Alice Hamilton se encontró con Collins y Everett frente a las grandes puertas de la sala de conferencias. Estaba allí de pie esperándolos y en cuanto los vio les hizo un gesto con las dos carpetas que llevaba en la mano para que se dieran prisa.
—Niles, el senador y los demás os están esperando para poder empezar —los apremió mientras les hacía pasar a la sala de conferencias.
—¿Qué ocurre, Alice? —preguntó Everett en voz muy baja.
—Ahora no, Carl, venga, entra. Tenéis que hablar de algunas cosas antes de llamar al presidente. —Mientras entraban en la enorme habitación, les entregó sendas carpetas.
Jack contó siete personas sentadas alrededor de una gran mesa oval. El senador estaba justo enfrente, hojeando alguno de los papeles que tenía sobre la reluciente mesa. No se dio cuenta de la llegada de Everett ni de Collins. Alice ocupó su lugar a la derecha del senador, entre él y Niles Compton, que estaba sentado con las piernas cruzadas, leyendo un informe y frotándose la frente. Cuando lo terminó, levantó la cabeza.
—Señoras y señores, gracias por venir con tanta premura. Como van a ver, es de vital importancia que expongamos la situación lo antes posible. —Niles hizo una pausa y miró a Jack—. En primer lugar, quiero disculparme con el comandante Collins, lamento que en su primer día de trabajo deba ponerse ya en acción, pero tendrá que arreglárselas lo mejor que pueda.
—Sí, señor —contestó Jack, mirando las caras de las personas que tenía alrededor.
—Imagino que el resto ha visto el informe 201 acerca del comandante y ya conocen sus referencias y cualidades.
Los hombres y mujeres que había en la sala asintieron. Collins se percató de que de los diez, él y Everett eran los únicos que llevaban monos de color azul. Los demás llevaban batas de laboratorio o iban vestidos de calle.
—Comandante, dejaremos las presentaciones para más tarde —dijo Compton.
Jack contestó asintiendo con la cabeza.
Niles colocó los papeles en el suelo y sacó un puntero láser del bolsillo de la camisa.
—Esta mañana ha ocurrido algo al oeste de la costa de Panamá. Por lo que parece, hemos sufrido un percance en el que se han visto envueltos dos cazas de la Marina. A las 6.40 de esta mañana hemos perdido dos naves: dos F-14 súper Tomcat que habían despegado del buque Carl Vinson.
Los hombres y mujeres sentados alrededor de la mesa recibieron la noticia en silencio. Collins se dio cuenta de que estaban acostumbrados a recibir informes de pérdidas de efectivos. No supo decir si eso resultaba tranquilizador o todo lo contrario.
—La Marina, por el momento, y como es su costumbre, se muestra muy hermética acerca del suceso.
—Que sepa, comandante Collins, que no investigamos cada incidente naval que se produce —interrumpió el senador.
—Sí, claro —confirmó Compton, aclarándose la garganta—. Sabemos que este es diferente porque en el momento del suceso estábamos redirigiendo a Boris y Natasha.
Everett arrancó una hoja de su bloc y escribió algo rápidamente, luego se lo pasó a Jack. Decía: «Satélite KH-11 es nuestro, el distintivo es Boris y Natasha».
Collins levantó una ceja al recibir esta información. Era impresionante que alguien que no fuese la CIA o la Agencia de Seguridad Nacional tuviera un satélite espía de la serie KH: no solo tenían acceso al personal militar, también a su material.
—Por suerte —continuó Compton—, dejamos los oídos de Boris y los ojos de Natasha abiertos. Para que entiendan mejor, dejamos esa cosa funcionando mientras la cambiábamos de sitio, porque hacía falta recalibrar algunos de sus sistemas. Estábamos moviendo el satélite para que observara una zona de la selva brasileña donde podría haber ocultas unas ruinas de nuestro interés, así que lo que nos encontramos fue por pura casualidad. —Cogió alguno de los papeles que tenía—. Muy bien, esto es cuanto sabemos. La patrulla aérea de combate, o PAC, como dicen en la Marina, se encontraba en el aire. Recibieron un aviso de un contacto intermitente que se acercaba a la posición del portaaviones. Tenemos grabadas las comunicaciones para quien le interese. Les comunicaron que el objetivo aparecía y desaparecía en los radares aéreos de todos los barcos de la formación. —Compton volvió a detenerse—. Boris y Natasha recogió con sus cámaras lo que no podía captar el portaaviones con su radar. —Apartó la lámina blanca que tapaba la primera foto que había en el caballete.
—Quiero que mantengan la calma respecto a lo que van a ver y traten de prestar toda la atención posible —pidió Lee con mucha tranquilidad y sin levantar la cabeza—. En el Grupo hemos trabajado con aspectos difíciles de creer de la historia, la naturaleza y la ciencia, pero ninguno de ustedes se ha enfrentado antes a algo como esto.
