Bosch estaba sentado en una sala de interrogatorios en la Unidad de Investigación de Tiroteos, en el Parker Center. Randolph le había permitido ducharse en el vestuario del sótano y se había puesto unos tejanos y una sudadera de los West Coast Choppers, ropa que guardaba en una taquilla para las veces que estaba en el centro e inesperadamente necesitaba pasar desapercibido. En el camino de salida de los vestuarios había tirado su traje destrozado en una papelera. Ya sólo le quedaban dos.
La grabadora estaba encendida sobre la mesa y, de dos hojas de papel separadas, Osani le leyó sus derechos constitucionales así como la declaración de derechos de los agentes de policía. La doble capa de protección estaba concebida para salvaguardar al individuo y al agente de policía de un asalto desleal del gobierno, sin embargo, Bosch sabía que, cuando llegaba la hora, en una de esas pequeñas salas ningún trozo de papel le serviría de mucha protección. Tendría que, valerse por sí mismo. Dijo que entendía sus derechos y accedió a ser interrogado.
Randolph se ocupó a partir de ahí. A petición suya, Bosch recontó una vez más la historia de la muerte de Robert Foxworth, alias Raynard Waits, empezando con el hallazgo hecho durante la revisión de los archivos del caso Fitzpatrick y terminando con las dos balas que había disparado en el pecho de Foxworth. Randolph formuló pocas preguntas hasta que Bosch terminó su relato. A continuación se interesó por numerosos detalles relacionados con los movimientos que Bosch había hecho en el garaje y luego en el túnel. Más de una vez le preguntó a Bosch por qué no escuchó las palabras de advertencia de la agente del FBI Rachel Walling.
Esta pregunta no sólo le dijo a Bosch que Rachel había sido interrogada por la UIT, sino también que ella no había dicho cosas particularmente favorables a su caso. Harry se sintió decepcionado, pero trató de mantener sus pensamientos y sentimientos respecto a Rachel fuera de la sala de interrogatorios. Para Randolph repitió como un mantra la frase que creía que en última instancia le salvaría, al margen de lo que Randolph o Rachel o el que fuera pensara de sus actos y procedimientos.
—Era una situación de vida o muerte. Una mujer estaba en peligro y nos habían disparado. Sentía que no podía esperar refuerzos ni a nadie más. Hice lo que tenía que hacer. Utilicé la máxima precaución posible y recurrí a la fuerza mortal sólo cuando fue necesario.
Randolph continuó y centró muchas de las siguientes preguntas en los disparos sobre Robert Foxworth. Le preguntó a Bosch qué estaba pensando cuando Foxworth reveló que Bosch había sido engañado para que creyera que el caso Gesto estaba resuelto. Le preguntó a Bosch qué estaba pensando cuando vio los restos de las víctimas de Foxworth posicionados en la cámara al final del túnel. Le preguntó a Bosch qué estaba pensando cuando apretó el gatillo y mató al violador y asesino de aquellas víctimas.
Bosch respondió pacientemente cada una de las preguntas, pero finalmente llegó a su límite. Había algo viciado en el interrogatorio. Era casi como si Randolph estuviera siguiendo un guión.
—¿Qué está pasando aquí? —preguntó Bosch—. Estoy aquí sentado contándoles todo. ¿Qué es lo que no me están contando?
Randolph miró a Osani y luego otra vez a Bosch. Se inclinó hacia delante con los brazos sobre la mesa. Tenía la costumbre de girar un anillo de oro en su mano izquierda. Bosch se había fijado en que lo hacía la última vez. Sabía que era un anillo de la USC. Gran parte de la clase dirigente del departamento había ido a la facultad nocturna en la Universidad del Sur de California.
Randolph miró a Osani y se estiró para apagar la grabadora, pero mantuvo los dedos en los botones.
—Detective Osani, ¿puede ir a buscarnos un par de botellas de agua? Con tanto hablar me estoy quedando sin voz. Probablemente lo mismo le pasa al detective Bosch. Esperaremos hasta que vuelva.
