Más tarde, después de haber hecho el amor, Bosch y Rachel se quedaron en la cama, hablando de cualquier cosa que se les ocurría salvo de lo que acababan de hacer. Al final, volvieron al caso y al interrogatorio de la mañana siguiente con Raynard Waits.
—No puedo creer que después de todo este tiempo vaya a sentarme cara a cara con el asesino de Marie —dijo Bosch—. Es como un sueño. Realmente he soñado con pillar a este tipo. O sea, nunca era Waits en el sueño, pero soñaba con cerrar el caso.
—¿Quién estaba en el sueño? —preguntó ella.
Tenía la cabeza descansando en el pecho de él. Harry no podía verle la cara, pero podía olerle el pelo. Debajo de las sábanas, Rachel tenía una pierna encima de una de las suyas.
—Era ese tipo del que siempre pensé que podría encajar con esto. Pero nunca tuve nada con qué acusarlo. Supongo que porque siempre fue un gilipollas, quería que fuera él.
—Bueno, ¿tenía alguna conexión con Gesto?
Bosch trató de encogerse de hombros, pero era difícil con sus cuerpos tan entrelazados.
—Conocía el garaje donde encontraron el coche y tenía una exmujer que era clavada a Gesto. También tenía problemas para controlar la ira. Pero yo no podía aportar ninguna prueba real. Sólo pensaba que era él. Una vez lo seguí, durante el primer año de la investigación. Estaba trabajando de vigilante de seguridad en los viejos campos de petróleo detrás de Baldwin Hills. ¿Sabes dónde está?
—¿Te refieres a allí donde se ven las bombas de petróleo cuando vienes de La Cienega desde el aeropuerto?
—Sí, exacto. Ese es el sitio. Bueno, la familia de ese chico es propietaria de un pedazo de esos campos y supongo que su padre estaba tratando de enderezarlo. Lo típico, obligarle a que se ganara la vida, aunque tenía todo el dinero del mundo. Así que estaba ocupándose de la seguridad allí arriba y yo lo estaba observando un día. Se encontró con unos chicos que estaban por ahí enredando, entrando en propiedad privada y haciendo el tonto. Eran chavales de trece o catorce años. Dos chicos del barrio vecino.
—¿Qué les hizo?
—Se les echó encima y los esposó a uno de los pozos de petróleo. Estaban espalda contra espalda y esposados en torno a esa pértiga que era como un ancla para la bomba de extracción. Y entonces se metió en su furgoneta y se largó.
—¿Los dejó allí?
—Eso es lo que pensé que estaba haciendo, pero volvió. Yo estaba observando con prismáticos desde una cresta al otro lado de La Cienega y desde allí veía todo el campo de petróleo. Había otro tipo con él y fueron a esa cabaña, donde supongo que guardaban muestras del petróleo que estaban extrayendo del suelo. Entraron allí y salieron con dos cubos de ese material, lo metieron en la furgoneta y volvieron. Entonces les echaron esa mierda por encima a los dos chavales.
Rachel se incorporó sobre un codo y lo miró.
—¿Y tú te quedaste mirando?
—Te lo he dicho, estaba en otro risco, al otro lado de La Cienega, antes de que construyeran casas allí arriba. Si hubiera ido más lejos, habría intentado intervenir de alguna manera, pero entonces los soltó. Además, no quería que supiera que lo estaba vigilando. En ese momento él no sabía que lo tenía en mente por lo de Gesto.
Rachel asintió como si comprendiera y no cuestionó más su falta de acción.
—¿Sólo los dejó ir? —preguntó ella.
—Les quitó las esposas, le dio una patada en el culo a uno de ellos y los dejó ir. Sé que estaban llorando y asustados.
Rachel negó con la cabeza en un gesto de asco.
—¿Cómo se llama ese tipo?
—Anthony Garland. Su padre es Thomas Rex Garland. Puede que hayas oído hablar de él.
Rachel negó con la cabeza, sin reconocer el nombre.