Los hombres y mujeres allí reunidos intercambiaron miradas de sorpresa. Se habían enfrentado a eventos realmente fuera de lo común, ¿qué podía ser aquello que hacía que el senador los advirtiera previamente?
En la primera diapositiva aparecían los dos Tomcat de la Marina. Compton los señaló con el puntero láser, el pequeño punto rojo se paseó por encima de las naves. En la foto se les veía avanzar en paralelo, uno un poco más adelantado que el otro, en un buen primer plano. Compton pasó la primera foto y mostró la segunda, tomada en alta definición.
—Estábamos revisando el funcionamiento del satélite, así que ampliamos el ángulo para poder ajustar bien las ópticas. Luego nos llevó más tiempo del esperado limpiar estas imágenes con el ordenador.
Cuando Niles se apartó y los presentes pudieron ver la segunda foto, sus ojos se abrieron como platos y a varios se les aceleró el pulso. En algunas partes de la mesa se oyeron pequeños gritos y comentarios. Muchos se incorporaron intentando ver mejor algo que nunca habían imaginado que pudiera existir. La sala quedó completamente en silencio; algunos de los integrantes del Grupo se reclinaron en sus sillas, cerraron los ojos y los volvieron a abrir, como si así pudieran cambiar la imagen que tenían delante.
—¿Qué demonios es eso? —preguntó Walter Dickinson, responsable de ciencias forenses, aunque supiera perfectamente de lo que se trataba.
—Te diré qué es lo que parece, Walter. Parece algún tipo de platillo volante.
Collins dejó de mirar la fotografía y observó a Lee. Luego volvió a examinar otra vez la imagen. Definitivamente, tenía la forma de un platillo, era redondo y plano como un plato, con lo que parecía ser una pequeña cúpula en la parte superior.
—Llevo mirando estas fotos desde primera hora de la tarde y me cuesta creer lo que veo, pero aquí está, de manera irrebatible. Esos dos cazas estuvieron persiguiendo a un enorme platillo volante.
Collins se puso de pie y se acercó al caballete para ver mejor la fotografía procesada por ordenador. El resto de los presentes dejaron de hablar y permanecieron mirando en silencio. Jack siguió con el dedo índice una línea casi invisible que salía de la parte trasera del platillo y llegaba hasta unos cuatrocientos metros por detrás.
—¿Tienen alguna idea de lo que puede ser esto, doctor Compton? —preguntó Collins ante el caballete.
—De momento son solo especulaciones, pero puede tratarse de algún daño que hubiera sufrido. Creemos que es un escape de líquido.
—¿Cabe la posibilidad de que fuera provocado por nuestros cazas? —preguntó Jack, viendo a los pequeños Tomcat que iban detrás del platillo.
—Según las comunicaciones de radio, no —contestó Niles.
Jack volvió a su sitio.
Al cabo de un minuto y medio de producirse este Evento, los cazas creyeron tener un segundo contacto aproximándose a varios miles de kilómetros por hora. —Compton dejó que los que lo escuchaban entendieran lo que eso significaba—. Esa velocidad estimada fue confirmada después por el radar Doppler de Boris y Natasha; tenemos registrada la velocidad del segundo objeto desconocido.
—¿Entonces en ese momento el portaaviones ya era consciente de la situación? —preguntó Virginia Pollock. Tenía poco más de cuarenta años y había dejado General Dynamics para aceptar la oferta del doctor Compton para ser su asistente. Ahora estaba al frente del departamento de Ciencia Nuclear.
—Negativo, Virginia. Los aviones perdieron el contacto por radio con el portaaviones al acercarse a ese objeto.
Compton se levantó, luego se quedó pensando antes de retirar la fotografía.
—Ahora vamos a ver el momento en que pensamos que tuvo lugar el ataque.
En la sala se produjo un silencio sepulcral al escuchar la palabra «ataque». El director apartó la foto del platillo y de los dos cazas. La tercera fotografía mostraba al caza cayendo, con el morro en picado, fuera ya de plano. Pero había algo extraño: esta foto tenía un tono de color diferente, un tono verdoso cuya causa probablemente era un error informático en el procesamiento de la imagen.
—El piloto del segundo F-14, el piloto de apoyo, declaró un «mayday». Sus motores se habían apagado, y por si se lo están preguntando, no hay ningún error en la fotografía. Esa luz proviene de un lugar que no es ni los aviones ni la nave a la que estaban persiguiendo.
—¿Y de dónde viene entonces? —preguntó Everett, poniéndose en pie para ver mejor la imagen.
—De aquí. —Niles Compton apartó la fotografía, mostrando la que había detrás. Todos se levantaron para poder ver mejor.
