Bosch registró el seto con la mirada, buscando un resquicio por el que colarse. No parecía haber ninguno en la parte delantera. Cuando se acercaron, le indicó a Rachel que siguiera el seto hacia la derecha mientras él se dirigía hacia la izquierda. Se fijó en que ella llevaba el arma al costado.
El seto tenía al menos tres metros de altura y era tan espeso que Bosch no veía la luz de la piscina o la casa a través de él. Sin embargo, al avanzar junto a él, oyó el sonido de chapoteo y voces, una de las cuales reconoció que pertenecía a Abel Pratt. Las voces estaban cerca.
—Por favor, no sé nadar. ¡No hago pie!
—Entonces ¿para qué tienes una piscina? Chapotea.
—¡Por favor! No voy a… ¿Por qué iba a contarle…?
—Eres abogado y a los abogados os gusta jugar a varias bandas.
—Por favor.
—Te estoy diciendo que sólo con que sospeche que me la estás jugando, la próxima vez no será una piscina. Será el puto océano Pacífico. ¿Lo entiendes?
Bosch llegó a una zona donde estaba la bomba del filtro de la piscina y el climatizador sobre una placa de hormigón. Había asimismo una pequeña abertura en el seto para que pasara un empleado de mantenimiento. Bosch se coló por el resquicio y accedió al suelo de baldosas que rodeaba una gran piscina ovalada. Estaba seis metros detrás de Pratt, que se hallaba de pie junto al seto, mirando a un hombre en el agua. Pratt sostenía una larga pértiga azul con una extensión curvada. Era para llevar a nadadores en apuros hasta el lado de la piscina, pero Pratt la sostenía justo fuera del alcance del hombre. Este trataba de agarrarla desesperadamente, pero cada vez Pratt la alejaba de un tirón.
Era difícil identificar al hombre en el agua como Maury Swann. Las luces estaban apagadas y la piscina estaba a oscuras. Swann no llevaba gafas y el pelo parecía haber resbalado de su cuero cabelludo a la parte de atrás de su cabeza como víctima de un corrimiento de tierra. En su calva brillante había una tira de cinta adhesiva para mantener el peluquín en su sitio.
El sonido del filtro de la piscina daba cobertura a Bosch. Se acercó sin que repararan en él hasta colocarse a un par de metros de Pratt antes de hablar.
—¿Qué está pasando, jefe?
Pratt rápidamente bajó la pértiga para que Swann pudiera agarrar el gancho.
—¡Agárrate, Maury! —gritó Pratt—. Estás a salvo.
Swann se agarró y Pratt empezó a tirar de él hacia el borde de la piscina.
—Te tengo, Maury —dijo Pratt—. No te preocupes.
—No ha de molestarse con el número del salvavidas —dijo Bosch—. Lo he oído todo.
Pratt hizo una pausa y miró a Swann en el agua. Estaba a un metro del borde.
—En ese caso… —dijo Pratt.
Soltó la pértiga y llevó su mano derecha a la parte de atrás del cinturón.
—¡No!
Era Walling. Había encontrado su propia forma de atravesar el seto. Estaba en el otro lado de la piscina, apuntando a Pratt con su arma.
Pratt se quedó petrificado y pareció tomar una decisión sobre si desenfundar o no. Bosch se colocó tras él y le arrancó la pistola de sus pantalones.
—¡Harry! —gritó Rachel—. Yo lo tengo a él. Coge al abogado.
Swann se estaba hundiendo. La pértiga azul estaba hundiéndose con él. Bosch fue rápidamente al borde de la piscina y la agarró. Tiró de Swann hasta la superficie. El abogado empezó a toser y a escupir agua. Se agarró con fuerza a la pértiga y Bosch lo condujo hasta el lado poco profundo. Rachel se acercó a Pratt y le ordenó que pusiera las muñecas detrás de la cabeza.
Maury Swann estaba desnudo. Subió los escalones del lado menos hondo tapándose las pelotas arrugadas con una mano y tratando de colocarse bien el tupé con la otra. Rindiéndose con el peluquín, se lo arrancó del todo y lo tiró a las baldosas, donde aterrizó con un paf. Fue directamente a una pila de ropa que había junto a un banco y empezó a vestirse mientras seguía empapado.
—Bueno, ¿qué está pasando aquí, Maury? —preguntó Bosch.
—Nada que le concierna.
Bosch asintió.
—Ya lo pillo. Un tipo viene aquí para echarlo a la piscina y ver cómo se hunde, quizá hacer que parezca un suicidio o un accidente, y usted no quiere que nadie se preocupe al respecto.
