Como Rachel ya había estado en casa de Bosch antes, no se molestó en echar un vistazo. Dejó los archivos en la mesita del comedor y miró a Bosch.
—¿Qué pasa? ¿Estás bien?
—Estoy bien. Casi me había olvidado de que venías.
—Puedo marcharme…
—No, me alegro de que estés aquí. ¿Has encontrado más tiempo para mirar el material?
—Un poco. Tengo algunas notas y algunas ideas que podrían ayudarte mañana. Y si quieres que esté allí, puedo arreglarlo para estar, extraoficialmente.
Bosch negó con la cabeza.
—Oficial o extraoficialmente no importa. Es la oportunidad de Rick O’Shea y si meto a una agente del FBI, entonces será mi oportunidad de irme.
Ella sonrió y negó con la cabeza.
—Todo el mundo cree que lo único que busca el FBI son los titulares. No siempre es así.
—Ya lo sé, pero no quiero que esto se convierta en un caso de prueba para O’Shea. ¿Quieres tomar algo? —Hizo un gesto hacia la mesa para que ella se sentara.
—¿Qué estás tomando?
—Estaba tomando vodka, pero creo que voy a pasarme al café.
—¿Puedes hacerme un vodka con tónica? —dijo ella.
—Puedo hacerte uno sin tónica —respondió.
—¿Zumo de tomate?
—No.
—¿Zumo de arándanos?
—Sólo vodka.
—Hardcore, Harry. Creo que tomaré café.
Bosch fue a la cocina a poner un cazo al fuego. Oyó que ella apartaba una silla y se sentaba. Al volver vio que Rachel había esparcido las carpetas y que tenía una página de notas delante.
—¿Has hecho algo con el nombre ya? —preguntó Walling.
—Está en marcha. Empezaremos temprano mañana y con un poco de suerte sabremos algo antes de meternos en la sala con este tipo a las diez.
Rachel asintió y esperó a que Harry se sentara enfrente.
—¿Listo? —preguntó ella.
—Listo.
Rachel Walling se inclinó hacia delante y miró sus notas. Al principio habló sin levantar la mirada de ellas.
—Sea quien sea, sea cual sea su nombre, es obvio que es listo y manipulador —dijo—. Fíjate en su tamaño. Bajito y no muy corpulento. Esto significa que actúa bien. De algún modo es capaz de conseguir que estas víctimas lo acompañen. Esa es la clave. Es improbable que usara la fuerza física, al menos al principio. Es demasiado pequeño para eso. En cambio, empleó el encanto y la astucia, y tenía práctica y era brillante en eso. Si una chica está en la parada del autobús de Hollywood Boulevard, va a ser cauta y tendrá cierta medida de conocimiento de la calle. Él era más listo.
Bosch asintió.
—El embaucador —dijo.
Ella dijo que sí con la cabeza y señaló una pequeña pila de documentos.
—He hecho un poco de investigación en Internet sobre eso —dijo ella—. En la épica, Reynard es descrito con frecuencia como un miembro del clero que es capaz de cortejar a sus fieles para atraerlos y poder atraparlos. En esa época (estamos hablando del siglo XII) el clero era la autoridad máxima. Hoy sería diferente. La autoridad última sería el gobierno, notablemente representado por la policía.
—¿Quieres decir que podría haberse hecho pasar por poli?
—Es sólo una idea, pero es posible. Tuvo que haber tramado algo que funcionara.
—¿Y un arma? ¿O dinero? Podría simplemente haber mostrado billetes verdes. Esas mujeres… Esas chicas habrían ido por dinero.
—Creo que era más que un arma y más que dinero. Para usar cualquiera de las dos hay que acercarse. El dinero no rebaja el umbral de la seguridad. Tenía que ser algo más. Su estilo o su palique, algo más que el dinero. Cuando consiguiera que se acercaran, entonces usaría el arma.
Bosch asintió, cogió un cuaderno de un estante situado detrás del lugar en el que estaba sentado y tomó unas pocas notas en una página.
—¿Qué más? —preguntó.
—¿Sabes cuánto tiempo ha tenido su negocio?
—No, pero lo sabremos mañana por la mañana. ¿Por qué?