—¡Caray! —exclamó Everett. Un coro de comentarios parecidos lo secundaron. Jack apretó las mandíbulas y no dijo nada.
En la foto que Miles les estaba mostrando aparecía un segundo platillo gigante. Los F-14 se encontraban bastante por debajo de él, si bien en la foto se apreciaba como el segundo ovni se acercaba al Tomcat del jefe de vuelo. Sin decir nada más, Compton retiró esta foto, dejando ver otra. Varios de los miembros del Grupo se cogieron de las sillas de altos respaldos. Nadie dijo nada hasta que asimilaron lo que la siguiente foto mostraba.
La imagen mostraba con todo lujo de detalles cómo el segundo platillo impactaba por detrás contra el caza del jefe de vuelo. El avión ya estaba en llamas y partido por la mitad. La fotografía era tan clara que se podía ver tanto al piloto como al operador de radio sujetos aún a sus asientos y precipitándose en el vacío.
El senador seguía escribiendo, todavía no había dicho nada hasta el momento, pero cuando dejó de tomar notas y levantó la cabeza, se quedó mirando al comandante Collins, que seguía observando la fotografía. Lee golpeó sobre la mesa con los nudillos de la mano derecha. Golpeó tres veces hasta que todos le prestaron atención. El viejo respiró profundamente, y mientras se levantaba le hizo un gesto a Compton para que se acercara y le dijo algo en voz baja. Compton fue después hasta su sitio, puso un voluminoso informe encima de la mesa y se quedó esperando.
Lee empezó a hablar, mirando la última foto expuesta.
—Comandante, esto es exactamente lo que tratábamos de explicarle hace un rato acerca de nuestro Grupo. Las pocas personas en el gobierno que saben de nuestra existencia, o sea, los jefes del Estado Mayor y del Consejo de Seguridad Nacional, dirían que esto no es de nuestra incumbencia, que deberíamos dejar que los militares se hicieran cargo, pero esto es lo que nosotros llamamos un «Evento»; esto puede cambiar la vida de nuestro planeta, sea cual sea el tipo de análisis que se quiera hacer. Tenemos una ventaja —afirmó, estudiando los rostros de las personas que había en torno a la mesa—: Poseemos cierta experiencia con este tipo de eventos, o más bien, yo la tuve, cuando era más joven, en la época en que fui director de este hormiguero bajo tierra.
Se escucharon algunos comentarios de sorpresa ante lo que el senador acababa de decir, pero enseguida se extinguieron.
Alice le pasó al senador dos pastillas y este se las tomó rápidamente con un poco de agua; luego cogió el bastón que estaba colgado del borde de la mesa y fue cojeando hasta el caballete, y una vez allí, señaló con el dedo índice la foto que había allí.
—El presidente Truman me destinó a este Grupo en 1945 y, por sorprendente que parezca, dos años después, el dos de julio de 1947, apareció un artefacto similar a este que describió el mismo recorrido. Una gran explosión sobresaltó a un pequeño pueblo de Nuevo México —explicó Lee, antes de hacer una pequeña pausa—. Estoy seguro de que saben a lo que me refiero.
Collins observaba al viejo Lee mientras este rememoraba el pasado. Parecía aun más viejo que esa mañana; Lee se preguntó qué tipo de medicación se acababa de tomar.
—Pues así es, el incidente Roswell. —Lee golpeó la fotografía con el puño, haciendo que el caballete se balanceara—. Roswell, Nuevo México. Según las pruebas recogidas en 1947, aquello fue el accidente de un platillo volante, señoras y señores. Y ahora, tengo un presentimiento, un recuerdo que me viene a la memoria, si me lo permiten. Y si estoy en lo cierto, nos encontramos ante un problema muy serio y muy peligroso. Antes de que Boris y Natasha perdiera el contacto con los dos objetos, confirmando así lo que por casualidad habíamos oído en las conversaciones del portaaviones, es decir, que los objetos son capaces de pasar desapercibidos, tuvo tiempo aún de determinar su posible trayectoria.
—¿Dice que el satélite les perdió la pista, señor? —preguntó Everett.
El viejo volvió cojeando hasta su silla, inclinándose más que nunca contra el bastón.
—Sí, después de que los objetivos se volvieran invisibles, desaparecieron del radar y del visor de Natasha, pero con el rastro que le dio tiempo a registrar hicimos un cálculo de su trayectoria. No conseguía ganar altitud; quizá se debiera a la posible avería, eso no lo sabemos. Si siguió perdiendo altitud, puede que haya caído en algún sitio.
Las demás personas sentadas a la mesa miraban las fotos, una detrás de otra, intentando absorber toda la información que pudieran.
—Entiendo que la primera nave no utilizara esa capacidad de sortear los radares, quizá a causa de ese desperfecto que sufría, pero ¿por qué la segunda no usaba esa ventaja? Carece de sentido —afirmó Virginia Pollock.