—Bueno, Anthony puede que no fuera el asesino de Gesto, pero suena a gilipollas integral.
Bosch asintió.
—Lo es. ¿Quieres verlo?
—¿Qué quieres decir?
—Tengo sus «grandes éxitos» en vídeo. Lo he tenido en una sala de interrogatorios tres veces en trece años. Todas las entrevistas están grabadas.
—¿Tienes la cinta aquí?
Bosch asintió, sabiendo que ella podría encontrar extraño o desagradable que estudiara cintas de interrogatorios en casa.
—Las tengo copiadas en una cinta. Las traje a casa la última vez que trabajé el caso.
Rachel pareció considerar la respuesta antes de contestar.
—Entonces ponía. Echemos un vistazo a este tipo.
Bosch salió de la cama, se puso los calzoncillos y encendió la lámpara. Fue a la sala de estar y miró en el armario de debajo del televisor. Tenía unas cuantas cintas de escenas del crimen de viejos casos, así como otras varias cintas y DVD. Finalmente localizó una cinta VEIS con la nota «Garland» en la caja y se la llevó de nuevo al dormitorio.
Tenía un televisor con reproductor de vídeo incorporado en la cómoda. Lo encendió, metió la cinta y se sentó en el borde de la cama con el control remoto. Se dejó los calzoncillos puestos ahora que él y Rachel estaban trabajando. Rachel se quedó bajo las sábanas y cuando la cinta estaba empezando a reproducirse estiró una pierna hacia él y repiqueteó con los dedos de los pies en su espalda.
—¿Esto es lo que haces con todas las chicas que traes aquí? ¿Enseñarles tus técnicas de interrogación?
Bosch la miró por encima del hombro y le respondió casi en serio.
—Rachel, creo que eres la única persona en el mundo con la que podría hacer esto.
Ella sonrió.
—Creo que te pillo, Bosch.
Él volvió a mirar a la pantalla. La cinta se estaba reproduciendo. Le dio al botón de silencio del mando a distancia.
—La primera es del 11 de marzo de 1994. Fue unos seis meses después de que desapareciera Gesto y estábamos buscando algo. No teníamos suficiente para detenerlo, ni mucho menos, pero logré convencerlo para que viniera a comisaría a declarar. No sabía que tenía el anzuelo en él. Pensaba que sólo iba a hablar del apartamento en el que había vivido su exnovia.
En la pantalla se veía una imagen en color con mucho grano de una pequeña sala en la que había dos hombres sentados. Uno era un Harry Bosch de aspecto mucho más joven y el otro era un hombre de veintipocos años con pelo ondulado rubio decolorado por el sol: Anthony Garland. Llevaba una camiseta que ponía «Lakers» en el pecho. Las mangas le quedaban ceñidas a los brazos y la tinta de un tatuaje era visible en el bíceps izquierdo: alambre de púas negro que envolvía los músculos del brazo.
—Vino voluntariamente. Entró como si viniera a un día en la playa. Bueno…
Bosch subió el sonido. En la pantalla, Garland estaba observando la sala con una ligera sonrisa en el rostro.
«—Así que es aquí donde pasa, ¿eh? —preguntó».
«—¿Dónde pasa qué? —dijo Bosch».
«—Ya sabe, donde quiebran a los tipos malos y confiesan todos sus crímenes —sonrió con timidez».
«—A veces —dijo Bosch—. Pero hablemos de Marie Gesto. ¿La conocía?».
«—No, le dije que no la conocía. Nunca la había visto antes en mi vida».
«—¿Antes de qué?».
«—Antes de que me enseñara su foto».
«—Entonces si alguien me dijera que la conocía, estaría mintiendo».
«—Claro que sí. ¿Quién coño le dijo esa gilipollez?».
«—Pero conocía el garaje vacío en los High Tower, ¿no?».
«—Sí, bueno, mi novia acababa de mudarse y, sí, sabía que el sitio estaba vacío. Eso no significa que metiera el coche ahí. Mire, ya me ha preguntado todo esto en la casa. Pensaba que había algo nuevo. ¿Acaso estoy detenido?».
