad de un bostezo. Cuando se vieron, Sarah McIntire sonrió y saludó a Collins con la mano. Jack hizo un gesto con la cabeza y volvió a sus expedientes.

Puso el expediente de Mendenhall a un lado, en un grupo en el que estaban Everett y cinco más que serían los que compondrían el equipo inicial de reconocimiento si el lugar del siniestro era localizado. Junto a esa carpeta había otro montón de papeles que incluía las listas del equipamiento logístico que necesitarían. Le había impresionado enormemente el equipo que el Grupo tenía allí enterrado bajo el desierto, especialmente las armas y los aparatos de visión nocturna. Su predecesor había sido lo suficientemente riguroso como para saber qué era lo que se necesitaba en las operaciones sobre el terreno. Ahora Collins se preguntaba qué necesitaría para esta misión en particular. Tenía muy claro que habría que delimitar un perímetro de seguridad en torno a aquel lugar, costase lo que costase. Le dio otro sorbo a la taza y miró cómo Sarah McIntire volvía con un café en dirección a la puerta. Apartó la mirada rápidamente cuando ella reparó en él y volvió a sonreírle.

Tras haber corrido su kilómetro y medio de después del desayuno, haberse duchado y haberse puesto un mono de trabajo limpio, Collins entró en el centro de ordenadores. Alice le había dejado un mensaje para que acudiera allí a encontrarse con ella.

El comandante se quedó de pie observando todo el ajetreo. Mientras estudiaba los expedientes de personal no dejaba de pensar en cómo se estaría desarrollando aquí la búsqueda del platillo. Frente a las consolas había técnicos vestidos con batas blancas a prueba de la electricidad estática, mientras que otros iban de un lado para otro con listados. Las paredes estaban cubiertas de grandes pantallas planas, mientras que otras más pequeñas estaban instaladas sobre cada unidad de trabajo. La pantalla de alta definición más grande de todas estaba colocada en medio de una pared de plástico de color blanco y en ella aparecía un mapa en color de la parte más occidental de los Estados Unidos. Mientras Collins miraba, una línea generada por ordenador dividía el espacio formando una cuadrícula. Una pequeña línea de puntos partía de Panamá, recorría México y luego se dividía en varias líneas al tiempo que cruzaba la frontera de Nuevo México. El comandante se dio cuenta de que en el lugar donde las líneas penetraban en el estado, algún técnico ingenioso había cambiado los puntos por pequeños signos de interrogación. En otras pantallas aparecían datos sin procesar e imágenes en tiempo real de distintas áreas en el desierto que llegaban vía satélite a diferentes bases terrestres. Niles estaba sentado en una de las mesas de los técnicos, mirando la gran pantalla como si estuviera hipnotizado.

—Dios mío, el doctor Compton habrá tenido que mover muchos hilos y comprometerse a hacer favores de aquí al siglo que viene para que le dejaran tantos KH-11 —dijo Everett, que entraba también detrás de Collins.

—Así es; la Agencia de Seguridad Nacional está escandalizada con que usemos su satélite —dijo Pete Golding, el director del Centro Informático. Estaba de pie, a su lado, dando golpecitos en un teclado.

Collins miró a las imágenes proyectadas en la pared.

—¿No hay rastro del sitio donde ha caído?

—No —respondió Golding con tono enfadado; miró a los dos militares, se quitó las gafas y se frotó los ojos—. Esa maldita cosa no está donde pensábamos que estaría según el rumbo que habíamos calculado.

—A lo mejor no ha caído —dijo Carl.

Golding dirigió una gélida mirada al marine, luego se dio la vuelta y se fue sin decir una sola palabra.

—Disculpen a Pete; Niles y él están un poco cansados esta mañana —dijo Alice.

—Usted parece más alegre —repuso Collins.

—Nosotros, los viejos, no necesitamos dormir tanto como los jóvenes.

—Parece que el doctor Compton y el señor Golding necesitan relajarse un poco y echar una cabezadita —comentó Everett.

Alice ladeó un poco la cabeza mirando a Niles, consciente de que estaba impresionado aún por el expediente que el senador le había dejado leer. Se volvió y observó a los dos hombres que tenía al lado.

—Es necesario que esté aquí. Deberían hacerse a la idea de que ahora mismo estamos en pie de guerra. Nunca antes el Centro había sido clausurado ni todos los departamentos desplegados para trabajar en un único Evento. Es absolutamente prioritario que descubramos el lugar del accidente.

—¿Dónde está el senador esta mañana? —preguntó Collins.

Alice sonrió.