—Era un desacuerdo, nada más. Me estaba asustando, no ahogándome.
—¿Eso significa que usted y él tenían un acuerdo antes de tener este desacuerdo?
—No voy a responder a eso.
—¿Por qué le estaba asustando?
—No voy a responder a ninguna de sus preguntas.
—Entonces quizá debería irme y dejar que ustedes dos terminen con su desacuerdo. Quizá sería lo mejor que se puede hacer aquí.
—Haga lo que quiera.
—¿Sabe lo que pienso? Creo que con su cliente Raynard Waits muerto, sólo hay una persona que puede relacionar al detective Pratt con los Garland. Creo que su socio estaba deshaciéndose de ese vínculo porque se estaba asustando. Estaría en el fondo de esa piscina si no hubiéramos llegado aquí.
—Puede hacer y pensar lo que quiera. Pero lo que le estoy diciendo es que teníamos un desacuerdo. Él pasó cuando me estaba dando mi baño nocturno y divergimos respecto a una cuestión.
—Pensaba que no sabía nadar, Maury. ¿No es lo que ha dicho?
—He terminado de hablar con usted, detective. Ahora puede irse de mi propiedad.
—Todavía no, Maury. ¿Por qué no termina de vestirse y se une a nosotros en el lado profundo?
Bosch dejó al abogado allí, tratando de meter las piernas mojadas en unos pantalones de seda. En el otro extremo de la piscina, Pratt estaba esposado y sentado en un banco de cemento.
—No voy a decir nada hasta que hable con un abogado —dijo.
—Bueno, allí hay uno que se está vistiendo —dijo Bosch—. Quizá pueda contratarlo.
—No voy a hablar; Bosch —repitió Pratt.
—Buena decisión —dijo Swann desde el otro extremo—. Regla número uno: no hablar nunca con los polis.
Bosch miró a Rachel y casi se le escapó la risa.
—¿Puedes creerlo? Hace dos minutos estaba intentando ahogar a este tipo y ahora él le está dando consejo legal gratis.
—Consejo legal sensato —dijo Swann.
Swann caminó hasta donde estaban esperando los demás. Bosch se fijó en que la ropa se le pegaba al cuerpo mojado.
—No estaba intentando ahogarlo —dijo Pratt—, estaba intentando ayudarle. Pero es lo único que voy a decir.
Bosch miró a Swann.
—Súbase la cremallera, Maury, y siéntese aquí.
Bosch señaló un lugar en el banco, al lado de Pratt.
—No, no creo que quiera —replicó Swann.
Se encaminó hacia la casa, pero Bosch dio dos pasos y lo cortó. Lo redirigió al banco.
—Siéntese —dijo—. Está detenido.
—¿Por qué? —repuso Swann con indignación.
—Doble homicidio. Los dos están detenidos.
Swann se rio como si estuviera tratando con un niño. Ahora que se había vestido estaba recuperando parte de su fanfarronería.
—¿Y qué homicidios son esos?
—Detective Fred Olivas y ayudante del sheriff Derek Doolan.
Ahora Swann negó con la cabeza, con la sonrisa intacta en el rostro.
—Supongo que esos cargos entran dentro de la ley de muertes en la comisión de un delito, porque hay amplias pruebas de que nosotros no apretamos el gatillo que disparó las balas que mataron a Olivas y Doolan.
—Siempre es bueno tratar con un abogado. Detesto tener que explicar la ley constantemente.
—Es una pena que necesite que le expliquen la ley a usted, detective Bosch. La ley de muertes en la comisión de un delito se aplica cuando alguien fallece durante la comisión de un delito grave. Si se franquea ese umbral, entonces los conspiradores en la empresa criminal pueden ser acusados de homicidio.
Bosch asintió con la cabeza.
—Eso lo tengo —dijo—. Y le tengo a usted.
—Entonces sea tan amable de decir qué umbral criminal es el que he franqueado.
Bosch pensó un momento antes de responder.
—¿Qué le parece incitación al perjurio y obstrucción a la justicia? Podríamos empezar por ahí y subir a corrupción de un agente público, quizás instigar y facilitar la fuga de un custodiado de la justicia.
—Y también podemos terminar ahí —dijo Swann—. Yo estaba representando a mi cliente. No cometí ninguno de esos delitos y usted no tiene la menor prueba de ello. Si me detiene, lo único que conseguirá será su propia ruina y bochorno. —Se levantó—. Buenas noches a todos.
Bosch se acercó y puso la mano en el hombro de Swann. Lo condujo de nuevo al banco.