—No tenemos ninguna respuesta, solo buenas preguntas como la tuya, Virginia —contestó Lee—. Quizá a esa segunda nave no le importaba ser vista, ya que sabía que no podría ser seguida después. No lo sabemos y es un poco peligroso hacer especulaciones.
Justo cuando terminó la frase anterior, Compton abrió la carpeta con todos los documentos y se dirigió al fax. Marcó su código de seguridad y empezó a introducir las páginas en la máquina.
Cuando Lee consideró que los faxes habían sido enviados, se volvió hacia Alice.
—Haz ahora la llamada, por favor. —Luego se quedó mirando a Niles—. Con su permiso, doctor Compton…
Niles asintió y, una vez acabó de enviar por fax todos los documentos, tomó asiento de nuevo.
Alice pulsó un pequeño botón que hizo que se descubriera en la mesa una abertura de la que, lentamente, como accionado por un sistema hidráulico, emergió un teléfono de color rojo. A continuación, levantó el auricular y apretó el único botón que tenía el aparato. Le hizo una señal a Compton, que fue detrás de la cámara y realizó un último ajuste; después fue hasta la pared y abrió unas puertas que ocultaban una pantalla de plasma de alta definición.
—Sí, señor, aquí estamos listos —dijo Alice a la persona que había al otro lado del teléfono. Luego, lo posó sobre una pequeña horquilla y presionó con fuerza hasta que quedó bien ajustado.
—¿Estamos listos? —preguntó Lee.
—Sí, señor.
En la pantalla se vio un fogonazo azul y luego poco a poco fue apareciendo una imagen más nítida. Se trataba del escudo del presidente de los Estados Unidos. Seguidamente, surgió otra imagen: la de un hombre sentado en un sofá. Llevaba puesta una camisa vaquera y estaba incorporado hacia delante, con los brazos apoyados sobre las rodillas y los dedos entrecruzados.
—Señor presidente —comenzó Niles, de pie mirando a la cámara.
—Buenas tardes, doctor Compton, ¿qué me tiene preparado hoy mi grupo favorito?
—Señor, en primer lugar, quiero disculparme por molestarle durante su estancia en Camp David. Sabemos que le gusta gozar de cierta privacidad cuando no está usted en la Casa Blanca.
—Para nada, doctor, de hecho me acaba de salvar de tener que comerme unos perritos calientes carbonizados y unas hamburguesas medio crudas. —El presidente miró hacia los lados con un gesto de complicidad—. Mis hijas están haciendo una barbacoa. —La gente reunida en Nevada se rió educadamente ante el comentario.
—Es posible que esto le quite un poco el apetito, señor —intervino el senador Lee.
—Senador Lee, qué agradable sorpresa, ¿qué tal está?
—Yo estoy bien, pero tenemos unas noticias algo inquietantes.
—Los escucho.
—Me imagino que habrá sido informado del incidente que ha tenido lugar en el Pacífico —aventuró Lee.
—Así es, ha sido una tragedia.
—¿Lo ha informado ya la Marina de los detalles, señor presidente?
—Aún no. El departamento de la Marina me ha asegurado que me remitirán los informes preliminares mañana por la mañana —dijo el presidente, reclinándose en el sofá.
—El Grupo Evento le enviará alguna información que quizá la Marina no le facilite, y no por falta de voluntad. Llegó a nuestras manos de forma accidental.
—¿De qué información se trata? ¿Y por qué no la envían a través de la Agencia de Seguridad Nacional o de la CIA? De esa manera no pondríamos al Grupo en una situación comprometida.
—Creemos que de momento es mejor que esta información quede lo más restringida posible. Además, tenemos algunas conjeturas que creemos que pueden interesarle.
El presidente se quedó pensando un segundo, luego miró a la cámara.
—Soy todo oídos, señor Lee, pero no me resulta cómodo que no quieran incluir a la Marina en esto. Podemos decir que la información llegó a través de la Agencia de Seguridad Nacional y proteger así la fuente.
—Creo que lo entenderá usted enseguida, señor. —El anciano dudó un instante—. Hemos intentado remitir algunas preguntas a la Marina, como podrá dar fe aquí el director Compton, pero nos han dado con la puerta en las narices.
—Estoy acostumbrado a mediar en disputas territoriales, senador.
—Señor presidente, tenemos… o más bien, tengo un problema con la forma en que la Marina está llevando esta situación.
El presidente permaneció mirándose las manos.
—Sabe que le he dado mucha libertad de acción al Grupo, senador, pero si la información que me envían no es lo suficientemente preocupante, voy a tener que ponerme del lado de la Marina en este asunto. Se trata de su fuerza aérea, han perdido varios efectivos. No entiendo por qué una agencia hermana debe ser la que decida en algo que es estrictamente competencia de la Marina, a no ser que desee compartir información que puedan tener en su poder. —El presidente parecía más animado que hacía un momento.