—Está durmiendo; descanso ordenado por su asistente personal. —Les guiñó un ojo, luego fue andando hasta el centro de la sala y se quedó un momento mirando más de cerca una de las imágenes de satélite; luego dijo que no con la cabeza y retrocedió—. Puede que nos ladre un poco a los demás, pero por lo menos aún sabe distinguir cuándo tiene razón y cuándo no. Me temo que tanto él como el presidente reciben mucha presión por parte de los jefes del Estado Mayor. Todo aquel que conoce de nuestra existencia piensa que pasamos por encima de las demás instituciones, así que me temo que todos los viejos enemigos de la agencia están aprovechando la situación para atacar.

Se quedaron allí de pie un momento, sin saber qué más decir, luego Niles empezó a dar gritos por algún motivo.

—Por eso les he llamado —dijo Alice mientras Niles cogía una de las páginas que tenía uno de los técnicos—. Esto no tiene buen aspecto.

Niles estaba ya algo más calmado cuando vio a Alice, Jack y Carl en la pasarela que había encima de la zona de tableros, y rápidamente subió las escaleras que llevaban hacia donde estaban y le entregó el papel a Alice.

—Mira a ver qué puedes hacer con esto, ¿quieres? —Presenció los gestos perplejos de Everett y de Collins y trató de explicárselo rápidamente mientras Alice leía sus conclusiones—. Ese hijo de puta de Reese estaba ayer trabajando en el nuevo sistema y descubrió el ataque del platillo a tiempo real. El Europa, nuestro nuevo y potente sistema informático, dice que el muy cabrón realizó una copia de todo. —Niles hizo una mueca y se quitó las gafas, luego miró las caras de las personas que tenía delante—. Reese ha desaparecido. No ha venido al trabajo esta mañana. Hay que encontrarlo, Jack, y rápido, no sé en qué puede estar metido. —Niles se dio la vuelta, se puso de nuevo las gafas y, enfadado, le llamó la atención a uno de los equipos informáticos por inspeccionar demasiado rápido una zona de búsqueda; luego se volvió hacia Collins—. Lo digo muy en serio, Jack. Esto tiene mala pinta. Va en contra de todas las reglas del Centro Informático —dijo, mientras se giraba y se dirigía al piso central a continuar la búsqueda del platillo.

Alice lo vio marcharse con gesto contrariado. Luego revisó otra vez el papel que tenía delante. Se quitó las gafas, miró a los dos hombres que tenía enfrente y se quedó pensando un momento.

Fue caminando con cierta prisa hasta una terminal de trabajo vacía y se sentó en la silla giratoria, luego abrió un cajón, revolvió un poco dentro y lo volvió a cerrar. Repitió la misma operación con los otros cajones hasta que encontró lo que andaba buscando. Mientras la observaban, los dos oficiales intercambiaron una mirada inquisitiva.

Finalmente, ella levantó la vista y sonrió.

—Es posible que Reese esté trabajando para un enemigo muy peligroso.

—Está en la lista que confeccionó el senador, al igual que casi todos los que tienen acceso al Centro Informático —dijo Everett.

—¿Debo suponer que no es en absoluto normal que falte así al trabajo? —preguntó Jack.

Alice se quedó un momento pensando mientras miraba el monitor apagado sobre la mesa del ausente.

—No es normal, no, pero como todo el resto de la gente, él tiene sus dependencias dentro del complejo. El sistema informático le habría notificado la alerta por Evento, así que está fuera de la base, no ha comprobado sus mensajes, tal y como dictan las instrucciones. —Hizo girar la silla—. Ha hecho algo malo. Niles tiene razón: hay que encontrarlo.

—¿Qué podemos hacer? —preguntó Jack.

Alice regresó a la pantalla apagada del ordenador, tecleó unas cuantas instrucciones e hizo que la pantalla se encendiera. Al mismo tiempo y sin mirar, echó la mano hacia atrás, pasándole a Collins el papel que Compton le había entregado antes.

Collins cogió la lista que le ofrecía. En unas columnas venía marcada la hora y en las otras unas series que parecían procesos informáticos.

—Es una copia de los últimos procesos que se llevaron a cabo desde esta terminal. Es el procedimiento habitual cuando alguien no viene a trabajar, ha salido de la base y no ha regresado. Automáticamente comprobamos su ordenador para ver cuáles fueron las últimas actividades que emprendió.

Collins le ofreció el papel a Everett, quien también lo examinó.

