Bosch regresó a Catalina Street en treinta y cinco minutos. Pasó en su Taurus alquilado por delante de la fila de casas iguales y localizó el Jeep de Pratt todavía junto al bordillo. Esta vez encontró un lugar en el lado norte de la casa y aparcó allí. Mientras se agachaba en el coche y buscaba signos de actividad, encendió el móvil que había alquilado junto con el coche. Llamó al número de Rachel Walling, pero le salió el buzón de voz. Terminó la llamada sin dejar mensaje.
Pratt no salió hasta que había anochecido por completo. Se quedó delante del complejo, bajo la luz de la farola, y Bosch se fijó en que se había cambiado de ropa. Llevaba tejanos azules y una camiseta oscura de manga larga. Bosch comprendió por el cambio de indumentaria que la relación con la mujer de Personal era probablemente más que un rollo ocasional. Pratt dejaba la ropa en su casa.
Una vez más, Pratt echó un vistazo a ambos lados de la calle. Su mirada se entretuvo más en el lado sur, donde el Crown Vic había atraído su atención antes. Aparentemente satisfecho de que el coche se hubiera ido y de que no lo hubieran vigilado, Pratt entró en el Commander y enseguida arrancó. Hizo un giro de ciento ochenta grados y se dirigió al sur hacia Verdugo. A continuación giró a la derecha.
Bosch sabía que si Pratt estaba buscando a un perseguidor, reduciría la marcha en Verdugo y controlaría por el retrovisor a cualquier vehículo que doblara desde Catalina en su dirección. Teniendo esto en cuenta, Bosch hizo un giro de ciento ochenta grados y se dirigió una travesía al norte hasta Clark Avenue. Giró a la izquierda y aceleró el débil motor del coche. Circuló cinco manzanas hasta California Street y dobló rápidamente a la izquierda. Al final de la manzana saldría a Verdugo. Era un movimiento arriesgado; Pratt podría haberse alejado mucho, pero Bosch estaba actuando siguiendo una corazonada. Ver el Crown Vic había asustado a su jefe. Estaría plenamente alerta.
Bosch acertó. Justo al llegar a Verdugo vio el Commander plateado de Pratt pasando delante de él. Obviamente se había demorado en Verdugo buscando un perseguidor. Bosch dejó que le sacara cierta distancia y giró a la derecha para seguirlo.
Pratt no hizo movimientos evasivos después de este primer esfuerzo por descubrir a un perseguidor. Se quedó en Verdugo hasta North Hollywood y luego giró al sur en Cahuenga. Bosch casi lo perdió en el giro, pero pasó el semáforo en rojo. Estaba claro que Pratt no iba a casa; Bosch sabía que vivía en la dirección opuesta, en el valle septentrional.
Pratt se dirigía a Hollywood y Bosch supuso que simplemente planeaba unirse a los otros miembros de la brigada en Nat’s. Sin embargo, a medio camino del paso de Cahuenga, giró a la derecha por Woodrow Wilson Drive y Bosch sintió que se le aceleraba el pulso: Pratt se dirigía ahora a su casa.
Woodrow Wilson serpenteaba por la ladera de las montañas de Santa Mónica, una curva cerrada tras otra. Era una calle solitaria y la única forma de seguir a un vehículo era hacerlo sin luces y mantenerse al menos una curva por detrás de las luces de freno del coche de delante.
Bosch se conocía las curvas de memoria. Vivía en Woodrow Wilson desde hacía más de quince años y podía conducir medio dormido, lo cual había hecho en alguna ocasión. Sin embargo, seguir a Pratt, un agente de policía atento a un perseguidor, suponía una dificultad única. Bosch trató de permanecer dos curvas por detrás. Eso significaba que perdería de vista las luces del coche de Pratt de vez en cuando, pero nunca durante demasiado tiempo.
Cuando estaba a dos curvas de su casa, Bosch levantó el pie y el coche de alquiler se detuvo finalmente antes de la última curva. Bosch bajó del coche, cerró silenciosamente la puerta y trotó por la curva. Se quedó cerca del seto que custodiaba la casa y el estudio de un lamoso pintor que vivía en esa manzana.
Avanzó a resguardo del seto hasta que vio el todoterreno de Pratt arriba. Había aparcado dos casas antes de llegar a la de Bosch. Las luces de Pratt estaban ahora apagadas y parecía que simplemente estaba allí sentado vigilando la casa.