—Para ganar tiempo, será el director Compton el que le explicará lo que sabemos, y luego podremos hablar de nuestras… —rectificó de nuevo— de mis sospechas.
El presidente torció el gesto y movió la cabeza hacia los lados.
—Como ya les he dicho, lo único de lo que me están apartando ahora mismo es de la idea que mis hijas tienen de lo que es una barbacoa. Continúe, doctor Compton, por favor.
Compton les pidió a Collins y a Everett que lo ayudaran a mover el caballete a una posición donde el hombre que estaba en Camp David pudiera verlo mejor.
Collins se dio cuenta de que Lee se sentaba junto a la pared, en un lugar desde donde podía ver la presentación, pero que estaba bastante apartado. Alice se sentó a su lado y empezó a reprenderle por algo. Él masculló por lo bajo mientras ella se irguió y se quedó en silencio.
Cuando Niles hubo terminado de informar al presidente acerca del incidente con el platillo, Collins fue hasta su silla y se quedó mirando la pantalla. Los otros se acomodaron en sus asientos y miraron las nuevas carpetas que había repartido uno de los ayudantes de Niles.
Cuando miraron a la pantalla, el presidente había desaparecido.
—A lo mejor lo hemos asustado —comentó el senador, para romper el silencio que reinaba en la sala.
Todos rieron en voz baja. Al cabo de unos segundos, el presidente reapareció en la imagen. Se sentó en el sofá con las gafas de leer sobre la nariz. Sin levantar la vista, dijo:
—El almirante Raleigh, en el cuartel general del comando del Pacífico, coincide en el diagnóstico acerca de sus fotografías. Ha habido un superviviente y, según el almirante, la historia que cuenta es bastante impresionante. Una historia que encaja con las imágenes que ustedes han aportado. —El presidente levantó la vista del documento que acababa de recibir del Grupo Evento por fax.
—¿Qué hay del superviviente, señor presidente? ¿Tiene el comandante del comando del Pacífico planes de retenerlo?
—Está sometido a cuarentena y se le ha trasladado a Miramar.
Niles Compton miró hacia la cámara y la imagen del presidente que había detrás de ella.
—Señor, nos gustaría entrevistar a ese soldado en cuanto fuera posible.
—Eso no puede ser, por lo menos de momento, Niles. Agradezco la ayuda del Grupo en este asunto, pero es su historia. ¿Me entiende, verdad?
Lee volvió a ponerse de pie y esbozó una sonrisa arrebatadora.
—Señor presidente, usted sabe que no se lo pediría si no hubiera un motivo, y sabe también que no soy un hombre al que le gusten las frivolidades. Usted tiene ahora ese documento en las manos y sabe que una vez más vamos a impresionarle, a dejarle atónito. Y que al final tendrá que ceder a los deseos del Grupo. ¿Y por qué? Primero, porque usted sabe que no la vamos a joder, y segundo, porque somos su ojito derecho.
El presidente de los Estados Unidos soltó una risotada. Arrojó el documento que le habían enviado a la mesa de centro en la que apoyaba los pies, y se recostó sobre los cojines del sofá. Miró por encima de las cámaras hacia la pantalla.
—Me lo temía, maldita sea. Parece un tigre a punto de saltar. Pues esta vez me inclino por decir que no, viejo del demonio —dijo el presidente, tratando de demostrar convicción—. Niles, le di el puesto de director para que lo mantuviera alejado de mí, y no está cumpliendo para nada con eso.
—Es como mi portavoz, señor presidente.
Lee se quedó mirando a la cámara, torció el gesto y se apoyó pesadamente en el bastón.
El presidente de los Estados Unidos parecía indignado.
—Qué hijo de puta —dijo, bromeando, entre dientes—, sabes de sobra que os tengo demasiado mimados.
La gente alrededor de la mesa estaba lista, al igual que el presidente de los Estados Unidos. Nadie en la sala de conferencias, excepto Niles y Alice, sabían que esta sería la última petición en toda regla que el senador Garrison Lee haría a un presidente en activo; ganara o perdiera esta última discusión, su tiempo se había terminado. La carrera del descubridor de innumerables tesoros de carácter histórico, del hombre que había reescrito buena parte de la historia del mundo, iba a concluir con una conversación con el presidente acerca de un platillo volante.
—Señor presidente, señoras, señores, tienen ustedes ante sus ojos una carpeta con documentos que no aparecen en ningún ordenador del mundo y que, por lo que respecta al Grupo Evento, ni siquiera existen. Ninguno de ustedes, excepto Niles, los ha visto nunca.
Los hombres y mujeres presentes en la habitación se miraron unos a otros. El presidente seguía atento la comunicación.