—Ahí está —dijo Alice, poniéndose recta—. Todas las llamadas telefónicas realizadas desde la base son registradas y grabadas. Parece ser que el señor Reese se valió de su autorización y de su puesto en el Centro Informático para inutilizar los mecanismos de detección de unos teléfonos de El Arca. Intentó borrar sus huellas, pero tratar de hacer eso con Niles y con Pete Golding sirve de muy poco. En un par de minutos han sorteado la protección que Reese había instalado en su disco duro. Por lo que tenemos, de acuerdo con esto —hizo un gesto señalando a la pantalla—, desde el complejo solo se efectuaron dos llamadas a la hora que el barman lo vio entrar en el club. Una se hizo a un domicilio dentro de los límites de Las Vegas, y que ya hemos comprobado; la realizó un sargento a una chica que había conocido en el lago Mead. La otra llamada se hizo a una casa en Vidalia, California. —Alice descolgó el teléfono, marcó unos cuantos números y esperó—. Haga venir al sargento, por favor —pidió, y colgó—. He tenido al sargento Bateman en el Centro de Seguridad manejando algunos componentes, utilizando su red dentro del Europa XP-7, el nuevo sistema de Cray del que hablaba Niles.

Mientras esperaban, las puertas del Centro Informático se abrieron y se le permitió la entrada al sargento que, tras ver a Alice, se dirigió hacia donde estaban los tres. Cuando se dio cuenta de que quienes la acompañaban eran Everett y Collins, se detuvo y adoptó la posición de firmes.

—En condiciones normales, habría hecho esto a través de usted, Jack, pero todavía no conoce las posibilidades de su departamento y esto es urgente. Creo que el sargento y el sistema Europa le han proporcionado un punto de partida para buscar a Reese, pero vamos a escuchar cómo lo encontraron, por si usted halla algún defecto en el procedimiento.

—Esto es lo que tenemos hasta ahora, señora —dijo el sargento, tendiéndole el informe a Alice.

—Mejor denos un informe de viva voz. No puedo leer ni una línea más esta mañana…

El sargento asintió y miró a Jack.

—Lo que hicimos fue proporcionarles los dos números a la Agencia de Seguridad Nacional. Ninguno de los dos podía ser investigado, ya que ninguno de los dos había recibido ninguna llamada desde Nevada. Esta información fue confirmada por AT&T, Sprint y las personas residentes en esas casas. Así que no teníamos ningún sitio por donde seguir. De alguna manera, nuestro amigo se las había ingeniado para codificar las líneas que salían del club, así como la transmisión al satélite de comunicaciones de la compañía telefónica. Seguimos atascados hasta que examinamos los monitores de seguridad de El Arca. —El sargento le tendió un cedé al comandante—. Conseguimos esto gracias al doctor Cummings, de reconocimiento fotográfico.

Jack cogió el cedé y se lo pasó a Alice, quien lo introdujo en el ordenador de Reese. Alice usó el sistema táctil con el que estaba configurado el sistema, y con el dedo presionó sobre la carpeta «Vig.Arc.Reese», que significaba «Vigilancia en El Arca a Robert Reese». Inmediatamente empezó un vídeo en el que aparecía Reese caminando en dirección a una de las cabinas. Pudieron verlo deslizar la tarjeta por el lateral del aparato y a continuación marcar una serie de números. Después colgó y salió del bar. Incluso podía verse al encargado del bar diciéndole algo mientras se iba.

—¿Qué demonios acabamos de ver? —preguntó Carl.

El sargento hizo un gesto con la cabeza en dirección a la pantalla.

—El doctor nos consiguió esto.

En la pantalla empezó otra vez el mismo vídeo; luego, de pronto, se detuvo. A continuación empezaron a pasar los fotogramas, uno a uno, al mismo tiempo que la imagen era ampliada por ordenador hasta poder ver el teclado numérico de la cabina donde los dedos de Reese presionaban las teclas de metal.

—Procesamos la imagen a través del Europa y le preguntamos al ordenador cuáles eran los números que Reese podía estar marcando. —El sargento señaló la pantalla mientras que una imagen completa de Robert Reese aparecía delante de la cabina. La imagen se congeló y una cuadrícula generada por ordenador cubrió por entero el cuerpo del hombre—. A partir de aquí, el Europa empezó a hacer sus cálculos. Al principio creímos que el nuevo sistema había confundido las instrucciones, pero luego nos llevamos una sorpresa, o por lo menos yo me la llevé.

Una rápida sucesión de cifras empezó a aparecer a lo largo del cuerpo de Reese y fue modificándose conforme se movía hacia las pequeñas cabinas telefónicas. La cuadrícula era voluble y se adaptaba al movimiento de su cuerpo, de modo que las medidas calculadas por el ordenador iban cambiando. Cuando comenzó a marcar, otra cuadrícula, esta de color rojo, apareció sobre el teclado que presionaban sus dedos. Podían verse más números y pequeñas flechas que iban en las distintas direcciones del teclado numérico y de los dedos de Reese.