«—No, Anthony, no está detenido. Sólo quería que viniera para poder repasar este material».
«—Ya lo he repasado con usted».
«—Pero eso fue antes de que supiéramos algunas otras cosas sobre usted y sobre ella. Ahora es importante recorrer el mismo camino otra vez. Tomar un registro formal».
El rostro de Garland pareció contorsionarse de ira momentáneamente. Se inclinó sobre la mesa.
«—¿Qué cosas? ¿De qué coño está hablando? No tengo nada que ver con eso. Ya se lo he dicho al menos dos veces. ¿Por qué no está buscando a la persona que lo hizo?».
Bosch esperó a que Garland se calmara un poco antes de responder.
«—Porque quizás estoy con la persona que lo hizo».
«—Que le den por culo. No tiene nada contra mí, porque no hay nada que tener. Se lo he dicho desde el principio. ¡Yo no he sido!».
Ahora Bosch se inclinó sobre la mesa. Sus caras estaban a un palmo de distancia.
«—Ya sé lo que me dijo, Anthony. Pero eso fue antes de que fuera a Austin y hablara con su novia. Ella me contó algunas cosas sobre usted que, francamente, Anthony, requieren que preste más atención».
«—Que le den. ¡Es una puta!».
«—¿Sí? Y entonces, ¿por qué se enfadó con ella cuando le dejó? ¿Por qué tuvo que huir de usted? ¿Por qué no la dejó en paz?».
«—Porque a mí nadie me deja. Las dejo yo. ¿Vale?».
Bosch se recostó y asintió con la cabeza.
«—Vale. Entonces, con el máximo detalle que pueda recordar, cuénteme lo que hizo el 9 de septiembre del año pasado. Cuénteme adónde fue y a quién vio».
Utilizando el control remoto, Bosch adelantó la cinta.
—No tenía coartada para el momento en que creíamos que sacaron a Marie del supermercado. Pero podemos saltar adelante, porque esa parte del interrogatorio es interminable.
Rachel estaba ahora sentada en la cama detrás de él, con la sábana ceñida en torno al cuerpo. Bosch la miró por encima del hombro.
—¿Qué opinas de este tipo hasta ahora?
Ella encogió sus hombros desnudos.
—Parece el típico capullo rico. Pero eso no lo convierte en un asesino.
Bosch asintió.
—Esto de ahora es de dos años después. Los abogados de la firma de su papi me pusieron una orden y sólo podía interrogar al chico si tenía un abogado presente. Así que no hay mucho más aquí, pero hay una cosa que quiero que veas. Su abogado en esto es Dennis Franks, del bufete de Cecil Dobbs, un pez gordo de Century City que se ocupa de las cosas de T. Rex.
—¿T. Rex?
—El padre. Thomas Rex Garland. Le gusta que lo llamen T. Rex.
—Lo supongo.
Bosch frenó un poco la velocidad de avance para distinguir mejor la acción de la cinta. En pantalla, Garland estaba sentado a una mesa con un hombre justo a su lado. En la imagen en avance rápido, el abogado y su cliente consultaban muchas veces en comunicaciones boca-oreja. Bosch finalmente puso la cinta a velocidad normal y recuperó el audio. Quien hablaba era Franks, el abogado.
«—Mi cliente ha cooperado plenamente con usted, pero usted continúa acosándolo en el trabajo y en casa con estas sospechas y preguntas que no están sustentadas ni por un ápice de prueba».
«—Estoy trabajando en esa parte, letrado —dijo Bosch—. Y cuando termine, no habrá ningún abogado en el mundo que pueda ayudarle».
«—¡Váyase al cuerno, Bosch! —dijo Garland—. Será mejor que nunca venga solo a por mí, sí no quiere morder el polvo».
Franks puso una mano tranquilizadora en el brazo de Garland. Bosch se quedó en silencio unos segundos antes de responder.