—Bueno, porque muestra otra dimensión de su talento. Pero no me interesa solamente porque regentara su propia empresa. También siento curiosidad por la elección del negocio. Le permitía moverse y desplazarse por la ciudad. Si veías su furgoneta en el barrio, no había motivo de preocupación, salvo a última hora de la noche, lo cual obviamente condujo a su caída. Y el trabajo también le permitía entrar en casas ajenas. Siento curiosidad por saber si empezó con ese empleo para que le ayudara a cumplir sus fantasías (los asesinatos) o bien ya tenía el negocio antes de actuar sobre esos impulsos.
Bosch tomó unas pocas notas más. Rachel iba bien encaminada con sus preguntas sobre ese empleo de Waits. Él se planteaba preguntas similares. ¿Podía haber tenido Waits el mismo negocio trece años antes? ¿Había limpiado ventanas en los High Tower y se había enterado del apartamento vacante? Quizás era otro error, una conexión que se les había pasado por alto.
—Sé que no he de decirte esto, Harry, pero has de ser muy cuidadoso y cauto con él.
Bosch levantó la mirada de sus notas.
—¿Por qué?
—Algo de lo que veo aquí… Y obviamente es una respuesta apresurada a un montón de material, pero… algo no cuadra.
—¿Qué?
Ella compuso sus ideas antes de responder.
—Has de recordar que, si lo pillaron, fue por casualidad. Agentes que estaban buscando a un ladrón se encontraron con un asesino. Hasta el momento en que los agentes encontraron las bolsas en su furgoneta, Waits era completamente desconocido para las fuerzas del orden. Había pasado desapercibido durante años. Como he dicho, muestra que tenía cierto nivel de astucia y habilidad. Y también nos dice algo acerca de la patología. No estaba enviando notas a la policía como el Asesino del Zodiaco o BTK. No estaba exhibiendo a sus víctimas como una afrenta a la sociedad o una provocación a la policía. Estaba tranquilo. Se movía por debajo de la superficie. Y elegía víctimas, con la excepción de las dos primeras muertes, que podían ser eliminadas sin provocar demasiado revuelo. ¿Entiendes lo que te digo?
Bosch vaciló un momento, sin estar seguro de querer hablarle del error que él y Edgar habían cometido tantos años atrás.
Ella lo captó.
—¿Qué?
Harry no contestó.
—Harry, no quiero acelerar en falso. Si hay algo que debería saber, entonces cuéntamelo o me levanto y me voy.
—Espera hasta que haga el café. Espero que te guste solo.
Se levantó, se metió en la cocina y llenó dos tazas de café. Encontró unos sobres de azúcar y edulcorante en una canasta donde echaba los condimentos que acompañaban a los pedidos para llevar y se los llevó a Rachel. Ella puso edulcorante en su taza.
—Vale —dijo Walling después del primer sorbo—. ¿Por qué no me lo cuentas?
—Mi compañero y yo cometimos un error cuando trabajamos en esto en el noventa y tres. No sé si contradice lo que acabas de decir sobre que Waits pasara desapercibido, pero parece que nos llamó entonces, cuando llevábamos tres semanas en el caso. Habló con mi compañero por teléfono y usó un alias. Al menos creíamos que era un alias. Con este asunto de Reynard el Zorro que has sacado, quizás usó su verdadero nombre. En cualquier caso la cagamos. Nunca lo comprobamos.
—¿Qué quieres decir?
Bosch contó con detalle, lentamente, a regañadientes, la llamada de Olivas y su hallazgo del alias de Waits en el 51. Walling bajó la mirada a la mesa y asintió con la cabeza mientras escuchaba. Dibujó un círculo con el boli en la página de notas que tenía delante.
—Y el resto es historia —dijo Bosch—. Siguió adelante… y matando gente.
—¿Cuándo descubriste esto? —preguntó ella.
—Justo después de dejarte hoy.
Rachel asintió con la cabeza.
—Lo cual explica por qué le estabas dando tan duro al vodka.
—Supongo.
—Pensaba… No importa lo que pensaba.
—No, no era por verte, Rachel. Verte era, o sea es… La verdad es que es muy bonito.
Walling levantó la taza y dio un sorbo al café, luego bajó la vista a su trabajo y pareció armarse de valor para seguir adelante.