—El tantas veces negado y bien conocido incidente del 3 de julio de 1947 sucedió de verdad. El incidente Roswell fue una realidad, los hechos sucedieron de la siguiente manera: ese día un objeto volador no identificado cayó sobre el escarpado condado ganadero de Lincoln, Nuevo México, cerca del pequeño pueblo de Roswell. En ese momento se creyó que no había habido supervivientes. Ese 3 de julio, al amanecer, un ganadero llamado Mac Brazel y un muchacho de siete años de edad, su vecino, Dee Proctor, fueron a investigar qué era lo que había causado el enorme estruendo que habían escuchado la noche anterior. En un terreno, propiedad del ganadero, encontraron lo que fue descrito como los restos de un avión siniestrado. Según la declaración de Brazel: «Debía de tratarse de un bombardero o algo parecido, porque había restos esparcidos por toda la zona». —El senador hizo una pausa. Miró al hombre de Camp David y pudo ver que estaba escuchando con atención.
Mientras Lee hablaba, dieciocho pantallas planas de plasma se encendieron a lo largo del círculo que formaba la sala de conferencias. Las imágenes de archivo de Mac Brazel y de la zona del accidente de Roswell aparecieron con una claridad cristalina. El presidente contempló las mismas imágenes en Camp David en uno de los laterales de su pantalla.
—Brazel se llevó a casa algunos restos del siniestro y se puso en contacto con el sheriff del condado, quien a su vez se lo notificó a la base del Grupo 509 de Bombarderos de la Fuerza Aérea del Ejército de los Estados Unidos en Roswell, que en aquel momento era la única base del mundo que contaba con armamento atómico. El oficial de Inteligencia de la base, el comandante Jesse Marcel, fue enviado junto a otro hombre a investigar el suceso.
En ese momento, varios de los monitores mostraron imágenes en las que se veía a un sonriente comandante del Ejército del Aire junto a varios oficiales de la policía militar en medio de un polvoriento campo lleno de restos de chatarra.
—Marcel regresó a la base con varias piezas de origen desconocido e informó de todo a su comandante. En ese mismo momento, la estación de radio de KSWS, en Roswell, empezó a emitir información a todo el mundo acerca del extraño accidente, pero la emisión fue cortada, seguramente por el FBI. Pero la cosa no acabó ahí. —El senador se sirvió un vaso de agua de una jarra y le dio un trago—. El 8 de julio, el oficial encargado de las relaciones públicas del 509 ordenó a un alférez llamado Walter Haut emitir un comunicado de prensa. —Todos pudieron ver la fotocopia del famoso titular de prensa—. Eso provocó el enfado de alguna gente con muchos galones, y de no ser por la intervención del presidente Truman y del Grupo Evento, ciertas facciones internas de los Estados Unidos estaban dispuestas a actuar contra nuestros propios ciudadanos con tal de ocultar el hecho de que un ovni se había estrellado realmente en nuestro territorio.
—¿A qué se refiere con «actuar contra nuestros ciudadanos», senador? —preguntó el presidente.
—A lo que eso supone, señor: que los militares y quien fuera que estaba al mando en aquella época estaban dispuestos a eliminar a seres humanos para conservar el secreto. Yo lo sé bien. Estuve en Roswell cuando eso sucedió —dijo Lee con tristeza.
—¿Dónde están los restos de la nave actualmente? —preguntó Celia Brown.
—No lo sabemos. El convoy que transportaba los restos al Centro Evento desapareció en algún lugar entre Nuevo México y Nevada. No se pudo encontrar nada. Y eso incluye a diez de mis mejores hombres de seguridad y a un muy buen amigo, el doctor Kenneth Early.
—¿No se han descubierto posteriormente rastros de ese material? —preguntó el presidente.
—La investigación que el presidente Truman encargó al FBI mostró indicios de que algunos restos podían haber aparecido en Fort Worth, Texas, y después en la base Wright de la Fuerza Aérea, en Ohio. Para cuando el FBI se personó en las dos bases, el material había desaparecido, así como las personas que habían informado de la aparición de los extraños restos.
Alrededor de la mesa se oyeron numerosos comentarios en voz baja. Collins observaba al presidente en la pantalla de televisión, fijándose en los cambios en la expresión de su comandante en jefe. No todos los días se entera uno de que ha aparecido un platillo volante en tu territorio y que luego se ha evaporado sin dejar rastro.
—Dígame, ¿tiene alguna idea o, al menos, alguna sospecha acerca del asunto? —preguntó el presidente.
—Sí, señor, pero es algo que me gustaría hablar con usted y con mi nuevo jefe de seguridad, el comandante Jack Collins. El presidente Eisenhower declaró confidencial el informe del FBI en 1957.