Osani se levantó para irse y Randolph apagó la grabadora. No dijo nada hasta que la puerta de la sala de interrogatorios se cerró.
—La cuestión es, detective Bosch, que sólo tenemos su palabra sobre lo que ocurrió en ese túnel. La mujer estaba inconsciente. Sólo estaban usted y Foxworth, y él no salió vivo.
—Exacto. ¿Está diciendo que mi palabra no es aceptable?
—Estoy diciendo que su descripción de los hechos podría ser perfectamente aceptable. Pero los técnicos forenses podrían salir con una interpretación que difiera de su declaración. ¿Lo ve? Puede complicarse muy deprisa. Las cosas pueden quedar abiertas a la interpretación y a la mala interpretación. La pública y la política también.
Bosch negó con la cabeza. No entendía lo que estaba ocurriendo.
—Entonces, ¿qué? —dijo—. No me importa lo que piense el público o los políticos. Waits forzó la acción en ese túnel. Era claramente una situación de matar o morir, y yo hice lo que tenía que hacer.
—Pero no hay ningún testigo de la descripción de los hechos.
—¿Y la agente Walling?
—Ella no entró en el túnel. Le advirtió a usted de que no entrara.
—Mire, hay una mujer en County-USC que probablemente no estaría viva ahora mismo si yo no hubiera entrado. ¿Qué está pasando aquí, teniente?
Randolph empezó a juguetear con el anillo otra vez. Parecía un hombre al que le desagradaba lo que su deber le obligaba a hacer.
—Probablemente ya basta por hoy. Ha tenido un día muy intenso. Lo que vamos a hacer es mantener las cosas abiertas durante unos pocos días mientras esperamos que lleguen los resultados forenses. Continuará suspendido de empleo. Una vez lo tengamos todo en orden, le llamaré para que lea y firme su declaración.
—He preguntado qué está pasando, teniente.
—Y yo le he dicho qué está pasando.
—No me ha contado suficiente.
Randolph apartó la mano de su anillo. El gesto tenía el efecto de subrayar la importancia de lo que iba a decir a continuación.
—Rescató a esa rehén y proporcionó una resolución al caso. Eso es bueno. Pero fue imprudente en sus acciones y tuvo suerte. Si creemos su historia, disparó a un hombre que estaba amenazando su vida y la de otros. Los hechos y los datos forenses, no obstante, podrían con la misma facilidad conducir a otra interpretación, quizás una que indique que el hombre al que disparó estaba tratando de rendirse. Así que lo que vamos a hacer es tomarnos nuestro tiempo con ello. Dentro de unos días lo tendremos claro. Y entonces se lo comunicaremos.
Bosch lo estudió, sabiendo que estaba entregando un mensaje que no se hallaba tan oculto en sus palabras.
—Se trata de Olivas, ¿no? El funeral está previsto para mañana, el jefe estará allí y quieren mantener a Olivas como un héroe muerto en acto de servicio.
Randolph volvió a girar su anillo.
—No, detective Bosch, se equivoca. Si Olivas era corrupto, entonces nadie se va a preocupar por su reputación.
Bosch asintió con la cabeza. Ahora lo tenía.
—Entonces se trata de O’Shea. Recurrió a una autoridad superior. Me dijo que lo haría. Esa autoridad le ha dado órdenes a usted.
Randolph se apoyó en su silla y pareció buscar en el techo una respuesta apropiada.
—Hay un gran número de personas en este departamento, así como en la comunidad, que creen que Rick O’Shea sería un buen fiscal del distrito —dijo—. También creen que sería un buen amigo para tenerlo del lado del departamento.
Bosch cerró los ojos y lentamente negó con la cabeza. No podía creer lo que estaba oyendo. Randolph continuó.
—Su oponente, Gabriel Williams, se ha aliado con un electorado potencial que está en contra de las fuerzas del orden. No sería un buen día para el departamento que lo eligieran.
Bosch abrió los ojos y miró a Randolph.
—¿Realmente van a hacer esto? —preguntó—. Van a dejar que este hombre quede impune porque creen que podría ser un amigo para el departamento.