—Siéntese de una puta vez. Está detenido. Dejaré que los fiscales decidan sobre el umbral de los delitos. A mí me importa una mierda. Por lo que a mí respecta, dos polis están muertos y mi compañera va a terminar su carrera por su culpa, Maury. Así que a la mierda.
Bosch miró a Pratt, que estaba sentado con una ligera sonrisa en el rostro.
—Es bueno tener a un abogado en la casa, Harry —dijo—. Creo que lo que dice Maury es muy interesante. Quizá deberías pensar en ello antes de hacer ninguna temeridad.
Bosch negó con la cabeza.
—No se va a librar de esto —dijo—. Ni mucho menos.
Esperó un momento, pero Pratt no dijo nada.
—Sé que urdió la trampa —dijo Bosch—. Todo el asunto en Beachwood Canyon fue cosa suya. Fue usted quien hizo el trato con los Garland, y luego acudió a Maury para meter a Waits. Manipuló el expediente después de que Waits le proporcionara un alias. Puede que Maury tenga razón con el rollo las muertes en la comisión de un delito, pero hay más que suficiente para la obstrucción, y si consigo eso, entonces le tengo a usted. Eso quiere decir que no habrá ninguna isla y ninguna pensión, jefe. Eso significa que cae envuelto en llamas.
Los ojos de Pratt bajaron de Bosch a las aguas oscuras de la piscina.
—Yo quiero a los Garland y usted puede dármelos —prosiguió Bosch.
Pratt negó con la cabeza, sin apartar la mirada del agua.
—Entonces en marcha —dijo Bosch—. Vamos.
Hizo una señal a Pratt y Swann para que se levantaran. Ambos obedecieron. Bosch hizo volverse a Swann para poder esposarlo. Al hacerlo, miró a Pratt por encima del hombro del abogado.
—Cuando presentemos cargos, ¿a quién va a llamar para que pague la fianza, a su esposa o a la chica de Entradas y Salidas?
Pratt inmediatamente se sentó como si le hubieran dado un puñetazo. Bosch se lo había guardado como último cartucho. Mantuvo la presión.
—¿Cuál iba a acompañarle a la isla? ¿A su plantación de azúcar? Mi apuesta es «como se llame».
—Se llama Jessie Templeton. Y te vi vigilándome en su casa esta noche.
—Sí, y yo vi que me veía. Pero dígame, ¿cuánto sabe Jessie Templeton? ¿Y va a ser ella tan fuerte como usted cuando vaya a verla después de acusarle?
—Bosch, ella no sabe nada. Déjela al margen de esto. Y también deje a mi esposa y a los niños al margen.
Bosch negó con la cabeza.
—No funciona así. Lo sabe. Vamos a poner todo patas arriba y a agitarlo para ver qué cae. Voy a encontrar el dinero que le pagaron los Garland y lo relacionaré con usted, con Maury Swann, con todos. Sólo espero que no usara a su amiguita para esconderlo. Porque si lo hizo, ella también caerá.
Pratt se inclinó hacia delante en el banco. Bosch tenía la impresión de que si no hubiera tenido las manos esposadas a la espalda, las habría usado en ese momento para sostenerse la cabeza y ocultar la cara al mundo. Bosch había estado golpeándole como un leñador que asesta hachazos a un árbol. Ahora apenas se mantenía en pie. Bastaba con un pequeño empujón para derribarlo.
Bosch entregó a Swann a Rachel, que lo cogió por uno de los brazos, y se volvió hacia Pratt.
—Alimentó al perro equivocado —dijo Bosch.
—¿Qué se supone que significa?
—Todo el mundo toma decisiones y usted se equivocó. El problema es que no pagamos nosotros solos por nuestros errores. Arrastramos a gente en la caída.
Bosch caminó hasta el borde de la piscina y miró el agua. Temblaba en la parte superior, pero era impenetrablemente negra por debajo de la superficie. Esperó, pero el árbol no tardó en caer.
—Jessie no ha de ser parte de esto, y mi mujer no ha de saber de ella —dijo Pratt.
Era una oferta abierta. Pratt iba a hablar. Bosch pateó el borde embaldosado de la piscina y se volvió para mirarlo.
—No soy fiscal, pero apuesto a que podremos arreglar algo.
—Pratt, ¡estás cometiendo un gran error! —dijo Swann con urgencia.
Bosch se agachó hacia Pratt y le palpó los bolsillos hasta que encontró las llaves del Commander y las sacó.
—Rachel, lleva al señor Swann al coche del detective Pratt. Será mejor para transportarlo. Ahora iremos.
Le lanzó las llaves y la agente del FBI condujo a Swann hacia la abertura del seto por la que ella había entrado. Tuvo que empujarlo. El abogado miró por encima del hombro al caminar y se dirigió a Pratt.