—El doctor Cummings explicó lo que estaba sucediendo. Explicó que el Europa empezó tomando las medidas en vídeo del propio Reese: estatura, longitud aproximada del brazo y demás. Luego hizo un cálculo de la altura de la cabina a partir de los planos del complejo y de la altura del teclado numérico en relación con las medidas de Reese. Según pulsaba los números, el ordenador se puso a trabajar y a generar las cifras constantes causadas por sus movimientos en incrementos diminutos.

De nuevo vieron cómo los números cambiaban a toda prisa, tan rápido que eran incapaces de seguir los cálculos. Cuando Reese dejó de marcar, los cálculos se detuvieron. Luego se abrió una ventana y aparecieron alrededor de un centenar de números. Algunos tenían el mismo prefijo, pero la mayoría parecían producto del azar.

—El Europa redujo los números de teléfono que Reese pudo haber marcado a ciento catorce, después de los cálculos realizados a partir de sus movimientos en la distancia relativa a la altura del teléfono y a la distancia de su cuerpo, y al diminuto trayecto que sus dedos recorrían entre los botones numerados del teclado telefónico.

—Aun así, son muchos números, sargento —dijo Everett. Luego miró a Jack y vio que estaba sonriendo. Debía de imaginarse lo que venía a continuación.

—¿Qué datos usó el Europa para cruzarlos con esos números? —preguntó Jack.

—En efecto, comandante. Lo que hizo fue cruzar los datos.

Unos tonos verdosos oscurecieron la imagen que reflejaba el monitor. Una vez más pudieron ver la grabación de Reese de pie frente a la cabina. Esta vez el ordenador mejoró la visión del teclado numérico teñido de verde y amplió la imagen hasta abarcar solo las teclas y los dedos de Reese. Cuando terminó de marcar, sobre algunas de las teclas metálicas había un pequeño brillo de tono rojizo. El brillo generado por el ordenador empezó a apagarse, pero antes, una serie de números de seis dígitos apareció en otra ventana que se había abierto en la pantalla del monitor.

—El ordenador seleccionó las marcas de aceite que los dedos de Reese habían dejado sobre las teclas —dijo el sargento—. La iluminación del club permite apreciar la diferencia en el brillo de las teclas de metal que acababa de pulsar. El resto de aceite que quedaba en ellas no desaparece de la misma manera, así que la luz se refleja de un modo diferente en esas piezas, con lo que el ordenador es capaz de deducir cuáles son los números presionados.

—Pero sigue habiendo demasiadas cifras para tratarse de un número en concreto… —empezó a decir Everett.

—Esa fue la parte sencilla. El Europa cogió la primera lista de ciento catorce números y los cruzó con las series de seis cifras formadas tras el escaneado óptico, y de ahí surgieron dos posibles números. El ordenador tuvo en cuenta que algunos números podían haberse repetido dos, e incluso tres veces. Por eso ven algunos números con demasiadas cifras para ser un número particular. Tras procesar las combinaciones, solo quedaron dos, ya que la mayoría fueron descartadas por no responder a ninguna línea en activo según la base de datos nacional. Los dos números resultantes correspondían a líneas locales: el primero era el de Kindercare, una pequeña escuela de preescolar situada en el Flamingo Boulevard de Las Vegas, y el segundo es un club de estriptis, el bar Costa de Marfil. Ya se imaginarán por cuál apuesto —dijo el sargento.

—Estupendo —dijo Jack, dejando de mirar a la pantalla y volviendo la vista hacia el sargento—. Muy buen trabajo. Gracias, sargento.

Everett sonrió sin decir nada mientras el joven sargento se daba la vuelta y abandonaba el Centro Informático. Luego, se giró a mirar a Jack, pero vio que Alice también se dirigía hacia la puerta.

Alice esperó a que los dos hombres llegaran al gran pasillo circular.

—Muy bien, necesitamos saber en qué condiciones se encuentra y si ha transferido alguna información acerca del Evento —dijo Jack.

Alice se quedó mirando fijamente a Jack.

—Hacemos siempre un seguimiento riguroso cuando alguien falta al trabajo. Y todavía mucho más cuando eso sucede después de algo como lo de ayer. No me gusta nada el aspecto que tiene todo esto, y a Niles tampoco.

—Sí, señora.

—Me he tomado la libertad de declarar la alerta en la puerta Dos. Allí les espera el Artillero Campos, él les proporcionará los documentos de identidad y las armas. Encuentren a Reese y tráiganlo de vuelta. Y háganlo rápido.