Tras conducir durante treinta minutos, Pratt salió de la autovía en el paso de Cahuenga. Tomó por Barham Boulevard en dirección noreste hacia Burbank. El tráfico todavía era denso, y Bosch no tuvo problemas en seguirlo y mantenerse a una distancia prudencial. Pratt pasó junto al acceso trasero a los estudios Universal y la entrada delantera de Warner Bros. Después hizo unos pocos giros y aparcó delante de una hilera de casas similares en Catalina, cerca de Verdugo. Bosch pasó por delante deprisa, giró por la primera a la derecha y luego otra vez y una tercera. Apagó las luces antes de girar una vez más a la derecha y presentarse por segunda vez en la hilera de casas. Aparcó a media manzana del todoterreno de Pratt y se deslizó en su asiento.
Casi inmediatamente, Bosch vio a Pratt de pie en la calle, mirando a ambos lados antes de cruzar. Pero estaba tardando demasiado en hacerlo. La calle estaba despejada; sin embargo, Pratt seguía mirando a uno y otro lado. Estaba buscando a alguien o asegurándose de que no lo hubieran seguido. Bosch sabía que lo más difícil en el mundo era seguir a un poli que está pendiente de si lo siguen. Se agachó más en el coche.
Por fin Pratt empezó a cruzar la calle, todavía mirando adelante y atrás continuamente. Al llegar a la otra acera, se volvió y caminó de espaldas. Dio unos pocos pasos hacia atrás, examinando la zona en ambas direcciones. Al llegar al coche de Bosch, la mirada de Pratt se detuvo un largo momento.
Bosch se quedó helado. No creía que Pratt lo hubiera visto —estaba demasiado agachado—, pero podría haber reconocido el vehículo como un coche patrulla sin identificar de la policía o específicamente como uno de los asignados a la unidad de Casos Abiertos. Si iba a comprobarlo, Bosch sabía que lo habrían pillado sin demasiada explicación. Y sin pistola. Randolph le había confiscado por rutina su arma de repuesto para realizar análisis balísticos en relación con los disparos a Robert Foxworth.
Pratt empezó a caminar hacia el coche de Bosch. Bosch agarró el tirador de la puerta. Si lo necesitaba, saldría corriendo del coche hacia Verdugo, donde habría tráfico y gente.
Sin embargo, Pratt se detuvo de repente, y algo atrajo su atención a su espalda. Se volvió hacia la casa delante de la cual se había parado antes. Bosch siguió su mirada y vio que la puerta delantera de la casa estaba parcialmente abierta y que había una mujer mirando y llamando a Pratt mientras sonreía. Estaba oculta detrás de la puerta, pero uno de sus hombros desnudos estaba expuesto. Su expresión cambió cuando Pratt le dijo algo y le indicó que volviera a entrar. Ella hizo un mohín y le sacó la lengua. Desapareció de la puerta, dejándola abierta quince centímetros.
Bosch lamentó que su cámara estuviera en su coche, en Echo Park. No obstante, no necesitaba pruebas fotográficas para saber que reconocía a la mujer del umbral y que no era la esposa de Pratt; Bosch había conocido a la mujer de su jefe recientemente, cuando este había anunciado su jubilación en una fiesta en la que estuvieron presentes todos los componentes de la brigada.
Pratt miró otra vez hacia el coche de Bosch. Dudó un momento, pero finalmente se volvió hacia la casa. Subió rápidamente los escalones, entró y cerró la puerta a su espalda. Bosch aguardó y, como esperaba, vio que Pratt descorría una cortina y miraba a la calle. Bosch se quedó agachado mientras los ojos de Pratt se entretenían en el Crown Vic. Sin duda alguna, el coche había atraído las sospechas de Pratt, pero Bosch supuso que el aliciente del sexo ilícito había podido con su instinto de verificar el coche.
Se oyó cierto alboroto cuando Pratt fue agarrado por detrás y se apartó de la ventana. La cortina volvió a quedar en su lugar.
Bosch se incorporó de inmediato, arrancó e hizo un giro de ciento ochenta grados desde el bordillo. Dobló a la derecha en Verdugo y se dirigió hacia Hollywood Way. Evidentemente el Crown Vic estaba quemado. Pratt lo buscaría activamente cuando saliera otra vez de la casa. Por fortuna para Bosch el aeropuerto de Burbank estaba cerca. Supuso que podría dejar el Crown Vic en el aeropuerto, alquilar un coche y volver a la casa en menos de media hora.
Mientras conducía trató de situar a la mujer a la que había visto mirando por la puerta de la casa. Recurrió a un par de técnicas de relajación mental que había empleado cuando los tribunales aceptaban la hipnotización de testigos. Pronto se estaba grabando la nariz y la boca de la mujer, las partes de ella que habían disparado su sensación de reconocimiento. Y enseguida lo tuvo. Era una joven y atractiva empleada civil del departamento que trabajaba en la oficina que había del otro lado del pasillo de Casos Abiertos. Era de la oficina de Personal, conocida por las tropas como Entradas y Salidas porque era el lugar donde ocurrían ambas cosas.
Pratt estaba echando una cana al aire, esperando que pasara la hora punta en un piso de Burbank. No era un mal plan si nadie se enteraba. Bosch se preguntó si la señora Pratt conocería las actividades extracurriculares de su marido.
Aparcó en el aeropuerto y entró en los carriles de aparcacoches, pensando que eso sería lo más rápido. El hombre de la chaqueta roja que le cogió el Crown Vic le preguntó cuándo volvería.
—No lo sé —dijo Bosch, que no lo había considerado.
—He de escribir algo en el tique —dijo el hombre.
—Mañana —dijo Bosch—. Si tengo suerte.