Bosch miró a su casa y vio luces encendidas detrás de las ventanas de la cocina y el comedor. Vio la parte trasera de un coche sobresaliendo de su cochera. Reconoció el Lexus y supo que Rachel Walling estaba en su casa. Aunque se sintió animado por la perspectiva de que ella estuviera esperándole, Bosch estaba preocupado por lo que tramaba Pratt.
Al parecer estaba haciendo exactamente lo que había hecho la noche anterior, limitarse a observar y posiblemente tratar de determinar si Bosch estaba en casa.
Bosch oyó que se acercaba un coche detrás de él. Se volvió y empezó a caminar de nuevo hacia su Taurus de alquiler como si estuviera dando un paseo nocturno. El coche pasó a su lado lentamente, y entonces Bosch se volvió y se dirigió otra vez hacia el seto. Cuando el coche se acercó al Jeep de Pratt, este arrancó otra vez y encendió las luces del todoterreno al tiempo que aceleraba.
Bosch se volvió y corrió de nuevo hacia su coche. Saltó al interior y arrancó. Mientras conducía pulsó el botón de rellamada en el teléfono de alquiler y enseguida sonó la línea de Rachel. Esta vez ella respondió.
—¿Sí?
—Rachel, soy Harry. ¿Estás en mi casa?
—Sí, he estado esperando…
—Sal. Voy a recogerte. Corre.
—Harry, ¿qué es…?
—Sal y trae tu pistola. Ahora mismo.
Colgó el teléfono y se detuvo ante la puerta de su casa. Vio el brillo de luces de freno desapareciendo en torno a la siguiente curva, pero sabía que pertenecían al coche que había asustado a Pratt. Este estaba mucho más adelante.
Bosch se volvió y miró a la puerta de su casa. Ya iba a tocar el claxon, pero Rachel estaba saliendo.
—Cierra la puerta —gritó Bosch a través de la puerta abierta del pasajero.
Rachel cerró la puerta y corrió hacia el coche.
—Entra. ¡Deprisa!
Ella entró de un salto y Bosch arrancó antes de que Rachel cerrara la puerta.
—¿Qué está pasando?
Bosch le hizo un resumen mientras aceleraba por las curvas en el ascenso a Mulholland. Le contó que su jefe, Abel Pratt, era quien le había tendido la trampa, que él había planeado lo ocurrido en Beachwood Canyon. Le dijo que por segunda noche consecutiva estaba delante de su casa.
—¿Cómo sabes todo esto?
—Sólo lo sé. Podré probarlo más tarde. Por ahora es un hecho.
—¿Qué estaba haciendo fuera?
—No lo sé. Tratando de ver si yo estaba en casa, creo.
—Sonó tu teléfono.
—¿Cuándo?
—Justo antes de que me llamaras al móvil. No respondí.
—Probablemente era él. Algo está pasando.
Doblaron la última curva antes de llegar a la encrucijada de cuatro direcciones de Mulholland. Bosch vio las luces de posición de un vehículo grande justo cuando desaparecía hacia la derecha. Otro coche llegó al stop. Era el que había puesto en marcha a Pratt. Atravesó el cruce en línea recta.
—El primero ha de ser Pratt. Ha girado a la derecha.
Bosch llegó al stop y también giró a la derecha. Mulholland era una vía serpenteante que seguía la cresta de la montaña a lo largo de la ciudad. Sus curvas eran más suaves y no tan cerradas como las de Woodrow Wilson. También era una calle más transitada de noche. Podría seguir a Pratt sin levantar excesiva sospecha.
Enseguida alcanzaron al vehículo que había girado y confirmaron que era el Commander de Pratt. Bosch entonces frenó un poco y durante los siguientes diez minutos siguió a Pratt por la montaña. Las luces parpadeantes del valle de San Fernando se extendían a sus pies en el lado norte. Era una noche despejada y veían hasta las montañas en sombra en el lado más alejado de la expansión urbana. Se quedaron en Mulholland tras pasar el cruce con Laurel Canyon Boulevard y continuaron hacia el oeste.
—Estaba esperándote en tu casa para decirte adiós —dijo Rachel de repente.
Al cabo de un momento de silencio, Bosch respondió.
—Lo sé. Lo entiendo.
—No creo que lo entiendas.
—No te ha gustado cómo he sido hoy la forma en que he ido tras Waits. No soy el hombre que pensabas que era. He oído eso antes, Rachel.