Randolph negó con la cabeza, tristemente.
—No sé de qué está hablando, detective. Simplemente estoy haciendo una observación política. Pero sé esto: no hay prueba real o imaginada de esta conspiración de la que habla. Si cree que el abogado de Robert Foxworth hará otra cosa que negar la conversación que usted ha perfilado aquí, entonces es un estúpido. Así que no sea estúpido. Sea listo. Guárdeselo para usted.
Bosch tardó un momento en recuperar la compostura.
—¿Quién hizo la llamada?
—¿Disculpe?
—¿Hasta qué altura ha llegado O’Shea? No puede haber acudido directamente a usted. Habrá ido más alto. ¿Quién le dijo que me noqueara?
Randolph extendió las manos y negó con la cabeza.
—Detective, no tengo ni idea de lo que está hablando.
—Claro. Por supuesto que no.
Bosch se levantó.
—Entonces, supongo que lo redactará de la forma en que le han dicho que lo haga y yo lo firmaré o no. Tan sencillo como eso.
Randolph asintió, pero no dijo nada. Bosch se agachó y puso ambas manos en la mesa para poder acercarse a su cara.
—¿Va a ir al funeral del ayudante del sheriff Doolan, teniente? Es justo después de que entierren a Olivas. ¿Recuerda a Doolan, al que Waits le disparó en la cara? Pensaba que quizás iría al funeral para explicar a su familia cómo hubo que tomar ciertas decisiones y cómo el hombre que está directamente detrás de esa bala puede ser un amigo del departamento y por tanto no necesita afrontar las consecuencias de sus actos.
Randolph miró hacia delante, a la pared que estaba al otro lado de la mesa. No dijo nada. Bosch se enderezó y abrió la puerta, sorprendiendo a Osani que había estado de pie justo fuera. No llevaba ninguna botella de agua, Bosch pasó al lado del agente y se encaminó a la puerta de la sala de brigada.
En el ascensor, apretó el botón de subir. Mientras esperaba paseando con impaciencia pensó en llevarse sus agravios a la sexta planta. Se vio a sí mismo entrando a la carga en el gran despacho del jefe de policía y exigiendo saber si era consciente de lo que se estaba haciendo en su nombre y bajo su mando.
Sin embargo, cuando el ascensor se abrió desestimó la idea y pulsó el botón del 5. Sabía que las complejidades de la burocracia y la política en el departamento eran imposibles de comprender por completo. Si no cuidaba de sí mismo, podría terminar quejándose de todas las mentiras a la misma persona que las concibió.
La unidad de Casos Abiertos estaba desierta cuando llegó allí. Eran poco más de las cuatro y la mayoría de los detectives trabajaban en turnos de siete a cuatro, lo cual los ponía en el camino a casa justo antes de la hora punta. Si algo no estaba a punto de cerrarse, se iban a las cuatro en punto. Incluso un retraso de quince minutos podía costarles una hora en las autovías El único que todavía estaba allí era Abel Pratt, y eso porque como supervisor tenía que trabajar de ocho a cinco. Las reglas de la compañía. Bosch saludó al pasar por delante de la puerta abierta de la oficina de Pratt de camino a su escritorio.
Se dejó caer en su silla, exhausto por los acontecimientos del día y el peso del tongo departamental. Miró y vio que su mesa estaba salpicada de notas rosas de mensajes telefónicos. Empezó a leerlas. La mayoría eran de colegas en diferentes divisiones y comisarías. Todos decían que volverían a llamar. Bosch sabía que querían decirle «buen disparo» o palabras por el estilo. Cada vez que alguien conseguía acabar con un criminal de manera limpia el teléfono se iluminaba.