—El director del FBI debería estar presente en esa reunión, y quizá los chicos de la otra orilla también —sugirió el presidente, refiriéndose a la CIA. Por fin había visto a Jack entre las demás personas sentadas a la mesa de reuniones. Se quedó observándolo un momento, luego pasó su mirada por el resto de asistentes.
—Sí, señor —contestó Lee, y se dio cuenta enseguida de que tenía que retomar el tema que les ocupaba—. Ahora, por favor, abran todos sus carpetas. Señor presidente, usted tiene la misma información en los documentos que le hemos mandado por fax. Cedo la palabra al director Compton.
Niles volvió a ponerse de pie.
—A partir de los datos proporcionados por el senador, hemos podido confeccionar un cálculo bastante riguroso de la trayectoria de vuelo del aparato de julio de 1947. —Niles sacó una página de la carpeta y la mostró.
Los demás siguieron la explicación en sus propias copias. En la parte de atrás de la sala, una lámina hecha de plástico, de tres metros de ancho y dos de largo, descendió desde un hueco oculto en el techo y los cuatro monitores de plasma que había detrás se apagaron. La novedosa tecnología de imágenes holográficas, una nueva composición de cristal líquido inducido por la luz y rodeado por dos láminas de plástico transparente, se puso en funcionamiento, reflejando el diagrama que Niles sostenía en la mano. Uno de sus ayudantes en el Centro Informático había configurado el programa tras ser avisado de que iba a tener lugar esta reunión informativa. El resultado era una imagen lo suficientemente detallada como para mostrar el movimiento de las nubes y el resplandor de la luz sobre las ciudades que aparecían en el mapa.
—Venezuela, América del Sur, 23.50 horas aproximadamente, 2 de julio de 1947. Los factores meteorológicos han sido agregados por ordenador a partir de los datos registrados por el Servicio Meteorológico Nacional. Ese día, la tripulación de un avión de una compañía aérea panameña, que había despegado de Panamá capital en dirección oeste, informó de la presencia de un objeto no identificado al control aéreo venezolano. «Tenía forma redonda y se movía a gran velocidad». A las 23.55 horas exactamente, el Ejército de los Estados Unidos registró otra comunicación en Panamá, la cual provenía de un crucero de batalla británico que se encontraba a poca distancia de la costa. Decía lo siguiente: «Buque de Su Majestad Royal Fox: Un objeto no identificado, volando a poca altura, ha pasado por encima del buque de Su Majestad, provocando quemaduras al personal que había en cubierta. Se cree que el objeto debía de estar averiado, ya que los marineros vieron salir humo de la parte trasera del extraño aparato».
»Hemos encontrado un rastro que empieza, por lo menos, en Panamá, y cabe la posibilidad, aunque solo sea una posibilidad, de que tuviese algún tipo de avería, al igual que el objeto de esta mañana. Vamos un poco más al norte —continuó Compton—. Testigos desde tierra firme, un poco más al norte de México D. F., declaran lo siguiente: «A las 23.59 horas, una pequeña aeronave despegaba de un aeródromo cuando se escuchó un estruendo proveniente del sur. Al darse la vuelta los testigos, en dirección al ruido, vieron una enorme forma circular que cubría todo el cielo. Volaba a baja altura, tan cerca del suelo que a su paso provocó el balanceo de los coches y la rotura de algunas ramas. En ese momento, otro aparato con aspecto de disco descendió del cielo a una velocidad enorme, tanta que al elevarse las oscuras nubes de lluvia se separaron y fueron luego absorbidas a su paso. El objeto chocó con un pequeño Cessna que acababa de despegar, una familia entera murió en el siniestro. Ese platillo siguió después el rumbo del primer objeto. Los dos aparatos se desviaron bruscamente en dirección norte y continuaron su viaje».
»Exactamente veinte minutos más tarde, y en medio de una tormenta, tuvo lugar el accidente de Nuevo México. —Al mismo tiempo que Compton pronunciaba esas palabras, en el holograma la pequeña señal luminosa desapareció en medio de las nubes y una gran luz apareció en la pantalla dentro de los límites de Nuevo México—. El senador está convencido de que los avistamientos de 1947 corresponden al mismo tipo de platillo que el implicado en el ataque que han sufrido hoy nuestros pilotos.
—Han hecho falta años de trabajo para reunir todas estas piezas —añadió el senador—. Pero todos los testigos del incidente dijeron que aquello era algo que nunca olvidarían. El buque de la Marina Real incluso dejó constancia del hecho en el cuaderno de bitácora del barco, para disgusto del almirantazgo. —El senador se giró para dirigirse al presidente—. Lo esencial de todo esto, señor presidente, es el hecho de que tenemos dos incidentes, producidos en circunstancias muy similares, y que han tenido lugar con cincuenta y ocho años de diferencia. El segundo objeto atacó al primero y tenemos la sospecha de que pretendía derribarlo.