—No es eso, Harry. Nadie es el hombre que crees que es. Puedo soportarlo. Pero una mujer ha de sentirse segura con un hombre. Y eso incluye cuando no están juntos. ¿Cómo puedo sentirme segura cuando he visto de primera mano cómo trabajas? No importa si es la forma en que yo lo haría o no. No estoy hablando de nosotros de poli a poli. De lo que estoy hablando es de que nunca podría sentirme cómoda y segura. Todas las noches me preguntaría si ibas a volver a casa. No puedo hacer eso.
Bosch se dio cuenta de que estaba acelerando demasiado. Las palabras de Rachel habían hecho que inconscientemente pisará más a fondo el pedal. Se estaba acercando demasiado a Pratt. Frenó y se alejó a un centenar de metros de las luces de posición.
—Es un trabajo peligroso —dijo—. Pensaba que tú lo sabrías mejor que nadie.
—Lo sé, lo sé. Pero lo que he visto hoy era temeridad. No quiero tener que preocuparme por alguien que es temerario. Ya hay bastante por lo que preocuparse sin eso.
Bosch bufó. Hizo un gesto hacia las luces rojas que se movían delante de ellos.
—Vale —dijo—. Hablemos de eso después. Concentrémonos en esto por esta noche.
Como si le hubieran dado pie, Pratt viró bruscamente a la izquierda en Coldwater Canyon Drive y empezó a bajar hacia Beverly Hills. Bosch se entretuvo lo máximo que creía poder hacerlo e hizo el mismo giro.
—Bueno, todavía me alegro de que vengas conmigo —dijo.
—¿Por qué?
—Porque si termina en Beverly Hills, no necesitaré llamar a los locales porque estoy con una federal.
—Me alegro de poder hacer algo.
—¿Llevas tu pistola?
—Siempre. ¿Tú no llevas la tuya?
—Era parte de la escena del crimen. No sé cuándo la recuperaré. Y es la segunda pistola que me han quitado esta semana. Tiene que ser algún tipo de récord. Más pistolas perdidas en tiroteos temerarios.
La miró para ver si la estaba sacando de quicio, pero Rachel no mostró nada.
—Está girando —dijo.
Bosch volvió a centrar su atención en la calle y vio el intermitente de la izquierda parpadeando en el Commander. Pratt giró y Bosch continuó recto. Rachel se agachó para poder mirar por la ventana al cartel de la calle.
—Gloaming Drive —dijo—. ¿Todavía estamos en la ciudad?
—Sí. Gloaming se extiende bastante hacia allí, pero no hay forma de salir. He estado ahí antes.
La siguiente calle era Stuart Lane. Bosch la usó para dar la vuelta y enfilar otra vez Gloaming.
—¿Sabes adónde puede ir? —preguntó Rachel.
—Ni idea. A casa de otra amiguita.
Gloaming era otra calle de curvas montañosa. Pero ahí terminaba la semejanza con Woodrow Wilson Drive. Las casas de Gloaming eran de las que cuestan siete cifras, y todas tenían césped pulcramente cuidado y setos sin una sola hoja fuera de sitio. Bosch condujo despacio, buscando el Jeep Commander plateado.
—Ahí —dijo Rachel.
Señaló por la ventanilla a un Jeep aparcado en la rotonda de una mansión de diseño francés. Bosch pasó al lado y aparcó dos casas más allá. Salieron y desanduvieron el camino.
—¿West Coast Choppers?
Walling no había podido ver la parte delantera de la sudadera de Bosch cuando este estaba conduciendo.
—Me ayudó a camuflarme en un caso una vez.
La verja del sendero de entrada estaba abierta. El buzón de hierro forjado no tenía nombre. Bosch lo abrió y miró en su interior. Estaban de suerte. Había correo, una pequeña pila unida con una goma. La sacó y giró el sobre de encima hacia una farola para leerlo.
—«Maurice». Es la casa de Maury Swann —dijo.
—Bonita —dijo Rachel—. Supongo que tendría que haber sido abogado defensor.
—Lo habrías hecho bien trabajando con criminales.
—Vete a la mierda, Bosch.
La charla terminó cuando oyeron una voz procedente de detrás de un seto alto que recorría el lado izquierdo de la casa.
—¡He dicho que te metas ahí!
Se oyó un chapoteo y Bosch y Walling se dirigieron hacia el sonido.