Había varios mensajes de periodistas, incluida Keisha Russell. Bosch sabía que le debía una llamada, pero esperaría hasta llegar a casa. Había también un mensaje de Irene Gesto, y Bosch supuso que ella y su marido querrían saber si se había producido alguna novedad en la investigación. Les había llamado la noche anterior para decirles que su hija había sido encontrada y la identidad confirmada. Suspendido de empleo o no, les devolvería la llamada. Con la autopsia completada, entregarían el cadáver a la familia. Al menos, los Gesto podrían, finalmente y después de trece años, enterrar a su hija. Bosch no podía decirles que el asesino de Marie había sido llevado a la justicia, pero al menos podía ayudarles a llevarla a casa.
Había asimismo un mensaje de Jerry Edgar, y Bosch recordó que su antiguo compañero le había llamado al móvil justo antes de que se desatara el tiroteo en Echo Park. Quienquiera que hubiera tomado el mensaje había escrito «Dice que es importante» en la nota y lo había subrayado. Bosch miró la hora de la nota y advirtió que la llamada también se había recibido antes del tiroteo. Edgar no había llamado para felicitarle por cargarse al criminal. Supuso que Edgar había oído que había visto a su primo y quería un poco de palique al respecto. En ese momento, Bosch no tenía ganas de eso.
Bosch no estaba interesado en ninguno de los otros mensajes, de manera que los apiló y los metió en uno de los cajones del escritorio. Sin nada más que hacer, empezó a ordenar los papeles y las carpetas de la mesa. Pensó en si debería llamar a Forense y averiguar si podía recuperar su teléfono y su coche en la escena del crimen de Echo Park.
—Acabo de enterarme.
Bosch levantó la cabeza. Pratt estaba de pie en el umbral de su oficina. Iba en mangas de camisa y llevaba la corbata suelta en el cuello.
—¿De qué?
—De la UIT. No te han levantado la suspensión de empleo, Harry. He de mandarte a casa.
Bosch bajó la mirada a su escritorio.
—No veo la novedad. Ya me estoy yendo.
Pratt hizo una pausa mientras trataba de interpretar el tono de voz de Bosch.
—¿Va todo bien, Harry? —preguntó de manera tentativa.
—No, no va todo bien. Hay tongo y cuando hay tongo no va todo bien. Ni mucho menos.
—¿De qué estás hablando? ¿Van a encubrir a Olivas y O’Shea?
Bosch lo miró.
—No creo que deba hablar con usted, jefe. Podría ponerlo en el punto de mira. No le gustaría el retroceso.
—Van en serio, ¿eh?
Bosch vaciló, pero respondió.
—Sí, van en serio. Están dispuestos a joderme si no les sigo el juego.
Se detuvo ahí. No le gustaba tener esa conversación con su supervisor. En la posición de Pratt, las lealtades iban en ambos sentidos del escalafón. No importaba que ahora sólo le faltaran unas semanas para la jubilación. Pratt tenía que continuar con el juego hasta que sonara la sirena.
—Tengo el móvil allí, es parte de la escena del crimen —dijo, estirándose hacia el teléfono—. Sólo he venido a hacer una llamada y me voy.
—Me estaba preguntando por tu teléfono —dijo Pratt—. Algunos de los chicos han estado tratando de llamarte y dijeron que no respondías.
—Los de Forense no me dejaban sacarlo de la escena. Ni el teléfono ni mi coche. ¿Qué querían?
—Creo que querían invitarte a una copa en Nat’s. Puede que estén yendo hacia allí.
Nat’s era un antro de cerca de Hollywood Boulevard. No era un bar de polis, pero todas las noches pasaba por allí un buen número de polis fuera de servicio. Los suficientes para que el dueño del local mantuviera la versión hard de The Clash de «I Fought the Law» en la máquina de discos durante veinte años. Bosch sabía que si aparecía en Nat’s el himno punk estaría en constante rotación en saludo al recientemente fallecido Robert Foxworth, alias Raynard Waits. «Luché contra la ley, y ganó la ley…». Bosch casi podía oírlos a todos cantando el coro.
—¿Va a venir? —le preguntó a Pratt.
—Quizá más tarde. He de hacer algo antes.
Bosch asintió.
—Yo no tengo ganas —dijo—. Voy a pasar.
—Como quieras. Ellos lo entenderán.