—Bueno, no veo cómo el hecho de que os llamara entonces cambia mis conclusiones —dijo—. Sí, parece poco acorde con su personalidad que contactara bajo cualquier nombre. Pero has de recordar que el caso Gesto se produjo en las primeras etapas de su formación. Hay varios aspectos relacionados con Gesto que no encajan con el resto. Así que si ese fuera el único caso donde estableció contacto, no sería tan inusual.
—Vale.
Rachel recurrió de nuevo a sus notas y continuó evitando los ojos de Harry desde que este le había hablado de su error.
—Bueno, ¿dónde estaba antes de que sacaras a relucir eso?
—Dijiste que después de los dos primeros crímenes eligió víctimas a las que podía enterrar sin noticia.
—Exactamente. Lo que estoy diciendo es que obtenía satisfacción en lo que hacía. No necesitaba que nadie más supiera que lo estaba haciendo. No disfrutaba por la atención. No quería atención; su satisfacción era autocontenida. No requería parte externa ni componente público.
—Entonces, ¿qué te preocupa?
Rachel levantó la mirada hacia él.
—¿Qué quieres decir?
—No lo sé. Pero parece que algo en tu propio perfil del tipo te molesta. Hay algo que no te crees.
Ella asintió, reconociendo que la había interpretado correctamente.
—Es sólo que su perfil no cuadra con alguien que coopere en este momento del partido, que hable de los otros crímenes. Lo que veo aquí es a alguien que nunca lo admitiría. No admitiría nada. Que lo negaría, o que al menos mantendría silencio al respecto, hasta que le clavaran la inyección letal en el brazo.
—Muy bien, entonces eso es una contradicción. ¿No tienen contradicciones todos estos tipos? En algún punto están todos de atar. No hay ningún perfil correcto al ciento por ciento, ¿no?
—Es cierto —admitió Rachel—. Pero aun así no encaja, y supongo que lo que estoy intentando decir es que desde su punto de vista hay algo más. Un objetivo superior, si quieres. Un plan. Toda esta confesión es reveladora de manipulación.
Bosch asintió como si lo que ella había dicho fuera obvio.
—Por supuesto que lo es. Está manipulando a O’Shea y al sistema. Está usando esto para evitar la aguja.
—Quizá, pero podría haber otros motivos. Ten cuidado.
Ella dijo las dos últimas palabras con severidad, como si estuviera corrigiendo a un subordinado o incluso a un niño.
—No te preocupes, lo tendré —dijo Bosch.
Decidió no encallarse en eso.
—¿Qué piensas del descuartizamiento? —preguntó—. ¿Qué nos dice?
—De hecho he pasado la mayor parte del tiempo estudiando las autopsias. Siempre he creído que las víctimas son lo que más te enseña del asesino. La estrangulación fue la causa de la muerte en todos los casos. No había heridas punzantes en los cadáveres, sólo el descuartizamiento. Son dos cosas diferentes. Creo que el descuartizamiento era simplemente una forma de limpieza, de deshacerse de los cadáveres con facilidad. Una vez más muestra su talento, su planificación y su organización. Cuanto más leía, más me daba cuenta de lo afortunados que fuimos al detenerlo esa noche. —Rachel pasó un dedo por la hoja de notas que había escrito y continuó—: Las bolsas me resultan muy intrigantes.
Tres bolsas para dos mujeres. Una bolsa contenía las dos cabezas y las cuatro manos. Era como si posiblemente tuviera un destino o un plan separado para la bolsa que contenía los identificadores, las cabezas y las manos. ¿Han sido capaces de determinar adónde iba cuando pararon su coche?
Bosch se encogió de hombros.
—No del todo. Se supone que iba a enterrar las bolsas en algún sitio en torno al estadio, pero la verdad es que no se explica, porque lo vieron alejarse de Stadium Way e ir hacia el barrio. Se estaba alejando del estadio y del bosque, de los lugares donde podría enterrar las bolsas. Hay algunos solares en el barrio y acceso desde las colinas de debajo del estadio, pero me parece que, si iba a enterrarlas, no se habría metido por allí. Se habría adentrado en el parque, donde había menos opciones de que se fijaran en él.
—Exactamente.
Ella miró otro de sus documentos.
—¿Qué? —preguntó Bosch.
—Bueno, esta historia de Reynard el Zorro podría no tener nada que ver con todo esto. Podría ser coincidencia.