«—¿Quiere amenazarme ahora, Anthony? ¿Cree que soy como uno de esos adolescentes a los que esposa en los campos de petróleo y les echa crudo por encima? ¿Cree que me voy a ir con el rabo entre las piernas?».
La cara de Garland se oscureció en una mueca. Sus ojos parecían dos canicas negras inmóviles.
Bosch pulsó el botón de pausa en el mando a distancia.
—Ahí —le dijo a Rachel señalando la pantalla con el mando—. Es lo que quería que vieras. Mira esa cara. Pura y perfecta rabia. Por eso pensaba que era él.
Walling no respondió. Bosch la miró y parecía que ella hubiera visto antes el rostro de pura y perfecta rabia. Parecía casi intimidada. Bosch se preguntó si lo había visto en alguno de los asesinos a los que se había enfrentado o en algún otro.
Harry se volvió hacia la televisión y pulsó de nuevo el botón de avance rápido.
—Ahora saltamos casi diez años, a cuando lo llevé a comisaría en abril pasado. Franks ya no estaba y se ocupó del caso otro tipo del bufete de Dobbs. Metió la pata y no volvió al juez cuando expiró la primera orden de alejamiento. Así que lo intenté otra vez. Él se sorprendió al verme. Lo cogí un día que salía de comer en Kate Mantilini. Probablemente pensaba que había desaparecido de su vida hacía tiempo.
Bosch detuvo el botón de avance rápido y reprodujo la cinta. En la pantalla, Garland parecía más viejo y más gordo. Su cara se había ensanchado y ahora llevaba el pelo muy corto y empezaban a verse las entradas. Lucía camisa blanca y corbata. Las entrevistas grabadas lo habían seguido desde el final de la adolescencia a bien entrado en la edad adulta.
En esta ocasión, Garland aparecía sentado en una sala de interrogatorio diferente. Esta era del Parker Center.
«—Si no estoy detenido, soy libre para irme —dijo—. ¿Soy libre para irme?».
«—Esperaba que contestara unas cuantas preguntas antes —replicó Bosch».
«—Respondí a todas sus preguntas hace años. Esto es una vendetta, Bosch. No se rendirá. No me dejará en paz. ¿Puedo irme ahora o no?».
«—¿Dónde escondió el cadáver?».
Garland negó con la cabeza.
«—Dios mío, esto es increíble. ¿Cuándo terminará?».
«—No terminará nunca, Garland. No hasta que la encuentre y no hasta que le encarcele».
«—¡Esto es una puta locura! Está loco, Bosch. ¿Qué puedo hacer para que me crea? ¿Qué puedo…?».
«—Puede decirme dónde está y entonces le creeré».
«—Bueno, esa es la única cosa que no puedo decirle, porque yo no…».
Bosch de repente apagó la tele con el mando a distancia. Por primera vez se dio cuenta de lo ciego que había estado, yendo tras Garland tan implacablemente como un perro que persigue a un coche. No era consciente del tráfico, no era consciente de que justo delante de él, en el expediente, estaba la pista del asesino real. Mirar la cinta con Walling había acumulado humillación sobre humillación. Había pensado que al mostrarle la cinta, ella vería por qué se había centrado en Garland. Ella lo entendería y lo absolvería del error. Pero ahora, al contemplarlo a través del prisma de la inminente confesión de Waits, ni siquiera él mismo podía absolverse.
Rachel se inclinó hacia él y le tocó la espalda, trazando su columna vertebral con sus dedos suaves.
—Nos pasa a todos —dijo ella.
Bosch asintió. «A mí no», pensó.
—Supongo que cuando esto termine tendré que ir a buscarlo y pedirle disculpas —dijo.
—Que se joda. Sigue siendo un capullo. Yo no me molestaría.
Bosch sonrió. Ella estaba tratando de ponérselo fácil.
—¿Tú crees?
Ella tiró de la cinturilla elástica de los calzoncillos de Bosch y la soltó en su espalda.
—Creo que tengo al menos otra hora antes de empezar a pensar en irme a casa.
Bosch se volvió a mirarla y sonrió.