Pratt no se movió del umbral, así que Bosch levantó el teléfono. Llamó al número de Jerry Edgar para poder seguir con la mentira de que tenía que hacer una llamada. Sin embargo, Pratt permaneció en el umbral, con el brazo apoyado en la jamba mientras examinaba la sala de brigada vacía. Realmente estaba tratando de sacar a Bosch de allí. Quizás había recibido la noticia de un lugar del escalafón más alto que él ocupaba el teniente Randolph.
Edgar respondió la llamada.
—Soy Bosch, ¿has llamado?
—Sí, tío, he llamado.
—He estado un poco ocupado.
—Lo sé. Lo he oído. Buen disparo hoy, compañero. ¿Estás bien?
—Sí, bien. ¿Por qué llamabas?
—Sólo por algo que pensé que querrías saber. No sé si ahora todavía importa.
—¿Qué es? —preguntó Bosch con impaciencia.
—Mi primo Jason me llamó desde la DWP. Dijo que te vio hoy.
—Sí, buen tipo, ayudó mucho.
—Sí, bueno, no estaba comprobando cómo te trató. Quería decirte que me llamó y dijo que había algo que quizá querrías saber, pero que no le dejaste tarjeta ni teléfono ni nada. Dijo que unos cinco minutos después de que tú y la agente del FBI que te acompañaba os marcharais, vino otro poli y preguntó por él. Preguntó en el mostrador por el tipo que estaba ayudando a los polis.
Bosch se inclinó hacia delante en su mesa. De repente estaba muy interesado en lo que Edgar le estaba contando.
—Dijo que ese tipo mostró una placa y explicó que estaba controlando tu investigación y preguntó a Jason qué queríais tú y la agente. Mi primo los llevó a la planta a la que habíais ido y acompañó a ese tipo a la ventana. Estaban allí mirando la casa de Echo Park cuando tú y la señora agente aparecisteis allí. Os vieron entrar en el garaje.
—¿Qué pasó entonces?
—El tipo se largó de allí. Cogió el ascensor y bajó.
—¿Tu primo consiguió el nombre de ese tipo?
—Sí, el tipo dijo que se llamaba detective Smith. Cuando le enseñó la identificación tenía los dedos sobre la parte del nombre.
Bosch conocía esa vieja treta que usaban los detectives cuando iban por libre y no querían que su verdadero nombre apareciera en circulación. Bosch la había usado en alguna ocasión.
—¿Y una descripción? —preguntó.
—Sí, me la dio. Dijo que era un tipo blanco, de un metro ochenta y ochenta kilos. Tenía el pelo gris plateado y lo llevaba corto. Unos cincuenta y cinco años, traje azul, camisa blanca y corbata a rayas. Llevaba una bandera americana en la solapa.
La descripción coincidía con la de unos cincuenta mil hombres del centro de Los Angeles. Y Bosch estaba mirando a uno de ellos. Abel Pratt seguía en el umbral de su despacho. Estaba mirando a Bosch con las cejas enarcadas de modo inquisitivo. No llevaba la chaqueta del traje, pero Bosch la veía colgada en un gancho en la puerta, detrás de él. Había un pin con la bandera americana en la solapa.
Bosch volvió a mirar a su escritorio.
—¿Hasta qué hora trabaja? —preguntó en voz baja.
—Normalmente se queda hasta las cinco. Pero hay un puñado de gente por ahí, mirando la escena en Echo Park.
—Vale, gracias por el consejo. Te veré después.
Bosch colgó antes de que Edgar pudiera decir nada más. Levantó la cabeza y Pratt todavía estaba mirándolo.
—¿Qué era eso? —preguntó.
—Ah, algo del caso Matarese. El que cerrarnos esta semana. Parece que al final podríamos tener un testigo. Ayudará en el juicio.
Bosch lo dijo con la mayor indiferencia posible. Se levantó y miró a su jefe.
—Pero no se preocupe. Esperaré hasta que vuelva de mi suspensión.
—Bien. Me alegro de oírlo.