—Sí, veo las coincidencias, entiendo lo que quiere decir.
—La cadena de acontecimientos es casi exacta: la misma ruta, dos platillos, uno se avería. El primer platillo cayó en 1947 en el sudoeste de los Estados Unidos, y ahora tenemos el segundo Evento, con casi la misma ruta que el primero. Y creo que es muy posible que haya caído también en este país, en la misma zona.
—¿Qué es lo que quiere, senador?
Garrison Lee volvió a ocupar su asiento en la presidencia de la gran mesa de reuniones; la cojera que le hacía dependiente de un bastón era más notoria que nunca.
—Señor presidente, sé que la Marina quiere mantener esto bajo su jurisdicción, y en cualquier otra circunstancia les diría que sí, que son sus dominios. Pero, como nos encontramos ante algo que ya ha sucedido en el pasado, creo que según nuestros estatutos, esto entra dentro de la jurisdicción del Grupo Evento. Debido a la naturaleza del incidente de 1947, pensamos que se trata de un Evento de proporciones inimaginables. Según las pruebas que reunimos hace muchos años, y que ampliaré con usted y con los miembros de este grupo, considero que ese incidente de hoy, como el de 1947, fue una acción deliberada de una fuerza alienígena de derribar esa nave como un acto de declaración de guerra.
Los rumores se extendieron por la mesa; el presidente parpadeó varias veces, pero se mostró tranquilo.
—Esto pone encima de la mesa algo que llevaba archivado desde Roswell en 1947. Le he enviado una copia de nuestra investigación sobre el incidente que ocurrió hace cincuenta y ocho años por medio de un correo de seguridad, lo recibirá en breve, y debo hacer hincapié en que es altamente confidencial. —Lee descansó un momento para tomar aire—. Niles y yo queremos que nuestra gente se haga cargo, señor presidente; nosotros no creemos en las coincidencias. —A continuación, volvió la vista hacia las personas que había alrededor de la mesa que tan bien conocía, las mismas a las que había preparado para eventos de esta magnitud—. Con los dos eventos tan estrechamente relacionados y con lo que sabemos del anterior, creo que somos testigos, por razones que aún no conocemos, de una acción deliberada para derribar esa nave en nuestro país. Creo que la primera acción en 1947 falló por razones que aprendimos aquella noche en Roswell, y que serán explicadas, pero si este segundo intento ha tenido éxito, creo que nos enfrentamos a algo de una enorme gravedad.
En la sala de conferencias reinaba un silencio absoluto, todas las miradas pasaron de Lee al presidente, en espera de alguna explicación a la grave advertencia del senador.
El presidente se puso de pie, de manera que la cámara solo registraba la mitad de su cuerpo, y quedó fuera de plano. Un momento después, regresó. Volvió a sentarse en el sofá de piel con unos cuantos folios en la mano.
—Está bien, pero quiero que me tengáis bien informado de todo, ¿está claro? —Empezó a mirar las páginas que acababa de recibir por fax desde Nevada.
—Sí, señor —respondió Lee—. ¿Y el aviador del Carl Vinson? Necesitamos traer aquí a ese hombre.
—Me encargaré de eso después de comerme los perritos calientes carbonizados, ¿de acuerdo? —dijo el presidente, levantando la cabeza de los papeles.
—Sí, señor, y gracias, estaremos en contacto. Disfrute de la cena y…
—Señor Lee —añadió el presidente, interrumpiendo al senador—, esto puede ser algo demasiado grande para que se encargue de ello solo su agencia. Por lo menos he de informar a alguno de los jefes del Alto Estado Mayor y del Consejo de Seguridad Nacional. Los de la otra orilla están todos como locos con esto; a pesar de lo que sucedió en 1947, es posible que sea solo un asunto estrictamente militar. —El presidente frunció el ceño ante la cámara y la pantalla pasó a azul.
El senador fue hasta su silla y se sentó, dejando escapar un profundo suspiro. Collins vio que Alice le daba unas palmaditas en el brazo. Les dedicó una sonrisa a sus colegas y le hizo un gesto con la cabeza al director Compton.
—Muy bien, compañeros, se acaba de declarar oficialmente un Evento; en breve tendremos la autorización para llevar a cabo una investigación presidencial. ¿Cómo vamos a hacer para encontrar ese platillo? —preguntó Niles.
La sala se quedó un momento en silencio, y a continuación el Grupo empezó a trazar planes sobre cómo podía contribuir cada departamento a la búsqueda. Jack y Carl se mantuvieron al margen. En cuanto a Garrison Lee, permaneció sentado en su silla con las dos manos apoyadas en el bastón. Alice se quedó mirándolo pero no hizo ningún intento de comprobar si se encontraba bien. Sabía que no era así.