—Pero en la épica Reynard tiene un castillo que es su escondite secreto.
Rachel arqueó las cejas.
—No creía que tuvieras ordenador y menos que supieras buscar en Internet.
—No sé. Mi compañera hizo la búsqueda. Pero he de decirte que he estado en el barrio justo antes de llamarte hoy y no he visto ningún castillo.
Walling negó con la cabeza.
—No te lo tomes todo al pie de la letra —comentó.
—Bueno, todavía hay una gran pregunta con la cuestión de Reynard —dijo Bosch.
—¿Cuál?
—¿Has mirado la hoja de ingreso en prisión? No habló con Olivas y su compañero, pero sí respondió las preguntas de protocolo en la prisión cuando lo ficharon. Dijo que había terminado el instituto. No tiene educación superior. Mira, el tío es un limpiaventanas. ¿Cómo iba a saber de ese zorro medieval?
—No lo sé. Pero como he dicho, el personaje ha aparecido repetidamente en todas las culturas. Libros infantiles, programas de televisión, hay muchas formas en que el personaje podría haber causado impacto en este hombre. Y no subestimes su inteligencia por el hecho de que se gane la vida limpiando ventanas. Dirige su propio negocio. Eso es significativo en términos de mostrar algunas de sus capacidades. El hecho de que asesinara con impunidad durante tanto tiempo es un fuerte indicador de inteligencia.
Bosch no estaba completamente convencido. Disparó otra pregunta que la llevara en otra dirección.
—¿Cómo encajan los dos primeros? Pasó del espectáculo público con los disturbios y luego un gran impacto en los medios con Marie Gesto a, como dices, perderse completamente bajo la superficie.
—Todos los asesinos en serie cambian el modus operandi. La respuesta sencilla es que estaba en una curva de aprendizaje. Creo que el primer asesinato (con la víctima masculina) fue un crimen de oportunidad, como matar al que se le pusiera por delante. Había pensado en matar durante mucho tiempo, pero no estaba seguro de poder hacerlo. Se encontró a sí mismo en una situación que le permitía ponerse a prueba (el caos de los disturbios). Era una oportunidad de ver si realmente podía matar a alguien y salir airoso. El sexo de la víctima no era importante. La identidad de la víctima tampoco. En ese momento sólo quería descubrir si podía hacerlo y casi cualquier víctima serviría.
Bosch entendió la lógica. Asintió con la cabeza.
—Así que lo hizo —dijo—. Y entonces llegamos a Marie Gesto. Elige una víctima que atrae a la policía y la atención de los medios.
—Todavía estaba aprendiendo, formándose —dijo ella—. Ya sabía que podía matar y quería salir de caza. Marie Gesto fue su primera víctima. Se cruzó en su camino, algo en ella encajaba en el programa de su fantasía y simplemente se convirtió en una presa. En ese momento, su foco estaba en la adquisición de la víctima y la autoprotección. En ese caso eligió mal. Eligió a una mujer a la que se echaría muchísimo de menos y cuya desaparición provocaría una respuesta inmediata. Probablemente no sabía que iba a ser así. Pero aprendió de ello, de la presión que atrajo sobre sí mismo.
Bosch asintió con la cabeza.
—En cualquier caso, después de Gesto aprendió a añadir un tercer elemento a su foco: el historial de la víctima. Se aseguró de que elegía a víctimas que no sólo cumplían con las necesidades de su programa, sino que procedían de la periferia de la sociedad, donde sus idas y venidas no causarían noticia y mucho menos alarma.
—Y se sumergió bajo la superficie.
—Exactamente. Se sumergió y se quedó allí. Hasta que tuvimos suerte en Echo Park.
Bosch asintió. Todo ello era útil.
—Esto plantea preguntas, ¿no? —preguntó—. Sobre cuántos de estos tipos hay sueltos. Los asesinos de debajo de la superficie.
Walling dijo que sí con la cabeza.
—Sí. A veces me pone los pelos de punta. Me pregunto cuánto tiempo habría continuado matando este tipo si no hubiéramos tenido tanta suerte.
Ella comprobó sus notas, pero no dijo nada más.
—¿Es todo lo que tienes? —preguntó Bosch.