—No hables con ese hombre —gritó—. ¿Me has oído? ¡No hables con nadie! ¡Nos meterás a todos en prisión!
Swann no paró de gritar su consejo legal a través del seto. Bosch esperó hasta que la puerta del coche se cerró y apagó su voz. Luego se puso de pie delante de Pratt y se fijó en que el sudor goteaba en el rostro de su jefe desde la línea de nacimiento del cabello.
—No quiero que ni Jessie ni mi familia estén involucrados —dijo Pratt—. Y quiero un trato. No quiero ir a prisión, se me permite retirarme y mantener mi pensión.
—Quiere mucho para ser un hombre que ha propiciado la muerte de dos personas.
Bosch empezó a pasear, tratando de buscar una fórmula que funcionara para los dos. Rachel volvió a entrar a través del seto. Bosch la miró y estaba a punto de preguntar por qué había dejado a Swann desatendido.
—Cerraduras a prueba de niños —dijo—. No puede salir.
Bosch asintió con la cabeza y centró su atención de nuevo en Pratt.
—Como he dicho, quiere mucho —dijo—. ¿Qué ofrece a cambio?
—Puedo darte fácilmente a los Garland —dijo Pratt desesperadamente—. Anthony me llevó allí hace dos semanas y me condujo al cadáver de la chica. Y a Maury Swann puedo servírtelo en una bandeja. Ese tipo es tan corrupto como…
No terminó.
—¿Como usted?
Pratt bajó la mirada y asintió lentamente con la cabeza.
Bosch trató de dejar todo lo demás de lado para poder pensar con claridad en la oferta de Pratt. Este tenía las manos manchadas con la sangre de Freddy Olivas y del ayudante Doolan. Bosch no sabía si podría venderle el trato a un fiscal. No sabía si podía vendérselo ni siquiera a sí mismo. Sin embargo, en ese momento, deseaba intentarlo si eso significaba llegar finalmente al hombre que había matado a Marie Gesto.
—No hay promesas —dijo—. Iremos a ver a un fiscal.
Bosch pasó a la última pregunta importante.
—¿Y O’Shea y Olivas?
Pratt negó una vez con la cabeza.
—Están limpios en esto.
—Garland metió al menos veinticinco mil en la campaña de O’Shea. Está documentado.
—Sólo estaba cubriendo las apuestas. Si O’Shea empezaba a sospechar, T. Rex podría mantenerlo a raya porque habría parecido un soborno.
Bosch asintió. Sintió el resquemor de la humillación por lo que había pensado de O’Shea y lo que le había dicho.
—Eso no era lo único en lo que te equivocabas —dijo Pratt.
—Ah, ¿no?, ¿en qué más?
—Dijiste que fui a los Garland con esto. No lo hice. Vinieron ellos, Harry.
Bosch negó con la cabeza. No creía a Pratt por el simple motivo de que si los Garland hubieran tenido la intención de comprar a un poli, su primera opción habría sido la fuente de su problema: Bosch. Eso nunca ocurrió y por eso Bosch estaba convencido de que la trama había sido urdida por Pratt al tratar de hacer malabarismos con su jubilación, un posible divorcio, una amante y los otros secretos que pudiera contener su vida. Había acudido a los Garland con ello. Había acudido también a Maury Swann.
—Cuénteselo al fiscal —dijo Bosch—. Quizá a él le importe.
Miró a Rachel y ella asintió con la cabeza.
—Rachel, tú coge el jeep con Swann. Yo llevaré al detective Pratt en mi coche. Quiero mantenerlos separados.
—Buena idea.
Bosch señaló a Pratt el camino.
—Vamos.
Pratt se levantó otra vez y se situó cara a cara con Bosch.
—Harry, has de saber algo antes.
—¿Qué?
—Se suponía que nadie iba a resultar herido. Era un plan perfecto en el que nadie resultaba herido. Fue Waits el que lo mandó todo a la mierda en el bosque. Si hubiera hecho lo que le pidieron, todo el mundo seguiría vivo y feliz, incluso tú. Habrías resuelto el caso Gesto. Fin de la historia. Así es como se suponía que tendría que haber sido.
Bosch tuvo que esforzarse para contener su ira.
—Bonito cuento de hadas —dijo—. Salvo por la parte de la historia en que la princesa nunca se despierta y el verdadero asesino se queda tan ancho y todo el mundo vive feliz después. Siga contándose este cuento. Quizás algún día pueda vivir con él.
Bosch lo agarró con fuerza del brazo y lo condujo hacia la abertura en el seto.