Walling lo miró con severidad y él se dio cuenta de que había elegido mal sus palabras.
—No quería decirlo así —se corrigió con rapidez—. Todo esto es genial y va a ayudarme mucho. Me refería a si hay algo más de lo que quieras hablar.
Ella sostuvo su mirada por un momento antes de contestar.
—Sí, hay algo más. Pero no es sobre esto.
—Entonces, ¿qué es?
—Has de darte un respiro con esa llamada, Harry. No puedes dejar que te hunda. El trabajo que tienes por delante es demasiado importante.
Bosch asintió de manera insincera. Era fácil para ella decirlo. Ella no tendría que vivir con los fantasmas de todas las mujeres de las que Raynard Waits empezaría a hablarles a la mañana siguiente.
—No lo digo por decir —insistió Rachel—. ¿Sabes cuántos casos he trabajado en Comportamiento en los que el tipo ha seguido matando? ¿Cuántas veces recibíamos llamadas y notas de esos tarados, pero aun así no podíamos llegar antes de que muriera la siguiente víctima?
—Lo sé, lo sé.
—Todos tenemos fantasmas. Es parte del trabajo. Con algunos es una parte más grande que con otros. Una vez tuve un jefe que siempre decía: «Si no puedes soportar a los fantasmas, sal de la casa encantada».
Bosch asintió otra vez, esta vez mientras la miraba a ella directamente. En esta ocasión iba en serio.
—¿Cuántos homicidios has resuelto, Harry? ¿Cuántos asesinos has sacado de la circulación?
—No lo sé. No llevo la cuenta.
—Quizá deberías.
—¿Adónde quieres llegar?
—¿Cuántos de esos asesinos lo habrían hecho otra vez si tú no los hubieras parado? Ahí quiero llegar. Apuesto a que más de unos pocos.
—Probablemente.
—Ahí lo tienes. Llevas mucha ventaja en el largo plazo. Piensa en eso.
—Vale.
La mente de Bosch saltó a uno de esos asesinos. Harry había detenido a Roger Boylan muchos años antes. Conducía una camioneta con la caja cubierta por una lona. Había usado marihuana para atraer a un par de chicas jóvenes a la parte trasera mientras estaba aparcado en la represa de Hansen. Las violó y las mató inyectándoles una sobredosis de tranquilizante para caballos. Luego arrojó los cadáveres en el lecho seco de un cenagal cercano. Cuando Bosch le puso las esposas, Boylan sólo tenía una cosa que decir: «Lástima. Sólo estaba empezando». Bosch se preguntó cuántas víctimas habría habido si él no lo hubiera detenido. Se preguntó si podía cambiar a Roger Boylan por Raynard Waits y reclamar un empate. Por un lado, pensaba que podía. Por otro, sabía que no era una cuestión de matemáticas. El verdadero detective sabía que un empate en el trabajo de homicidios no era lo bastante bueno. Ni mucho menos.
—Espero haber ayudado —dijo Rachel.
Bosch levantó la mirada y pasó del recuerdo de Boylan a los ojos de Rachel.
—Creo que lo has hecho. Creo que conoceré mejor a quién y con qué estoy tratando cuando me meta en la sala de interrogatorios con él mañana.
Ella se levantó de la mesa.
—Me refería a lo otro.
—En eso también. Me has ayudado mucho.
Rodeó la mesa para poder acompañarla a la puerta.
—Ten cuidado, Harry.
—Lo sé. Ya lo has dicho. Pero no has de preocuparte. Será una situación de plena seguridad.
—No me refiero al peligro físico tanto como al psicológico. Cuídate, Harry. Por favor.
—Lo haré —dijo.
Era hora de irse, pero Rachel estaba vacilando. Miró el contenido del archivo extendido sobre la mesa y después a Bosch.
—Esperaba que me llamases alguna vez —dijo—, pero no para hablar sobre un caso.
Bosch tuvo que tomarse unos segundos antes de responder.
—Pensaba que por lo que había dicho… Por lo que dijimos los dos…
Bosch no estaba seguro de cómo terminar. No estaba seguro de qué era lo que estaba tratando de decir. Rachel estiró el brazo y le puso suavemente la mano en el pecho. Se acercó un paso, entrando en su espacio personal. Bosch puso los brazos en torno a Rachel y la abrazó.